Читать книгу La traumática desolación de los niños - Rafael E. López-Corvo - Страница 5
Prefacio
ОглавлениеLa pregunta no es tanto si hay vida después de la muerte, sino más bien si hay vida antes de la muerte.
Osho
Cada recién llegado a este planeta se enfrenta a la tarea de lidiar con el complejo de Edipo.
Sigmund Freud (1905)
¿Qué progreso, preguntas, he hecho? He comenzado a ser un amigo para mí mismo. Eso fue de hecho un gran beneficio; una persona así, nunca puede estar sola. Puedes estar seguro que un hombre así es amigo de toda la humanidad.
Séneca, Cartas de un estoico
¡Cuando los padres entiendan el universo donde habitan los niños, el mundo cambiará!
López-Corvo
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Será absolutamente imposible investigar la psicopatología en adultos sin tener en cuenta el raciocinio de los niños; no porque, como muchos han expresado, el psicoanálisis solo está interesado en el pasado, sino porque, como Bion dijo una vez, “estamos simplemente interesados en el pasado que siempre se repite en el presente.” El sentimiento de soledad que un niño alguna vez haya experimentado, siempre se hará eco en la vida emocional de éste como adulto. El escritor mexicano ganador del Premio Nobel, Octavio Paz (1997), en su libro El laberinto de la soledad se refiere en prosa sensible y hermosa, a los recuerdos sobre su propia soledad infantil; reminiscencias que quizás podrían considerarse como una expresión de su propio trauma pre-conceptual. Él escribió lo siguiente:
[...] hay un ir y venir de personas que pasan al lado del paquete sin detenerse. El paquete llora. Por siglos llora y nadie lo escucha. Él es el único que escucha su grito. Se ha extraviado en un mundo, que es al mismo tiempo familiar y remoto, íntimo e indiferente[...]
Y más adelante
[...] Instante sin fin: escucharse llorar en medio de la sordera universal [...] el sentimiento nunca se ha borrado, nunca lo será. No es una herida, es un agujero. Cuando pienso en mí mismo, lo toco: cuando lo siento, lo vivencio. Siempre extraño, aunque igualmente presente, nunca me abandona, presencia sin cuerpo, mudo, invisible, testigo perpetuo de mi vida. No me habla, sin embargo, a veces escucho lo que su silencio me dice: [...] descubriste tu ausencia, tu agujero: te descubriste a ti mismo. Tú ya lo sabes: eres ausencia y búsqueda. [p. 5]
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Le he dado una importancia trascendental a la presencia de lo que he denominado el “trauma pre-conceptual”; el trauma que ocurre muy temprano en la vida, en todos los seres humanos, el cual describiré en detalle, en el Capítulo I. Hay una pregunta a considerar: ¿por qué es posible estimar la vida útil de cualquier animal, pero es bastante difícil evaluar la esperanza de vida de un ser humano? Creo que la diferencia depende del hecho de que los animales, su comportamiento y forma de vida, están estructuralmente determinados por guiones biológicos rígidos que llamamos instintos. Hay poco espacio para las improvisaciones y su comportamiento siempre seguirá los patrones específicos determinados por sus impulsos. Los humanos, por otro lado, al ser dados por la Naturaleza con consciencia y conocimiento de nosotros mismos, tenemos la capacidad de regular nuestra vida por cuenta propia, elevándonos por encima de nuestros genes y modificando nuestros hábitos; una libertad que conduce a una arrogancia narcisista y a un posible distanciamiento de los caminos regulares de la naturaleza, lo cual resulta a menudo en demandas injustas y crueles hechas por los padres a sus hijos. Mientras que los animales, al ser naturaleza pura, carecen de la capacidad de descarrilarse de sus caminos y comportamientos siempre serán predecibles y fieles a la dirección de sus genes e impulsos. En palabras simples, si la vida de un animal es filogenética, la humanidad es ontogenética. Los humanos están seriamente influenciados por traumas pre-conceptuales resultantes de la imprevisibilidad de los padres, algo que no existe en los animales. Estos traumas suelen replicarse mediante un mecanismo que Freud designó como la “compulsión de repetición”, que estructura lo que he llamado el “estado traumatizado”, el cual suele hacerse cargo del “estado no-traumatizado” y dirigir la mente del adulto. Al controlar la mente, el estado traumatizado introducirá inconscientemente lógicas basadas en el razonamiento del niño, lo que obviamente humillará, interferirá y perturbará el juicio lógico del adulto. Tal interferencia determina la forma como pensamos y actuamos, induciendo estados de confusión, ansiedad, depresión, etcétera, regulando no solamente nuestra forma de vida cotidiana, sino además con frecuencia, la duración de nuestra vida. El incremento de la esperanza de vida en humanos se ha incrementado mucho, en comparación con el pasado, gracias a mejores métodos terapéuticos, nuevos medicamentos y más sofisticados procedimientos de curación. También es posible que, a medida que la comprensión de los padres sobre la crianza de sus hijos se incremente, gracias a un mejor conocimiento de la psicología infantil, a medida que disminuya la impaciencia, la crueldad, la injusticia, el irrespeto y las estrictas demandas de los padres hacia sus pequeños hijos, también se irá mejorando la sensación de aislamiento y soledad de los niños.
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El trabajo de René Spitz (1945) sobre deprivación primaria en niños pequeños, así como los estudios de Harlow (1958) sobre monos y la investigación de Bowlby1 (1980, 1988) sobre separación, evidenciaron la importancia de la presencia de una “madre amorosa” en los primeros años del desarrollo del niño, no solo para su salud mental, sino además para la supervivencia del menor. Aunque estos estudios han provocado cambios significativos en las programaciones que ahora se usan en hogares de acogida y hospitalización de niños, aún persiste una gran ignorancia sobre la psicología infantil, la forma como los niños piensan y se comportan, su mundo mágico oculto y único que Saint-Exupéry intuitivamente percibió y etiquetó en El Principito. Sobre la relación de estos aspectos sutiles, presentes en la interacción diaria entre niños y padres, de lo que trata este libro.
La soledad en los niños ha sido considerada previamente por varios investigadores: Weiss (1973) clasificó la soledad en dos tipos: social y emocional; describió la “soledad social” como “el déficit percibido en la integración social, es decir, fallar en sentirse parte de un grupo de amigos relacionados entre sí, que comparten intereses y actividades comunes”. La “desolación emocional”, por otro lado, se describió como “la percepción de la falta de un vínculo íntimo y verdadero, la ausencia de una relación cercana y emocional en la que uno se sienta aceptado, seguro, cuidado y comprendido”. Peplau y colaboradores (1982), desde una perspectiva similar, declararon que “la soledad resulta cuando uno experimenta y reconoce una discrepancia entre lo que uno quiere o espera en la relación social y lo que uno realmente logra” 2.
La diferencia entre ese enfoque y el presentado en este libro, depende de las interacciones particulares utilizadas para definir la soledad, ya sea que se haga hincapié en el mundo exterior o en el intra-psíquico. Weiss, Peplau y Rotenberg & Hymel (1999), por ejemplo, basaron sus estudios en la interacción entre el individuo y otras personas, como una especie de consecuencia social, que podríamos llamar “social-ismo”, si usáramos la terminología de Bion3. El tipo de desolación a la que me estoy refiriendo ahora está en desacuerdo con estos autores, por cuanto estoy describiendo una estructura “narcisista”, lo que significa que se basa en lo intra-psíquico, entre elementos internos dentro del yo; algo a lo cual Klein (1963) llamó “la soledad interna”. En 1958, Winnicott, refiriéndose a la soledad, había expresado que la capacidad de estar solo era “una de las señales más importantes de la madurez emocional “; y agregó “[...] después de pensar en términos de relaciones de tres o dos cuerpos, qué natural que uno vaya más allá y hable de la relación de un solo cuerpo”. La soledad, creo, está presente en los niños porque dependen totalmente de sus padres adultos para cuidarlos. No pueden confiar en sí mismos, por lo que siempre están necesitados y generalmente de-solados; no pueden discriminar entre la realidad intra-psíquica y la externa, carecen de autonomía y existen sólo en relación al otro. Los adultos, por otro lado, se poseen a sí mismos, pueden discriminar entre la realidad intra-psíquica y la realidad externa, tienen autonomía, pueden confiar y vivir en relación a ellos mismos. Los niños sienten desolación mientras que los adultos se sienten solos, pero no necesariamente desolados, a menos que el elemento infantil, que siempre llevamos dentro, al que me he referido como el “estado traumatizado”, tenga un control total de la mente. Estos aspectos se describen en detalle en los capítulos I, V y IX.
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Cuando los indios de América fueron traídos a Francia en el año de 1562, Michel de Montaigne, un joven magistrado y escritor, les preguntó sobre su impresión del país. Respondieron en términos simples: lo inusual que hubieran personas viviendo en abundancia, mientras otros se morían de hambre; además, que “tantos hombres altos, barbudos, fuertes y bien armados [...] estuviesen dispuestos a obedecer a un niño”; (Harvey, 2008, p. 47) refiriéndose al rey Carlos IX, quien contaba con solo 12 años en ese momento. Montaigne comparó esta forma de razonar de los indios, ingenua, simple e impoluta, con la avaricia y la carnicería religiosa presente en la cultura europea, como por ejemplo, la masacre de San Bartolomé, donde 20,000 protestantes (hugonotes) fueron asesinados en el nombre ¡de Dios!4. También cuestionaba sobre cómo los indios podían ser considerados bárbaros, si “[...] las palabras que denotan mentira, traición, engaño, avaricia, envidia, calumnia y perdón, nunca se le han escuchado [...] no hay nada bárbaro o salvaje en ellos; llamamos bárbaros a todo lo que resulta contrario a nuestros propios hábitos”. Son salvajes, consideró, “en la misma escala que decimos que las frutas son silvestres” (Ibid). Basado en esta convicción, Montaigne revivió el viejo concepto del “noble salvaje” jugando con la probabilidad, que el arrogante europeo pudiese más bien haber aprendido de la mente simple pero natural del salvaje.
Podríamos aplicar esta noción del “noble salvaje”, a la ingenuidad y simplicidad que caracteriza a todos los niños que nacen sin contaminación alguna; como una hoja de papel blanco, sin nada escrito y hacer reflexionar a los padres, que son como los europeos, que imaginan a los niños como seres sin educación, bárbaros y suelen recomendar restricciones, castigos y control total para “educarlos”. Tampoco creo que los niños sean “perversos polimorfos”, como Freud alguna vez los consideró, prefiero pensar que son “insaturados”, y al ser así, mentalmente virginales, están completamente abiertos a cualquier cosa que no duela, incluso si es perversa. En otras palabras, la naturaleza se expresa a través de los niños5; los niños para sobrevivir usan mecanismos de defensa basados en la omnipotencia y la imitación. Estas defensas son consecuencia de los sentimientos de impotencia, soledad e indefensión de los niños, y las usan como garantía de fuerza con el propósito de tranquilizarse a sí mismos, haciendo uso de la magia, y así creer que están en “control total”, que son completamente aceptados por sus poderosos padres. Los niños, al no estar saturados, están abiertos y dispuestos a explorar cualquier cosa, siempre que no duela. Aprenden imitando y al mismo tiempo carecen de la capacidad para medir consecuencias, lo que significa que, si los padres son perversos, ¡los niños también lo serán!
La humanidad progresa por tres razones principales: i) los descubrimientos de los secretos de la vida, que se traducen en una mejor y más larga calidad de vida; ii) la tecnología, que al acortar distancias y acelerar el tiempo produce más seguridad y confort; iii) las mujeres, quienes a medida que se convierten en mejores madres, cosechan mejores hijos. Para producir niños más sanos se requerirá más tolerancia y respeto por el niño, lo que significa que debemos descender al mundo del niño y aprender de ellos, en lugar de tratar de elevarlos a nuestro nivel de mundo adulto, intentando adultizarlos, lo cual resulta una forma de injuria hacia la personalidad del infante.
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Cuando de niño me metía en problemas debido a algún tipo de comportamiento travieso, recuerdo correr a la casa de mi abuela, convenientemente ubicada al lado de la nuestra, para encontrar protección contra la ira de mi madre. Mi abuela, quien vestía faldas largas, como era costumbre en su época, me colocaba debajo de la falda y permanecía inmóvil mientras veía a mi madre buscarme por todos los rincones; pero cuando ésta no lograba encontrarme, se volvía hacia mi abuela e intentaba levantar la falda, en ese momento ella le decía a mi madre, de una manera amenazante: “Ni lo pienses”. Obviamente, mi abuela fue un personaje importante en mi vida; ella era mi protectora y salvadora. Pero ahora, que soy abuelo, no veo a mis nietos corriendo hacia mí o hacia la abuela en busca de ayuda. Parece que, en el presente, los padres son más tolerantes, en comparación como lo fueron en el pasado; ya no amenazan a sus hijos con castigos físicos y en consecuencia los abuelos ya no son un activo esencial. Sin embargo, hay otros problemas importantes aún presentes, que se traducen en la desesperada sensación de soledad de un niño, la cual estructurará el trauma pre-conceptual, siempre presente en todos los humanos que también determina su propio perfil emocional y su idiosincrasia particular.
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Cuando se habla de la psicopatología de los niños, los profesionales del campo se refieren al trauma como una condición que solo está presente en “algunos niños” y no conciben la posibilidad de una condición ubicua, presente en todos los humanos. Posiblemente solo consideran lo que es notorio y obvio, sin contemplar lo que Massud Khan (1963) denominó “trauma acumulativo”. Estoy completamente convencido de que todas las formas existentes de psicopatología son absolutamente traumáticas, algo ya anunciado por Freud en su articulo: “Moisés y el Monoteísmo”, escrito pocos meses antes de ser eutanizado, por lo cual, desafortunadamente, no llegó a elaborarlo. Los síntomas, es decir, como el “trauma ubicuo” o “trauma pre-conceptual”, como lo he denominado, se hacen presentes en cualquier ser humano y estructuran un estado dinámico interno al cual me he referido como “estado traumatizado”, que paradójicamente representa el método por el cual intentamos defendernos del sufrimiento inducido por los traumas pre-conceptuales. Recuerda el célebre adagio que se repite en medicina: “El organismo se enferma curándose”. Estos síntomas siempre dependerán de la cultura y la geografía donde nos hemos criado: la psicopatología alrededor del Ecuador es diferente de la que solemos encontrar en los territorios del Norte, algo que mencionaré con más detalle en los Capítulos I y IX.
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Solo se requieren dos actitudes para proporcionar una educación sensible acerca de los niños pequeños: paciencia y respeto. Paciencia en el sentido de tolerancia al comportamiento aparentemente absurdo del niño y el respeto como una forma de consideración a la existencia del niño como individuo. Los padres siempre deben ayudar a sus hijos a discriminar entre un aspecto propio de él, como su comportamiento, y él mismo como un todo, capaz de aprender de sus errores. Las reprimendas o castigos serios deben dirigirse principalmente hacia aquellas acciones realizadas por los niños, que podrían poner en peligro su salud o su vida. Sin embargo, independientemente de la razón, siempre debe haber un intento de ayudar al niño a comprender el propósito y la razón de la reprimenda y, si es posible, ayudarlo a participar en la decisión final. Tener en cuenta al niño, es decir, hacerlo presente como un participante activo, lo ayudará a darse cuenta de que “existe” como ser humano, algo esencial para el futuro bienestar emocional del adulto, lo cual me recuerda lo dicho por Osho: “La pregunta no es tanto si hay vida después de la muerte, sino más bien, si hay vida antes de la muerte.”
Un padre me refirió que sus hijos, de 7 y 4 años, habían acumulado demasiados juguetes, por tanto, él y su esposa estaban planeando vender muchos de ellos. Le pregunté si había discutido esa decisión con ellos, quienes obviamente eran los “dueños” de los juguetes; dijo que no, que no siempre podía consultar sus decisiones con los hijos, que le dijo a su esposa y ella estuvo de acuerdo. En el mundo de los adultos, cuando alguien actúa arbitrariamente, siempre hay muchas opciones para activar y apelar; sin embargo, en la temprana infancia solo están los padres y el niño y cuando los primeros actúan arbitrariamente, el niño no tiene a nadie a quien recurrir. Esto estimula la sensación natural de impotencia del niño, al punto de la soledad absoluta y la desesperación total. Los niños lidian con esta situación con negación; separan la emoción de la circunstancia que la ha producido y la reprimen. Más tarde, cuando crecen y se enfrenten a nuevas situaciones traumáticas, las circunstancias del presente provocarán inconscientemente la emoción reprimida del pasado, produciendo estados de depresión o ansiedad, para lo cual, generalmente, no poseen una explicación lógica; anteriormente me he referido a esta confusión como el “entrelazamiento traumático”6.
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La mayoría de los padres tienen grandes dificultades para comprender el razonamiento de sus hijos y luchan por lograr una comunicación real con ellos, en virtud que los adultos han reprimido y olvidado su propia infancia, y por lo tanto, la forma como se sentían y pensaban entonces. Esta condición a menudo resulta en la creación de dos mundos diferentes que corren paralelos, y con poca frecuencia se superponen y es lo que lleva a los padres a recurrir al menos a tres modos de reacción: i) ignorar a los niños, ii) tratar de convertirlos en adultos, o iii) impacientarse y a menudo tornarse violentos. Desde el vértice del niño, estas reacciones equivalen a sentimientos de trato injusto, inexistencia, pero, sobre todo una profunda sensación de soledad. Girzone (1989), refiriéndose a este asunto, había dicho lo siguiente:
Los niños viven en su propio pequeño mundo donde todo es un asunto serio y en sus mentes todo tiene sentido [...] pero ya no podemos entrar en ese mundo. Es un período perdido por siempre. Una vez estuvimos allí, pero en algún lugar del camino de la vida hemos perdido la llave de esa puerta que abre ese mundo para nosotros. [p. 5]
No hace mucho, sentado en un café, observé a un hombre en la mesa de al lado, muy concentrado trabajando en su computadora. Unos minutos más tarde, una mujer joven, posiblemente su esposa, entró llevando en sus brazos a un niño pequeño no mayor de tres años que la abrazaba con fuerza. Después de besarlo varias veces, colocó al niño en el suelo, luego se dio la vuelta, abrazó y besó al hombre y por unos minutos miró la pantalla de su computadora. Se volvió hacia el niño, sacó un pequeño auto de su bolso y se lo pasó al niño, él lo sostuvo por unos segundos y luego lo arrojó furioso al piso; ella lo recogió y se lo devolvió y éste inmediatamente lo arrojó nuevamente; ella, muy enojada, lo regañó por no comportarse correctamente. El hombre, que permanecía concentrado en su trabajo, la llamó; ella rodeó la mesa y amorosamente colocó su mejilla muy cerca de la de él y miró la pantalla de la computadora sobre su hombro. Luego de esto, el niño se acercó a su padre y comenzó a golpearlo en la pierna y éste en un tono enojado le gritó: “¡Basta ya! ¡No hagas eso! Pórtate bien.”
¿Eran estos padres capaces de comprender el significado detrás del comportamiento de este niño? Si la madre, por ejemplo, se hubiera ido a otra mesa y hubiera abrazado y besado a un extraño con el mismo ardor que hizo con su esposo, es muy posible que su cónyuge hubiese sido dominado por los celos y los hubiese atacado a ambos. Obviamente, si otros hubieran podido observar esta escena, es posible que no le hayan gritado al marido: “Detente y compórtate bien”, sino que podrían haber entendido y respaldado la ira y la reacción de él. La única diferencia entre los celos del niño y los del padre, es que cualquier adulto que haya sido testigo de la situación habría entendido y justificado las acciones de los padres, ¡pero cuestionarían la agresión del niño hacia su padre pensando que es de mala educación! Sin embargo, volviendo a la situación del niño con sus padres, desde el vértice del niño, su reacción fue lógica y las emociones de los padres hacia él fueron absurdas.
Cuando la incomprensión de los adultos hacia los niños se repite continuamente, se convierte en un patrón permanente que persiste dentro de nosotros por el resto de nuestra vida. Proporciona una eterna e inconsciente “vitalidad” a las emociones presentes del niño solitario e injustamente incomprendido, que todos los humanos llevamos dentro de nosotros; después de todo, el significado etimológico de “emociones” se origina en “ex” que significa “fuera” y “moción” que significa “movimiento”; en otras palabras, algo que es muy rápido y está allí, adelantándose a nosotros. Las emociones provocadas por hechos significativos que tuvieron lugar durante la primera infancia son escindidas y proyectadas en los otros, por la mente del niño, para lidiar con el dolor. Estas emociones permanecen reprimidas, pero completamente separadas del hecho particular que originalmente las ha moldeado; más tarde, sin embargo, otros hechos ocurridos durante la edad adulta podrían inducir lo que acabo de referir como “entrelazamiento traumático”, es decir, cuando un trauma actual dispara inconscientemente al trauma original, o pre-conceptual, como le he llamado.
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Como dije anteriormente, cuando los padres no pueden seguir la forma de pensar de sus hijos, a menudo recurren a la violencia o a la “adultización” de estos, esperando así que el niño se comporte como un pseudo-adulto o que muestre una actitud imitadora o “personalidad como si.”7
Como consecuencia, esta actitud de los padres inducirá, en la mente rudimentaria del niño, sentimientos traumáticos de injusticia, inexistencia, impotencia y emociones significativas de desolación. Tales sentimientos constituyen la base de un aspecto relevante del trauma pre-conceptual: un tipo de trauma temprano presente de manera ubicua en todos los seres humanos. Los traumas pre-conceptuales, al mismo tiempo, dividen la mente de todos, en dos estados diferentes, a los cuales me he referido previamente y siguiendo a Bion: i) una parte infantil o “estado traumatizado”, ii) otra, capaz de razonar con lógica o sentido común, a la que me refiero como “estado no-traumatizado” (López-Corvo, 2014). Este aspecto se describe en detalle en el Capítulo I.
Existe una paradoja muy significativa que siempre interfiere con la capacidad de seguir de cerca el lenguaje emocional que estructura la “zona de sufrimiento” o el “estado traumatizado” de cualquier ser humano. Este estado es una consecuencia directa de las fijaciones traumáticas que tienen lugar durante los primeros años de la vida de cualquier ser humano, pero debido a un comienzo tan precoz, el lenguaje emocional que ensambla el “estado traumatizado” seguirá la lógica basada en el pensamiento de los niños. El “estado no-traumatizado”, por otro lado, representa el proceso normal de maduración física y mental a medida que se avanza en el tiempo, desde el nacimiento en adelante, de acuerdo con la dotación mental genética de cada individuo, influenciado adicionalmente por la edad, la cultura y la experiencia. La “paradoja” que he mencionado anteriormente, se refiere a la interacción entre los estados traumatizados y no-traumatizados dentro de la mente de cualquier adulto que conlleva y repite la misma incomprensión que una vez tuvo lugar entre el niño y sus padres. Esto significa que, de manera similar a cómo nosotros cuando niños, interactuamos con nuestros padres, ahora cuando ya no somos niños sino adultos, ambos estados, el infantil o traumatizado y el adulto o no-traumatizado, en el interior de nuestra mente, corren paralelos entre sí, dentro de su propio mundo, sin tocarse nunca. Estos estados no solo están estructurados siguiendo una epistemología diferente, sino también y muy importante, el estado traumatizado es mayormente inconsciente mientras que el no-traumatizado es mayormente consciente. En otras palabras, la protesta solitaria de un niño que alguna vez se sintió incomprendido por sus padres sigue retornando, inconsciente y eternamente al mismo malentendido, aunque intra-psíquico esta vez, entre un niño (traumatizado) y un adulto (no-traumatizado), como elementos internos, dentro de la mente de cada individuo. Volveremos sobre este asunto con más detalle en el Capítulo I.
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En El Principito, Saint-Exupéry dice, irónicamente: “Los adultos nunca pueden entender nada por sí mismos y es agotador que los niños siempre tengan que explicarles las cosas”. Sin embargo, tal vez era un poco demasiado amable en su consideración del comportamiento adulto, porque sería extremadamente difícil para un niño explicar las cosas a los adultos porque la mayoría de las veces los adultos son demasiado impacientes, demasiado ocupados o demasiado arrogantes y omnipotentes, para escuchar y comprender a los niños. Creo que podríamos medir el nivel de desarrollo cultural en cualquier sociedad, dada la capacidad de los padres de proporcionar a sus hijos la misma comprensión, paciencia y respeto que expresan a otros adultos que han catalogado como “importantes”.
Al no poder satisfacer la demanda del Principito de dibujar una oveja, Saint-Exupéry (1943) recurrió a capitalizar la capacidad de los niños de fantasear mediante simulación, ¡y decidió dibujar una caja simple que “supuestamente” contenía una oveja dentro!
“–Esa es la caja. La oveja que quieres está adentro. [Dijo Saint-Exupéry al Príncipe] “–Me sorprendió mucho”. [Continuó] “–Para ver la cara de mi joven juez [el Príncipe] iluminarse. “–¡Eso es justo lo que quería!” [Dijo el Príncipe] “¿Crees que esta oveja necesitará mucha hierba?” [p. 8] [...] Mi amigo nunca explicó nada. Quizás pensó que yo era como él. Pero, personalmente, me temo que no puedo ver ovejas dentro de las cajas. Quizás soy un poco como los adultos. He tenido que envejecer. [p. 15]
El Principito, quien representa a todos los niños, vive en un planeta muy pequeño, lo que significa la vida restringida de un niño. El mundo de los adultos está representado por el planeta del “Rey”, el “Hombre engreído”, el “Bebedor” y el “Hombre de negocios”; individuos que se sienten tan insignificantes que continuamente están dando órdenes, exigiendo respeto, intolerantes a la desobediencia, teniendo que estar siempre al mando. Hay un dicho común en español que dice lo siguiente: “Dime lo que presumes, y te diré lo que no tienes”.
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Un segundo propósito de este libro es comprender la existencia de una poderosa lucha mental entre los dos estados dialécticos: uno presente en el estado traumatizado que empuja hacia la dependencia, el miedo y el dolor mental, entre otros; y otra fuerza ejercida por el estado no-traumatizado que progresivamente avanza hacia la libertad, el coraje, la creatividad y el bienestar. Sin embargo, la verdad es que la Naturaleza ya ha decidido por nosotros, denotando que física y mentalmente estamos obligados a pasar del nacimiento a la muerte, de la dependencia a la libertad; como si estuviera implícito en nuestra propia naturaleza, por lo cual pienso sobre esto último, que en realidad existe un verdadero “impulso hacia la libertad”. Pero antes de continuar deliberando sobre estos asuntos, debería discutir la “teoría”, específicamente el instrumento básico en el que confiaré a través de todo este libro a fin de aportar un significado lógico a mis elaboraciones; algo que intentaré en el Capítulo I.
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Si naciéramos ya adultos, la psicopatología podría no existir, a excepción de los trastornos genéticos, porque hubiéramos podido defendernos y protegernos de la ignorancia y el maltrato abusivo de nuestros padres. Sin embargo, dado que esto es absolutamente imposible, todos estamos condenados a soportar las consecuencias de nuestro inevitable trauma pre-conceptual. Pero siempre tendremos una segunda oportunidad, porque una vez que nos convertimos en adultos y somos capaces de usar el razonamiento y la lógica –función alfa en el lenguaje de Bion–, somos capaces de comprender y proporcionar un significado racional a nuestro trauma pre-conceptual y a nuestro dolor mental, lo que podría abrir las puertas hacia una sensación total de libertad y bienestar.
Piaget describió tres períodos principales en el desarrollo epistemológico de los niños. El primero representa la capacidad del niño para distinguir lo conocido de lo desconocido; aproximadamente a los 8 meses de edad el niño reconoce el rostro de la madre. El segundo período corresponde a la capacidad de comprender que los padres buenos y malos son iguales, que también el objeto existe incluso si no está presente, una aptitud que tiene lugar alrededor de los 7 u 8 años de edad, que ayudará al niño a lidiar con la “ansiedad por separación”. Finalmente, la propensión a hacer uso de las condiciones presentes de un objeto o circunstancia para descubrir transformaciones futuras, una habilidad a la que Piaget se refiere como “operaciones formales”, que tienen lugar alrededor de los 12 años. A esta edad, la mente del niño puede usar lógicas deductivas e inductivas simples, muy similares a las que podría hacer cualquier adulto; pero solo con su capacidad de razonar, porque el niño carece del conocimiento y la habilidad que se adquiere con el tiempo y la experiencia.
La lógica simple o sentido común –o función alfa en el lenguaje de Bion–, podría guiar a cualquier individuo a desentrañar los enigmas emocionales –o elementos beta– resultantes de traumas pre-conceptuales, y así construir vínculos, que permitan la asociación con el dolor mental actual; después de todo, cuando alcanzamos la edad adulta podemos entender que nacemos “como una hoja de papel blanca, sin nada escrito” y que no merecíamos lo que la ignorancia de nuestros padres nos hizo. Esta idea permitirá una “segunda oportunidad” para encontrar una salida a nuestro sufrimiento mental. ¡Aunque a muchos les resulte difícil de imaginarlo, pienso que los traumas pre-conceptuales son la razón principal de la muerte prematura! Sin embargo, la posibilidad de una segunda oportunidad no es una operación simple y fácil que podríamos hacer nosotros mismos. A menos que seamos Sigmund Freud, el único individuo capaz de realizar esta operación por sí solo, ya que fue el creador de dicha metodología. En el presente, se requieren años de psicoanálisis personal para proporcionar un sentido lógico y un significado apropiado a todas las confusiones emocionales que continuamente pueblan nuestra mente. Similar a una intervención quirúrgica, el psicoanálisis y la psicoterapia requieren que alguien más lo realice. Creo firmemente que el propósito principal de la vida es el “bienestar” y para lograrlo verdaderamente, una inventiva adecuada estará totalmente justificada. La pregunta, entonces, es cómo hacer para que este procedimiento esté disponible para todos en el futuro, porque la dominación de la mente por parte del elemento infantil en la mayoría de los humanos ha dado como resultado personas que parecen adultos pero que aún actúan como niños, hasta el punto que en lugar de invertir en la vida, se dedican a la guerra y la muerte. ¡La humanidad sigue siendo demasiado primitiva!
1 Bowlby estuvo motivado en su investigación, debido a su propio trauma pre-conceptual, inducido por las prolongadas separaciones sufridas, a muy tierna edad, de su madre.
2 Weiss (1973) y Peplau (1982), ambos han sido citados por Rotenberg y Hymel (1999) pp. 12 y 13.
3 Ver López-Corvo 2003.
4 Algo similar tiene lugar hoy día, en los actos suicidas de los terroristas, ejecutados por fanáticos islámicos.
5 Una prueba de que es la naturaleza quién está a cargo y no los niños, se muestra a través del hecho probado, que todos los niños, sin importar cuál sea su cultura, siguen los mismos estadios de desarrollo, como por ejemplo, ‘el no rehusador’ a la edad de los dos años o las ‘pataletas’ a edad posterior.
6 Ver López-Corvo 2013-2014.
7 La personalidad “como si”, representa a alguien temeroso de ser excluido y por ello siempre será complaciente con el otro y sus demandas, al punto de convertirse “en el deseo del otro”. En el Capítulo III he citado un poema de Whitman, que describe hermosamente lo que trato de decir ahora.