Читать книгу La traumática desolación de los niños - Rafael E. López-Corvo - Страница 12
CAPÍTULO II
Ataque al aparato conceptual de la infancia y sus consecuencias en la edad adulta
ОглавлениеEl desconocimiento por parte de los padres acerca de la forma de pensar de sus hijos pequeños, consecuencia de una falta de conocimiento de la psicología infantil, así como el total olvido, en todo adulto, de la forma como pensábamos cuando éramos niños, lleva continuamente a los padres a abusar de sus hijos. Existen por lo menos cinco formas diferentes de abuso: i) invisibilidad, ii) adultización, iii) sobreprotección, iv) excesiva agresión, v) incesto.
Tales amenazas inducen en el niño un “terror sin nombre”, que por lo general produce en este la creación de mecanismos de defensa, entre ellos la necesidad de un protector o rescatador, por lo cual fragmentan a sus padres en dos entidades opuestas: malos y peligrosos por un lado y buenos y protectores por otro; son sentimientos que pueden mantenerse a lo largo de la vida y se muestran posteriormente en la desconfianza y en la continua búsqueda de un “rescatador”, esto último es obvio en el caso de Dios y la religión, un concepto que he elaborado en mayor detalle en los capítulos IX, X y XI. Al mismo tiempo, el niño ataca a la realidad externa que siente le amenaza, destruyendo su “aparato perceptor” de su realidad tanto externa como interna, como una forma de no tener conocimiento de tales realidades, como su única protección ante la intimidación. El aspecto más atacado por el niño es el aparato sensor: el oído y la visión, así como la función alfa o capacidad de pensar con lógica. Tal fragmentación diminuta de la percepción, por no tener amarre, los lleva a proyectarla fuera, a lo largo de su vida, utilizando mecanismos como la “identificación proyectiva”, que conduce, sin saberlo, a recrear la situación original de su trauma infantil o trauma pre-conceptual e, inconscientemente, a reproducir continuamente aquella condición que en su infancia le llenó de temor; es una circularidad a la cual me he referido como “la trampa traumática”. Por ejemplo, los padres agresivos que continuamente regañan, lastiman o acusan a sus hijos, pueden generar en ellos una especie de sordera selectiva, que más tarde en su vida va a generar conflictos significativos con la pareja; ante todo las madres, por cuanto las niñas son siempre más frecuentemente abusadas, en el sentido de ejercer un mayor control sobre ellas, mediante exigencias, acusaciones y amenazas.
En general estos padres, que sin ser sordos se comportan como tal al no escuchar y prestar adecuada atención a sus hijos, abusarán de ellos haciéndoles invisibles, como si no existieran; y ellos, cuando adultos, harán los mismo con sus parejas y con sus propios vástagos. La “adultizacion”, por otra parte, representa la forma como la gran mayoría de los padres interactúan con sus hijos, al no recordar y conocer la forma como piensan los niños, los tratan y exigen como si fueran adultos. En cuanto a la sobreprotección, la agresión exagerada y el incesto, hay poco que agregar, por cuanto son condiciones bien conocidas. Sobre la sobreprotección diría que casi siempre es utilizada por la madre y genera en el niño una exagerada dependencia hacia sus padres, que al mismo tiempo oculta la dependencia infantil e inconsciente de la madre, por cuanto con frecuencia es ella quien necesita de sus hijos, cuando inconscientemente los transforma en sus padres mediante identificaciones proyectivas. Sobre el incesto diría que los padres deben ser vigilantes, por cuanto son situaciones que marcan de por vida. Por lo general son familiares o personas cercanas quienes abusan sexualmente de los niños. Nunca deben permitir que sus hijos duerman en casa de amigos mientras sean pequeños, sino que esperen hasta que ellos sean suficientemente grandes y puedan defenderse por sí solos.
En su artículo sobre “Diferenciación entre la personalidad psicótica y la no-psicótica”, publicado en 1957, acerca del ataque que los niños hacen a su capacidad de conceptualizar su realidad, como defensa ante la amenaza agresiva de sus padres, Bion ha dicho lo siguiente:
No creo [...] que el ego se haya retirado por completo de la realidad. Yo diría que su contacto con la realidad está enmascarado por el predominio, en la mente y el comportamiento del paciente, de una fantasía omnipotente que pretende destruir la realidad o el acceso a ella. [p. 46]
La no existencia de un retiro completo de la realidad se prueba por la presencia de un estado “no-traumatizado”, el cual representa una parte adulta normal capaz de mantener vínculos verdaderos con la realidad y de poder razonar lógicamente. La dinámica dialéctica entre los estados traumatizado y no-traumatizado (o psicótica y no-psicótica en Bion), ha sido explicada con detenimiento en el Capítulo I. Bion añade que la creencia en Freud de que existe una total ruptura con la realidad, “es una ilusión”, por cuanto la confusión se debe al engaño del yo al aceptar la identificación proyectiva como una realidad, en lugar de comprender que de hecho representa una proyección de lo interior y que, en realidad, se trata de “una especie de mentira inconsciente”: “tal es el control de esta fantasía –agrega Bion–, que para la persona se hace evidente que no es una fantasía sino un hecho” (Ibíd.)
La mayor diferencia entre la parte traumatizada y la no-traumatizada estaría dada por la utilización de mecanismos de fragmentación e identificación proyectiva, destinados a librarse de aspectos del yo, tales como el aparato de percepción (concientización) y la capacidad de pensar lógicamente, los cuales han sido fragmentados desde los inicios de la vida del sujeto y proyectados continuamente como impresiones sensoriales, reproduciendo en esta forma al trauma pre-conceptual y recreando una condición de prisionero, a lo que me he referido en el Capítulo VI, como la “trampa traumática”. Es una “trampa” de la que es difícil librarse, por cuanto la mente ha quedado empobrecida al carecer de un aparato para concientizar la realidad, el cual representaría el instrumento para lograr un escape. Sin embargo, al mismo tiempo que la persona se siente prisionera, experimenta el efecto de los fragmentos proyectados dentro de los objetos externos –que “contienen” o son “contenidos”–, como si tuvieran vida propia, llegando éstos a convertirse en lo que Bion se ha referido como “objetos bizarros”.1
Un caso clínico facilitaría la comprensión de esta teoría. Nelly era una mujer de 52 años, casada y con dos hijas. Había sido referida por su médico, en virtud de sufrir de colitis ulcerativa desde hacía varios años, y por cuanto su patología resistía al tratamiento con medicamentos. Era la mayor de dos hermanos, siendo un varón el menor. Sus padres se habían divorciado cuando Nelly tenía apenas 7 años y sus relaciones con su madre, quien prefería a su hermano, nunca habían sido muy agradables; diferente del vínculo con su padre, quien pacientemente le escuchaba y expresaba gran afecto hacia ella, aunque después del divorcio éste desapareció por un tiempo, hasta que ella, ya adolescente, logró contactarlo; sin embargo, la relación que había tenido con él en su infancia no fue nunca más lo mismo. El contraste entre la presencia muy placentera de su padre (su rescatador) y su posterior desaparición, ligada al rechazo de su madre y su preferencia por el hermano, la marcaron para siempre, representando así el núcleo de su trauma pre-conceptual. El matrimonio posterior de su padre cuando ella era una adolescente, lo sintió como una terrible traición, como si existiera un fuerte lazo edípico que indujo en ella la fantasía de que su padre, al divorciarse de su madre, se iría con ella. Dice no recordar nada de esos años oscuros de su infancia, aunque en la transferencia, tal y como lo dijo Freud, no se recuerda, pero se repite: siempre inicia la sesión con mucho entusiasmo, refiriendo sin parar historias de sus hijas, sus conflictos con su esposo o cualquier otro problema que le acontezca. Habla sin cesar, salta de un tópico a otro y ríe continuamente, como si se sintiese muy cómoda y feliz; contra-transferencialmente, siento que ella, en ese momento, habla con el padre de antes, cuando ella tenía 8 años, antes de su desaparición. Casi siempre tengo que interrumpir su discurso para hacer una interpretación y por lo general le desagrada; si insisto, puede tener una crisis de rabia, y algunas veces llega a tal ira que se marcha de la sesión y dice que no desea seguir su terapia, pero luego escribe excusándose, diciendo que quiere continuar. Hay una necesidad compulsiva de mantener ese vínculo: donde habla intermitentemente y ríe sin cesar a toda costa, controlando la sesión con su discurso inagotable, simulando lo que Meltzer llamó “el pecho-toilette” y lo cual también asocio con su colitis ulcerativa, como si hubiese una confusión entre su ano y su garganta. En su discurso se muestra siempre como una víctima, “agredida por su marido y exigida por sus hijos, sin tiempo para ella”; pienso que reproduce la conversación que tenía con su padre cuando era niña, cuando se quejaba de su madre y hermano, buscando en su padre un sentimiento de conmiseración y afecto; en igual forma en el análisis, se acorrala creando situaciones terribles de impotencia, abandono, incomprensión y abuso por parte de toda su familia. Cuando le interrogo sobre ello, dice que no tiene memoria de su infancia, reafirmando lo expuesto por Bion sobre el ataque al aparato de conceptualización de su yo infantil, al no desear recordar los tiempos amargos de su niñez, luego del divorcio de sus padres. En un momento dado, decide vender su casa y buscar otra más holgada, luego de la compra se queja de haber dejado su casa anterior, de no ver más a sus vecinos, de las cosas buenas que tenía en comparación con la casa nueva; llora mientras lo dice, como si fuese la pérdida de un ser querido. Le digo que parece confundir su casa vieja con algo que le afecta, dice que quizás lo siente parecido a como sintió el abandono de su padre. Pienso que ha hecho de su casa algo a lo que Bion se refirió como un “objeto bizarro”.
El estado traumatizado parece controlar continuamente la mente de Nelly, sin que ella sea capaz de razonar con lógica como pudiese hacerlo la persona adulta que ella es. Vive en un mundo re-creado mediante continuas identificaciones proyectivas, donde su esposo se vuelve su hermano, yo por lo general soy su padre, al igual que sus hijas se vuelven su madre y continuamente se compara con otros, como un objeto inanimado que carece de unicidad. En un sueño dice estar en la consulta de un médico esperando ser atendida junto a otras personas. En un momento dado oye una radio desde la oficina del Dr., el cual suena con mucha estática en forma desagradable y perturbadora; entonces ella pregunta a las otras personas si también les molesta el sonido y están de acuerdo, luego cree que quien maneja el radio deber ser un niño. No da asociaciones y le digo que quizás su sueño le muestra cómo una parte infantil en ella ataca su aparato de conceptualización, ante todo su capacidad de escuchar, cuando ella no oye mis interpretaciones, sino que las siente como algo “con mucha estática y muy perturbador”.
Los procesos de introyección también se encuentran seriamente comprometidos, por lo tanto, para que Nelly logre comprender una interpretación o re-incorporar los elementos proyectados, sólo puede intentarlo haciendo uso de lo que Bion ha llamado una “identificación en reverso”; un mecanismo que explica la forma cómo pacientes border o psicóticos logran incorporar conceptos o contenidos mentales que vienen desde afuera, como la interpretación, que intenta ayudarles a comprender la naturaleza de sus conflictos. En virtud de que el aparato para pensar ha sido fragmentado, mutilado y proyectado dentro de los objetos externos, el paciente carece de un aparato para introyectar, por lo tanto, percibe las interpretaciones como verdaderas identificaciones proyectivas que le atacan e igualmente lo fragmentan, producto de una venganza del objeto que ha sido utilizado por él para depositar sus proyecciones. Además, que las partículas re-incorporadas tengan el carácter de cosas, dificulta el proceso de captación, en tal forma que el paciente “no puede sintetizar sus objetos para re-incorporarlos, por lo que debe aglomerarlos y comprimirlos”, percibiéndolos como cosas concretas, o un ideograma que le ayude a comunicarse, una especie de conglomerado u “objetos bizarros”. (López-Corvo, 2018, p. 81). Según Bion, (1957, p. 52) existe también una diferencia en el formato de defensa: mientras el estado no-traumatizada utiliza mecanismos de represión, el traumatizado utiliza identificaciones proyectivas. Los procesos de fragmentación e identificación proyectiva, al prolongarse, van aumentando la brecha entre ambos estados: traumatizado y no-traumatizado, hasta que cualquier intento de unirlos se hace imposible.