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Estado traumatizado y no-traumatizado de la personalidad

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Varios años atrás, en una conferencia sobre Psicoanálisis de Niños, en Bello Horizonte, Brasil, recuerdo haber dialogado sobre la necesidad de hacer una “boda” entre Jean Piaget (psicología cognitiva) y Melanie Klein (psicología de las emociones), a fin de integrar el lado cognitivo y el lado emocional de la mente. Era una idea, presente en Freud hacia 1922, luego de escuchar a Piaget durante el Congreso Psicoanalítico en Berlín. En ese entonces, Freud comenzó a interesarse en las disertaciones de Piaget sobre pensamiento simbólico, dada la similitud que encontraba con su propio trabajo acerca del inconsciente (Piaget, 1961, p. 234). Anthony (1956, 1957) publicó dos artículos sobre el mismo tema, aunque resultaron más críticos que integradores, refiriéndose al trabajo de Piaget como una “psicología sin emociones”. Las contribuciones de Bion han sido determinantes en la aportación de un puente entre cognición y emoción, algo que podemos observar en su trabajo original sobre grupos sin líderes, donde establece la existencia de dos diferentes formas de grupos: grupo de trabajo (cognitivo) y grupo de supuestos básicos (emocional); esta consideración sirvió de base para su trabajo posterior sobre la parte psicótica y no-psicótica de la personalidad. He hecho uso de este artículo (López-Corvo, 2014) para la conceptualización de los traumas pre-conceptuales y la presencia de los dos estados que fragmentan la mente: traumatizado y no-traumatizado. En relación a este tema, he considerado también lo siguiente:

Meltzer (1978), destacó que Bion no discriminó entre la parte psicótica de la personalidad y la psicosis clínica, quizás debido a la influencia de Klein y su consideración de la posición esquizo-paranoide, como representación del punto de fijación para la esquizofrenia. También añadió que no estaba claro si Bion pensaba que esa parte de la personalidad es ubicua o sólo está presente en la persona, quien actualmente presente un desorden esquizofrénico. [p. 26]

Basado en estas afirmaciones y en la experiencia de muchas otras investigaciones psicoanalíticas, al igual que la mía propia, he considerado que la referencia de Bion a “psicótico” y “no psicótico” es una dinámica presente en todos los seres humanos, resultado de eventos traumáticos tempranos no contenidos. A fin de evitar la confusión –como también lo consideró Meltzer– he preferido cambiar el término de “la parte psicótica y no psicótica de la personalidad”, utilizada por Bion, por el de estados traumatizado y no-traumatizado de la personalidad.El estado traumatizado está estructurado por la presencia de emociones inconscientes organizadas acorde a una lógica específica basada en el pensamiento infantil. Este raciocinio estará determinado acorde al tiempo –punto de fijación–, es decir, cuando el trauma pre-conceptual particular se estableció. En otras palabras, el trabajo cognitivo de Piaget representa no sólo el lenguaje del niño, sino también el lenguaje de todas las formas de psicopatología tal como están presentes en el estado traumatizado de todas las mentes; memorias inconscientes no recordadas, a las que Bion se ha referido como elementos beta. La estructura epistemológica del pensamiento emocional en los adultos con frecuencia sigue una lógica parecida a la del niño; en otras palabras, “el lamento de un niño incomprendido, se repetirá a sí mismo, eterna e inconscientemente, dentro de la mente del adulto”. Sin embargo, la diatriba entre cognición y afecto no es una preocupación actual; estaba ya presente en la mente de Platón cuando éste, a través de Timeo, sostenía que en el concepto del cosmos había una interacción dialéctica entre dos supuestos elementos: “Intelecto” (Nous = nouσ) y “Necesidad” o Destino [Ananké = Anankh]. Platón aseguraba lo siguiente: “Este mundo (cosmos) organizado, es producto de un nacimiento mixto: es el hijo de la unión entre la Necesidad y el Intelecto. El Intelecto prevalece sobre la Necesidad mediante la persuasión de ésta, (Peito, diosa de la persuasión), conminar a la mayoría de las cosas a convertirse en algo mejor y el resultado de esta subyugación de la Necesidad a la sabia persuasión fue la formación inicial del Universo”2.

Podemos encontrar alguna semblanza entre esta afirmación hecha por Platón sobre el “universo externo” y la descripción de Bion acerca de la interacción dialéctica entre los mundos beta y alfa, relacionados al “cosmos interno”, donde el predominio de beta podría ser equivalente a la “necesidad”, expresada a través de la repetición a la compulsión, mientras que el mundo alfa correspondería al predominio del intelecto mediante el uso de la función alfa. Una diferencia interesante entre Platón y Bion radica en el uso del término persuasión por parte de Platón y digestión por parte de Bion, para explicar cómo el “intelecto” contiene a la “necesidad”, acorde a Platón y la función alpha a los elementos beta, según Bion.

Previamente he descrito a los traumas como el resultado de un evento temporal que se hace permanente, similar al modo como las antiguas huellas de los dinosaurios quedaron labradas para la eternidad. Imaginemos a un dinosaurio sediento, quizás un tiranosaurio, que un día cualquiera caminaba lentamente hacia la orilla de un lago a fin de calmar su sed; 180 millones de años más tarde, tormentosos aguaceros revelaron huellas estampadas en la piedra caliza que develaron los pasos de este inmenso cuadrúpedo en aquel particular paseo matinal. Podría haber sido un evento regular, un acto repetido por el tiranosaurio, aunque esta vez la conjunción de una serie de variables se conjuraron para preservar sus huellas. Quizás el peso enorme del animal junto a las condiciones del tiempo –temperatura, grado de humedad, cualidad de la arena, etcétera– se congregaron para preservar aquel rastro para siempre. Hoy día, cuando el lago no existe más y los dinosaurios han desaparecido de la faz de la Tierra, esas huellas, producto de un instante rutinario, se han preservado para la eternidad; en otras palabras, aquello que pudo haber sido un evento temporal se convirtió en un hecho permanente; una ausencia abrumadora se transformó en una presencia indeleble.He considerado (López-Corvo, 2013, 2014) la existencia de dos diferentes formas de trauma: 1) una universal, a la que he denominado trauma pre-conceptual, presente en la mente de todo ser humano, que acontece en los primeros años de la vida. 2) La otra forma la he denominado trauma conceptual, el cual es particular, individual, accidental y tiene lugar en un periodo más tardío, cuando hay una mente que falla en contener los hechos provenientes de una realidad traumática sobrecogedora3. Debido a la falla del mecanismo de “prueba de realidad”, siempre existe un entrelazamiento emocional continuo entre el trauma conceptual y el pre-conceptual.

He definido al trauma pre-conceptual (López-Corvo, 2014), como un hecho que tiene lugar en todos los individuos, durante los primeros años de sus vidas, cuando la “ausencia” de un objeto primario esencial –la madre, por ejemplo– se transforma en una “presencia permanente”, cuando la mente rudimentaria del niño y la capacidad de la madre de entender intuitivamente la angustia de su hijo (rêverie, como Bion lo ha definido), fallan en contener la ausencia. Similar a las huellas del dinosaurio, la posibilidad que esta ausencia del objeto se transforme en una presencia crónica y duradera, dependería de una ecuación imaginaria entre el impacto en particular de la experiencia traumática y la capacidad del ambiente para contener tal pérdida y ser capaz de transformarlo en un incidente inofensivo e insignificante, o lo contrario.

Los traumas pre-conceptuales son consecuencia de tres factores principales: i) la discrepancia entre la superioridad de los padres y la indefensión del niño; ii) los padres son gente común, no “escogidos por Dios” para ser padres, aunque el mecanismo de idealización que los niños proyectan en sus padres, les induce a tal creencia; iii) la soledad e impotencia, inducida muchas veces por la incapacidad del adulto para seguir la lógica infantil y no poder comprender su particular idiosincrasia y su forma de razonar. Un ejemplo clínico podría aclarar este argumento: Una joven consultó porque su pequeño hijo de tres años había comenzado a orinarse por todas partes después de que su padre “desapareció”; quien había salido repentinamente de la ciudad por motivos de negocios, sin darle al niño ninguna explicación; éste, frustrado y lleno de ira, pensaba que su padre lo había abandonado porque él no era bueno. En estos casos, la madre debe decidir si ella desea que esta conducta indeseable del niño desaparezca o que, por el contrario, se haga crónica. Si ella fuera solidaria con la necesidad del niño y no reaccionara confrontándolo con ira, dicha conducta eventualmente se extinguiría; pero si, por el contrario, se instala en una constante batalla con el niño, éste, de manera terca, podría quedarse enganchado a tal comportamiento por largo tiempo, e incluso convertirlo en un síntoma.

Podría sonar a cierto reduccionismo cuando digo todos los seres humanos están destinados a lidiar inconscientemente con alguna forma de trauma infantil, con el clamor de un niño, quien una vez fue incomprendido por sus padres y todavía en la actualidad, se sigue sintiendo incomprendido por la parte adulta de sí mismo, donde tal elemento ahora habita (estado no-traumatizado). No todas las formas de traumas pre-conceptuales son obvias y fáciles de seguir, por ejemplo, la que podemos observar en individuos que han sido abusados física o sexualmente. Algunas veces los traumas pre-conceptuales pueden estar tan fragmentados, que resulta difícil juntarlos; un concepto que Kahn (1963) ha descrito como “trauma acumulativo”. Un ejemplo clínico nos servirá de utilidad: Olga era una joven aparentemente muy perturbada, presentaba una organización delirante y paranoide que le hacía sentirse amenazada por fuerzas oscuras que la acusaban de ser homosexual. Hija de dos pediatras agradables y sensatos, y a pesar de una exhaustiva investigación no pudimos encontrar ningún evento infantil que pudiese explicarnos la intensidad de su sufrimiento mental, excepto por el hecho de que ella era la octava de una familia de 10 niños. Cuando nació, su madre estaba “ocho veces diluida” y esta ausencia pasiva estaba en el corazón de su necesidad y de su delirio paranoide. Era un trauma del día a día, aparentemente atenuado, pero que en el tiempo, había producido un efecto devastador y determinante en su mente. Confundía, de adulta, la inmensa necesidad que había tenido cuando niña por la “presencia de su madre ausente”, proyectada ahora en todas las mujeres.

La mayoría de las veces los traumas pre-conceptuales pueden ser descubiertos en las primeras entrevistas, aunque algunas veces puede tomar algunas semanas. En la práctica privada, es esencial determinar tan pronto como sea posible la característica específica del trauma particular que el paciente ha padecido en la temprana infancia, por cuanto una vez que el núcleo del trauma pre-conceptual es aprehendido, es posible darse cuenta de que lo revelado desde la psicopatología de cada paciente, al igual que desde la transferencia y contratransferencia, siempre es la repetición del corazón del trauma; puede que la forma como se presenta el conflicto cambie, pero su significado inconsciente es siempre el mismo. Algunas de las verdaderas características traumáticas podrían ser inferidas acorde a la forma como el paciente comunica sus emociones al terapeuta –algo a lo que nos referimos como la transferencia–, o como el terapeuta responde emocionalmente a los sentimientos proyectados por el paciente, algo a lo que nos hemos referido como “contra-transferencia”. He considerado anteriormente que las emociones que están siendo re-experimentadas por el adulto fueron previamente sentidas hacia los padres durante la infancia y representan condiciones traumáticas que han permanecido congeladas, aunque repitiéndose continuamente dentro del inconsciente. El género y el lugar que ocupaba entre sus hermanos puede también proveer evidencias sobre el trauma particular. En una familia de tres niños, por ejemplo, el mayor podría sentirse “abandonado”, el del medio “olvidado” y el más joven “abusado”. Sin embargo, cuando hay un solo hijo, el trauma pre-conceptual podría estar estructurado alrededor de sentimientos de extrema responsabilidad por el bienestar de los padres, por el temor inconsciente que el niño siente cuando piensa lo que podría acontecerle si sus padres desaparecen.

Traumatizadono-traumatizado
Lógica Mental:Sigue lógica infantil del pensamiento transductivo (de las partes a las partes) y está estructurada por elementos beta.Lógica Mental:Sigue lógica de pensamiento adulto, utilizando lógica deductiva y función alfa para transformar elementos beta en alfa.
Mundo de Proyecciones(Transferencia-Contratransferencia)Mundo Real(Objetos reales)
Narcisismo Patológico:El tiempo es circular: el pasado es continuamente repetido en el presente y en el futuro. Confusión del espacio: No se discrimina entre el mundo interno y el externo.Narcisismo Normal:El tiempo es lineal: se discrimina entre el Tiempo y el Espacio al igual que entre el mundo interno y el externo.
Desolación:Existe en relación al Otro, como el niño respecto al adulto.Soledad:Existe en relación a su propio Self, como el adulto en relación al niño.
Necesidad de un “Rescatador” externo.El “Rescatador” es uno mismo
Esperanza de VenganzaEsperanza de Renuncia
Simbolización:Continua u “Homeomórfica.”Simbolización:Discontinua o “Heteromórfica.”

Otro aspecto significativo del trauma infantil es la dificultad para recordar el aspecto emocional del trauma: puede ser recordado intelectualmente, pero respecto a las emociones relacionadas que lo estructuran, éstas usualmente permanecen reprimidas.

Repasemos un ejemplo clínico: después de un año en análisis, un paciente relató un sueño, en el cual despierta aterrorizado, por cuanto sentía que estaba atorado con algo que no podía tragar. Dice que recuerda haber tenido este sueño varias veces. No cree que hubiese algún evento del día anterior que pudiese haber disparado el sueño, aunque recuerda que estaba lidiando, en el trabajo, con un problema que exigía mucho de él. Le dije, “¿querrás decir que quizás este problema te atoraba?” “Bien”, respondió, “algunas veces siento que me preocupo demasiado, que me van a botar y mi familia va a sufrir, aunque a la misma vez, sé que no es posible que me despidan por algo así.” Le pregunté si había alguna situación de su infancia en la que se sintiese atragantado; dijo, “cuando tenía 4 o 5 años, visitando a mi abuela materna, tragué algunas aspirinas de un frasco y me llevaron al hospital y me lavaron el estómago; fue algo bastante desagradable.” Pregunté si su familia estaba allí, dijo que todos estaban allí, su madre, su padre y su abuela, que luego supo por su madre que después de ese evento, el siguiente día, su abuela tuvo un accidente cerebrovascular, fue llevada al hospital donde murió. No recuerda, pero esto pudo haber sido experimentado por él como algo que le hacía sentirse muy culpable, saber que ella hubiese muerto por lo que él hizo. Agregué, “¡Ahora sabemos qué te atragantó!” Cada ser humano alberga en su mente la existencia de un estado traumatizado cincelado por las características particulares de su trauma pre-conceptual.

Otro aspecto importante a considerar en psicoanálisis o psicoterapia es apoyarse en la existencia del estado no-traumatizado; hacer uso de la capacidad de razonar con lógica, o función alfa, como le ha llamado Bion, presente en este estado, que debe activarse para poder así “digerir” los elementos beta, o experiencias emocionales reprimidas –que conforman el estado traumatizado– y transformarlos utilizando sentido común, para que pueden ser usados en producir o crear una comprensión lógica.

Una paciente, a la cual también me referiré en el Capítulo III, comienza la sesión con algo usual, expresando –mientras llora– que se siente muy culpable porque tiene fantasías donde ataca a mi esposa –a la cual nunca ha visto–, piensa que es desagradable, rabiosa y fea. Le dije que en mi opinión, el problema no era tanto la crítica que ella expresaba, sino el gran drama que hacía alrededor de su fantasía, algo que habíamos discutido muchas veces en el pasado. Parecía que existía en ella una niña pequeña, envidiosa y rabiosa, que atacaba a su madre, proyectada en mi esposa, porque al igual que su padre, ella sentía que yo la abandonaba. Sin embargo, dado que ella estaba al tanto de todo esto, pensé que quizás el conflicto real era la presencia de una niña rabiosa y envidiosa interna, con poder suficiente para controlar su mente, mientras que su parte adulta y lógica, capaz de razonar, no se hacía presente. Pensaba sobre el porqué se daba algo así, era como si inconscientemente ella me estaba probando, induciéndome a usar mi propia función alfa o capacidad de razonar con lógica, con el fin de que yo sintiese que, diferente de su padre, ella realmente me importaba. Pero si esto fuese así, ella estaba pagando un precio alto de culpa y ansiedad.Una mujer en sus 40, de origen hindú, casada en un matrimonio previamente arreglado cuando ella tenía 18 y él era 15 años mayor, iniciaron una terapia de pareja a causa de las continuas peleas entre ellos. Discutían sin cesar, emulando la rivalidad entre hermanos. Les dije que cada uno de ellos era dos personas: por un lado un elemento adulto que deseaba mejorar su relación y por ello acudían a terapia (estado no-traumatizado), pero a la misma vez, había otro elemento, (estado traumatizado) que de modo similar a cuando eran niños, utilizaban “rivalidad infantil”, tenían la necesidad de acusarse mutuamente de ser el/la “malo/a”, a fin de sentirse el “bueno/a” ante los ojos de la madre interna que tienen en su cabeza y que a la vez proyectaban en mí. Había el deseo inconsciente de convertirme en el “rescatador” de un elemento “desamparado” que han inventado y recreado en sus mentes, siguiendo el mismo guion que utilizaron cuando eran niños; sin embargo, lo que ahora hacían era construir dentro de ellos y sin darse cuenta (inconsciente) la misma trampa infantil. Este mecanismo está siempre presente en todas las discrepancias de parejas y en sus continuas mutuas agresiones.

¿Qué pasa cuando nuestro elemento infantil, o estado traumatizado, controla nuestra mente, y el estado no-traumatizado o parte adulta, no interviene para rescatarnos, sino que permanece pasivo y particularmente indiferente? Bion ha reafirmado a menudo que las proyecciones de los “pensamientos no pensados” o elementos beta, son proyectados junto con la parte de la mente capaz de contenerlos; por ejemplo, si alguien expresa su miedo a subirse en un ascensor, algún otro que no teme a esto, dirá que no hay por qué temer, que un elevador es un modo adecuado para acceder a pisos altos. Esta explicación, capaz de contener una amenaza poco razonable, está ausente en la persona fóbica y esta forma de razonamiento –más el posible añadido de los significados inconscientes– es lo que proporcionamos en el consultorio a manera de interpretación. Sin embargo, podríamos preguntarnos ¿qué hace a la persona fóbica, incapaz de usar su propio juicio de razonamiento, –estado no-traumatizado– y lograr así apaciguar la parte interna infantil atemorizada o elemento traumatizado? Podríamos considerar tres posibilidades:

I) Miedo a la agresión extrema de la infancia: Una condición que permanece reprimida y podría inducir una negación de la parte adulta, o estado no-traumatizado, por el temor al deseo infantil de “matar los padres”, algo que no pudieron hacer cuando niños, por su indefensión, pero que podría ser llevado a cabo ahora, cuando se es adulto. Este aspecto será analizado en detalle en el Capítulo X, con material clínico incluido.

II) La auto-envidia: Una condición a la cual me he referido anteriormente (López-Corvo, 1992, 1995, 1999), como el ataque al pensamiento lógico o función alfa, propia de los adultos, de los padres, la cual los niños suelen atacar envidiosamente y una vez que han crecido que se han convertido en adultos, podrían, mediante la auto-envidia, atacar en ellos mismos su propio “pensamiento adulto”, de la misma manera que atacaron envidiosamente esa capacidad de razonar de sus “padres externos” cuando eran niños. Sobre este punto, Bion (1962) dijo lo siguiente:

El intento de evadir la experiencia de contacto con objetos vivos, mediante la destrucción de la función alfa [estado no-traumatizado], deja a la persona incapacitada para tener una relación con algún aspecto de si mismo que no semeje a un autómata. Sólo los elementos beta [estado traumatizado], están disponibles para cualquier actividad que tenga lugar en el pensamiento; a su vez, estos elementos beta son adecuados sólo para ser evacuados -quizás, a través de la identificación proyectiva. [p.13]

También agregó:

El ataque a la función alfa estimulado por el odio y la envidia [auto-envidia4], destruye la posibilidad de un contacto consciente por parte del paciente, consigo mismo o con cualquier otro objeto vivo. [Ibid, p. 9]

III) Pensamiento mágico: Todos los niños usan defensas mágicas y omnipotentes como forma de protección debido a la discrepancia entre la indefensión del niño versus el poder y control ejercido por sus padres. Será muy difícil renunciar a estas defensas que han sido inconscientemente utilizadas por tiempo prolongado en nuestras vidas, las cuales, a los ojos del niño vulnerable, fueron siempre experimentadas como única protección. El conflicto implícito en este tipo de defensa infantil es que una vez que nos hacemos adultos y la infancia ya no existe, en lugar de deshacernos para siempre de estas defensas infantiles y apoyarnos en nuestra lógica de adulto, continuamos en forma inconsciente, haciendo uso de ellas en virtud que el elemento infantil interno, que normalmente habita en nuestra mente, continúa inconscientemente recreando la misma necesidad de utilizar tales defensas infantiles. Esta condición, en su totalidad, se transforma en una trampa mental en cuanto a repetir infinita y poderosamente tales defensas y, al mismo tiempo, paralizar la capacidad de razonar lógicamente; en otras palabras, no usar la función alfa presente en el estado no-traumatizado, induciendo la necesidad de un “rescatador externo”, que sea capaz de “prestarnos” su propia lógica, sentido común o función alfa; es una situación que con frecuencia vemos en personas fóbicas.

Vivir en el presente una vez que somos adultos, mientras nuestra mente está continuamente regida por la lógica del niño del pasado, sin acceso a nuestro pensamiento lógico, siempre resultará en un estado de indefensión, ansiedad y sufrimiento que algunas veces compromete hasta nuestra propia vida.

Otro aspecto a contemplar es la dificultad que tienen algunos terapeutas y analistas en seguir la lógica presente en la psicopatología del paciente adulto, similar a la dificultad que tienen los mayores para conceptualizar el pensamiento infantil, basado en el hecho de que usualmente el sufrimiento mental es una consecuencia de las confusiones emocionales que fueron estructuradas en la infancia. Este aspecto se discutirá en el próximo capítulo.

La traumática desolación de los niños

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