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1. Marco histórico y social

En la segunda mitad del siglo XIX y a comienzos del XX, se manifiestan unas corrientes de pensamiento que cambian el mundo e influyen en Valle-Inclán. Esta crisis de fin de siglo, y los procesos consiguientes que la acompañan, fluyen de tendencias sociales cuyos protagonistas destacamos seguidamente.

Karl Marx (1818-1883) escribe junto a Friedrich Engels (1820-1895) el Manifiesto comunista (1848). Años después, tratando de establecer las necesidades del ser humano para alcanzar el bienestar, publica El capital (1867), donde analiza pormenorizadamente aspectos fundamentales de la economía. Sostiene, en resumen, que la acumulación de dinero, acentuada con la plusvalía, provoca una injusticia; es decir, una pequeña parte de la población, la que controla el capital, explota a la gran mayoría, los trabajadores. Ese abuso impide la igualdad de oportunidades entre los seres humanos y provoca sufrimiento y tensiones irresolubles. Solo el establecimiento de una justicia social daría a los individuos y a la sociedad la paz y el progreso. Esta teoría marxista favoreció la creación de los partidos socialistas y comunistas, el nacimiento de los sindicatos de trabajadores y el reforzamiento del anarquismo. Su consecuencia inmediata fue la Revolución rusa (1917), citada en Luces de bohemia.

Friedrich Nietzsche (1844-1900), filósofo y poeta, criticó la cultura y la filosofía de su época. Mostró una nueva concepción laica de la sociedad, que en parte surge de la famosa afirmación «Dios ha muerto», de La gaya ciencia (1882), y planteó en Así habló Zaratustra (1883-1885) y en Más allá del bien y del mal (1886) una nueva ética del comportamiento humano, ya no basada en un principio divino, sino en el conflicto entre los fuertes y los débiles. Concibió la necesidad de que cada persona tome decisiones por sí misma con coraje, con esfuerzo, sin delegar en apoyos externos o espurios, como la religión. Su teoría del «superhombre» afirma la necesidad de exaltar la fuerza mental, moral, y no la debilidad, como hacía la religión tradicional. En El origen de la tragedia (1872, 1886), analizó la ruptura del equilibrio del teatro griego entre lo apolíneo (lo equilibrado y coherente) y lo dionisiaco (lo impulsivo e instintivo). Luces de bohemia presenta ese conflicto: racionalidad frente a irracionalidad.

El médico Sigmund Freud (1856-1939) estudió las enfermedades y perturbaciones mentales. Tras una primera época de colaboración con Carl Gustav Jung (1875-1961), concluyó, en La interpretación de los sueños (1900), que el mejor método para conocer las causas de los traumas era la interpretación psicoanalítica de los sueños, porque estos son una muestra inconsciente de nuestras inquietudes. Muchas alteraciones se relacionarían con pulsiones sexuales infantiles prohibidas o sagradas (tabúes) y con una represión cultural que impide la vivencia natural de la sexualidad. Eros, el instinto de supervivencia, lucha contra Tánatos, el abandono y la muerte, y la mente reacciona trasladando nuestra angustia del consciente al inconsciente y mostrándola en los sueños.

Freud cimentó la defensa de una liberación personal y social que se manifestó en un nuevo arte, el superrealismo. Luces de bohemia se aparta del realismo anterior y afirma la estética esperpéntica de los espejos deformantes (escena XII). Valle-Inclán considera que la comprensión de la realidad mejora con su caricatura y expone la lucha interna de Max, quien se debate entre Eros, combatiendo la injusticia y gozando de la vida, y Tánatos, acariciando el suicidio y la muerte desde la escena primera a la duodécima.

En el Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia (1889), el filósofo Henri Bergson (1859-1941) fijó su teoría sobre la diferencia que hay entre el tiempo computable mecánicamente (pasajero) y el tiempo de la conciencia (subjetivo y perdurable). Este último es el tiempo real y clave para el ser humano. Nuestra conciencia individual, y quizá la social, es subjetiva, relativa. Se establece, así, una relación con la teoría sobre la relatividad, inmediatamente posterior, de Albert Einstein (1879-1955). La vida sería la fusión entre los espacios (fijos, estables y computables) y los tiempos (imprecisos, inestables y dependientes de nuestra conciencia subjetiva, no mensurable). La vida será, pues, una experiencia interna, aunque relacionada con nuestro mundo externo. Luces de bohemia es una buena muestra de esa conciencia temporal subjetiva: se concentra una acción trepidante, intensa, de unas 12 horas, desde que Max sale de casa hasta su vuelta, más la coda posterior. Valle-Inclán, quien declaró su afán de condensar los tiempos, consigue que los espacios de la obra fluyan veloces, como si hubieran sido percibidos tras la ventanilla de un tren nocturno.

Señalamos, finalmente, al español José Ortega y Gasset (1883-1955), quien coincidió con Valle-Inclán en varias tertulias literarias. Expuso sus tesis en libros cabales: Meditaciones del Quijote (1914), España invertebrada (1921) y La rebelión de las masas (1929). Su sentencia «Yo soy yo y mi circunstancia» influye en Luces.

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