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Capítulo 4 El niño en el aula La escolarización y su interacción con el desarrollo libidinal
ОглавлениеBetty Korsunsky
Aquí abordaremos el desarrollo cronológico del pensamiento kleiniano respecto de la relación del niño con su escolaridad, con sus juegos. Lo haremos a partir de dos trabajos que están articulados y escritos en el mismo año: 1923. Melanie Klein en su artículo Análisis infantil coloca el acento en la relación entre síntomas, inhibiciones y sublimaciones, en tanto que en El papel de la escuela en el desarrollo libidinoso del niño, elaborado a partir de la clínica con niños, plantea cómo las inhibiciones para el juego y en la escuela (en el aula, con los útiles de trabajo, en la relación con los maestros, en el aprendizaje de distintas materias) dependen del significado simbólico sexual que adquieren.
Según Petot,1 las concepciones protokleinianas de 1923 incluyen una teoría de la psicología normal y consideraciones psicopatológicas, que son la consecuencia de explicar el desarrollo de la personalidad en general y, sobre todo, de las funciones del yo, en términos de cargas libidinales.
El punto de partida de la autora son los modelos freudianos acerca de las pulsiones sexuales-pulsiones de autoconservación (también denominadas pulsiones del yo) y la teoría de la libido objetal y narcisista. También se nutre de E. Jones y S. Ferenczi, sumando ideas propias, centrada en el tema del aprendizaje y del desarrollo yoico. Busca conocer la mentalidad infantil y sus dificultades de desarrollo, abarca lo que considera el desarrollo normal, incluyendo la sublimación y la psicopatología, considerando las inhibiciones y los síntomas neuróticos.
Un modo de pensar hasta ahora la inhibición es que se halla determinada por represiones de las ideas libidinales asociadas con el juego y la actividad en la escuela. Clínicamente se manifiestan como inhibiciones: la torpeza en juegos y gimnasia, la aversión por ellos, poco o ningún placer en las lecciones, falta de interés por una materia especial, distintos grados de la llamada pereza; así como capacidades o intereses más débiles de lo que es común.
Considera que en la base de estas inhibiciones existe un intenso placer primario que había sido reprimido debido a su carácter sexual. Jugar a la pelota o con aros, el patinaje, deslizarse en el tobogán, bailar, hacer gimnasia, la natación resultaron tener una catexia libidinal y el simbolismo genital representa siempre un papel en ellos. Del mismo modo, comprende las dificultades con el camino para ir a la escuela, la relación con maestros y maestras.
Melanie Klein sostiene que el fundamento de las inhibiciones, tanto las reconocidas como las que no, se halla en el placer y en su significado simbólico−sexual y considera la sexualidad (en algunos párrafos) como equivalente de la genitalidad. Privilegia el significado simbólico−sexual, que atrae la represión sobre sí, porque la represión se dirige contra el matiz de placer sexual genital asociado a la actividad y conduce a la inhibición de esta actividad.
En la tarea de revertir el estado inhibitorio, la autora encontró que la angustia y, especialmente, el miedo a la castración (cuando se resolvía) hacía posible progresar en la remoción de la inhibición. Con Fritz pudo establecer que la ansiedad seguía de tal modo el curso del análisis que era siempre un indicio de que las inhibiciones estaban por ser removidas. Cada vez que la ansiedad era resuelta, la importancia del éxito en hacer desaparecer inhibiciones estaba en proporción directa con la claridad con que la ansiedad se manifestaba como tal y podía ser resuelta. El hecho de que la supresión de estas inhibiciones y síntomas ocurriera por medio de la ansiedad le demuestra con seguridad que su fuente es la ansiedad.2
El lugar de la ansiedad lo retoma en la teoría de las posiciones.
Por eliminación exitosa no quiere significar únicamente que las inhibiciones disminuyan o se supriman, sino que el análisis logra restablecer el placer original en la actividad. Desde el psicoanálisis se sostiene que la ansiedad es uno de los afectos primarios.3 En correspondencia con esto, la angustia en los niños precederá invariablemente a la formación de síntomas y será la primera manifestación neurótica que allana el camino, por así decirlo, para los síntomas.
Da la impresión de que M. Klein se está adelantando a la segunda teoría de la angustia que S. Freud planteará en 1926.
Melanie Klein cita a S. Freud:
“Recordamos el hecho de que el motivo y propósito de la represión es simplemente el de evitar el ‘dolor’. Se deduce que el destino de la carga de afecto perteneciente a la representación es mucho más importante que el de su contenido ideacional y es decisivo para la opinión que nos formamos del proceso de represión. Si la represión no consigue evitar que surjan los sentimientos displacenteros a la angustia, podemos decir que ha fallado, aun cuando haya alcanzado su propósito en lo que se refiere al elemento ideacional.”4
Si la represión falla, el resultado de la angustia (del montante de afecto) es la formación de síntomas.
Melanie Klein se pregunta: ¿Cómo es posible que se suprima la carga de afecto en la represión exitosa? Parece justificado suponer que siempre que tiene lugar la represión (sin exceptuar los casos en que es exitosa), el afecto se descarga en forma de ansiedad, cuya primera fase a veces no se manifiesta o pasa inadvertida. Este proceso es frecuente en la histeria de angustia y también presumimos su existencia cuando esta histeria no se desarrolla realmente. El mecanismo por el que se posibilita la ligazón y descarga de esta ansiedad (o la disposición a la ansiedad) sería el mismo que el que hemos visto dar por resultado la inhibición y los descubrimientos del psicoanálisis nos han enseñado que la inhibición interviene en mayor o menor grado en el desarrollo de todo individuo normal, si bien también en esto es solo el factor cuantitativo el que determina si será sano o enfermo.
Observamos, en estas ideas de M. Klein, el encabalgamiento entre el desarrollo desde la psicología normal y la psicopatología.
Surge, entonces, la pregunta: ¿Por qué una persona sana puede descargar en forma de inhibiciones lo que a un neurótico lo ha llevado a la neurosis? Las siguientes características pueden formularse como distintivas de las inhibiciones que estamos tratando:
ciertas tendencias del yo reciben una poderosa catexia libidinal
una cantidad de ansiedad es distribuida en tal forma entre estas tendencias que ya no aparece como ansiedad, sino como displacer, desasosiego mental, incomodidad, etcétera.
El análisis, sin embargo, demuestra que esas manifestaciones representan ansiedad. Por consiguiente, la inhibición implicaría que cierta cantidad de ansiedad ha sido incorporada por una tendencia yoica que ya ha tenido una catexia libidinal previa. La base de una represión satisfactoria sería entonces la catexia libidinal de los instintos del yo y la inhibición como resultado.
Cuanto más perfectamente realiza su trabajo el mecanismo de la represión exitosa, menos fácil resulta reconocer la ansiedad, aun en la forma de aversión. En las personas enteramente sanas y apariencia completamente libres de inhibiciones, aparecen en última instancia solo en forma de inclinaciones debilitadas. En lo que respecta a la teoría del proceso de defensa, M. Klein vinculó la angustia, en todas sus formas, con la represión del complejo de Edipo. La psicopatología que esta ocasiona le permitió postular una psicogénesis de la histeria, la inhibición y la sublimación que constituye un sistema coherente, destaca Petot.5
Si equiparamos la capacidad de emplear la libido superflua en una catexia de tendencias del Yo, con la capacidad de sublimar, podemos suponer que la persona que permanece sana logra hacerlo por su mayor capacidad para sublimar en un estadio muy temprano del desarrollo del yo.
Para M. Klein toda sublimación requiere un predominio genital, está implícito ya en este momento de su obra, lo que luego se hará explícito: el Edipo temprano. No obstante, también adelanta otro argumento: la ansiedad preexistente a la que proviene de la represión del complejo de Edipo se debe a las “primeras castraciones”.
“Lo que he denominado previamente catexia simbólica−sexual de una tendencia o actividad perteneciente a los instintos del yo corresponde al componente libidinoso. Llamamos ‘sublimación’ a este proceso de catectización con libido y explicamos su génesis diciendo que provee a la libido superflua, para la cual no hay satisfacción adecuada, de la posibilidad de descarga y que de este modo disminuye o termina el estancamiento de la libido.”6
Aunque, en realidad, debiéramos decir que puede haber sublimaciones primarias o no, o mejor dicho, puede haberlas según una gradiente que va desde las numerosas y bien encaminadas hasta aquellas que casi no logran establecerse por la precocidad de la represión. La represión actuaría entonces sobre las tendencias del Yo elegidas para ese fin y así surgirían las inhibiciones. En otros casos, los mecanismos de las neurosis se movilizarían en mayor o menor grado dando como resultado la formación de síntomas.
El complejo de Edipo hace que la represión surja en forma particularmente intensa y moviliza al mismo tiempo el miedo a la castración. Podemos quizás suponer también que esta gran “oleada” de ansiedad es reforzada por la ansiedad preexistente (como una disposición en potencia) a consecuencia de represiones tempranas: esta última ansiedad puede haber operado directamente como angustia de castración originada en las “primeras castraciones”. Melanie Klein ha descubierto muchas veces en el análisis la angustia del nacimiento como angustia de castración que revivía material temprano y ha encontrado que resolviendo la angustia de castración se disipaba la angustia del nacimiento.
Por ejemplo, encontró en un niño el temor a que estando sobre hielo pudiera ceder debajo de él o a caer a través de un agujero en un puente −expresiones evidentemente de angustia de nacimiento. Repetidamente ha encontrado que estos temores estaban movilizados por deseos menos evidentes (activados como resultado del significado simbólico-sexual de patinar, de los puentes, etcétera), de forzar el regreso a la madre por medio del coito y esos deseos originaron el miedo a la castración. Esto también hace más fácil entender por qué la procreación y el nacimiento son concebidos frecuentemente en el inconsciente como un coito del niño, quien, aunque sea con ayuda del padre, penetra de este modo en la vagina materna.
No parece arriesgado, por lo tanto, considerar el pavor nocturno que aparece a los dos o tres años como ansiedad originada en el primer estadio de represión del complejo de Edipo, cuya ligazón y descarga prosigue posteriormente por diversos caminos.7
El temor a la castración que se desarrolla cuando se reprime el complejo de Edipo se dirige ahora a las tendencias del Yo que ya han recibido una catexia libidinal y luego, a su vez, es ligado y descargado por medio de esta catexia.
Con los niños Fritz y Félix la autora pudo comprobar que las inhibiciones del placer en los movimientos estaban estrechamente conectadas con las del placer en el estudio y con varias tendencias e intereses yoicos. En ambos casos lo que hizo posible este desplazamiento de la inhibición o angustia de un grupo de las tendencias del yo hacia otro fue, evidentemente, la catexia principal de carácter simbólico−sexual común a ambos grupos.
En Félix, 13 años, la forma en que apareció este desplazamiento fue la alternancia de sus inhibiciones entre juegos y lecciones. En sus primeros años escolares había sido un buen alumno, pero por otra parte era muy tímido y torpe en toda clase de juegos. A partir de la intervención de su padre, Félix llegó a ser bueno para los juegos y apasionadamente interesado en ellos, pero junto a este cambio se desarrolló en él una aversión por la escuela y todo estudio o conocimiento. Esta aversión se convirtió en manifiesta antipatía, que tenía cuando llegó al análisis. La catexia simbólico-sexual en común estableció una relación entre las dos series de inhibiciones y fue en parte la intervención de su padre, conduciéndolo a considerar los juegos como una sublimación más en consonancia con su yo, la que lo capacitó para desplazar la inhibición de los juegos a las lecciones.
Piensa que el factor de “consonancia con el yo” es importante para determinar contra qué tendencia investida libidinalmente se dirigirá la libido reprimida (descargada como ansiedad) y qué tendencia sucumbiría de este modo, en mayor o menor grado, a la inhibición.
Podemos considerar la inhibición como la restricción de un peligroso exceso de libido. En un principio, entonces, la primera reacción del yo ante un peligro de estancamiento de la libido debe ser la angustia: “la señal para huir”. Pero la incitación a la huida da lugar al “aferrarse al propio terreno y tomar medidas defensivas apropiadas”8 que corresponde a la represión y la formación de síntomas. Otra medida defensiva puede ser el sometimiento, restringiendo las tendencias libidinales, es decir, la inhibición, pero esto solo puede ser posible si el sujeto triunfa en desvirtuar la libido dirigiéndola hacia las actividades de los instintos de autoconservación, dando así una salida en el campo de las tendencias del yo al conflicto entre energía instintiva libidinal y represión.
Destaca como conclusión que la ausencia o presencia de capacidades, aunque parezcan determinadas simplemente por factores constitucionales y formando parte del desarrollo de los instintos del Yo, demuestran estar determinadas igualmente por otros factores, como los libidinales, y ser susceptibles de cambiar a través del análisis.
Uno de estos factores básicos es la catexia libidinal, como preliminar necesario de la inhibición. Esta conclusión está de acuerdo con hechos ya observados repetidamente en psicoanálisis. Pero existe la catexia libidinal de una tendencia del yo aun cuando la inhibición no se ha producido. Es (como aparece con especial claridad en el análisis de niños) un componente constante de todo talento e interés. Si es así, debemos suponer que, para el desarrollo de una tendencia del yo, no solo tendría importancia una disposición constitucional sino también lo siguiente: ¿Cómo, en qué período y en qué cantidad (bajo qué condiciones) tiene lugar la alianza con la libido? De modo que el desarrollo de la tendencia del yo depende del destino de la libido con la cual está asociada, es decir, del éxito de la catexia libidinal. Esto reduce la importancia del factor constitucional en el talento.
Considera que, en el estadio narcisista, los instintos del yo y los sexuales están todavía unidos porque en un principio los instintos sexuales entran en el terreno de los instintos de autoconservación. Aunque aceptamos como válida la diferenciación posterior entre instintos del yo e instintos sexuales, sabemos, por otra parte, gracias a S. Freud, que una parte de los instintos sexuales permanece asociada a lo largo de la vida con los instintos del Yo y les provee componentes libidinales. Lo que ha denominado previamente catexia simbólico−sexual de una tendencia o actividad perteneciente a los instintos del yo corresponde al componente libidinal. De este modo se refiere a la sublimación.
Pero, al mismo tiempo, los factores que condicionan el desarrollo del lenguaje están activos en la génesis del simbolismo.9 Desde este vértice también nos acercamos al mecanismo de la sublimación.
De acuerdo con esto, vemos que la identificación es un estadio preliminar no solo de la formación de símbolos sino al mismo tiempo de la evolución del lenguaje y de la sublimación. Esta última se produce por medio de la formación de símbolos: las fantasías libidinales quedan fijadas en forma simbólico-sexual sobre objetos, actividades e intereses.
Podemos sintetizar sus afirmaciones del siguiente modo: en los casos que he citado de placer en el movimiento (juegos y actividades atléticas) debemos reconocer la influencia del significado sexual del campo de deportes, del camino, etcétera (como representación de la madre), en tanto que caminar, correr y toda clase de movimientos atléticos representan la penetración dentro de la madre. Al mismo tiempo, los pies, las manos y el cuerpo que llevan a cabo estas actividades y que, como consecuencia de identificaciones tempranas, están relacionadas con el pene, sirven para atraer sobre ellos algunas de las fantasías que realmente están en relación con el pene, las situaciones y gratificaciones asociadas con dicho órgano. Destaca que el eslabón que conectó esto fue probablemente el placer por el movimiento o, más bien, los primeros sonidos hablados eran los llamados seductores a la pareja y que este lenguaje rudimentario se desarrolló como acompañamiento rítmico del trabajo, el que quedó asociado al placer sexual. Pero, al mismo tiempo, los factores que condicionan el desarrollo del lenguaje están activos en la génesis del simbolismo.
En esta formulación M. Klein presupone que hay represiones y sublimaciones previas al complejo de Edipo freudiano.
El placer del habla y del movimiento del niño pequeño son las primeras sublimaciones. De todos modos, el destino final de estas primeras sublimaciones se juega en el Edipo.
Al examinar el problema de la sublimación, sugirió que un factor determinante de su éxito era que las fijaciones destinadas a la sublimación no hayan sufrido una represión demasiado temprana, porque esto impide la posibilidad de desarrollo. De acuerdo con esto, tenemos que postular una serie complementaria entre la formación de síntomas, por una parte, y la sublimación eficaz, por otra. Nos encontramos que la fijación que conduce a un síntoma estaba ya en vías de sublimación, pero fue apartada de ella por la represión. Cuanto más pronto ocurre, mayor será el grado en que la fijación retendrá el verdadero carácter sexual de la situación placentera y tanto más sexualizará la tendencia en la que ha colocado su catexia libidinal, en vez de fusionarse con esa tendencia. También será más inestable esa tendencia o interés porque estará continuamente expuesta a la arremetida de la represión.
Entonces tenemos que las inhibiciones están formadas por la transferencia de libido superflua en camino hacia la sublimación. La sublimación, cuando es reprimida, su efecto es la inhibición. Diferencia la sublimación fracasada (en la cual las fantasías se topan con la represión en su camino hacia la sublimación y en esta forma quedan fijadas) de una sublimación inhibida que tiene que haber existido realmente como sublimación.
Entonces, podemos suponer que, en la medida que tengan éxito las sublimaciones y, por lo tanto, queda una parte pequeña de la libido estancada dentro del yo, lista para ser descargada como angustia, menor será la necesidad de inhibición. Y cuanto más exitosa sea la sublimación, menos estará expuesta a la represión.
De todas las mencionadas por M. Klein transcribo una ilustración del efecto de las fantasías de masturbación sobre la sublimación.
Félix produjo la siguiente fantasía: estaba jugando con hermosas niñas desnudas cuyos pechos frotaba y acariciaba. No veía la parte inferior de sus cuerpos. Jugaban al fútbol entre ellos. Esta fantasía sexual, que para Félix era un sustituto del onanismo, fue seguida durante el análisis por muchas otras fantasías; algunas aparecían en forma de ensueños diurnos; otras, durante la noche, como sustitutos del onanismo y todas referidas a juegos. Estas fantasías demuestran cómo algunas de sus fijaciones fueron elaboradas en un interés por los juegos. En la primera fantasía sexual, el coito fue reemplazado por el fútbol. Este juego, junto con otros, había absorbido enteramente su interés y ambición, porque esta sublimación estaba reforzada reactivamente, como protección contra otros intereses reprimidos e inhibidos que estaban menos en consonancia con su yo.
La fijación a escenas o fantasías “primarias” (primordiales para S. Freud) es poderosa en la génesis de la neurosis.
Voy a dar un ejemplo de la importancia de las fantasías primarias en el desarrollo de las sublimaciones.
Fritz, que tenía casi siete años, contaba varias fantasías acerca del “General pipí” (el órgano genital) que conducía los soldados “gotas de pipí” a través de las calles. Fritz dio una descripción exacta de la situación y lugar de estas calles y las comparó con la forma de las letras del alfabeto. El general conducía a los soldados a un pueblo, donde eran acuartelados.
El contenido de estas fantasías era el coito con la madre, el movimiento que acompaña al pene y el camino que toma. Del contexto surgió que eran al mismo tiempo fantasías de masturbación. Cuando corría con su “monopatín” atribuía especial importancia a dar vueltas y curvas, tales como había descrito en varias fantasías sobre su “pipí”. Una vez, por ejemplo, dijo que había inventado una patente para el “pipí”. La patente consistía en poder hacer aparecer el “pipí” con un salto a través de la abertura de sus pantalones, sin tocarlo con las manos, enroscando y torciendo todo el cuerpo.
Tenía repetidamente fantasías de inventar tipos especiales de motocicletas y autos. Lo importante de esas construcciones de su fantasía era invariablemente conseguir mayor destreza, especialmente en la dirección y en las curvas. Era evidente que la raíz de la patente de invenciones y construcciones que fantaseaba yacía siempre en los movimientos y funciones del “pipí” al que sus invenciones tenían como objetivo mayor perfeccionamiento. “Las mujeres −decía− tal vez puedan conducir, pero no pueden girar rápidamente”. Una de sus fantasías era que tanto las niñas como los varones tuvieran enseguida de nacer su pequeña motocicleta. Cada niño podría llevar a tres o cuatro en su motocicleta y dejarlos en el camino donde ellos quisieran. Los niños malos se caerían de la motocicleta al tomar una curva muy cerrada y los demás descenderían al llegar a término (nacerían). Hablando de la letra S, con la cual tenía varias fantasías, decía que los hijos de dicha letra, las pequeñas s, pueden hacer arrancar y conducir motos estando todavía en pañales, que todos ellos tenían motocicletas, con las que podían ir en un cuarto de hora mucho más lejos que lo que las personas mayores podían en una hora y que los niños eran superiores a los mayores en correr y saltar y en todo lo que se refiera a destreza del cuerpo.
Recordemos qué le sucedía durante los primeros años de su vida, alrededor de los cinco años: sentía un marcado desagrado por salir a caminar. Asociado a este disgusto estaba su completa falta de interés por conocer el lugar donde había ido y su total falta de sentido de orientación.
El intenso interés por los vehículos adquirió la forma de quedarse horas mirando pasar los carros desde la ventana o desde el pasillo de la casa y también la pasión por conducir. Su principal ocupación era jugar a ser cochero o juntar las sillas para formar el vehículo. A este juego, que realmente consistía en sentarse y quedarse quieto, se dedicaba en tal forma que parecía compulsivo, especialmente porque tenía una total aversión por cualquier otro tipo de juego. Momento que empezó su análisis.
Hubo un gran cambio y al mismo tiempo desarrolló un mayor sentido de orientación en el espacio. Al comienzo, su interés se dirigía especialmente a las estaciones, las puertas de los coches de los trenes y después las entradas y salidas de los lugares, cuando llegaba a ellos. Empezó a interesarse por las vías de los trenes eléctricos y las calles por donde pasaban. El análisis desvaneció su disgusto por el juego, que resultó tener varios factores determinantes. Su interés por los vehículos, que se desarrolló temprano y que tenía carácter obsesivo, se manifestó en diferentes juegos, que, en contraste con el anterior juego monótono del chofer, practicaba con gran riqueza de fantasías. Desarrolló también un apasionado interés por los ascensores y por subir y bajar en ellos.
Durante esta parte de su análisis, teniendo 7 años, el rechazo y la ansiedad hacia el camino de la escuela se acrecentó y se reveló claramente como inhibición, hasta que la ansiedad latente se hizo después manifiesta y pudo ser resuelta. Una de las razones por las que no le gustaban las calles que lo conducían a la escuela era que tenían árboles. A las calles que tenían terrenos sin edificar a ambos lados, por otra parte, las encontraba muy hermosas porque se podía hacer senderos y se los podía convertir en jardines, si se plantaban flores y se las regaba. Su antipatía por los árboles, que por algún tiempo tomó la forma de temor a los bosques, demostró estar determinada en parte por fantasías sobre un árbol derribado, que podía caer sobre él. El árbol representaba para él el enorme pene del padre, que deseaba cortar y que por eso temía.
¿Qué temía en el camino a la escuela? Lo manifestó en varias fantasías. Una vez habló acerca de un puente (que existía únicamente en su imaginación) que estaba en el camino a la escuela. Si el puente hubiera tenido un agujero, él podría haber caído por ahí. Otra vez fue un pedazo de cordel grueso que vio tirado en el campo lo que le causó angustia, porque le hizo pensar en una víbora. En esa época también acostumbraba ir saltando sobre un pie una parte del camino, diciendo que le habían cortado un pie.
En relación con un dibujo que había visto en un libro, tuvo fantasías sobre una bruja que encontraría en su camino a la escuela y que vaciaría un jarro de tinta sobre él y su cartera. En este caso, el jarro representaba el pene de la madre. Entonces añadió espontáneamente que lo temía, pero que al mismo tiempo era lindo. Otra vez fantaseó que se encontraba con una bruja hermosa y miraba fijamente la corona que ella llevaba sobre su cabeza. Como la miraba tan fijamente (kuckte) él era un cuco (Kuckuck) y ella hizo desaparecer su cartera y lo transformó de cuco en paloma (un animal femenino, según pensaba).
Melanie Klein habla cómo tenía fantasías, de las cuales se infiere el significado placentero original del camino. Fritz tendría placer en ir a la escuela tan sólo si no fuera por el camino. Fantaseó, para evitarlo, que tendería una escalera desde la ventana de su cuarto hasta la de la maestra, así él y su madre podrían ir juntos, trepando de un peldaño a otro. Después habló de una cuerda, también tendida de ventana a ventana, por la cual él y su hermana podrían llegar a la escuela. Había una señorita que los ayudaba tirando de la cuerda y los chicos que ya estaban en la escuela también ayudaban.
Durante su tratamiento, se volvió mucho más activo y contó la siguiente historia que él denominó “robo en el camino”.
Había un caballero muy rico y feliz y, aunque era muy joven, quería casarse. Iba a la calle, veía allí a una hermosa dama y le preguntaba cómo se llamaba. Ella contestaba: “Eso no le importa a usted”. Entonces le preguntaba dónde vivía. Ella contestaba nuevamente que eso no le importaba. Hacían cada vez más ruido al hablar. Entonces llegó un agente, que los había estado observando, y llevó al joven en un gran carruaje, el tipo de carruaje que un caballero así debería tener. Fue llevado a una casa con barrotes de hierro en la ventana: una prisión. Fue acusado de robo en el camino. “Así es como lo llaman”.
El placer original por los caminos corresponde a su deseo de coito con la madre y por esto no pudo llegar a actuar completamente hasta que fue resuelta la angustia de castración. Igualmente vemos que, en estrecha conexión con esto, su interés por explorar caminos y calles (que formaba la base de su sentido de orientación) se desarrolló con la liberación de la curiosidad sexual que había sido reprimida a causa del miedo a la castración.
A medida que estas y otras fantasías fueron interpretadas, su sentido y facultad de orientación inhibida se desarrolló notoriamente. Estaba determinado por su deseo de penetrar en el cuerpo de la madre e investigar su contenido, con los pasadizos para entrar y salir de él y los procesos de fecundación y nacimiento.
Melanie Klein dedujo en Fritz una estrecha conexión entre su falta de orientación en el espacio y en el tiempo. Correspondiendo con su interés reprimido por el lugar de su existencia intrauterina estaba su falta de interés por detalles sobre el tiempo que había estado allí. Así, ambas preguntas: “¿Dónde estaba yo antes de nacer?” y “¿Cuándo estaba allí?” estaban reprimidas.
Melanie Klein dice que la inhibición del sentido de orientación es de gran importancia. Encontró en el niño que su resistencia a instruirse (que resultó estar tan estrechamente conectada con su inhibición del sentido de orientación) nacía de su retención de la teoría sexual infantil del “niño anal”. El análisis demostró, sin embargo, que tenía esa teoría anal como consecuencia de la represión debida al complejo de Edipo y que su resistencia a instruirse no estaba causada por una incapacidad para comprender el proceso genital debido a que no había alcanzado aún el nivel de organización genital. En realidad, sucedía lo contrario: era esta resistencia la que impedía su progreso hacia ese nivel y fortificaba su fijación al nivel anal.
Es interesante destacar cómo en este artículo M. Klein plantea una organización como defensa de otra, la teoría del bebé anal –organización narcisista− como defensiva de la genitalidad, de concebir un bebé genital
La actitud de Fritz frente al estudio estaba determinada también por la misma catexia sexual simbólica. El análisis demostró que su marcado disgusto por el estudio era una inhibición muy compleja ante diferentes temas escolares, determinada por la represión de distintos componentes instintivos. Como en la inhibición para caminar, los juegos y el sentido de orientación, el determinante principal era la represión −basada en angustia de castración− de la catexia simbólico-sexual, común a todos estos intereses, principalmente la idea de penetrar en la madre en el coito.
Durante su análisis esta catexia libidinal (y con ella, la inhibición) avanzó claramente de los primeros movimientos y juegos de movimiento al camino a la escuela misma, a la maestra y las actividades de la escuela. Porque en sus fantasías, las líneas de su libro de ejercicios eran caminos, el libro era el mundo y las letras cabalgaban sobre motocicletas, esto es, sobre la lapicera. Otras veces, la lapicera era un bote y el cuaderno era un lago.
Por su parte, en Félix, que contaba con 13 años y hasta ese momento no había demostrado ningún talento musical, desarrolló gradualmente durante el análisis un marcado amor por la música. Esto ocurrió cuando el análisis estaba haciendo consciente su fijación a las tempranas observaciones infantiles del coito. Encontramos que los sonidos, algunos de los cuales había oído provenir de la cama de sus padres y otros había fantaseado, formaron la base de un intenso (y muy tempranamente inhibido) interés por la música, que fue liberado nuevamente durante el análisis. Este determinante del interés por la música y del talento musical lo encontró M. Klein presente (junto con el determinante anal) en otros casos y es típico.
Voy a dar un ejemplo más del significado de los cuadros como hijo y pene, sentido que M. Klein encontró repetidas veces en el análisis. Fritz, a los cinco años y medio, dijo que quería ver a su madre desnuda, añadiendo: “Me gustaría ver tu barriga y el retrato de adentro”. Cuando ella le preguntó “¿Quieres decir donde estuviste tú una vez?”, contestó “Sí, me gustaría mirar dentro de tu barriga y ver si no hay otro chico adentro”. En esa época, bajo la influencia del análisis, su curiosidad sexual se manifestó más libremente y su teoría del “niño anal” apareció en primer plano.
Resumiendo: M. Klein concluye que las fijaciones artísticas e intelectuales, que pueden conducir a la neurosis, tienen como algunos de sus más poderosos factores determinantes la escena primaria o fantasías sobre ella. Un punto importante es cuál de los sentidos es más fuertemente excitado; si el interés se aplica más a lo que se ve o a lo que se oye. Esto, probablemente, también determinará (y, por otra parte, dependerá) de que las ideas se presenten para el sujeto visualmente o auditivamente.
En Fritz era el movimiento del pene a lo que él estaba fijado; en Félix eran los sonidos que había oído; en otros, los efectos de los colores. Por supuesto, para que se desarrolle el talento o la inclinación intervendrán los factores especiales nombrados anteriormente. En la fijación a la escena primaria (o fantasías), el grado de actividad, que es tan importante para la sublimación misma, indudablemente determina también si el sujeto desarrolla talento para la creación o para la reproducción. Hay que tener presente que el grado de actividad influye en el modo de identificación. Quiero decir, es cuestión de si se volcará en la admiración, estudio e imitación de las obras maestras de los demás o si hará un esfuerzo para sobrepasarlos con sus propias obras.
Melanie Klein encontró en Félix que el primer interés por la música que se manifestó en el análisis consistía únicamente en críticas a los compositores y directores de orquesta. A medida que fue liberando su actividad, trató de imitar lo que oía. Pero en un estado aun mayor de actividad aparecieron fantasías en las que el joven compositor era comparado con los viejos. El análisis de Félix demostró que la crítica y/o el miedo a la misma tiene su origen en la observación y crítica de la actividad genital paterna. Por otra parte, también dedujo que las fijaciones mismas que lo condujeron a las inhibiciones podían formar la base de espléndidas capacidades.
Es de destacar que M. Klein plantea, en estos artículos de 1923, que el habla y el placer en el movimiento tienen siempre un catexia libidinosa de carácter genital y que esta se efectúa por identificaciones de las distintas partes del cuerpo, con el significado de coito.
Los instintos sexuales hacen uso de los de autoconservación tanto de la función de nutrición como del lenguaje y del placer en el movimiento. Concluye que el lenguaje no solo ha concurrido a la formación de símbolos y de la sublimación sino que es el resultado de una de las primeras sublimaciones y, posteriormente, en las demás actividades e intereses del yo.
Plantearía como motor del desarrollo la simbolización y la sublimación, retomado en 1930. También planteó la curiosidad dirigida dentro del cuerpo de la madre, basándose en S. Ferenczi como motor de la identificación y de la formación de símbolos. Parece cambiar el sentido del miedo a la castración: no es el pene sino el desarrollo de la capacidad simbólica, del desarrollo yoico.
Como mencioné al comienzo, M. Klein, en la tarea de revertir el estado inhibitorio, encontró que la angustia y, especialmente, el miedo a la castración, cuando se resolvía, era posible progresar en la remoción de la inhibición. La íntima conexión entre ansiedad e inhibición guía su pensamiento y su técnica. Muchos años después formulará la importancia de la ansiedad, los puntos de máxima ansiedad como guía de la interpretación. Ha tratado de demostrar que las fijaciones libidinales determinan la génesis de las neurosis y también de la sublimación y que, por algún tiempo, las dos siguen el mismo camino. Es la fuerza de la represión la que determina cuándo ese camino conducirá a la sublimación o se desviará hacia la neurosis. En ese punto es donde el análisis infantil tiene posibilidades.
Lo desarrollado hasta aquí muestra la necesidad de análisis en la temprana infancia como ayuda al desarrollo psíquico. No podemos alterar los factores que conducen al desarrollo de la sublimación o de la inhibición y la neurosis, pero el análisis infantil hace posible, en una época en que este desarrollo está aún en marcha, influir en su dirección en forma fundamental.
Me pregunto por qué dice esto M. Klein de influir en la dirección del desarrollo psíquico. Está descubriendo el efecto de verdad que produce las interpretaciones que va dando al paciente. Descarta el nivel consciente educativo para avanzar hacia intervenir en el nivel inconsciente, el de las fantasías. ¿Busca ese otro saber que el niño crea?, ese saber inconsciente acerca de la sexualidad.
Su técnica, la búsqueda junto al niño hace que relate, juegue, narre con él. Acompaña la curiosidad sexual y el miedo a la castración o a la muerte que tejen las fantasías infantiles. Con la interpretación llevaba a Fritz a la simbolización.
No duda de armar sus propios relatos, palabras en la tensión entre el deseo y la represión. El intercambio lúdico establecido la ubicará como la creadora de la técnica de juego. En lo desarrollado podemos empezar a observar a una M. Klein que se va alejando de S. Freud y de su seguidora, A. Freud.
1 Petot, J.-M., Melanie Klein. Primeros descubrimientos y primer sistema (1919-1932), Buenos Aires: Paidós, 1982.
2 “En muchos análisis pude establecer el hecho de que los niños a menudo ocultan a los que los rodean considerables cantidades de ansiedad, como si advirtieran inconscientemente su significado. En los varones está también el hecho de que creen que su ansiedad es cobardía y se avergüenzan de ella, y en realidad éste es un reproche que generalmente se les hace si la confiesan. Estos son probablemente los motivos para olvidar fácil y completamente las ansiedades de la niñez, y podemos estar seguros de que cierta ansiedad primaria está siempre escondida detrás de la amnesia de la infancia, y puede ser únicamente reconstruida por un análisis realmente profundo.” Análisis infantil (1923); Obras Completas, Buenos Aires: Paidós, 1990, t. 1, p. 90.
3 “He dicho que la conversión en angustia, o mejor, la descarga en forma de angustia, es el destino inmediato de la libido que tropieza con la represión. El Yo trata de defenderse del desarrollo de la angustia “es decir que los síntomas están formados exclusivamente por el propósito de escapar al desarrollo, de otro modo inevitable, de la angustia.” Freud, S. (1915-1916). Conferencias de introducción al psicoanálisis, Obras completas, Buenos Aires: Amorrortu, t. XV.
4 Freud, S. (1915). La represión, Obras completas, Buenos Aires: Amorrortu, t. XIV.
5 Petot, J.-M., obra citada.
6 Klein, M. (1923). Análisis infantil. Obras Completas, Buenos Aires: Paidós, 1990, t. 1, p. 96.
7 “El resultado de la represión aparece entonces en forma notoria algo después (a los tres o cuatro años, o aun siendo mayores) en ciertas manifestaciones, algunas de las cuales son síntomas plenamente desarrollados, efecto del complejo de Edipo. Es claro (hecho que requiere aún verificación) que, si fuera posible emprender un análisis del niño en el momento del pavor nocturno o poco después, y resolver su ansiedad, se disolvería el terreno subyacente a la neurosis y se abrirían posibilidades de sublimación. Mis observaciones me llevan a creer que no es imposible hacer investigaciones analíticas en niños de esa edad.” M. Klein, ídem, p. 93.
8 Ídem, p. 94.
9 Aclaremos el concepto de identificación que está usando M. Klein. S. Ferenczi había llamado identificación a un proceso distinto al que solemos referirnos cuando habitualmente usamos ese término. Este autor postulaba que, en una primera etapa, el niño trata de establecer una comparación dentro (within) de su propio cuerpo, probablemente ve en la parte superior de su cuerpo un equivalente de cada aspecto afectivamente importante de la parte inferior. Se “identifican” entre sí distintas partes de su cuerpo en este proceso de descubrimiento de nuevas fuentes de placer. En una segunda etapa, el niño trata de “redescubrir los órganos de su cuerpo y las actividades de éstos” no ya solo en los otros órganos y actividades de su cuerpo sino “en cada objeto que encuentra”. Ahora, la identificación a la que S. Ferenczi (y, por extensión, M. Klein) se está refiriendo, tiene una nueva dimensión: se identifican órganos y actividades de cuerpo con objetos del mundo exterior. Estos objetos del mundo exterior así “identificados” reciben, por desplazamiento, un interés sexual.
“Melanie Klein supone que el proceso identificatorio es abarcativo y que paulatinamente iría englobando objetos y actividades que en su origen no tenían tonalidad placentera sexual”. El concepto de identificación [de S. Ferenczi] es así enriquecido por M. Klein ya que permite incluir toda una serie de fenómenos asimilativos donde la coincidencia es accesoria y no libidinosa, por ejemplo, coincidencias espaciales, temporales, analógicas, etcétera. El incentivo de la identificación sería, de todos modos, la búsqueda del placer o la evitación del displacer. Cuando la represión comienza a actuar y se progresa de la identificación a la formación de símbolos, es este último proceso el que proporciona una oportunidad a la libido de desplazarse a otros objetos y actividades de los de autoconservación, que originariamente no poseían una tonalidad placentera.” Del Valle, Elsa, La obra de Melanie Klein, Buenos Aires: Kargieman, 1979, t. 1.