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De la universidad filarmónica a la universidad del jazz

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En algunos libros antiguos de administración se tiende a considerar que las organizaciones deben ser gestionadas como una filarmónica. De esta misma manera fueron lideradas las universidades. En la actualidad las cosas son diferentes. Una universidad que se asemeje a una orquesta filarmónica depende en alto grado de su director, quien marca el compás, define la partitura y da las entradas para que cada integrante de la orquesta intervenga en la melodía. En este caso, las universidades que generan alta dependencia de un líder corren el riesgo de responder simplemente a lo que tradicionalmente ha sido la gestión de las universidades. No se permiten innovar, abrirse a nuevas formas, escudadas en razones como “acá siempre hemos hecho las cosas así”, entonces nunca cambian, no se presenta nada nuevo y, por ende, no pasa nada, aunque seguro se minimizan al máximo los riesgos de cometer errores. Caso contrario es hacer que las universidades se gestionen como un grupo de jazz. El director es fundamental como articulador, como motivador y como gestor de la unidad del grupo. Cada músico ejecuta su instrumento, sin necesidad de tener una partitura, todos construyen, siguiendo las claves que va dando el bajo, una pieza musical armónica e igualmente bella.

Un grupo de jazz permite que todos sean protagonistas, que todos sean líderes y se integren como comunidad de saberes musicales y capacidades para crear las mejores notas. No hay paso para elaborar la partitura, la pieza musical varía según los cambios que los mismos integrantes proponen. Cuando una trompeta cambia el ritmo, todos están atentos para seguir lo nuevo que trae, y así, con todos. No requiere que alguien esté al frente garantizando que todos se articulen. ¡No! Todo en el grupo de jazz funciona según el ritmo que los participantes proponen. Se trata de hacer que las personas se empoderen, asuman su liderazgo, desarrollen sus capacidades, se sumen a la comunidad de conocimiento y trabajo, y cada uno, conforme a sus capacidades, le aporte al grupo un sonido y un ritmo que todos, sin jerarquías, podamos seguir.

Esos rectores que vemos por ahí procurando ser directores de orquesta filarmónica deben esforzarse por aprender los nuevos ritmos que la industria del conocimiento está proponiendo. Robert Solow3, ganador del Premio Nobel de Economía en 1987, afirma que lo que realmente le podría generar crecimiento a una organización, como en el caso de las economías emergentes en Oriente, es la educación como base del capital y no los bienes ni la mano de obra. Además, los líderes no se deben escoger conforme a los conocimientos tradicionales sino según su capacidad de aprender cosas nuevas y ponerlas en práctica.

¿Cómo deberían ser los rectores de las universidades actuales? Vale la pena recordar las palabras de Steve Jobs:

nosotros dirigimos Apple como un startup4. Siempre dejamos que las ideas ganen las discusiones, no las jerarquías. Si lo hiciéramos de otro modo, los mejores empleados se marcharían. La colaboración, la disciplina y la confianza son críticas5.

Aprender lo nuevo implica entender qué es lo nuevo. Seguimos en instituciones donde cada día la brecha entre las necesidades reales y la oferta educativa es exponencialmente amplia. Instituciones donde las matrículas son el afán cotidiano, donde las estructuras son rígidas y como consecuencia las estrategias son igualmente obsoletas. ¿Qué tal si nos damos la oportunidad de escuchar más jazz y nos dejamos contagiar del ritmo que la música nos propone? Si quienes lideran equipos académicos lograran separarse de la operatividad y delegaran al máximo este tipo de actividades, si buscaran usar más tecnología, seguramente tendrían más tiempo para formarse y formar equipos de trabajo que esperen de los directores de orquesta motivación y respaldo institucional. Rectores, vicerrectores y decanos no solo comprometidos con la educación de los demás sino con su propia educación. Necesitamos más de esos que dejan que las trompetas o las guitarras de la academia suenen, así nos cambien el ritmo o, inclusive, aunque varíen las melodías. Más innovación y capacidad de enfrentar retos que nos permitan comprender que el error no es lo peor que le puede pasar a nuestras universidades, sino todo lo contrario, que es sinónimo de que algo diferente y nuevo está surgiendo.


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