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Pensar, convivir y comunicar

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Los modelos educativos “tradicionales” forman a una generación que no existe. Esta es una preocupación latente, no prestarle atención conducirá a la gran debacle del sistema educativo, la deserción y la pérdida de credibilidad institucional. Una de las principales causas que están llevando a plantear este problema son las deficiencias en argumentación, reflexión y lectura crítica de los estudiantes. Cabe preguntar qué hace un grupo de docentes cuando se organizan esas largas jornadas académicas en los colegios, o cuando una universidad invierte importantes sumas de dinero para realizar comités curriculares. ¿De qué hablan? ¿Para qué se reúnen? ¿Se trata solo de hacer tareas operativas? ¿Se trata solo de planear actividades?

Considero que el no aprovechamiento de esos momentos de encuentro genera parte de la crisis, pues se trata de pensar, de disentir, de debatir, de poner sobre la mesa las consideraciones, las oportunidades, los sujetos de nuestra acción misional. Se trata de conversar más, porque estoy convencido del poder que tienen las conversaciones en una institución, se trata del encuentro, de vernos unos a otros, cara a cara y tomarnos en serio la labor de la docencia. Hace poco escuchaba a un docente de una prestigiosa institución de educación superior decir que no era valorado en su universidad simplemente porque esta no le proveía los recursos suficientes para hacer bien su trabajo. Al día siguiente, visité un colegio de una comuna muy pobre de la ciudad de Medellín, durante una jornada pedagógica con los docentes, quienes a pesar de estar notoriamente necesitados de recursos, vibraban con entusiasmo tomándose en serio “eso de ser docentes”, gastando tiempo para pensar en cómo iban a enseñar a sus estudiantes a ser mejores ciudadanos, cuestionándose por los contenidos que impartían en el aula, conscientes de las limitaciones pero no resignados a ellas, siendo recursivos y llegando a acuerdos sobre qué enseñar, cómo comunicar y de qué manera construir un modelo de convivencia.

Cualquier modelo educativo debe preocuparse por enseñar a sus estudiantes a pensar, comunicar y convivir. A eso debemos ir todos a una institución de educación, desde los niños hasta quienes se encuentran haciendo doctorados. No nos podemos cansar de aprender a pensar, comunicar y convivir, solo porque no se trata de algo limitado, sino que esas tres categorías evolucionan permanentemente. La crisis de la generación productiva actual es precisamente la ausencia de esas habilidades que llamamos blandas y sobre las cuales las empresas tienen que invertir mucho para capacitar al talento humano. Del mismo modo, estas tres competencias nos ayudan a desarrollar una facultad central, la memoria. Si todos cultivamos la memoria, finalmente estamos garantizando lo fundamental. Por ello, las asignaturas de todos los grados y las áreas deben desarrollarla. Es la única forma en que dejamos de pensar en calidad como sinónimos de procedimientos y formatos, y podemos considerarla como la articulación efectiva del trabajo docente en la vida de los estudiantes.

No somos fruto del azar, como lo afirmaba el darwinismo; en ese caso seríamos fácilmente remplazables, podríamos pensar en no considerarnos indispensables, como muchos lo afirman y sí que lo somos, eso le da sentido también a la vida y nos evita pensar que en definitiva el valor humano es poco. Pero a eso nos ha conducido el sistema educativo obsoleto, a considerar que somos únicos pero indispensables, por lo tanto, somos utilizables como un recurso más, fácilmente destruibles y poco importantes.

¿Qué hay en el ser humano que no sea reducible simplemente a lo material? Pues su capacidad de pensar, convivir y comunicar. Para que estas tres capacidades fortalezcan la facultad de la memoria que se debe tener muy presente, ya que esta ha sido vista como enemiga, como un desprecio al estudiante, como una pérdida de tiempo, casi como maltrato y por lo tanto un atentado a la inteligencia. Sin embargo, la memoria es el motor de la capacidad de contraste de modelos de la realidad, formar sin memoria reduce la capacidad crítica y la hace tremendamente superficial. Así que, si formamos a nuestros estudiantes con capacidad crítica pero sin memoria, lo que estamos logrando es una generación de personas amargadas, ácidas, capaces de la violencia, de la anarquía, imposibilitados para conversar, incapaces de ver al otro cara a cara, débiles para construir conocimiento y ponerlo al servicio de los demás. La sociedad requiere tejido social, capacidad de construir en conjunto, así como docentes que cuando se reúnan realmente tomen estos problemas en serio.


He atravesado el mar

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