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La naturaleza como maestra

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A pesar del maltrato del hombre a la naturaleza, a través de la contaminación y la explotación de los recursos naturales, la naturaleza no nos guarda rencor y no deja de dar y de recoger nuestros desechos para volver a dar nuevamente. Esa es su función, y así es como debería actuar el hombre ante la evidencia de que nuestra función aquí es ser dadores de vida, ser instrumento de creación al igual que el creador. Pero el hombre, en su ignorancia, no ve que esta cualidad también está en sí mismo.

La naturaleza solo da sin pedir nada a cambio y no necesita más que lo que Es. Es dadora de vida, provee a través de los alimentos y medicinas a todos los animales y al ser humano, con el oxígeno que respiramos y el agua que necesitamos. Existe una evidente conexión a nivel espiritual con la madre tierra conocida por todos nuestros ancestros, y no existe una mejor manera de vivir entre nosotros que sentir nuestro vínculo y armonía con la misma. Si esto lo reconociéramos, dejaríamos de usar tanto asfalto y hormigón, y el dinero pasaría a ser algo secundario o desaparecería.

Su falta de pecado, de separación respecto al orden natural y universal, la hace virgen y no obedece otra voluntad distinta a ser. Debemos observarla para aprender de ella acerca de cómo debemos volver a vivir. Nuestro cuerpo habla su idioma, el idioma de la biología, pero en el fondo, lo que verdaderamente somos está regido por el mismo orden divino: la energía padre, energía de amor en expansión.

Cuando estamos ante un entorno natural y no somos capaces de sentir la conexión con la naturaleza, algo no anda bien en nosotros. Debido a nuestra intrínseca conexión con ella, una manera de restituir la paz espiritual puede surgir por medio del perdón, en el mero hecho de reconocer en nosotros que no la sentimos como parte nuestra. Podemos reconectarnos al caminar descalzos, pasar tiempo con ella, respirar su aire, sintiendo sus olores, alimentarnos de productos frescos y orgánicos, abrazarnos a los árboles, tomar un baño en un río, meditar en él... La naturaleza ya es medicina y hacia eso es a donde vamos.

Cuando el ser humano soñó que perdió su «fuente», comenzó a creer que la vida no era suficiente en sí misma. Eso generó el mundo desarrollado tal y como lo conocemos hoy en día, alejado y desconectado de la naturaleza. Sin embargo, la «fuente» nunca la hemos perdido, y de la misma manera que hace que en un espacio de naturaleza virgen no deje de brotar vida y de expandirse, puede actuar también desde adentro de nosotros.

El problema es que elegimos constantemente ahogar la voz que procede de esta fuente porque al ver la manifestación del mundo del ego y considerarlo como la única alternativa, no sabemos que hay otra alternativa, o, mejor dicho, no la recordamos. La destrucción del planeta no más que el reflejo de nuestro desorden interno.

Cuando vibramos en amor, servimos a la expansión de una misma energía en unidad, la energía de amor que proviene de la «fuente» de todo lo que existe. Desde esta conciencia el ser humano sería incapaz de coger de ella más de lo que necesita. Por su parte, la propiedad privada, así como el dinero es un invento del hombre. La vida se rige por otras leyes y es necesario conocerlas para encontrar esa alternativa y vivir de forma impecable y auténtica.

En lugar de ser un lobo con piel de cordero, se trata de descubrir nuestra inocencia para poder ser como Dios dentro y un manso afuera. Y desde ese estado de compleción interior, relacionarnos desde la abundancia que somos.

¿No es esta alternativa mucho más seductora que la invitación del mundo a acumular?

Sólo así es posible amar incondicionalmente, dejando de buscar el interés particular, al ser ya conscientes de que lo tenemos todo.

El sendero del ser

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