Читать книгу Un golpe brutal - Richard Lange - Страница 8
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ОглавлениеCuando Petty salió del Cal Neva ya era noche cerrada. Había dejado de nevar, pero la chaqueta apenas le protegía del frío. Virginia Street estaba desierta; la gente estaba viendo el partido, comiendo pavo en un bufé o malgastando su dinero en los casinos. Las luces embarraban la acera húmeda con rojos urgentes, azules eléctricos y amarillos ácidos; salía vapor por conductos de ventilación y rejillas.
Cenó unos tacos en un restaurante mexicano encajonado entre un salón de tatuajes abandonado y una casa de empeños cerrada porque era festivo. El restaurante estaba abarrotado de familias numerosas que ocupaban dos o incluso tres mesas y, por la manera en que la camarera le preguntaba si quería que le rellenara el vaso de agua antes incluso de que lo hubiera apurado, Petty se dio cuenta de que lo compadecía porque estaba solo. Aquello le tocó las narices.
Después de cenar se le ocurrió que podía ir a ver al mago del Harrah’s. Trucos con barajas de cartas cursis, palomas que desaparecían... Puede que el tipo incluso partiese a un pibonazo por el medio. Sin embargo, cuando comprobó en el móvil la hora a la que empezaba el espectáculo, se dio cuenta de que ya estaba muy avanzado. Vale, no pasa nada. Volvería al Sands, pillaría una cogorza y jugaría al póquer en una mesa en la que no hubiera límite de apuestas. Gracias a la televisión y a Internet, cualquier mono capaz de sujetar unas cartas creía que sabía jugar, y Petty siempre disfrutaba haciéndoles ver que no era así.
De vuelta en la calle Cuarta, vio a Tinafey a dos manzanas de distancia. La mujer seguía en su puesto de trabajo. Petty empezó a pensar en lo largas que tenía las piernas y en aquella sonrisa pícara, en el hueco que tenía entre las palas y por el que, de vez en cuando, se veía un destello de su lengua rosada. Puede que lo que necesitara fuera pasar un rato con ella, solo que, esta vez, dejaría que la mujer se encargara de todo. Hacía dos meses que no echaba un polvo. Había estado tan ocupado con sus problemas que ni siquiera se lo había planteado, y de pronto era lo único en lo que podía pensar. Tinafey levantó la vista del móvil y sonrió en cuanto vio que se acercaba. Petty se dio cuenta de que temblaba, pero más por emoción y nervios que por frío.
—Ya era hora —le dijo ella.
—Así que sabías que iba a volver, ¿eh?
—Pues claro. Te he hipnotizado.
—Has dicho que tenías una habitación, ¿no?
—Aquí mismo. —La mujer hizo un gesto para señalar el motel que tenía detrás—. ¿Estás preparado para que te haga flipar?
—Estoy preparado.
—Te daría la mano, pero es que la tengo congelada. Ven.
Tinafey enarcó el brazo y se pegó a Petty cuando este le pasó el suyo. Recorrieron el aparcamiento hasta una habitación que estaba en la planta baja. La mujer abrió la puerta, que estaba cerrada con llave, y entraron.
La habitación olía a marihuana amarga y a algún tipo de producto de limpieza de esos con aroma a «fresco». Cama, cómoda, televisión. En la pared había un cuadro de un indio a caballo, como abatido, y la lamparita de la mesita de noche daba más problemas de los que resolvía, porque las sombras que proyectaba hacían que la colcha resultara siniestra y que la sucia moqueta pareciera un animal atropellado.
—Disculpa el desorden —comentó Tinafey mientras recogía del suelo un tanga rojo y una sandalia y los tiraba al interior de una maleta con ruedas que había sobre la cómoda. Luego, subió la cremallera de la maleta, cerró la caja de pizza que había al lado de la maleta y juntó un poco más un par de botellas de dos litros de soda, una jarra de vino y un quinto de tequila. Los Doritos y los dónuts de chocolate los metió en un cajón—. ¿Quieres beber algo?
—Claro.
Tinafey sirvió tres dedos de Cuervo en un vaso de plástico y se lo tendió. Petty le dio un sorbo y se preguntó qué debería hacer a continuación. Lo peor de estar con una prostituta era dar con la forma de entrar en materia, porque cada vez era diferente. Se sintió agradecido cuando fue ella quien tomó la iniciativa y lo guio.
—Venga, siéntate en la cama.
La mujer se retiró un par de pasos y representó la típica rutina sexi en la que se abría la gabardina poco a poco y la dejaba caer por los hombros y los brazos para que Petty pudiera ver lo buena que estaba con aquel top y aquellos shorts minúsculos.
—Te va a costar doscientos.
Petty sacó la cartera, apartó los billetes y se los enseñó. Ella cogió el dinero y se lo guardó en uno de los bolsillos de los shorts.
—¿Quieres verme las tetas? —le preguntó mientras se ponía las manos a los lados para juntarlas.
—No estaría mal para empezar.
Petty tuvo que aclararse la garganta antes de hablar.
Ella fue ayudándolo: «¿Quieres que me quite la ropa?». «¿Quieres que te quite la ropa?». «¿Quieres tumbarte?». «¿Quieres que te chupe la polla?».
Petty respondió que sí a todo y acabó desnudo en la cama, intentando no correrse demasiado pronto mientras Tinafey hacía magia con la boca. Estaba pensando en que aquello iba a valer cada centavo invertido cuando, de pronto, un negro enorme con una chaqueta de los Atlanta Falcons abrió la puerta de la habitación de golpe y entró. El tipo corrió hasta la cama, apartó a Tinafey de malos modos, se lanzó encima de Petty y lo cogió por el cuello con ambas manos.
—¡Bo, tío, pero ¿qué coño estás haciendo?! —le increpó Tinafey.
—¿Qué coño estás haciendo tú?
Petty intentaba zafarse del tal Bo metiendo un dedo entre su cuello y las manos de este, pero el cabrón le pegó un puñetazo en la cara con tanta fuerza que le pareció que se lo había propinado con una maza de diez kilos y se le quitaron las ganas de seguir intentando zafarse.
—¿Quién coño crees que eres, follándote a mi mujer? —El tipo se sentó a horcajadas en el pecho de Petty y empezó a apretarle el cuello con más fuerza—. ¡Podría matarte ahora mismo! ¡Podría matarte y no me harían nada!
Tinafey saltó a la espalda de Bo y empezó a pegarle. Él le soltó un codazo que la alcanzó en la cabeza y la mujer se vio forzada a retirarse. El tipo le sacudió otro puñetazo a Petty, esta vez en la oreja.
—Qué vas a hacer para arreglarlo, ¿eh? ¿Qué vas a hacer? —le preguntó a Petty antes de aflojarle el cuello para que pudiera responder.
—¡Tengo doscientos dólares en la cartera! —respondió Petty.
—¿Doscientos pavos? Si me pillases follándome a tu esposa, ¿te bastaría con doscientos pavos?
Tinafey volvió a aparecer en escena, en esta ocasión con la jarra de vino. La levantó con ambas manos, soltó un rugido y golpeó a Bo con ella en la nuca con todas sus fuerzas. Bo soltó a Petty y se sentó, azorado. Tinafey volvió a atizarle. El tipo puso los ojos en blanco y empezó a caérsele la baba. Se derrumbó de lado.
—¡Eso te pasa por pegarme! —le soltó la mujer.
Petty se levantó de la cama a toda prisa, recogió su ropa y empezó a vestirse.
—¿Estás bien? —le preguntó a Tinafey.
—Ese cabrón no puede hacerme daño.
No obstante, Petty se fijó en que la mujer estaba temblando. Se le había movido la peluca y estaba empezando a hinchársele el ojo derecho. La mujer cruzó los brazos sobre el pecho y se quedó mirando a Bo, que yacía inconsciente en la cama.
—¿Lo habré matado?
Petty también se lo preguntaba, así que se inclinó sobre el tal Bo y lo miró a la cara. El cabrón tenía el aliento apestoso y seguía respirando. Además, cuando le levantó uno de los párpados, el globo ocular se movió.
—Está vivo, pero lo has noqueado.
Petty empezó a abrocharse la camisa.
—¡Ojalá lo hubiera matado! Cabrón de mierda...
—¿De verdad es tu marido?
—Lo era, hace tiempo que estamos divorciados. Apareció por aquí como salido de la nada hace un par de días diciendo que iba a volver a ser mi hombre. Lo mandé a la mierda y le dije que me gustaba estar sola, pero no me hizo caso.
—Así que le permites que robe a tus clientes.
—¿Estás ciego? ¿Acaso no acabo de partirle la crisma?
—Tiene llave de la habitación.
Tinafey cogió la gabardina del suelo y se la puso.
—Le he dejado que se quede aquí... porque no tiene dinero ni coche ni nada. Me daba pena. Sé que no debería haberlo hecho, pero no pude evitarlo. Se suponía que se marcharía mañana, que una de sus putas le iba a mandar dinero para el billete de vuelta a Atlanta. Aunque, claro..., lo más probable es que fuera mentira. Solo sabe mentir.
Bo gruñó y comenzó a roncar. Tinafey se echó a llorar.
—Cuando se despierte... me va a matar.
Petty tampoco quería estar allí cuando el tipo recuperara la conciencia, así que se puso los zapatos y cogió la chaqueta.
—Mira —le pidió Tinafey mientras se levantaba la manga de la gabardina y se inclinaba hacia la luz.
Petty vio cuatro o cinco cicatrices circulares en la cara interior del brazo.
—Esto me lo hizo con un cigarrillo la primera vez que le abandoné, y me amenazó con coserme el coño y tirarme lejía a la cara.
—Y, aun así, ¿dejaste que se quedara aquí?
—¡Ya te lo he dicho..., me daba pena! Me juró que había cambiado. Me dijo: «Entiendo que no quieras volver conmigo, pero, al menos..., seamos amigos». —La mujer se dejó caer en la única silla que había en la habitación y empezó a lloriquear y a sacudir la cabeza a ambos lados—. No soy estúpida..., pero supongo que ser blanda de corazón se le parece bastante.
Petty buscó la cartera en los pantalones y el móvil en la chaqueta. Todo estaba donde se suponía que tenía que estar. Fue hasta la puerta y se detuvo. A decir verdad, era muy probable que Tinafey le hubiera salvado la vida al sacudir a Bo. No podía dejarla allí y que recibiera una paliza... o algo peor.
—Coge tus cosas. Te llevaré en taxi a otro hotel. Podrás quedarte allí hasta que este cabrón se largue o hasta que se te ocurra cómo salir de esta.
—Es que..., es que...
Petty se arrodilló frente a ella y la obligó a que lo mirara a los ojos.
—Es que nada. A este hijo de puta le importas una mierda. Tienes que largarte de aquí, así que vístete, coge tus cosas y vámonos.
Tinafey lo miró unos segundos, mientras se limpiaba la nariz con el envés de la mano, y tomó una decisión.
Una de las ruedecitas de la maleta estaba rota, así que Petty acabó llevándola bajo el brazo las dos manzanas que había hasta el Sands. Tinafey trotaba a su lado con sus tacones de aguja y un bolso de lona colgado al hombro. Una camioneta que pasó a su lado les pitó sin razón aparente, y Petty se encogió. La pelea de la habitación lo había puesto tenso y, de hecho, ya ni siquiera tenía frío.
Tinafey y él no habían hablado desde que escaparan del motel. Petty estaba molesto con ella porque le había dejado cien dólares a Bo en la cómoda. La compasión inagotable e irracional de algunas mujeres siempre le había confundido. Lo que tendrían que haber hecho era enrollar a aquel cabrón en la colcha y turnarse para molerlo a palos.
Petty llevó a Tinafey hasta la entrada principal del Sands. Había un taxi aparcado junto a la acera. Petty le pidió al taxista que abriera el maletero y el tipo lo hizo sin salir del vehículo, sin intención alguna de bajar. Petty guardó la maleta en él. Tinafey se quedó un tanto confundida cuando Petty se volvió y le echó mano al bolso.
—¿Adónde me envías? —le preguntó ella.
—A un sitio agradable que hay cerca del aeropuerto —respondió él—. Bo jamás te encontrará allí.
—¿Estás seguro?
—Allí solo te encontrará si le llamas y le dices dónde estás y, claro, eso no lo vas a hacer, ¿verdad?
La mujer frunció el ceño para quejarse de su sarcasmo.
Del hotel salieron dos vaqueros, ambos fumando grandes puros. Tinafey esperó a que pasaran y le dijo a Petty:
—¿Y no podría quedarme contigo esta noche?
—¿A qué te refieres?
—Aún te debo una fiesta.
—No te preocupes por eso.
—Te prometo que, en cuanto amanezca, me largo. —Le tocó las manos—. Tengo miedo.
Y era evidente que lo tenía. Petty la miró a los ojos y se dio cuenta de que aquello no era un timo. Aunque sabía que no era buena idea, sacó la maleta del maletero y, si bien se sintió como un gentil caballero al hacerlo, no pudo evitar pensar que algo malo se le venía encima.
—¡Qué coño! Un par de copas y unas risas.
—Así me gusta, cielo —respondió ella con un ronroneo—. Copas y risas.
Tinafey se le acurrucó mientras pasaban por la puerta doble del hotel y se dirigían al casino, donde los recibió la eterna promesa de calidez, luz y un futuro que podía cambiar en un abrir y cerrar de ojos.