Читать книгу La marea de San Bernardo - Roberto Villar Blanco - Страница 12

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Pablo y yo teníamos, por decirlo de un modo ligero, muchos puntos en común. Pero no compartíamos el sistema ancestral del archivado de los cuadernos de la escuela primaria. Jamás, hasta entonces, había sido tema de nuestras conversaciones, y esa tarde tampoco constituyó el núcleo de la extensa charla sin propósito que comenzó a liberar nuestra aventura.

Deberé decir claramente que Pablo los había dejado. No dejado de lado. Había dejado los cuadernos. Con posterioridad a la dejada en el estante del armario que limita con el suelo, los hizo sucumbir aprisionados contra la pared del fondo. Para ello utilizó la persistente e inacabable acumulación de revistas de fútbol. El Gráfico, Goles.

El trabajo de desescombrar nos permitió descubrir (mentira, ya lo sabíamos) que no son todos Gráficos los que relucen. Algunas oscuras y nitidísimas revistas pseudo eróticas −que por aquellos años nuestros no eran nada pseudo− estaban entrelazadas con las publicaciones deportivas. Tan inocentes revistas de chicas desnudas, con caras de estar gozando todavía con nuestros dedos lisos acariciando sus páginas ajadas. Agrietadas, más bien. Hacía años que habían dejado de viajar diariamente y sin escalas de la habitación de Pablo al baño. Ida y vuelta. Aunque con el tiempo decreció la frecuencia del viaje, aumentó la obscenidad de las chicas de papel, y algunas se materializaron en carne y hueso, aquél trayecto nunca fue definitivamente anulado.

La marea de San Bernardo

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