Читать книгу Sombra roja - Rodrigo Castillo - Страница 8

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VI

una de sus manos iba siempre en una de las manos de la muerte

Cuando yo todavía vivía en el Otro País y guardaba mi silencio como si fuera un Silencio de Años, me imaginaba, con frecuencia, a alguien así.

Tenía dos nombres en lugar de uno. Y dos manos. Y tres piernas. Y cuatro ojos. Y demasiado de todo lo demás.

Bífida, como se dice a veces de la lengua para indicar que está llena de peligros.

Irresoluta, como se califica a menudo a las novelas sin final feliz.

Fluida, como la condición Posmoderna o como la vida misma.

Fumaba cigarrillos de esa manera en que he mencionado antes y, por eso, la reconocí. Esa grisura. Ese terco callarse. Su ropa del famoso clóset de 1940 y la mirada más allá del ventanal. Siempre. Su aleteo demencial. Su arremolinarse. Su no quedarse quieta.

Le decíamos arándano aunque olía usualmente a Eau de Cartier.

La llamábamos Abril aunque solía convertise en Noviembre o en Marzo con la misma realista docilidad. Era una mujer o una mujer. Soberana como la miel que le prestó el color a sus ojos. Cielística. Inacabada. A-punto-de.

Bastaba con evocarla en la congregación del nosotras para que su cuerpo hiciera un nosotros.

Viajaba a toda velocidad y no sola. Una de sus manos iba siempre en una de las manos de la muerte. Así se sentía a salvo. Protegida de las alas del mediodía y del pesar más blanco.

Cuando yo vivía del Otro Lado de la Línea, silenciosa y exhausta, dentro de un Silencio de Años y sucia de días, me preguntaba, con frecuencia, si existiría alguien así.

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