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XVI. LA ÓPERA VENECIANA A PARTIR DE 1700
ОглавлениеLa antigua tradición operística veneciana sufrió una fuerte transformación a partir de los primeros años del siglo XVIII, cuando se fue imponiendo el modelo napolitano y esa clara división entre ópera seria y bufa que fue su resultado más importante.
En el campo de la ópera seria se distinguieron de modo especial algunos compositores que el mundo occidental ha descubierto con el auge de la música instrumental barroca, y que por esta razón son todavía mal conocidos por lo que a sus aportaciones operísticas se refiere: Antonio Vivaldi (1678-1741) y Tommaso Albinoni (1671-1750). Por lo que se refiere al primero, la ola de reconocimiento universal que lo ha llevado a la cumbre del barroco musical a lo largo del pasado siglo XX, ha servido para dar a conocer algunas de sus grandes creaciones operísticas: entre las más divulgadas podemos mencionar L’Orlando furioso (1727) y L’Olimpiade (1734), aunque la primera que fue dada a conocer fue La fida ninfa (1732). Excepto en festivales y ocasiones especiales, las óperas de Vivaldi rara vez alcanzan los teatros, y van siendo dadas a conocer mediante grabaciones discográficas, y aún éstas sometidas a drásticos cortes por la excesiva longitud de las partituras. En cuanto a Albinoni, sus producciones, las pocas que no están perdidas, se hallan todavía en un limbo poco fácil de difundir, aunque en el campo del disco pueden encontrarse un par de títulos editados, uno de los cuales es el intermezzo Pimpinone (1724), sobre el mismo tema que la pieza de Telemann de idéntico título.
Vivaldi se sujeta sin muchos cambios a la nueva estructura de las arias da capo y crea un tipo de espectáculo vocalmente muy brillante, pero teatralmente convencional. En sus partituras, la coloratura está a la orden del día para todos sus personajes, especialmente para los femeninos y los destinados a castrati; ocasionalmente introduce en las óperas algunas ideas de su música instrumental (como un tema de Las cuatro estaciones en un aria de su Orlando furioso).
Vivaldi no fue sólo autor de óperas, sino también empresario y llevó una vida muy activa en este campo durante los años centrales de su carrera, manteniendo incluso relaciones con alguna cantante, pese a su condición de sacerdote (que probablemente ocultaba). Obtuvo notables éxitos musicales y fue bien recibido tanto en la corte de Viena como en la pontificia, donde el papa Inocencio XIII lo felicitó después de una función, ignorando sin duda que tenía delante a un sacerdote de vida azarosa.
Ya se ha citado más arriba la ridiculización que en 1720 hizo el compositor de estirpe noble, Benedetto Marcello, de los defectos e incongruencias de las óperas. Parece seguro que Marcello quiso atacar con su libro la labor operística del «plebeyo» Vivaldi, pero el resultado de su libro, un verdadero best-seller de la literatura musical italiana de su siglo, fue proporcionar material para docenas de óperas estrenadas a partir de entonces y basadas en las pequeñas rencillas de un teatro de ópera con su angustiado empresario y toda la gente que trataba de vivir a su costa.
Retrato del músico Antonio Vivaldi (1678-1741).
Es preciso citar aquí, al margen de los compositores venecianos de estos años, la presencia en Venecia del más tarde célebre compositor alemán Georg Friedrich Händel (1685-1759), que se había adherido a las nuevas normas de construcción operística (parece que conoció personalmente a Alessandro Scarlatti en Roma, y en todo caso fue amigo de su hijo Domenico). Händel obtuvo un éxito inmenso con su ópera Agrippina (1709), y probablemente fue este hecho el que acabó de decidir a los compositores venecianos a adoptar los esquemas operísticos procedentes de Nápoles. Después, cuando Händel pasó a Alemania y a Londres, escribió una considerable cantidad de óperas serias y algunas pastorales, en todas las cuales seguía fielmente el nuevo modelo de ópera que había aprendido en Italia.