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Tita, la arrabalera

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En la gran tradición de las protagonistas femeninas, la figura de Tita Merello destaca por muchas razones. Por su longeva carrera, por independiente y por tomar iniciativas. Por plantarse en el mundo con una personalidad única, con una historia de vida que inspiró una obra de teatro que personificó Nacha Guevara, otra que interpretó Virginia Innocenti y una película que dirigió María Teresa Costantini.

De orígenes muy humildes, al punto que su madre la llevó a un asilo porque no tenía para darle de comer, boyerita en un campo con un trabajo prácticamente esclavo, analfabeta hasta la mayoría de edad, talló su carácter volcánico para poder sobrevivir y hacerse famosa.

A los 97 años, el 3 de diciembre de 2001, cuando ya vivía en la Fundación Favaloro, apareció por última vez en Canal 13, en un reportaje que le hizo quien escribe. La excusa era pedir ayuda para la fundación, luego del suicidio de su creador. Y ahí, un año antes de su muerte, vivaz y lúcida, dejó plasmadas algunas de sus sabias frases: “Me faltó un amor, me faltó haber tenido tal vez un hijo…”. “Los que recién llegan, los nuevos, que tengan paciencia, que la lucha es larga. Es como aquello de conservá la flauta que la serenata es larga...”. “La vida es dura, no es fácil… Por eso la mía fue una vida linda”. “¿Mi carácter? Es como tiene que ser todo carácter, desconfiá de los pasivos: son los que te encajan la puñalada. A mí se me conoce. Soy chinchuda, soy rebelde. Pero siempre tengo la mano en el bolsillo para dar. Eso es lo que cuenta…”. “¿Cómo me gustaría que me recuerden? Como a una actriz que no defraudó en su carrera. Cuando pisé por primera vez un escenario me echaron y yo les dije: no me voy a ir, voy a volver y volví…”.

Cuando terminó la entrevista, ya sentada en una silla de ruedas, le pidió a su asistente que la llevara a la calle para tomar sol. De su bolsito sacó un sombrerito de pescador y se lo puso con una acotación de puro recuerdo y emoción. “¿Sabés de quién era este sombrero? De Luis Sandrini…”. El hombre que fue el amor de su vida y la marcó a fuego durante tantos años, al que le escribió un tango y nunca olvidó. Por todo esto, y mucho más, su vida inspiró ficciones y una admiración indeleble.

Una lectura de sus actitudes la muestra en el centro de los derechos femeninos. Cuando llegó a la edad madura, en famosas apariciones televisivas abogaba para que todas se hicieran el Papanicolau, el estudio para detectar precozmente el cáncer cervicouterino. Contribuyó mucho a que las mujeres se apropiaran de su propio cuerpo para cuidarlo. Solía decir: “Al machismo no lo conozco, pero quien llegaba a mi vida y se ponía machista yo le daba el raje”.

Y por si fuera poco cuestionó y se impuso al modelo de belleza hegemónica de su época. Y aunque el amor por el hombre de su vida atravesó su mundo emotivo, también supo ejercer su libertad de deseo en una sociedad pacata e hipócrita.

Nació como Laura Ana Merello en San Telmo, en un conventillo, hija de un cochero, Santiago Merello, y de una planchadora, Anna Gianelli, que en ese momento era menor de edad. La muerte de su padre y la extrema pobreza impulsaron a su madre a una decisión que era común entre los olvidados de entonces, dejarla en un asilo para asegurarle el alimento.

Solo tenía diez años cuando la llevaron a trabajar al campo, supuestamente para mejorar su tuberculosis. En su libro autobiográfico, recuerda: “Trabajaba como un hombrecito entre los hombres. Pasaban los días, las noches y nunca un gesto de ternura”2.

Ya consagrada, con una mirada en su pasado, aseguró en un reportaje a Clarín: “Era una niña triste, pobre y además fea. Presentía que iba a seguir siéndolo siempre. Después descubrí que no hace falta ser bonita. Basta con parecerlo”.

Se reencontró con su madre años después, en Buenos Aires, pero ella estaba muy enferma y murió muy rápido. Empezó un camino difícil de actuaciones en tugurios y su encuentro con Eduardo Borrás la saca del analfabetismo a los 19 años, ya que él se preocupó por enseñarle a leer y escribir. Tita jamás pudo concurrir a una escuela.

Sigue un itinerario de vedette, de cantante y el reconocimiento de un estilo desenfadado, cómico y arrabalero, hermanado con Sofía Bozán, para el título del tango reo, pícaro, irónico y trasgresor. Esa marca distintiva la consagró como cantante antes de su llegada al cine por la puerta del famoso film Tango (1933). Dirigida por Luis Moglia Barth, ahí encabezaba el elenco con Azucena Maizani, Libertad Lamarque, Mercedes Simone, Alicia Vignoli. Era el 27 de abril de 1933, y el cine sonoro argentino daba su primer gran golpe, como lo definió Domingo Di Núbila: aunaba un argumento con letras tangueras, pero se animaba con algunos diálogos de sabor porteño.

Tita cantó “Yo soy así pa’l amor” y desató un conflicto cuando le dice a su enamorado que lo quiere “como a un amigo”. Entonó varios tangos, incluso uno propio, “Cantando”. Fue tal el éxito que el público concurría dos y tres veces a ver esta película, que se definió como “imán de multitudes”.

Después de este debut llegaron los títulos de una filmografía larga: Ídolos de radio (1933), Noches de Buenos Aires (1935), Así es el tango (1937), La fuga (1937), Ceniza al viento (1942), 27 millones (1942), Cinco rostros de mujer (1947, en México), Don Juan Tenorio (1949), La Historia del tango (1949), Morir en su ley (1949), Filomena Marturano (1950), Arrabalera (1950), Los isleros (1951), Vivir un instante (1951), Deshonra (1952), Guacho (1954), Mercado de Abasto (1955), Para vestir santos (1955), El amor nunca muere (1955), La morocha (1958), Amorina (1961), Los evadidos (1964), Ritmo nuevo, vieja ola (1964), La industria del matrimonio (1964), Los hipócritas (1964), ¡Esto es alegría! (1967), El andador (1967), ¡Viva la vida! (1964), La madre María (1974), El canto cuenta su historia (1976), Los miedos (1980) y Las barras bravas (1985).

Identificada con el peronismo, con el golpe militar de 1955 fue proscripta. Tuvo que alejarse del cine, del teatro, de la radio. Intentó volver a México, pero no logró acomodarse a un ambiente que era muy distinto del que conoció cuando viajó con Sandrini. Fue en los años sesenta cuando reapareció con todo su esplendor en Amorina, dirigida por Hugo del Carril.

Ya instalada en televisión aseguraba: “Necesito hablarles a las mujeres, obligarlas a que no duerman la siesta, porque la siesta engorda y envejece”. Aquí también dejamos otras de sus frases y testimonios emblemáticos: “Soy una tremenda pecadora, porque fui una buscadora del amor. No me daba cuenta de que el amor no se busca, se encuentra”; “A los 19 yo ya sabía lo que era la vida, sobre todo porque a esa altura ya se me habían destruido unos cuantos sueños”; “Creo en los santos porque nunca me han prometido nada y no me han mentido”; “Poca cosa hace falta para que el corazón de una mujer se encoja y quepa en una cajita de fósforos”.

Sin duda, una verdadera “mujer de fuego” que encendió llamaradas de independencia a los codazos, con poca ayuda y mucho fervor.

Mujeres, cámara, acción

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