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Niní Marshall, la dueña del humor

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Niní fue una marca registrada del humor en el cine argentino. Una mujer que con una enorme capacidad de observación creó personajes inolvidables; escribía también sus propios libretos con un trabajo minucioso en los detalles y una capacidad de retratar a toda una sociedad que había bajado de los barcos para instalarse en nuestro país o a quienes decían ostentar orígenes autóctonos de clase. La agudeza y el toque de ternura transformaban a sus criaturas en aceptables y singulares.

La galería de personajes incluye a Cándida, Catita, el Mingo (hermano de Catita), la bella Loli, doña Pola, la niña Jovita, Mónica (la señora bien orgullosa de sus orígenes), creaciones que luego llegaron al teatro y a la tele en su inolvidable show “Y se nos fue de repente”. Aceptadas y festejadas hasta 1943, cuando fue cuestionada y censurada en la presidencia de facto de Pedro Pablo Ramírez “por deformar la lengua e influir en el pueblo que no tiene capacidad de discernir”. No se la volvió a escuchar en la radio hasta 1954.

Cuando llegó la oportunidad de llevar sus creaciones al cine, Niní dudó mucho y contó en una entrevista: “Yo no quería hacer cine ni a cañón, porque tenía miedo de que el prestigio que había conseguido en la radio se echara a perder con mi imagen. Imagínense, salgo yo, petisita, feúcha…”.

Por suerte sus miedos fueron infundados. Marina Esther Traverso, su verdadero nombre, tenía el recelo de lo conseguido con mucho esfuerzo: huérfana de padre muy chica, la menor de seis hermanos en un hogar de clase media, trabajó mucho para conseguir su lugar en el mundo radial.

Periodista primero, redactora publicitaria después, se casó primero con un ingeniero ruso con el que tuvo a su única hija, Angelita; su matrimonio naufragó cuando el marido perdió todos sus bienes en el casino. Por eso fue recién a los 29 años que se vio obligada a trabajar y a transformarse en una mujer independiente.

Fue su manera de ser, tímida socialmente, un rasgo que se profundizó con los años, pero al mismo tiempo era profundamente payasa, tanto en los recreos del colegio como en su vida social. En los momentos de distensión imitaba a todo el mundo. Después de presentarse a varios concursos y ganar uno como cantante, alguien la pescó haciendo humor y ese fue su pasaporte a la ficción y el protagonismo.

Su segundo matrimonio, con Marcelo Salcedo, la ayudó a definir su nombre profesional, una mezcla de “Mar” por el nombre y “Sal” por el apellido (y unos agregados después por errores de impresión en sus notas).

Cuando llegó al cine, esta mujer creativa, una suerte de Lucille Ball de nuestras tierras, si bien no escribía los guiones, tenía la potestad de cambiar todas las líneas de diálogo de sus personajes, y otra leyenda asegura que su ojo inteligente y entrenado era de “ayuda” innegable para los directores.

Filmó durante 50 años 38 películas, 28 en Argentina, nueve en México y una en España. Entre nosotros filmó Mujeres que trabajan (1938), Divorcio en Montevideo (1939), Cándida (1939), Casamiento en Buenos Aires (1940), Los celos de Cándida (1940), Hay que educar a Niní (1940), Luna de miel en Río (1940), Yo quiero ser bataclana (1941), Orquesta de señoritas (1941), Cándida millonaria (1941), La mentirosa (1942), Cándida, la mujer del año (1943), Carmen (1943), Madame Sans Gene (1945), Mosquita muerta (1946), Santa Cándida (1945), Una mujer sin cabeza (1947).

Luego continuó con Buenos Aires canta (1947), Navidad de los pobres (1947), Porteña de corazón (1948), Mujeres que bailan (1949), Catita es una dama (1956), Cleopatra era Cándida (1964), Escándalo en la familia (1967), Ya tiene comisario el pueblo (1967), La novela de un joven pobre (1968), Vamos a soñar con el amor (1971) y ¡Qué linda es mi familia! (1980).

Teniendo en cuenta la cronología de sus películas, se advierte que en 1950 sufre una segunda censura. Los rumores de la época aseguran que en una fiesta imitó brevemente a Eva Perón, por entonces primera dama. Una de las testigos fue Fanny Navarro, la amante de Juan Duarte. Según Clarín, en una investigación de Florencia Werchowsky, la supuesta burla provocó que la actriz no pudiese filmar en nuestro país hasta 1952.

Niní conoció enormes éxitos, unos pocos fracasos, y quedó en la memoria popular como la propietaria de la risa. Aún hoy sus films conservan una gracia inocente pero innegable. Mujer poderosa a fuerza de talento. Inimitable.

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