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Coca Sarli, la imagen del deseo

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Una anécdota pinta la importancia internacional de esta actriz argentina que, en sociedad con Armando Bo, como estrella y director, desarrolló un cine de contenido erótico que en ese tiempo fue despreciado en la Argentina, pero de un éxito fenomenal en el mundo y mucho tiempo después revalorizado. En la edición número 20 del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (BAFICI), el legendario director John Waters (el mismo de Pink Flamingos, Polyester, Hairspray) fue el invitado estrella. Creador políticamente incorrecto, pionero en la defensa de la diversidad cultural y crítico del establishment, sin dudas un referente del cine independiente, es además un ferviente admirador de Isabel “Coca” Sarli. Ya en Buenos Aires para participar de la muestra, no quiso perderse la oportunidad de conocer a la actriz. Ese encuentro quedó registrado en un video que se exhibió al público antes de la presentación del film Fuego.

Pero la historia de su protagonista, única en su tipo, habla de sencillez, timidez y entrega. Esa mujer abierta y adorable, sensual y deseada al mismo tiempo, que nació de una pareja no unida en los papeles, que sufrió la pérdida de su hermanito de pocos años y la desaparición de su padre biológico, luchó aunada a su madre para conseguir sobrevivir.

Alguna vez confesó en un reportaje de Radiolandia que su fantasía era tener una habitación forrada de fiambre: es que las privaciones se hicieron sentir cuando era chica. Su padre reapareció con el éxito de su hija, pero ella esquivó todo contacto.

Ya adolescente y dueña de una gran belleza en tiempos en los que el bisturí no intervenía, estudió para ser una secretaria perfecta y su dominio del inglés iba a resultarle fundamental en su vida. Tuvo un primer matrimonio breve con Ralph Jurgen Heinien, que duró menos de un año. Y después, cuando se consagró como Miss Argentina, conoció al amor de su vida: su socio creativo, Armando Bo. Él la llevaría a protagonizar El trueno entre las hojas, con el primer desnudo frontal del cine argentino (alguna vez Isabel contó que Armando Bo la engañó y la hizo nadar para la escena, asegurándole que solo haría tomas lejanas).

Desde ese momento hasta la muerte del realizador hicieron una vida y una carrera juntos. Lucharon contra la censura, en una sentada en Plaza de Mayo, y contra la pacatería de la época. Pero sus estrenos eran acontecimientos masivos e increíbles, con gente enloquecida por verla de cerca.

“Se puede entender el fenómeno Sarli (…) sin nunca desentenderse del contexto histórico que los produjo. Sarli era fruto prohibido, la mujer imponente e inquietante que surgía en El trueno entre las hojas y que mantendría un reinado de más de una década en ese ente inasible llamado imaginario popular”, analiza Diego Lerer en Clarín3.

La sensación Sarli-Bo pasó rápidamente las fronteras de nuestro país: esa mujer de medidas perfectas era una diosa que seducía al mundo. Su foto tamaño natural puede encontrarse en un restorán de Italia, sus películas aún hoy se repiten en los circuitos eróticos, o directamente son valorizadas con una mirada actual lejos de los prejuicios, por las cabezas más abiertas y divertidas.

Isabel Sarli fue en cine una mujer y en su vida, otra. Pero consciente de su poder. Ese amor por Armando Bo solo se cortó con la muerte. Con él nunca firmó ningún contrato, pero por su conocimiento del inglés ella era la que firmaba todos los papeles en el exterior que la acreditaban como socia del director, un detalle fundamental a la hora de que le fueran reconocidos sus derechos.

Armando Bo nunca se separó de su mujer legal. Isabel y su esposa aceptaron la relación, al igual que los hijos de Armando. Víctor trabajó con ellos, las hijas le encargaban a Isabel compras en el exterior que ella cumplía religiosamente. Todo un toque de modernidad en materia de acuerdos.

Por un lado, era la mujer que se plantaba junto a su pareja para luchar contra la censura, la que le podía pegar un cachetazo a un cura espantado que la trataba como el demonio personificado. Por otro lado, era la mujer sencilla, la que armó su familia con sus dos hijos adoptivos, la que vive en su mansión con sus muchos animalitos. Supo tener un ciervito al que le ponía cinta manillar en la terminación de cada cornamenta para que no lastimara. Había armado un microcine en su garaje donde le pasaba a su madre sus películas, cortando sus desnudos (es que cuando doña María Elena Sarli vio la primera película, la tomó tan de sorpresa que le dio a su hija una golpiza memorable).

Salvo cuatro películas, Setenta veces siete (1961) que filmó con Leopoldo Torre Nilsson, La diosa virgen (1973) con Dick de Villiers, La dama regresa (1966) con Jorge Polaco, con quien hizo también una participación en Arroz con leche, y Mis días con gloria, de Juan José Jusid, el resto de sus films lo hizo con Armando Bo como director: El trueno entre las hojas (1957), Sabaleros (1959), India (1959), Y el demonio creó a los hombres (1960), Favela (1961), La barrerita de Ipacaraí (1962), La diosa impura (1963), Lujuria tropical (1963), La leona (1964), La mujer del zapatero (1965), Los días calientes (1966), Mujer y tentación (1966), La señora del intendente (1967), La mujer de mi padre (1967), Carne (1968), Desnuda en la arena (1969), Fuego (1969), Embrujada (1969) y Éxtasis tropical (1970). Al año siguiente llegó Fiebre (1971), después, Intimidades de una prostituta (1972), Verano ardiente (1973), La diosa virgen (1974), Una mariposa en la noche (1979), El último amor en Tierra del Fuego (1979), Una viuda descocada (1980) y La viuda insaciable (1984).

Según Elena Goity en La Nación, “los que defendieron todo el cuerpo cinematográfico de la pareja Sarli-Bo lo hicieron desde una postura camp y posmoderna, consideraron meritoriamente la absoluta libertad creativa, fruto de la total ausencia de prejuicios”.

Isabel Sarli, la mujer que pobló las fantasías eróticas de millones, fue y es una señora plantada en el mundo para desafiar lo que sea.

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