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CAPÍTULO 1

Pioneras

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“La mujer ha sido tan condicionada a desvivirse por los demás, que le cuesta tomarse en serio. Creo que esa es una de las razones por las que hay tan pocas mujeres directoras de cine en el mundo. De lo contrario, yo tendría que creer que soy genial y no lo soy”.

María Luisa Bemberg1

El cine, como práctica profesional, se ha establecido alrededor de un universo masculino con normas y leyes, implícitas y explícitas, que han imposibilitado el desarrollo de la mujer en el soporte a la par de la activa participación masculina, que impuso, desde sus orígenes, una mirada potente sobre el rol que las mujeres debían ocupar en él.

Si bien las historias protagonizadas por personajes femeninos se multiplicaron, su creación estuvo casi siempre condicionada por hombres que recurrían a estereotipos y estructuras obvias para narrar cuestiones asociadas a tramas que siempre revalidaban un punto de vista machista.

Así, en el largo desarrollo del cine en Argentina, estas historias fueron dirigidas, producidas, pensadas por hombres. Porque la Industria, si es que se puede hablar de una industria del cine en el país, siempre ha relegado a las mujeres a la participación en roles menores.

Son contadas con los dedos de la mano aquellas mujeres que se animaron a superar los obstáculos y la discriminación en el seno de la industria para poder participar como un miembro más de esa comunidad, dejando de lado las consecuencias desfavorables que por el afán de conseguir concretar sueños las han doblegado ante la escala jerárquica machista.

Contadas con los dedos de la mano, sí, pero estas pioneras, arriesgadas, valientes, iluminadas, forjaron un camino que ha posibilitado la posterior inserción de la mujer en el medio más allá de los encasillamientos más tradicionales, que la relegaban a roles como la confección de vestimentas, el maquillaje y peluquería, asociados a la división del trabajo machista. Ellas demostraron, con trabajo, empeño y creatividad, que el mundo del cine también es de las mujeres.

Al hablar de cine realizado por mujeres, los primeros nombres que aparecen en el panorama son los de Emilia Seleny, María B. de Celestini, Elena Sansinena y Renée Oro, directoras de los films La niña del bosque (1917), El pañuelo de Clarita (1919), Mi derecho (1920), Blanco y Negro (1920), La Argentina (192?), respectivamente, películas de corte documental en las que las directoras pudieron apropiarse de la técnica de una forma netamente intuitiva pero con conciencia sobre su rol en ella.

Estas producciones lograron cierta notoriedad, y en el caso de algunas, como en el de Oro, les permitieron trascender fronteras desarrollando también la dirección en países vecinos como Chile.

Por esa misma época, Camila Quiroga (Camila Josefa Ramona Passera), actriz de producciones como Resaca (1916), de Atilio Lipizzi, o Viento Norte (1937), de Mario Soffici, logró crear junto a su marido Héctor Quiroga su propia productora (primero en Platense Films S.A. y luego en Quiroga-Benoit Film), su propia compañía de actores, y hacia 1919 fue una de las impulsoras de la Asociación Argentina de Actores.

En ese arranque vigoroso del cine como industria, con miles de espectadores agolpándose a ver la nueva tecnología de entretenimiento, la disparidad entre mujeres y hombres ejerciendo el rol de dirección y otros de importancia es notoria y preocupante. Lamentablemente, eso fue algo que marcó el ritmo y el camino hasta la fecha, en que, si bien algunas realizadoras pueden imponer su nombre, su autoría, su fuerza, son solo casos aislados en los que sigue existiendo una notoria desigualdad en todo sentido.

Adelia Acevedo y Victoria Ocampo (codirigieron Blanco y Negro con Sansinena), Angélica García de García Mansilla (Un romance argentino), María Constanza Bunge Guerrico de Zavalía (argumento de El tímido), Antonieta Capurro de Renauld fueron algunas directoras que supieron explorar el cine pero sin continuidad.

Casos aislados también como el de Niní Marshall, quien con su impronta supo ponerse al hombro varios aspectos de aquellos proyectos en los que actuaba sus personajes de radio, y la fuerza de un puñado de actrices que encabezaron títulos cinematográficos con convocatoria, no pudieron trascender la presencia masculina del medio.

Vlasta Lah, nacida en Pola, provincia de Trieste, Austria/Hungría, en 1918, pudo hacia 1960 dirigir el primer largometraje de ficción sonora, Las furias, tras haber participado como asistente en las producciones que su marido, Catrano Catrani (Alto Paraná, En el último piso), realizaba. Rodó dos cortometrajes (La química en su bienestar, Conozca Atanor), llevando adelante una propuesta que narró las vicisitudes de un grupo de mujeres ante un hombre que ya no está presente.

El film sumó fuerza y atractivo para los espectadores con un dream team de actrices, Mecha Ortiz, Aída Luz, Alba Mujica, Olga Zubarry, en una historia intimista y opresiva que adaptaba a Enrique Suárez de Deza.

En esa misma película, Delia Manuele (compaginación) y Otilia de Castro (escenografía) fueron las únicas dos mujeres del equipo técnico para una película hito que fue recibida con cierta disconformidad por la prensa de la época: “La directora tiene un lenguaje poco preciso, y poco pasional” (La Prensa); “Ronda el melodrama. Dirección por completo carente de seguridad, inventiva y lógica” (El Mundo); “Vlasta Lah no es por cierto una realizadora original. A defectos de su trabajo se debe la inconvicción, lindante con lo ridículo, de la difícil secuencia de la sustitución de la muchacha por la tía. Si en un debutante la sobriedad es una condición, en Vlasta Lah dicha aptitud se desvirtúa para caer en pobreza de lenguaje fílmico y en falta de interés narrativo. El diálogo, flojo, es por momentos lamentable” (Héctor Grossi en Platea2).

El hecho de que Lah dirigiera rompía cánones de la industria de ese entonces (y vigentes hasta la actualidad), según los cuales era impensado que una mujer se ponga tras las cámaras, y menos para dirigir un largometraje. Esto queda plasmado en una extensa nota de la revista Platea por motivo del “rodaje” de Las furias. En la entrevista a Lah y actrices, el periodista avanza sobre la realizadora con preguntas como estas: “A propósito de su esposo: ¿cómo ve él que usted le invada el terreno? - Lah: Muy bien. Está muy contento. - Periodista: ¿La ayuda en la adaptación del libro o en los preparativos de filmación? - Lah: En absoluto. Si me equivoco, quiero que la responsabilidad sea toda mía. Además, sería muy difícil que colaboremos en ese sentido, pues mi visión del cine es muy distinta a la de él”3.

Otro dato curioso es que en las imágenes de la premiere que publica también la revista Platea no hay una sola imagen de Lah. Solo las protagonistas y personalidades de la época. La directora luego afrontaría Las modelos, Sonia y Ana (1961), protagonizada por Greta Ibsen y Mercedes Alberti.

Margarita Bróndolo acompañó muchas de estas producciones “cortando” negativo, una tarea que requería precisión, pero que a la larga siempre quedaba invisibilizada por el rol que luego se ejercía en el montaje y por la presión que ejercían para que ella no ocupara ese cargo.

A mí nadie me regaló nada: entré porque quise, aprendí por vocación, me dediqué plenamente. Pero tuve que dejar con mucha pena la moviola porque eran muchos ánimos en contra. Me sentí muy mal por lo injusto de la situación. Algún día será, me consolaba, pero no fue4, recordaba Bróndolo en un reportaje que la posicionó en el lugar que tenía que estar.

Realizadoras como Paulina Fernández Jurado (Mujeres, en 1965), Eva Fainsilberg Landeck (Barrios y teatros de Buenos Aires, Las ruinas de Pompeya, Horas extras, Entremés, El empleo, Gente en Buenos Aires, El lugar del humo), Marie Louise Alemann (Autobiográfico 1, El carro de mamá, Escenas de mesa, Sensación 77: mimetismo, Lormen, Ring Side, Legítima defensa, Paisajes para Ghédalia, Tazartés Transport, El retorno) y Narcisa Hirsch (Manzanas, Marabunta, Retrato de una artista como ser humano, Patagonia, Canciones Napolitanas, entre otros) trazaron puntos a tener en cuenta en una cartografía de películas encaradas por mujeres.

A este grupo, anclado en cortometrajes experimentales, intuitivos, de sensaciones, se sumaron otras directoras como Mabel Itzcovich (Soy de aquí, 1958), María Esther Palant (Conquista de la pampa, El Callao, 1965) y Alicia Míguez de Saavedra (asistente de dirección en El honorable inquilino, Turbión) y otras mujeres como ayudantes o “pizarreras”, como Susana Gallup y Rosa Blumkin.

Asociada a la televisión, medio que la formó y al que le ha brindado los mejores esfuerzos para elevarlo de categoría, María Herminia Avellaneda tuvo la oportunidad de dirigir la película Juguemos en el mundo (1971), aproximación al universo de María Elena Walsh (quien también coescribió el guion) que fue recibida con alegría por su dedicación para generar una propuesta sólida que no menospreciaba a los espectadores.

Además de las actrices, Perla Santalla, Eva Franco, Aída Luz, Virginia Lago, Zulema Katz, Susana Lanteri, Elena Cánepa y Cipe Lincovsky, solo Renata Schussheim, en vestuario, y Graciela Luciani, en coreografía, formaron parte de un equipo liderado por hombres. La prensa de la época dijo: “Imaginación y poesía en una película de inédita ternura” (La Opinión), “trae por fin al cine comercial argentino… la fantasía, la imaginación, la antisolemnidad, el delirio” (Panorama).

Avellaneda desarrolló luego una sólida carrera en la televisión, destacándose como directora, productora y como funcionaria pública encabezando la dirección de Argentina Televisora Color (ATC, hoy TV Pública). Antes de ese cargo, la dirección de la novela Rosa de lejos, un hito de la televisión, la posicionó como una de las mujeres clave del medio. De esa misma producción dirigiría una versión cinematográfica en 1980 que no alcanzó el éxito del suceso televisivo.

La escritora Beatriz Guido fue una de las primeras guionistas que recuerda la pantalla nacional. Su matrimonio con Leopoldo Torre Nilson le facilitó rápidamente desde adaptar su primera novela La casa del ángel, escrita en 1954 y llevada al cine en 1957, para luego escribir con continuidad, El secuestrador (1958), La caída (1959), Fin de fiesta (1960) y La mano en la trampa (1961), entre otros trabajos que la posicionaron como una de las escritoras dentro y fuera de la pantalla más importantes de la época.

También en guion, el trabajo destacado de Aída Bortnik, dramaturga teatral, que supo adaptar al cine La tregua (1974), novela de Mario Benedetti, llevada al cine por Sergio Renán, con Héctor Alterio y Ana María Picchio en sus roles centrales, la llevó a estar ligada siempre a la industria y al Óscar, ya que fue la primera película argentina nominada a ese premio; luego La historia oficial (1985) finalmente trajo al país el primer premio de la Academia de Artes y Ciencias de Hollywood.

En el mismo rubro la escritora Martha Mercader se destacó por la realización del guion de La Raulito (1975), junto a Juan Carlos Gené, película de Lautaro Murúa que recorrió el mundo inspirada en la historia de una mujer que debió luchar para mantenerse fiel a sus ideales a pesar del entorno hostil. Poldy Bird también fue una figura clave de la literatura y el periodismo, que exploró la cotidianeidad del universo femenino. En 1980 Días de ilusión, de Fernando Ayala, llevó al cine una historia original suya en la que jugó con la fantasía y la realidad de una niña, interpretada por Andrea del Boca.

Otras guionistas o “argumentistas” fueron Lola Pita Martínez (Doce Mujeres), Elvira Quintana (Nativa), Pilar de Lusarreta (Petróleo), May Nilsson (La tía de Carlos), María Luz Regás (Vacaciones), Delia Morín (Tierras hechizadas), Adela Beltrán (Romance sin palabras), Nené Cascallar (Fuego sagrado), Celsa Martel (Rebelión en los llanos), María Antinea (La niña de fuego), Olga Casares Pearson (Surcos en el mar), Ana María Nieto Arana (Ensayo final), Marta Santoro (Con el más puro amor), Marta Viana (Una mujer diferente), Raquel Martínez Piñón (Continente blanco) y Mariofelia (De Londres llegó un tutor), que firmó el guion con seudónimo.

Es con la llegada al cine de María Luisa Bemberg (Momentos, Camila, Señora de nadie, Miss Mary, Yo, la peor de todas, De eso no se habla) que se comienza a hablar de un cine “realizado por mujeres”, y que marca un punto de inflexión para que otras mujeres comenzaran a imaginar la posibilidad de desarrollar algún tipo de carrera en el medio.

Mi primera satisfacción en una tarea creativa fue el vestuario de La visita de una anciana dama, interpretada por Mecha Ortiz. Fue bien recibido y yo me sentí muy emocionada. Pero mis familiares no estaban contentos con lo que hacía. En realidad, preferían que no hiciera nada”, disparaba María Luisa Bemberg en la revista La Nación de marzo de 1990.

A fuerza de empeño y de pelear su lugar en la sociedad, esta mujer, perteneciente a una de las familias más tradicionales de Argentina, tuvo que romper los esquemas y el machismo que la agobiaba y le impedía trascender su género y clase para cumplir, tal vez, su deseo más anhelado: dirigir cine. Experiencias previas como la fundación del Teatro del Globo (junto a Catalina Wolff) y ser parte de la fundación de la Unión de Mujeres Feministas de Argentina reforzaron su compromiso con el arte y la militancia.

Los cortos Femimundo y Juguetes –en el marco de sendas ferias internacionales del juguete y de la mujer– le permitieron una aproximación a la dirección, algo para lo que venía preparándose durante años, y junto con la escritura de los guiones de Crónica de una señora (1971), basada en su pieza teatral corta La margarita es una flor, y Triángulo de cuatro (1975) la ubicaron dentro del panorama del cine nacional.

Su llegada no fue fácil; sin embargo, pese a los prejuicios de su familia y la poca participación femenina en la industria, su mirada sobre el universo, que distaba del orden patriarcal que seguía reproduciendo estructuras clásicas en las que las preocupaciones de la mujer quedaban en un segundo plano, la posicionó rápidamente como una de las realizadoras más importantes del cine argentino.

“A mí nunca me bastó la vida para la cual me habían programado… Ser una mujer de su casa, una buena madre, una buena esposa, una mujer que cuidara su aspecto físico, mundana… siempre me producía como un gran vacío”5.

“Me decidí a filmar el día que creí que estaba bastante reconstruida por dentro, como para poder bancarme un fracaso, porque con una película nunca se sabe. Es muy extraño lo que me mueve a haber elegido un medio tan exigente como es el cine para expresarme” 6 .

Bemberg se apropió del dispositivo, y se paró en la industria como una feminista que transgredía todo lo que se le había impuesto. “Las feministas estamos muy mal vistas. Mal vistas por la izquierda, que considera que dividimos las fuerzas contra los opresores. Mal vistas por la derecha, que piensa que somos subversivas. Y mal vistas por las mujeres, que consideran que somos unas entrometidas”7.

Sus películas trabajaron relatos íntimos acerca de la opresión y la necesidad de liberación de un machismo imperante dentro y fuera de los hogares, con temas adultos que, mediante la presión que ejercía la censura del momento, aún no habían sido trabajados dentro del cine, lugar en donde reinaba el pasatismo y relatos con mujeres objetos que no podían despegar su fuerza de la imagen dominante.

Cuando yo empecé había más que un prejuicio de sexo, uno de clase: ‘esta señora que se larga a hacer cine porque tiene plata’; y que estaban esperando un poco verme caer. Quedaron bastante desconcertados cuando vieron que yo trabajaba en serio8.

En cuanto la mujer empieza a pensar, a expresarse, y de repente a pelear o a enojarse, puede desagradar… Entonces, muchas mujeres temen que si se afirman demasiado como ser humano, pueden perder al hombre9.

Si en mis películas prima el punto de vista femenino es porque yo soy mujer y porque creo que no hay una mirada neutra. La mirada de un cineasta está condicionada por el sexo al que pertenece, por todo lo que es10.

En 1995 jugaría a ser actriz en La balada de Donna Helena, de Fito Páez, caso contrario al de aquellas actrices que luego se pusieron detrás de cámara. Acompañando a Bemberg, una figura clave del cine argentino, Lita Stantic, potenció el trabajo de la realizadora. Stantic venía con una tradición desde los márgenes del cine, impulsando a realizadores jóvenes como Pablo Szir, Néstor Paternostro, Mario David, asistiéndolos, creando sus propios cortos, volcándose al cine publicitario, apoyando la distribución clandestina de La hora de los hornos, de Fernando Solanas y Octavio Getino.

Ya hacia finales de la década del setenta acompañó desde la producción la realización de La Raulito, La parte del león (1978), ópera prima de Adolfo Aristarain, y dos producciones de Alejandro Doria, La isla (1979) y Los miedos (1980).

Luego comenzaría un camino de colaboración con Bemberg, con idas y venidas, una relación artística pasional que permitió el fortalecimiento de ambas. En 1993 se anima a la dirección con Un muro de silencio, personalísimo viaje hacia la época más oscura de la argentina, jugando con el cine en el cine para demostrar la permanencia de las heridas en la sociedad.

El nombre de nuestra productora, GEA, lo puso María Luisa. Lo consultó con una amiga suya ultrafeminista, Leonor Calvera, y ella se lo sugirió. Tendríamos que haberle puesto Aries, porque las dos éramos de ese signo, pero ese nombre ya estaba tomado (…). Tita Tamanes me dijo que yo estaba loca, que cómo me iba a asociar con María Luisa: ‘esa mujer no sabe lo que quiere’. Aída Bortnik también me comentó algo así. En general en el ambiente desconfiaban, en ese momento era inédito que dos mujeres se asociaran para hacer una película11.

Siempre presentes los obstáculos, siempre las insinuaciones que buscan disuadir decisiones sobre rumbos y profesionalización en un mundo masculino que impone una mirada que juzga y además imposibilita concretar deseos, en este caso, el de hacer cine.

Productoras como Sabina Sigler (Quebracho, El hombre del subsuelo, El exilio de Gardel, Tangos), Tita Tamames (La tregua, Las sorpresas), que también se dedicó al vestuario (Pobre mariposa, La tregua, Vení conmigo), ambientación (La revolución, Vení conmigo) y escenografía (Heroína, Vení conmigo), o Diana Frey (La hora de María y el pájaro de oro, La Raulito, Sola, Juan que reía, entre otras) también fueron casos de mujeres que se pararon de otra manera frente a la realidad que les exigía un rol diferente.

Hacia finales de los años setenta, se destacan figuras como Eva Fainsilberg Landeck (Horas extras, El empleo, Gente en Buenos Aires, Este loco amor loco), Nelly Kaplan (desarrollando su carrera en Francia, con películas como Charles et Lucie, Nea, La Fiancée du pirate); y ya en los años ochenta, varias mujeres pudieron comenzar su carrera en el cine, como Jeanine Meerapfel (Malou, La amiga), no solo dirigiendo, sino en rubros técnicos, pero siempre a la sombra de las decisiones masculinas que imposibilitaban una continuidad de trabajo y una igualdad en el medio.

En esa misma década, La Mujer y el Cine (1988), fundada por María Luisa Bemberg, Lita Stantic, Sara Facio, Beatriz Villalba Welsh, Susana López Merino, Gabriela Massuh y Marta Bianchi, propuso reunir en una entidad el trabajo de realizadoras, productoras y actrices para fomentar la producción cinematográfica femenina. Al poco tiempo de fundarse, Bemberg se alejó de aquella por considerar que terminaría siendo contraproducente, ya que creía que esto llevaba a “fomentar ghettos de cine de mujeres, cuando lo correcto es plantear y apoyar su integración a la industria del cine12. Pese a la baja de Bemberg en la organización, el colectivo continuó con fuerza.

Hoy, con más de 30 años de camino, y presidida por Annamaría Muchnik, la organización avanza: “Hay mucho talento en juego para demostrar y para ser elegido y premiado en el exterior y mucha capacidad de trabajo que merece ser reconocida igual que el reconocimiento a los hombres”13.

A lo que Martha Bianchi agrega: “La Mujer y el Cine desarrolla una labor pequeña por lo modesta, pero muy grande por el contenido, por lo que significa la promoción de la mujer, la reflexión, el promover la reflexión entre los espectadores, entre la gente de la cultura14.

Tímidamente, pero avaladas por una Ley de Cine que permitió la multiplicación de rodajes, las realizadoras comenzaron a trazar un mapa de realidades que hasta el momento no se había reflejado, con algunas experiencias previas a la sanción.

María Victoria Menis (Vecinas, A qué hora, Arregui, la noticia del día), Ana Poliak (Parapalos, ¡Que vivan los crotos!, La fe del volcán), María Teresa Costantini (El amor y la ciudad, Felicitas, Acrobacias del corazón), Gabriela David (Taxi un encuentro, La mosca en la ceniza), Carmen Guarini (Tinta Roja, Buenos Aires, crónicas villeras, La noche eterna), Paula de Luque (Cielo azul, Cielo Negro, codirigido con Sabrina Farji, Juan y Eva, Todas esas cosas), Paula Hernández (Herencia, Lluvia, Un amor), Inés de Oliveira Cézar (La entrega, Cómo pasan las horas, Extranjera, El recuento de los daños), aparecieron en el panorama cinematográfico con una impronta autoral única y precisa, nombres de un fenómeno que tal vez no tenga paralelismo en el mundo.

De esas camadas de nuevas directoras, Lucrecia Martel (La ciénaga, La niña santa, La mujer sin cabeza, Rey Muerto) se ha impuesto con su mirada lúcida sobre la realidad a partir de relatos sobre costumbres y usos, pero también con ambición de trascender su género adaptando, por ejemplo, la épica de Diego de Zama en Zama (2017), basada en la novela homónima de Antonio Di Benedetto, película por la cual ha vuelto a reafirmar su autoría y nombre.

El gran conflicto y la gran pobreza que tiene el cine es que en estos cien años, en estos ciento y pico de años de existencia, ha sido un cine en manos de la clase media-alta blanca, en el mundo, al que han tenido muy poco acceso las mujeres y otras minorías; las mujeres no somos minoría, pero hemos tenido muy poco acceso, y ni hablar de grupos indígenas o directores indígenas, de la población negra”, afirma Martel.

La incorporación de mujeres al cine es más rápida que la incorporación de otras clases sociales. El cine sigue siendo blanco y de clase media, como el turismo. Creo que el cine, sobre todo el que no tiene como única aspiración ser masivo, es una actividad riesgosa y muy agitada por las fluctuaciones del mercado y la tecnología. Eso significa una alta posibilidad de fracaso. En ese sentido me parece que las mujeres, por nuestra experiencia de estar lamentablemente en los márgenes del poder, estamos preparadas para fracasar. Y eso nos convierte en animales naturales para el cine. El riesgo no es algo que concebimos deportivamente. Es existencial. De modo que es inevitable que el cine más radical sea colonizado por nosotras. Ya verán. Como dijo Joslyn Barnes, sobrina de Djuna Barnes y coproductora de Zama, las mujeres fracasamos mejor15.

Considerada en la actualidad como referente, su paso por festivales y premiaciones, y la profundidad de sus realizaciones, la han posicionado dentro y fuera del país como una directora única y una artista convocada por personalidades de otros campos, como, por ejemplo, la cantante y performer islandesa Björk.

María Luisa Bemberg y Lucrecia Martel son dos personajes que, por distintos motivos, han sido muy importantes en mi carrera. Con María Luisa he tenido una vida más tranquila, más apacible, y con Lucrecia hemos tenido encuentros y desencuentros. Esos años en los que nos lanzamos con María Luisa con el descreimiento de todo el mundo a armar una productora y filmar cinco películas en una década, y algunas bastante complicadas de producción, fueron años en los que aprendí muchísimo, años que me llenan de mucha satisfacción16, suma Stantic sobre dos directoras que han permanecido como estandartes en la realización cinematográfica local.

Lucrecia Martel me parece que es de lo mejor del cine argentino que hemos tenido en muchísimas décadas. Mi sensación fue en Berlín y vi La ciénaga y me daba la impresión que fuera del cuadradito había un mundo, que estaba vivo, construía con tanto tejido. Además me encanta cómo trabaja el sonido y el lugar que le da en los rodajes y en la mezcla que muy pocos se lo dan. Eso te golpea en un lugar sensorial por este trabajo. Es alguien que logra películas muy vivas”, dice la realizadora Lucía Puenzo.

Una de las figuras relevantes, que ha logrado además desarrollar su carrera dentro y fuera del país, guionista, escritora de literatura y directora cinematográfica (Wakolda, XXY, El niño pez), heredera de una familia que ha mantenido el cine bien en alto.

“Yo escribía literatura y trabajaba como guionista en TV y cine; el cuento ‘Cinismo’17 lo leí desde que nació. Me enamoré y se lo pedí para escribir un guion pero para otro director. No estaba en mis planes dirigir. Cuando estaba buscando un director, apareció la beca de Cannes y la acepté. Ya había hecho un corto y estaba siempre en rodajes y lo dirigí con absoluta felicidad con el equipo de amigos que egresamos de ENERC y ninguno de los cabeza de equipo había hecho nada en largo y eso nos daba la sensación de estar haciendo un corto más”, reflexiona Puenzo sobre la experiencia de rodar XXY. Luego se sucederían El niño pez, Wakolda, la serie televisiva Cromo y La jauría, protagonizada por Daniela Vega (Una mujer fantástica), donde además ofició de showrunner.

En el último tiempo, y con la figura de estas directoras, otras han podido ejercer el rol con una mirada distinta del soporte, contando historias personales que a la vez pueden universalizar problemáticas.

Anahí Berneri, Sandra Gugliotta, Julia Solomonoff, Celina Murga, Natalia Smirnoff, Vera Fogwill, Ana Katz, Tamae Garateguy, Laura Citarella, Nele Wohlatz, Verónica Chen, Lucía Cedrón, Milagros Mumenthaler, Mónica Lairana, Florencia Percia, Majo Staffolani, etc., son solo algunos de los nombres que supieron forjar un camino en el universo de la realización.

Muchas de ellas lograron, tras estudiar y ponerse firmes en la concreción de su deseo, hacer carrera en el cine nacional, algo complicadísimo teniendo en cuenta costos, vaivenes económicos e intereses.

Cuando empecé a interesarme seriamente por el cine (más como cinéfila que como cineasta), creía que el poder del cine era el de los sueños. En esa pantalla gigante, en esa oscuridad, en la calidad fotográfica estaba cifrada esa capacidad de transportarnos. Han pasado más de dos décadas. El cine y nuestra manera de verlo han cambiado radical, irreversiblemente. En muchos casos, pantallas gigantes han sido sustituidas por celulares. Entonces, es inevitable volver a preguntarse qué es el cine. Hoy mi respuesta es distinta. No es ya la magia de la imagen. Es el tiempo. Pero también el trabajo en el tiempo18, dice Solomonoff (Nadie nos mira, El último verano de la Boyita).

En otros rubros también, como por ejemplo la dirección de fotografía, la carrera de una profesional como María Inés Teyssié (Tren Gaucho, La revelación, Potestad) ha doblegado una tarea que siempre había sido asignada a hombres.

En el 33 Festival Internacional de Cine de Mar Del Plata se decidió, una vez más, innovar al incorporar en el marco de la muestra el Primer Foro de Cine y Perspectiva de Género. Dato no menor es que por primera vez la muestra estuvo dirigida por una mujer, Cecilia Barrionuevo, quien hacía años se desempeñaba como programadora del Festival.

En las dos jornadas del foro participaron disertantes de diferentes espacios del cine (directoras, actrices, técnicas, productoras, periodistas, escritoras), como Lucrecia Martel, Calu Rivero, Muriel Santa Ana, Noemí Frenkel, Esther Díaz, Valérie Massadian, Julia Katherine, Florencia Etcheves, Marina Glezer, Camila Fanego, Silvana Di Francesco, entre otras, que expusieron ideas, compartieron conceptos, iluminaron a la audiencia con sus apreciaciones acerca del rol de la mujer y la necesidad del urgente cambio de paradigma e igualdad de condiciones.

El compromiso ha quedado plasmado en la Carta por la Inclusión y Paridad en el Cine, aquella que propone el 50/50 para el 2020. Por medio del documento, el Festival se compromete a compilar estadísticas desagregadas por género para disponer de datos fiables y reales sobre la presencia de proyectos liderados por mujeres, hacer pública la lista de miembros de los comités de selección y programación, y establecer un calendario de cambios en los órganos ejecutivos del festival para alcanzar la paridad en el actual período de mandato de dichas entidades.

En la misma línea, el INCAA sumó desde 2018 la Semana de Directoras Cinematográficas, impulsada también por la subgerenta de prensa y comunicación Mercedes Funes, y el por entonces vicepresidente de la entidad Fernando J. Lima (ambos estuvieron tras el foro del Festival): un espacio que repasa la producción cinematográfica realizada por mujeres, propone una revisión de películas actuales y, además, llama a la reflexión.

Durante la primera edición, la realizadora Sabrina Farji decía: “Les propongo que la próxima vez que se encuentren en un ámbito de trabajo observen cuántas mujeres hay en ese equipo, y de esas mujeres cuántas tienen roles de liderazgo o toma de decisiones… van a tener una idea de la disparidad”.

Esta demanda responde a un vacío en el espectro de muestras asociadas a la figura femenina, ya que, si bien desde 2012 se celebra el día del director audiovisual en el país, conmemorando la creación de Directores Argentinos Cinematográficos (DAC), con proyección de preestrenos con un precio simbólico en las salas, en dichas muestras, hasta la última de 2017, son contadas con los dedos las realizaciones que se exhiben dirigidas por mujeres.

De hecho, desde el INCAA organizaron un programa que se llama Gafas Violetas, que busca integrar la perspectiva de género en las diferentes áreas del instituto a través de una red de trabajo transversal que promueve acciones concretas. Pensado como espacio de formación continua en género y lenguaje audiovisual, propone una plataforma consultiva, de acción conjunta, y de asesoramiento técnico en materia audiovisual con perspectiva de género, así como un modelo de innovación en gestión pública para la promoción de buenas prácticas19.

Un reciente relevamiento informal del INCAA, en el que se revisaron las 1627 películas producidas en el período comprendido entre 2007/2017, arrojó que solamente 287 fueron dirigidas por mujeres, un 17,5 % sobre el total, con un pico de 24,5 % el año pasado, ya que de 220 películas, 54 fueron realizadas por mujeres. Desde este año la información de género, cruzada por la Gerencia de Fiscalización, será incluida en el anuario del INCAA como un indicador más para tener en cuenta.

El desafío ahora es grande, porque el cambio de paradigma llegó, y es hora de comprender que sin equidad de género la diversidad en el cine argentino no existe, y que sin la correcta toma de decisiones el trabajo y el espacio conquistado se diluye rápidamente.

“El machismo divide a los seres en inferiores o superiores según su sexo. Cuando el machismo no exista más, el feminismo no tendrá razón de ser. A la mayoría de los hombres los asusta tener una compañera de igual a igual”20, nuevamente nos invita a reflexionar Bemberg.

¿Existe un cine “femenino”, mujeres que hacen cine, o simplemente películas dirigidas por mujeres, en donde el género solo es una cuestión biológica y no determinante? El tiempo del cambio llegó y este volumen es la muestra de su fuerza.

1 La Nación, 19 de diciembre de 1986.

2 Revista PLATEA, número 32, 11 de noviembre de 1960.

3 Revista PLATEA, número 20, julio de 1960.

4 En Moira Soto, “La dama del celuloide”, Página/12, 9 de marzo de 2007.

5 En “En mi cine, las mujeres son transgresoras”, recopilación de frases en Página/12, martes 9 de mayo de 1995.

6 Revista Humor, número 80, abril de 1982.

7 Revista La Semana, 11 de febrero de 1982.

8 En Luis Trelles Plazaola, Cine y mujer en América Latina. Directoras de largometrajes de ficción, Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1991.

9 Revista Humor, número 80, abril de 1982.

10 En “Crónica de una señora cineasta ‘La Bemberg’”, Revista La Nación, 27 de julio de 1986.

11 En Masimo Eseverri y Fernando Martín Peña, Lita Stantic. El cine es automóvil y poema, Eudeba, 2013.

12 Citado por Agustín Neifert en Cine. Desde las sombras hacia la luz, Bahía Blanca, 1998, pág. 48.

13 En Juan Batalla, “Directoras de cine argentinas, el prestigio y la vanguardia de la industria”, Infobae, 24 de enero de 2018.

14 En Paulina Bettendorff y Agustina Pérez Rial, Tránsitos de la mirada: mujeres que hacen cine, Libraria, 2014.

15 Revista Haciendo Cine, número 187, septiembre de 2017.

16 En Viviana Rangil, Otro punto de vista. Mujer y cine en la Argentina, Beatriz Viterbo Editora, Buenos Aires, 2005.

17 “Cinismo” fue escrito por Sergio Bizzio.

18 En Julia Solomonoff, Hermanas. El último verano de la Boyita. Scratch, Colección Guiones de Cine Argentino, Beatriz Viterbo Editora, Buenos Aires, 2014.

19 El material se puede consultar en http://www.incaa.gov.ar/wp-content/uploads/2019/01/CATALOGOGafasFebrero.pdf

20 Revista La Semana, 11 de febrero de 1982.

Mujeres, cámara, acción

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