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Introducción

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Conocí a Gilda en septiembre de 2012. Ella tenía veintitrés años y fuertes dolores de cabeza. Después de diferentes consultas y exámenes, finalmente una médica le había diagnosticado algo que, de algún modo, ella ya sabía: migraña. Gilda recordaba que en la consulta:

La médica, neuróloga, dijo que la única solución es que lleve una vida normal y saludable, dormir y comer bien, porque es algo con lo que voy a tener que convivir… la migraña es crónica. Yo le pregunté de dónde venían estos dolores. Me explicó que no se sabe bien, puede ser por la vida que llevás, si comés mal, no hacés ejercicio, problemas hormonales, circulatorios… Depende. A veces, se hereda de los padres o de algún familiar cercano. Por eso me preguntó si yo tenía algún familiar con migraña, y la verdad que dudé, porque dolores de cabeza uno siempre escucha… pero… ¿migraña?

En ese momento, Gilda intentó buscar algún motivo que conectara sus dolores de cabeza con algo “importante” de su vida, y le fue difícil. En la conversación, mencionó posibles causas de sus dolores que no habían sido mencionadas por la profesional y se asociaban, según ella, a “las dificultades de llevar una vida normal”.

En la búsqueda de explicaciones generales sobre las “causas” que originan estos dolores, expresaba:

Yo tengo un amigo que también tiene migraña, y él pasa por situaciones de nervios igual que yo. Si se pelea en la casa, le agarra un dolor tan zarpado que se pone loco. En mi caso, a veces, me doy cuenta que me provoca el dolor. Cuando yo me pongo nerviosa… qué sé yo, me pongo a escribir mucho, o cuando llego tarde a algún lado, llego corriendo el colectivo, ¿viste?… En general, el dolor se me genera por los nervios que son previos… No sé qué otra palabra usar pero nervios, ansiedad, preocupación, ¿viste?

La falta de estabilidad laboral, familiar y “hacerse cargo de todo” son motivos que desencadenan sus dolores de cabeza. Gilda comentaba que siempre la aconsejaban y molestaban con frases como “las preocupaciones no deberían existir, porque vos deberías ocuparte y no preocuparte”. Sin embargo, insiste en que “hay situaciones que a una la superan… Entonces estás convencida de que querés cambiar algo, no podés y te das la cabeza contra la pared. Y así toda tu vida, ¿viste? Imaginate toda la vida dándote la cabeza contra la pared”.

Este “darse la cabeza contra la pared” no siempre se asocia a grandes problemas, sino que, en la mayoría de las personas entrevistadas, tiene que ver con pequeñas cosas que se suman hasta que “la cabeza estalla y no va más”. En algunos casos, estos “estallidos” dificultan “proyectar de aquí a una semana”. En otros, es la falta de proyectos o la imposibilidad de concretarlos lo que produce “estallidos de dolor”.

Ante consejos como “no tenés que preocuparte”, Gilda reconoce y expresa una particular forma de violencia envasada en un mandato imposible de cumplir:

Es fácil decirle a otro “no te preocupes, no tenés que preocuparte”, pero es difícil hacerlo en tu propia vida, a menos que me vaya al Congo… el tema es que yo siempre fui de quedarme y de hacerme cargo, y ninguno de mis problemas se arreglan, ni la migraña [sonríe], así que entro en un círculo vicioso y es como que el final ya está escrito.

La mayoría de las personas entrevistadas, como Gilda, hacen referencia al carácter crónico e incurable de los dolores de cabeza. Dicen que, en las consultas, los médicos señalan que “esto es crónico, así que hay que tratar de reducir la frecuencia e intensidad del dolor pero todavía no hay cura para la migraña”. Y mencionan que los dolores crónicos se asocian con otros malestares cotidianos que repercuten y crean condiciones para la aparición y la permanencia del malestar. En palabras de Gilda:

El tema de la cura yo interpreto que sería… no es que es una cura, sino… Hay algo en tu cuerpo que está… gritando porque vos no estás tratándolo bien, imagino. O sea, yo las podría resolver, por ejemplo, previniendo, teniendo una vida tranquila. Yo si tuviese mi casa propia, no tendría tampoco ese tipo de preocupación. Si tuviera un trabajo mejor y pudiera terminar el profesorado, ya está.

La “ansiedad, porque una tiene tantas cosas que hacer, tantas preocupaciones entre el trabajo, la familia… que te vas de mambo y no podés parar, entonces seguís hasta que te aparece el dolor”, que expresaba Gilda, es recurrente en distintas personas.

En otros casos, en las explicaciones acerca de cómo se producen los dolores, refieren también a “cansancios”, “nervios”, “angustias”, que se asocian con problemas familiares, económicos, laborales, etc. De esta forma, más allá de los relatos, son situaciones que involucran a otros, se trata de vínculos que se modifican, alteran y suspenden.

Al mismo tiempo, estos dolores de cabeza, que irrumpen en distintos momentos y de forma imprevista en las rutinas diarias, “anulan”, “retrasan”; “inmovilizan” a quienes los padecen. De hecho, para la mayoría, son frecuentes experiencias de dolor en las que “se pone todo negro”, “pierdo la memoria”, “se complica la visión”, “tengo mareos”. Gilda, casi al pasar, comenta:

Te acostumbrás al dolor y a que te aparezca en cualquier lado. Yo me acostumbré a que estoy en la calle y, si aparece, se me nubla la vista y me tengo que quedar quieta… Es un problema, porque te podés llevar puesta cualquier cosa… pero te vas acostumbrando, y yo me acostumbré.

Frente a este “acostumbramiento” por convivir con estos dolores desde hace años, reconoce que una de las mayores dificultades es cuando tiene que describir el dolor, transmitir a otros las características de la experiencia de malestar:

Yo les digo que me dan puntadas acá y como que me aprieta toda la cabeza y me hace bolsa, y no… no captan. Incluso ni mi mamá lo capta. Mi papá es como que ya de por sí es… es abierto, es una persona abierta. Entonces vos, cuando le explicás algo, no importa si él no lo siente o lo siente. No importa, como que ya lo entendió. Mi mamá, no. Ella quiere que vos sientas lo que ella piensa. Vos le decís: “Yo siento esto”, ¡y ella interpretó lo contrario!

El problema del “dolor” y las constantes referencias a una multiplicidad de malestares y sufrimientos cotidianos atraviesan distintos relatos, experiencias y situaciones que exceden la migraña y requieren problematizar esta categoría. Es decir, cuando las personas hablan de “dolor”, no necesariamente se refieren en forma exclusiva al de cabeza. Las descripciones de las experiencias sobre la migraña se entremezclan con las de otros sufrimientos asociados a distintas situaciones, vínculos y malestares de la vida cotidiana.

Hay dolores que, desde la biomedicina, se categorizan como síntomas y están delimitados por diagnósticos precisos y tratamientos. En cambio, otros dolores, como la migraña, tienen un estatuto diferente. Si bien son reconocidos por la biomedicina, están rodeados de incertidumbre, ya que no sólo se desconocen los motivos de su aparición, sino que, en general, los tratamientos no tienen los efectos esperados.

También, hay otros dolores que surgen de los relatos pero que no están categorizados, reconocidos o delimitados por el saber biomédico, sino que son sufrimientos vinculados con situaciones ordinarias de la cotidianidad y las relaciones con otros, que producen malestares. Se describen “mal humores”, “discusiones”, “peleas”, “frustraciones”, que generan sufrimiento y que son relacionados (aunque no necesariamente) con los dolores de cabeza.

De esta forma, el dolor es una categoría presente en distintos espacios, disciplinas y conversaciones. Se recurre a esta palabra para hablar de diferentes situaciones, experiencias y sensaciones. El dolor puede ser la causa o el resultado de problemas de salud, padecimientos y enfermedades, pero también está presente cuando se habla de problemas personales, vinculares, laborales, económicos. Por ejemplo, indistintamente, se utiliza esta categoría para hacer referencia a “me duele está situación”, “me duele esta persona” o “me duele la cabeza”.

Desde la antropología médica, Arthur Kleinman (1997) ha descripto cómo las continuas situaciones de sufrimiento a las que estamos expuestos nos vuelven indiferentes ante el dolor de los otros. Es decir, el incremento de diferentes modos de padecer viene acompañado de tendencias que llevan a la indiferencia y el acostumbramiento ante situaciones de dolor.

Teniendo en cuenta los cruces, las articulaciones y las tensiones entre la diversidad de padecimientos, sufrimientos y malestares, el objetivo del libro es centrarse en un tipo particular de dolor crónico “específico”, “delimitado” y categorizado como “migraña”.

Hablar de dolores crónicos, en general, requiere tener en cuenta que se trata de malestares que carecen de respuestas unívocas o tratamientos específicos desde los saberes expertos biomédicos. En el caso de la migraña, se trata de dolores de cabeza que, además de cronificarse y perdurar en el tiempo, provocan distintas modificaciones en la vida cotidiana. Incluso, requieren preguntarse: ¿cuáles son las implicancias de este tipo de padecimientos crónicos en las sociedades capitalistas actuales?, ¿cómo intervienen en los ámbitos laborales, en los ritmos de trabajo y de descanso?, ¿cómo es la relación entre lenguaje y experiencia para categorizar y dar cuenta de un dolor que “no se ve”?, ¿hay diferencias de acuerdo con el género en los modos de padecer? Por último, teniendo en cuenta el carácter social de los padecimientos, ¿cómo son las relaciones vinculares y los modos de sociabilidad a partir del dolor?

Idiomas del dolor crónico

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