Читать книгу Idiomas del dolor crónico - Romina Del Mónaco - Страница 9

Enfermedades agudas, crónicas… y la migraña

Оглавление

Desde los saberes biomédicos, se diferencian las enfermedades agudas de las crónicas. En el caso de las enfermedades agudas, las causas y las etiologías suelen ser claras (es decir, hay lesiones orgánicas o tisulares, o problemas fisiológicos), y los tratamientos se orientan a la curación. En cambio, las enfermedades crónicas se prolongan indefinidamente en el tiempo y, en general, carecen de etiologías precisas; los tratamientos destinados a ellas tienen por objetivo la regulación de los síntomas, del malestar y el alivio, pero no la curación (algunas de ellas son la diabetes, el VIH, el hipotiroidismo, el hipertiroidismo, entre otras).

Tanto en las enfermedades agudas como en las crónicas, los síntomas o los malestares tienen un correlato biológico; es decir, se realizan estudios cuyos resultados se encuentran por fuera de los parámetros considerados “normales” por parte de la biomedicina.

Asimismo, los dolores son considerados síntomas de las enfermedades porque son indicadores, señales o alarmas de que algo no está bien. También los saberes biomédicos los diferencian en agudos y crónicos.

Los dolores agudos son definidos por los saberes expertos como una constelación de sensaciones displacenteras y expresiones emocionales asociadas al mal funcionamiento, la fisiología o el daño tisular, ya sea por inflamación o por lesión de tejidos o estructuras nerviosas, que se desarrollan en un intervalo de tiempo (Finkel, 2008: 20). Frente a estos dolores, las personas concurren a los profesionales, que los estudian para brindar un diagnóstico y un tratamiento adecuado.

En cambio, de acuerdo con la perspectiva biomédica, los dolores crónicos son cuadros que reaparecen en el tiempo y persisten más allá de los seis meses (Finkel, 2008). Algunos de estos dolores se pueden prolongar en el tiempo sin motivos certeros y sin indicadores biológicos claros acerca de su etiología (es decir, indicadores de alteraciones estructurales, orgánicas y fisiológicas). Este aspecto los convierte en “enigmas” para la biomedicina, porque las explicaciones respecto de sus causas son heterogéneas, contradictorias y poco coherentes entre sí. A diferencia de los dolores agudos, los crónicos tienen un estatus incierto dentro de los saberes expertos biomédicos, por su carácter atípico y por las dificultades que presentan para ser diagnosticados y tratados (Hilbert, 1984; Good, 1994a). Al mismo tiempo, estos dolores pueden adquirir altos grados de intensidad y modificar significativamente las vidas cotidianas de quienes los padecen.

En algunos casos, desde la biomedicina, se categorizan estas dolencias como “enfermedad”; mientras que, en otros, se resisten a ser subsumidas en categorizaciones médicas, por la falta de consistencia clínica.

Estos malestares que se prolongan en el tiempo, y que por sus características se resisten a ser considerados como enfermedades agudas o crónicas, han sido categorizados –desde las ciencias sociales y la antropología que investiga los procesos de salud, enfermedad y atención– como “dolores crónicos”.

En los estudios sociales sobre dolores crónicos, se sugieren distintas teorías sobre sus posibles orígenes, que dan cuenta de la importancia de las historias de vida y las biografías particulares dentro de contextos sociales, económicos, políticos, morales, entre otros.

A su vez, Kleinman (1994) refiere a la dimensión política y moral del sufrimiento cuando distingue la legitimidad que ciertos dolores tienen de acuerdo con las variables de género, las connotaciones morales y los contextos locales en los que se expresan. Por ejemplo, así como en determinados contextos hay dolores que pueden convertirse en resistencias, a modo de opresión y condiciones vulnerables, en otros contextos el mismo malestar puede ser deslegitimado por otros.

Asimismo, las experiencias con estos malestares crónicos suponen modificaciones corporales, transformaciones emocionales, implicancias sociales (Good, 1994a) y, por momentos, la pérdida de confianza y de la sensación de normalidad respecto del propio cuerpo (Kleinman, 1988). Algunos dolores incluidos en esta categoría son la fatiga crónica, el dolor de espalda, el dolor mandibular, el dolor de pecho, y una serie de dolores de cabeza dentro de los cuales se encuentra la migraña.

En los padecimientos crónicos, se hacen visibles particularidades relativas a los modos de construcción de diagnóstico, el estatuto de la realidad biológica y la importancia del sistema biomédico para la legitimación de la enfermedad, incluso por fuera de los contextos institucionales. Cada uno de estos aspectos modifica, directa o indirectamente, las vidas cotidianas de quienes padecen; diversos autores han descripto y analizado los modos en que los tratamientos biomédicos para dolores crónicos permean distintos ámbitos de la cotidianidad de las personas y se traducen en términos de trayectorias de cuidado y atención. Se trata de convivir con una serie de prescripciones y prácticas médicas sobre las que tienen que ajustar su vida diaria en pos del cuidado de la salud.

En el mapa de dolencias y sufrimientos abordados por las ciencias sociales y la antropología, la migraña ha sido objeto de poco interés. Son escasos los estudios sociales, tanto locales como a nivel global, que abordan la temática.

En nuestro país, la mayoría de las investigaciones sobre cronicidad se han concentrado en enfermedades crónicas y refieren a padecimientos como el VIH (Epele, 1997a; Grimberg, 1999, 2000, 2003; Domínguez Mon, 1997; Kornblit, 2000; Margulies, Barber y Recoder, 2006; Margulies, 2010; Pecheny, Manzelli y Jones, 2002), diabetes (Saslavsky, 2007) y otras enfermedades crónicas no transmisibles (Domínguez Mon, 2012; Mendes Diz, 2012; Schwarz, 2012a).

En cambio, la migraña es un tipo de dolor crónico cuyas apariciones pueden ser recurrentes, aunque se desconocen la frecuencia y el momento en que se desencadenará. Puede estar acompañada de nauseas, vómitos, molestias e intolerancia a la luz, al ruido, a los olores; y, generalmente, afecta la mitad de la cabeza. Otros síntomas que la acompañan con cierta frecuencia son: molestias en las articulaciones, mareos, sensaciones de cosquilleo, y una sensación particular denominada “aura” que, según los dichos de los pacientes, se trata de alteraciones visuales (destellos de luz, rayos) y, ocasionalmente, pérdidas temporarias y breves de memoria.

A pesar de que los estudios epidemiológicos con cifras tanto a nivel mundial como local son escasos, de acuerdo con profesionales especialistas en el estudio de la migraña este dolor afecta al 14% de los individuos en países occidentales; además, en promedio, al 16% de las mujeres y al 7% de los varones, a nivel mundial. Se trata de dolores que constituyen uno de los motivos más frecuentes de consulta neurológica y de asistencia a las guardias (Sevillano, Manso Calderón y Cacabelos Pérez, 2007).

Estudios realizados por la Organización Mundial de la Salud (OMS)1 señalan que la prevalencia mundial de la cefalea2 (al menos, una vez en el último año) en los adultos es de aproximadamente 50%. Entre la mitad y las tres cuartas partes de las personas de dieciocho a sesenta y cinco años han sufrido una cefalea en el último año, y el 30% o más de este grupo han padecido migraña. De acuerdo con esta organización, con variaciones regionales, la migraña es un problema que afecta a personas de todas las edades, niveles de ingresos y zonas geográficas en todo el mundo. Incluso, para la OMS, la migraña genera amplias consecuencias en distintos ámbitos de la vida, y con incidencias tanto a nivel físico como emocional, que afectan el desempeño laboral y dificultan el normal desarrollo social3 (no obstante, se dejan de lado otras cuestiones que hacen a la convivencia con el dolor y su variabilidad de acuerdo con niveles socioeconómicos).

Desde una perspectiva epidemiológica, se plantea el carácter problemático de estos dolores de cabeza, debido a las repercusiones que tienen en los sistemas productivos. Algunos de los factores que mencionan son las frecuentes ausencias a los lugares de trabajo y el aumento de gastos en servicios de salud por consultas reiteradas. De hecho, la OMS ha calificado la migraña como una de las veinte enfermedades más discapacitantes.

Desde la biomedicina, en la última revisión del manual de Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-10), la migraña se encuentra en la categoría de “enfermedades del sistema nervioso”, dentro del subgrupo “trastornos episódicos y paroxísticos”, junto con la epilepsia, otras cefaleas, trastornos del sueño, entre otras.

En la Argentina, estudios realizados en pequeños grupos poblacionales y acotados a regiones particulares señalan que algunas de las consecuencias del padecimiento de la migraña son consumo excesivo de fármacos, suspensión de tareas diarias varias veces al mes, sensaciones de insatisfacción, ansiedad y depresión, deterioro de las actividades sociales y disminución del rendimiento académico (Zavala y Saravia, 2003; Buonanotte, Fernández y Enders, 2008).

Como puede verse, la migraña constituye una dolencia altamente recurrente en distintos conjuntos sociales; pero, al no poner en juego la vida de los pacientes, se ha convertido en una forma rutinizada de sufrimiento, que pierde importancia ante otros padecimientos asociados a “catástrofes de salud” y que tienen directas consecuencias en la supervivencia de determinados conjuntos y poblaciones.

Sin embargo, desde una perspectiva social, se cuestiona la categorización medicalizadora de la migraña como enfermedad. Su extraño estatuto queda expuesto al examinar diferentes dimensiones que incluyen la estructura de las consultas médicas. En ellas se efectúan exámenes (tomografías, electroencefalogramas, resonancias) para descartar distintas enfermedades (tumores, esclerosis, anomalías en el cerebro, accidentes cerebrovasculares); pero, si los resultados se encuentran dentro de lo esperado, es decir, dentro de los parámetros “normales” según los profesionales, se diagnostica “migraña”.

De esta forma, el análisis de los dolores crónicos en general, y de la migraña en particular, cobra relevancia en la actualidad debido a las transformaciones socioeconómicas relacionadas con el despliegue del capitalismo contemporáneo y la implementación del neoliberalismo (Harvey, 2005, 2007). Además, el lugar protagónico que adquiere el trabajo en las sociedades occidentales y capitalistas hace que las enfermedades y los dolores, en especial aquellos que se prolongan indefinidamente en el tiempo, amenacen la continuidad laboral.

Idiomas del dolor crónico

Подняться наверх