Читать книгу Entre dos ríos - Romina Zanellato - Страница 13
ОглавлениеDesayuné en silencio y esperé la señal de la señora de la recepción. Mi habitación estaba lista, esperándome. Saqué de la mochila la lata de té dorada, conté lo que había: cuarenta y siete cartas y nueve postales. Las desparramé sobre la cama. Las leí una por una. Todas escritas por mi abuelo Santo.
Las hojas, grandes como de inventario, tienen el papel finito de hostia. Algunas están dobladas por la mitad, haciéndose libro, aunque solo están escritas en una carilla. Hay otras cartas que están plegadas como secretos diminutos, parecen machetes de escuela. Las leo despacio, en un trance de imágenes inventadas. En las últimas cartas me encuentro en mi mente con la figura de mi abuela y su pelo fino de gringa o sus manos grandes con dedos que se mueven como pinzas. Desarma el origami, lo lee, siente yo qué sé, capaz ese desasosiego por la incertidumbre, la angustia que le crecía hasta agobiarla, agobiarnos a todos los que la rodeábamos cuando ella ya no podía sostenerla, y desplegaba su desesperación como una manguera prendida que se zafó de la canilla y baila, mojando a todos, autómata, serpenteante. Esa congoja que le venía del desconocimiento. ¿Qué se hace con el amor? Nunca es como una espera. Una noche la vi tirar una postal de cumpleaños que le escribió mi abuelo. Se desprendió de ese papel como de las servilletas usadas o los restos de comida de la cena.
Ella, que mil veces rechazó con groserías que la llamara “negrita linda” enfrente nuestro, mientras él se reía a carcajadas. ¿Cuándo cambió? Entre la carta que tiró y las que hoy leo pasaron treinta años. Un día dejó de guardar las palabras de Santo, y pasó a olvidárselas sobre la cómoda o el escritorio. ¿Cuántas cartas se perdieron? Debe ser que se acostumbró, que los años mataron la sorpresa o el misterio. Nunca sé qué vale la pena en la sociedad de la pareja.
Las que tengo fueron escritas antes de su casamiento. Habrán tenido veinticinco años. No hay pistas claras de los motivos de su huida. Aurora las guardaba en el primer cajón de su mesa de luz. La letra de mi abuelo es hermosa. Su lenguaje es formal y amoroso. Yo las tengo en el escritorio, al lado de mis herramientas, adentro de la misma lata.
La lata de té dorada tiene en la tapa una abuela rubia y una nieta colorada, ambas con trenzas y con pocillos de estilo alemán en sus manos. Sonríen, con una expresión calma y amable. Ni yo, ni mi mamá, ni mi abuela nos parecemos a esas mujeres. Nosotras somos una mezcla de indias y gringas, morochas, de ojos grandes y actitud desafiante. Heridas.