Читать книгу Entre dos ríos - Romina Zanellato - Страница 18

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Voy a ir hasta el balneario del Uruguay. La chica de la recepción me dijo que es lindo porque la Municipalidad lo renovó hace unos años. Camino un rato, me desvío para pasar por la plaza y a unas cuadras de ahí encuentro una despensa en una esquina. Me gustan las casas y los comercios de acá, tienen líneas simples, antiguas, sostenidas con dignidad a través del tiempo: muestran las arrugas. Entro, tengo hambre. Lo atiende una pareja macanuda. Me ofrecen aceitunas rellenas con almendras y parmesano. Me tientan, no sabía que existía ese invento pero me resisto, estoy en la eterna lucha por bajar la panza. Solo me llevo agua y una banana.

Pasan algunos autos, despacio. Todos llevan las ventanas bajas y noto que hay como un canal abierto entre el afuera y el adentro. En el asiento de atrás suelen ir más de tres personas, varios niños. Me miran mientras camino hacia el río. Al principio les devolvía la mirada, ahora ya no. Parece que todos estuvieran yendo a un asado familiar.

Tengo en mi bolso un libro de poemas, un cuaderno, mi malla enteriza color ladrillo y un protector solar. No sé qué hacer con todo eso, así que no hago nada.

La playa da a un brazo del río Uruguay. La tierra es de arena, no de piedras trituradas como la de los ríos neuquinos. Sin embargo, estoy a la sombra del mismo sauce que está a orillas del Limay. Enfrente hay una isla y la vegetación frondosa parece impenetrable, aunque a lo lejos veo un puente alto y pienso atravesarlo.

El cielo es igual en todos lados fuera de la ciudad: se te cae encima.

Desde una casona abandonada escucho cumbia santafesina, muy fuerte y distorsionada. Es un misterio cómo obtienen electricidad. Nadie parece estar escuchando. No hay nadie cerca. Solo estoy yo, alejada de esa casa, y un poco más allá hay un par de familias en reposeras puestas en círculo, bajo la sombra de algunos árboles. Hay niños en la orilla.

El mismo color está en el agua y en la tierra, que luce como tiene que lucir, marrón. Meto los pies en el río y casi no siento cambio de temperatura entre el afuera y el adentro. Dejo de ver mis dedos cuando el agua llega a los tobillos.

Se acercan hasta donde estoy cuatro niños, tres son primos. Los oigo conversar.

—Miren, miren cómo nado. ¿Ustedes saben nadar? Yo sí, miren cómo nado.

—Vos sos un charlatán.

—¿Un qué?

—¿Sabés hacerte el que te ahogás?

Entre dos ríos

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