Читать книгу Tormenta de fuego - Rowyn Oliver - Страница 11

Capítulo 6

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Una hora después, Jud no podía sacarse aquellos asesinatos de la cabeza. No le extrañaba nada que a Max le obsesionara la idea de atrapar a ese hijo de puta.

—¿Te ocurre algo? —preguntó Ryan con su arrebatadora sonrisa.

Lo miraba echado en su silla de oficina. El escritorio de Ryan estaba frente al de Jud y solían comentar los casos y compartir información. En esos momentos, el guapo adonis la miraba como si supiera que algo ocupaba su mente de manera obsesiva. Ryan siempre había tenido el don de ver cómo era ella, con sus defectos y virtudes.

—No, ¿por qué? —se molestó ella.

—No sé, estás muy pensativa.

Sí que lo estaba, pensaba en el asesino en serie, en que el capitán había viajado cientos de kilómetros solo para atrapar a ese bastardo y se había dado de bruces con un imitador. Debería estar decepcionado, pero a la vez todo era tan jodidamente estimulante. Se sentía horrorizada por las pobres víctimas, pero la adrenalina de saber que el asesino estaba cerca de cometer un error… Lo que no sabía es cuánto tiempo tardaría el FBI en intervenir. A Max sin duda le quedaba poco espacio de maniobra antes de que el caso pasara a los federales. ¿Por qué había dejado el caso al inspector en lugar de interesarse especialmente en él? ¿Quizás porque ya sabía que era un imitador y el que realmente le interesaba era el de Dallas? Pero eso no tenía sentido, una pobre víctima, era una víctima que debía obtener justicia en Seattle o en Dallas. Entonces… ¿Es que tenía algo personal que decir en ese asunto?

—Solo estaba pensando en la fiesta.

—¡Fiesta! —Ryan alzó los brazos, eufórico—. Deseando estrenar tu nidito de amor.

—No es un nidito de amor.

—¿Picadero?

Jud la miró con cansancio. Como una madre harta de su hijo bromista. El humor de Ryan era famoso en toda la oficina. Era guapo con su pelo rubio y lacio, apenas le llegaba a los hombros. Pero su atractivo no residía solo en el físico, también era encantador, con todo el mundo. Las mujeres lo adoraban y los hombres lo envidiaban de manera sana, a no ser que lo consideraran una amenaza cuando había una chica guapa cerca.

Dejó pasar la broma y su mente volvió al capitán. Esa noche intentaría hablar con Max, quizás después de un par de cervezas se le soltara la lengua y le diera más detalles, y quién sabe si su sincero punto de vista. Hasta era posible que le pidiera ayuda.

Suspiró. Como si el señor botastexanas quisiera su opinión.

—Sí, traeremos birras y algo de comer —Ryan le siguió la corriente, aunque no estaba del todo seguro de que su compañera pensara en eso—. Conociéndote, seguro que tienes telarañas en tu nueva nevera.

—No me jodas, Ryan, he hecho la compra, ¿vale?

«Nota mental: pasar a toda hostia por el supermercado y comprar queso, galletitas y todas esas pijadas cutres que se ven en las casas de las pijas de los realities».

—¿Desde cuándo has venido a mi casa y has pasado hambre?

Su amigo no contestó, pero ella tampoco, se quedó nuevamente mirando la puerta acristalada del despacho del capitán Castillo.

Leyó una y otra vez el cargo y el nombre del capitán. Castillo. Seguramente tenía orígenes latinos, de allí su apellido y esos ojazos oscuros…

Jud dejó caer la cabeza sobre la mesa dándose un golpe. Ryan la miró entrecerrando los ojos.

—¿Qué haces? —Se echó a reír después de escuchar el sonoro golpe de la cabeza chocando contra la madera—. Estás fatal.

Ella tardó en reaccionar. Debía dejar de pensar así de Castillo y verlo como lo que era: un jefe molesto. Pero antes de ni siquiera poder intentarlo escuchó una voz que le preguntaba:

—Mmm… ¿Has invitado al jefe?

—Sí —contestó distraída y apenas levantando la cabeza.

Como si de un fogonazo se tratara, a su mente acudió una visión. Puso la espalda totalmente recta y asintió ante su genialidad.

—De hecho, no lo he hecho, será mejor que vaya ahora mismo.

La idea llegó de improviso, como suelen llegar las mejores ideas.

Se levantó de su silla giratoria ubicada tras su escritorio. Avanzó hacia el despacho de Max bajo la mirada interrogante de Ryan, que la siguió hasta la puerta.

—Esa es mi chica.

Pero Jud ya no lo escuchaba, solo pensaba en Max y en que tenía una propuesta que hacerle.

Entró en el despacho después de tocar la acristalada puerta con los nudillos.

—¿Sí?

Max sintió curiosidad al ver el paso decidido de la agente y esta no hizo más que aumentar después de que se fijara en la determinación que dejaban entrever sus ojos verdes. Cerró la puerta y, aunque podían verlos desde la gran sala, al menos no podían escucharlos.

Max rio para sus adentros al ver que ella tomaba aire. Sea lo que fuera que iba a pedirle, sería mejor que le dijera que sí. Pero no estaba preparado para lo que ella le soltó a bocajarro.

—Quiero atrapar a ese hijo de puta.

—¿Cómo dices?

Max parpadeó ante ese lenguaje, finalmente meneó la cabeza. Ya iba siendo hora de que se resignara. Jud jamás sería de esas mujeres que no levantan la voz, ni blasfeman.

—Ya sabes… —le dijo ella con las manos en las caderas.

—¿Qué sé?

Jud se impacientó.

—Quiero ir contigo a Texas —le dijo a bocajarro, extrañándose de que no fuera obvio—. Te ayudaré en la investigación.

—¿Quieres venir conmigo a Texas? —Max sintió como si un proyectil lo hubiera echado hacia atrás en la silla. Estaba algo desconcertado y no era para menos.

La información lo dejó bloqueado por un instante. Intentó imaginar qué podría implicar aquello. La miró evaluándola. Jud tomó aire y se mantuvo firme.

—Sí, podría dejar de trabajar todo un año con todas las vacaciones que me deben —exageró—. Y, joder, querría ir contigo… con usted. Un mes no, pero una o dos semanas…

Jud vaciló al ver la cara de sorpresa de su capitán.

—¿Qué…? ¿Qué me está diciendo? —le espetó.

Vale, Max era consciente de que su cara de desconcierto debía de ser bastante cómica, pero… en fin. Jud O’Callaghan, en su casa, con su madre… ¡Por Dios, con sus hermanas!

—No… Esto no funcionará.

Para el gusto de Jud, Max no había reaccionado todo lo bien que deseaba. «¿Y qué esperabas? ¿Que te considerara la mejor agente del mundo y te besara los pies por querer ayudarle?».

—Piénselo. Claro que funcionará.

No iba a recibir un no por respuesta.

Silencio.

—Lo estoy procesando.

Ella bufó.

—No hay mucho que procesar —dijo Jud intentando acelerar su veredicto—. En fin, capitán, tengo tablas en este campo y creo que, si examinara bien las pruebas, podría dar otro enfoque. Usted está un poco quemado.

Nada más decirlo se arrepintió, él había bajado sus anchos hombros casi imperceptiblemente y la miraba con dureza. ¿Se había vuelto loca? Cómo coño se le ocurría decirle a su capitán que estaba quemado de ese caso. Era como hondear una bandera roja frente a un animal salvaje. Tendría suerte si no la ponía a dirigir el tráfico.

—Bueno, no quería decir eso exactamente —se excusó mirándole a los ojos. Esos enormes ojazos oscuros que la miraban calibrando si estaría loca o no.

—¿Y qué quería decir exactamente?

—Bueno…

La vio apurada, pero no se apiadó de ella, espero su respuesta mirándola fijamente a los ojos y rascándose la incipiente barba, algo que parecía ponerla nerviosa. Sonrió para sus adentros a pesar de la impaciencia que sentía por la futura argumentación.

Debía admitir que Jud era devastadoramente sincera. Llevaba media vida estudiando aquellos casos y pensó que quizás ella estuviera en lo cierto, un nuevo enfoque podría aportarle luz nueva al asunto.

—Y… bueno. Le daría otro enfoque.

—Menudo argumento.

Ella estuvo a punto de patear el suelo.

—¿Y qué quieres?

Max tosió ocultando una sonrisa.

—Ya te he dicho que no solo voy a trabajar.

Ella lo miró esperando que continuara, pero por otra parte Max también esperaba que ella dijera algo. Se encogió de hombros.

—¿La boda de su hermana?

Él asintió.

—Joder… —dijo como si cayera en la cuenta de que no sería muy apropiado presentarse con su ayudante a la boda.

—No puedo decir que vamos a investigar un caso, de hecho, si se supiera, más de uno se cabrearía. Todo lo que hagamos será tirando de favores que me deben y no quisiera meterte en líos.

Ella ocultó una sonrisa.

¿Esas palabras significaban que iba a aceptar su propuesta?

—Entonces… ¿Pido vacaciones?

Él empezó a menear la cabeza.

—No me parece lo adecuado, no quiero meterla en líos —repitió.

Jud entrecerró los ojos. «Sí, claro, no quiere meterme en líos».

—Lo que no quiere es que le moleste —refunfuñó sin mucho entusiasmo. Cruzó los brazos sobre su pecho y esperó a que el capitán reaccionara.

—O’Callaghan…

No, era incapaz de cerrar el pico.

—Desde luego, meterle en líos es algo que no voy a hacer. Soy muy capaz de hacer bien mi trabajo —asintió muy convencida—. Le ayudaré.

Max parpadeó y cerró los ojos. En menudo lío iba a meterse.

—La boda… En fin, ¿estás dispuesta a fingir que no estás allí en calidad de policía?

Eso no lo había pensado Jud.

—¿Quiere decir que necesitaremos mentirle a su familia y al departamento de policía de Dallas?

Él asintió y sin darse cuenta una sonrisa curvó sus labios.

—A la mayoría de los polis que conozco, ya que no quiero que sepan en qué trabajamos, y por descontado a toda mi familia. No quiero que mi madre se entere de que he traído a una agente a nuestra casa solo para investigar un caso.

«El caso de mi hermana», añadió para sí.

Ella parpadeó.

—Puedo hacerlo.

Ante esa actitud segura, Max estaba por ceder.

—Si quieres venir conmigo y ayudarme, tengo una propuesta para ti.

Jud no esperaba lo que Max iba a decir.

—Dispare.

—Aún no —dijo mirándola tan intensamente que ambos se sintieron incómodos después de dos segundos de silencio—. Déjame dos días para pensármelo.

—¿Dos días? ¿Para qué coño…? —No quería esperar tanto tiempo, pero apretó los labios al entender que al capitán no le gustaba su boca sucia—. Dos días, será perfecto.

—Sí, tengo que sopesar los pros y contras de que me ayudes en este asunto en Dallas.

Ella asintió, con poco convencimiento.

Se quedó de pie en silencio y esperó a que Max dijera algo más, pero él simplemente negó con la cabeza y le señaló la puerta.

A pesar del suspiro y de salir del despacho resoplando, Jud estaba convencida de que al final Max aceptaría su ayuda.

—Gracias, capitán —se escuchó que decía antes de cerrar la puerta.

—… O’Callaghan.

Cuando Jud se sentó en su sitio tras el escritorio, Ryan la miró esperando una explicación.

—¿Y bien? ¿Has hablado con el capitán? —le preguntó Ryan lanzándole la grapadora que ella cogió al vuelo.

—¿Por qué debería haber hablado con él?

Ryan ladeó la cabeza como un cachorro desconcertado.

—Por la inauguración de tu casa.

—¡Sí! —dijo como si hubiera recordado la cordura—. Eso le he dicho.

—¿Y vendrá?

Jud se encogió de hombros.

—Joder, espero que sí. —Se quedó mirando la figura del capitán sumido en su papeleo—. Espero que acepte. No pienso aceptar un no por respuesta.

Tormenta de fuego

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