Читать книгу Tormenta de fuego - Rowyn Oliver - Страница 12

Capítulo 7

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La velada transcurría con normalidad.

Gracias a Dios, Jud había tenido tiempo para hacer la compra, aunque tampoco es que se hubiera complicado la vida. ¡Si alguien quería canapés que se lo montara el mismo! No obstante, había nachos para parar un tren, salsas varias, sándwiches y cerveza rubia y negra. No tenía que conducir, porque estaba en casa, por lo que estaba contenta de haber comprado cervezas a cantidades industriales. Agradecida, vio que sus compañeros comían con apetito y se paseaba por su nueva casa con una cerveza en la mano. Algunos tenían la boca llena de patatas fritas o galletitas saladas. Los polis eran ruidosos y había un ambiente distendido que la hizo sentirse satisfecha y orgullosa de su compra. Era una casa bonita, con un salón comedor amplio y cocina abierta, aunque lo que más le gustaba a Jud era el jardín trasero.

Iba hacia allí cuando alguien llamó a la puerta. Cuando la abrió de un tirón, su sonrisa se congeló en la cara. Era lo que siempre sucedía cuando aparecía ese cowboy despeinado ante ella.

—Buenas tardes, capitán.

—O’Callaghan —fue lo único que dijo cuando sus ojos se cruzaron. Después depositó toda su atención en Ryan.

—Hemos venido juntos, ya sabes… —dijo su compañero rubio—. El medio ambiente…

Lo cierto es que Castillo y Ryan se llevaban bien y no era extraño verlos juntos de vez en cuando.

—Sois los últimos en llegar.

Ryan se encogió de hombros. Llevaba una camiseta blanca y estrecha que dejaba ver cuán bien formado estaba su torso. Los vaqueros ajustados no dejaban lugar a dudas de lo mucho que se machacaba en el gimnasio. Ryan era carne de gimnasio, pero no al estilo de lucha libre, más bien al estilo Brad Pitt en sus mejores tiempos.

—Pasad, Trevor ya está aquí con Claire y Gaby.

Gaby había sido una buena adquisición, era la mejor amiga de Claire, y Jud había descubierto que podía tener una boca tan sucia como la suya. Cuando volvió a encontrársela por casualidad en una cafetería cerca del centro, la reconoció y entablaron una amistad que le había proporcionado noches de risas locas y más de una situación embarazosa. Gaby era pura energía y muy divertida. Claire, la esposa de Trevor, era todo lo contrario, pero los polos opuestos se atraen, y eran amigas desde hacía años. Ahora las tres solían quedar en las noches de solo chicas y Jud admitiría que estaba encantada.

Los chicos se reunieron en el salón, a excepción de Gaby, que parecía haberse perdido por el patio trasero de la casa. Jud observó a sus compañeros desde la cocina. Iba a reunirse con ellos cuando Clark apareció a su lado.

—Gracias por haberme invitado a la inauguración. Una fiesta estupenda.

—Gracias.

A Jud le gustaría decirle algo más, pero debía admitir que el tejano no le daba buena espina. Quizás fueran sus prejuicios respecto a los hombres de ese estado, pero no podía asegurarlo. Dio un trago a la cerveza y sus ojos se clavaron en los recién llegados. Era una cocina abierta y podía ver a los chicos desde allí. Ryan atacó los nachos y la salsa. Suspiró, hasta ese momento no había habido ningún accidente en el sofá con la salsa de tomate. Rezó para que siguiera así.

Ryan, con el buen humor de siempre, saludó a todos mientras cogía una cerveza bien fría de un cubo con hielo con sal. Max se quedó mirándola un momento, hasta que se dio cuenta de que sus miradas quedaron atrapadas más segundos de lo socialmente aceptable. Después el capitán miró a Clark y este le saludó con un movimiento de cabeza.

—Pensé que no te llevabas bien con el capitán —le dijo Clark.

Jud dejó la cerveza a medio camino de sus labios y lo miró de reojo. No dijo nada. No sabía qué contestarle, pero le sorprendió que su animadversión fuera tan evidente hasta para un recién llegado. Igual sí debía trabajar en ello.

—Pues lo cierto es que no es así —dijo Jud—. Si me disculpas, voy a saludarle.

No supo con qué cara había dejado a Clark, pero le traía sin cuidado. Que se metiera en sus asuntos, pues realmente le traía sin cuidado su opinión.

Dejándolo algo desconcertado, se escabulló. Rodeó la barra americana que separaba el salón de la cocina y vio cómo Max se adelantaba para saludarla.

En la mano llevaba una botella de vino que iba acompañada con un lacito rojo.

—Esto es para ti —le dijo nada más encontrarse en un lado del salón.

—Gracias —dijo ella con una timidez que no sabía de dónde había salido.

«Joder, Jud, pareces una puta colegiada delante de su profe favorito del que está enamorada».

—Es bueno, vaya —se sorprendió al ver la marca y procedencia.

Era un vino caro.

—No sabía qué traerte, pensé en una planta, pero…

Puso una cara triste. Jud captó enseguida a qué se refería.

—Sí. Has visto el reguero de cadáveres que desfila sobre mi escritorio y te lo has pensado mejor.

—Exacto. —Sonrió.

Jud tenía tendencia a comprarse miniplantas que siempre acababan en la papelera. Si era cierto que los cactus absorbían la radiación del ordenador, no lo sabía, pero algo los secaba hasta pudrirse. Morían, no porque ella quisiera, sino porque decidían pasar a mejor vida a pesar de que su dueña se esforzara en mantenerlos con vida. De acuerdo, que ese esfuerzo no implicaba regarlas con la regularidad que estas necesitaban, pero al menos lo intentaba. Ni hablar de tener mascotas. Una vez Trevor le dejó a Rex un fin de semana y pasó unos días horribles esperando que inexplicablemente el pastor alemán la palmara en cualquier momento a causa de una meningitis canina o algo por el estilo. Por fortuna, ese perro del demonio era malo a rabiar. Y mala hierba nunca muere.

—Bueno… Gracias —dijo finalmente—. Todo un detalle.

Se miraron a los ojos por un instante que se hizo eterno.

«¡No te ruborices, estúpida!».

Sonrió para ocultar su nerviosismo. No podía evitarlo, el capitán la ponía nerviosa, y cuando vio que Ryan los observaba desde el otro extremo de la habitación por poco se le cae la botella al suelo.

Joder, cómo iban a reírse de ella en la oficina. Tenía que fingir mejor. Carraspeó mientras intentaba convencerse de que el capitán Castillo era un tipo normal a quien no debía ni impresionar, ni intimidar y por consiguiente no debía ni dejarse impresionar, ni intimidar.

—Esto… —le dijo y estuvo orgullosa de que su voz saliera bastante firme—, póngase cómodo, coja una cerveza. Porque… este vino no es para estos paladares.

—¿Lo vas a esconder?

—¡Ya te digo! No van a olerlo. —Señaló a sus compañeros de oficina que seguramente hacía años que solo se hidrataban con café y cervezas.

Dicho esto, se apartó de él y en algún momento ambos cayeron en la cuenta de que se habían tuteado. Apartaron la mirada y Jud se retiró para guardar la botella en uno de los armarios lacados.

Max se quedó mirándola. ¿Eran imaginaciones suyas o la había visto ruborizarse? Meneó la cabeza descartando la idea. Era más probable que el vino que había traído se convirtiera en vinagre que Jud se ruborizara por el comentario de un hombre.

Se dio la vuelta y contempló a Ryan riéndose como un idiota y saludándole con la botella de cerveza en la mano. Se acercó a él después de coger una bien fría.

—¿A Jud le ha gustado tu regalo?

—Creo que sí.

Se hizo el silencio y Max frunció el ceño al darse cuenta de que lo estaba mirando de una manera extraña.

—¿Qué?

—Nada, solo estaba pensando.

—¿Ah, sí? Me alegra saber que lejos de tus aparatitos electrónicos también piensas.

Ryan soltó una carcajada.

—Sí, parezco mucho más inteligente pegado al ordenador. Pero espero que no te sorprenda que tenga cerebro fuera de la oficina.

Max movió la cabeza en señal de negación, divertido.

—No me sorprende.

—Me alegro —asintió Ryan—. Soy un tío listo. Veo cosas donde los demás ni siquiera miran.

Max apartó la mirada y pegó un buen trago a la cerveza. Si estaba insinuando lo que creía, iba a tener que ponerse algo firme. Pero, gracias a Dios, Ryan no siguió con el tema. O eso creía hasta que le escuchó decir despreocupadamente:

—Me estaba preguntando dónde irá Jud la semana de vacaciones que se ha pedido.

Max estaba bebiendo un sorbo de su cerveza fría cuando el líquido pasó por donde no debía y le hizo toser hasta doblarse en dos.

—¿Se encuentra bien?

Ryan le palmeó la espalda hasta que respiró normalmente, aunque con algunas lágrimas en los ojos.

—¿Dos semanas? —preguntó Max.

—Sí, hoy ha hablado con recursos humanos. ¿No le ha dicho nada?

Max se encogió de hombros.

—Algo me dijo.

Como su jefe sería muy raro que Jud no le hubiera pedido permiso para irse de vacaciones y dejar algunos casos inconclusos.

Max lo miró de reojo.

—Eres amigo suyo, ¿no te ha dicho a dónde va?

—No, la he pillado hablando por teléfono, pero ni siquiera le he preguntado. Es muy extraño que lo lleve tan en secreto —añadió observando detenidamente la expresión del capitán—. Además, no recuerdo la última vez que se tomó un descanso.

Max se encogió de hombros.

—Eso es un asunto privado que solo le concierne a ella, ¿no crees?

—Bueno… Solo me lo estaba preguntando, inocentemente como amigo suyo que soy.

Se hizo un incómodo silencio, hasta que Ryan volvió a la carga:

—¿Sabe lo que pienso?

Max pensó en preguntárselo, pero se dio cuenta de que era exactamente lo que Ryan estaba deseando que hiciera y por eso se abstuvo.

Puso los ojos en blanco y finalmente claudico.

—Sorpréndame.

De todas formas, el agente no estaba dispuesto a callarse nada, y más cuando vislumbraba un suculento cotilleo.

—Siempre que Jud coge vacaciones lo hace con nosotros, pasamos un par de días en el lago. Pero esta vez no ha dicho nada, simplemente se larga.

—¿Y eso es tan raro?

—No, si es que tiene un amante nuevo que quiere permanecer en el anonimato.

Ahora sí que Max echó la cerveza por la nariz.

—Maldita sea.

—¡Cuidado, capitán! —La mano de Trevor le palmeó la espalda amigablemente.

Trevor y Ryan se miraron y entendieron sin palabras que algo estaba pasando entre esos dos.

Claire dejó que los chicos hablaran de sus cosas. Miró por las puertas correderas de la cocina que daban al patio y al jardín trasero y se encaminó hacia allí. Gaby y Jud estaban discutiendo sobre cuál era la mejor cerveza que tenían en el bar y que las mejores eran de importación belga.

—¿Has abandonado a tu novio? —le preguntó Jud a su amiga Claire, que era la mujer de Trevor.

Claire puso los ojos en blanco.

—Yo de ti iría con cuidado, están discutiendo dónde vas a pasar las vacaciones.

—¡Me cago…! —Se contuvo y apretó los labios mientras las chicas estallaban en carcajadas.

—Vaya, qué controlada te tienen.

—¿Cómo coño se han enterado de que he pedido vacaciones?

—Dos semanas de vacaciones —especificó Claire sin perder la sonrisa—. Trevor está algo nervioso porque te tomas unos días y no es para irte con ellos. Creen que tienes un amante secreto.

—¿Todo eso te ha dicho Trevor? —preguntó incrédula.

—No, Ryan se lo decía a Max.

—No jodas. —Cerró los ojos.

¿En serio le habían dicho a Max que se tomaba vacaciones porque tenía un amante secreto? Iba a matarlos. Aunque, claro, Max ya sabía para qué se había tomado quince días, aunque en teoría aún no le había dado permiso para acompañarle a Dallas.

—En fin —dijo Gaby acariciándole el hombro—, te tienen más que fichada.

—Son unos tocacojones cuando se lo proponen.

Claire intentó inútilmente controlar la risa, pero le fue imposible.

—Eso es porque te quieren.

Jud puso los ojos en blanco.

—Pues ya verán lo mucho que me quieren como me sigan incordiando.

Ante de que pudieran hablar del tema, o de que Jud pudiera contarles a dónde iba de vacaciones, el grito de Ryan llegó a sus oídos:

—¡Jud!

Ryan se quedó entre la cocina y el patio. Había abierto del todo las puertas correderas, pero se quedó petrificado, mirando a la rubia.

Eso sí que fue un flechazo.

Gaby había llegado con Trevor y Claire, pero por la forma de hablar a su compañera de curro, estaba claro que Jud y ella eran amigas. ¿Por qué demonios no se la había presentado?

Se acercó a las tres mujeres y sus ojos recorrieron el cuerpo de la despampanante rubia con disimulo. ¿Dónde la había visto antes?

—¿Sí, Ryan?

Jud intentó captar su atención.

—Gaby —dijo finalmente la poli cuando vio que Ryan se había quedado sin habla—. ¿Te he presentado a mi amigo y compañero, el agente Ryan?

—¡Ese soy yo! Amigo de todos estos maleducados que no han querido presentarnos antes.

Las chicas rieron.

Gaby lo miró de arriba abajo. Fue una mirada directa y franca.

—Yo soy Gabrielle, y tu fama te precede.

Jud se dobló en dos por la risa, mientras Claire, más discreta, intentaba no reírse demasiado.

—Ju, ju, ju. No tienes ni la más mínima posibilidad —le dijo Jud palmeándole la espalda

Ryan hizo un mohín con los labios.

—Es una vergüenza tener amigos como vosotros que entierran a uno con vida antes de que tenga la ocasión de presentarse.

—Eres un adicto al sexo, con miedo al compromiso —dijo Jud arrancando las carcajadas de los demás.

Ryan se llevó dramáticamente una mano al corazón.

—Dios mío, acabas de matarme.

—Queremos a Gaby. —Jud miró a su amigo sin perder la sonrisa y asintió—. Créeme que también lo hacemos por tu bien, aléjate de ella o tendremos que partirte las piernas.

—Es cierto —asintió Claire.

—¡Venga ya! —dijo encogiéndose de hombros y dándose apenas unos segundos para desaparecer.

Puede que él no se acordara de ella, pero Gaby sabía muy bien en qué estaba metido Ryan y no tenía la más mínima intención de que dijera dónde se habían visto antes.

—Ha sido un placer, Ryan. Pero, si me disculpáis, voy a por una cerveza.

Los tres guardaron silencio mientras veían cómo Gaby entraba en la casa.

—¿Ves? La has asustado —le dijo Claire.

Ryan no supo qué decir o hacer. Se quedó mirando los andares de la rubia explosiva. Entrecerró los ojos e intentó recordar dónde la había visto por primera vez. Pero no tuvo éxito.

—Sé que la he visto en alguna parte.

Jud asintió.

—Por supuesto, trabaja en el bar de siempre. Pero por alguna extraña razón estos dos meses que lleva trabajando allí no habéis coincidido.

—¿Extraño, no? —preguntó Claire.

—Muy extraño —dijo Ryan sin perderla de vista.

Negó con la cabeza. No la conocía del bar, estaba seguro. Ni de haberla visto con Claire y Trevor,

—Decid lo que queráis, pero soy un tipo encantador. Va a quererme nada más me conozca.

Lo dijo muy convencido antes de ir tras ella para que viera lo encantador que podía ser.

Gaby entró en la casa. Observó a Trevor, que la saludó alzando la cabeza. Pero ella no fue en su busca, se dirigió a la nevera y sacó una cerveza. Al darse la vuelta y atacar el bol de nachos, supo perfectamente quién le estaba rozando el brazo.

—No es cierto lo que dicen de mí —escuchó que decía Ryan con una voz mucho más sexy de lo que ella hubiera querido.

—¿Eso de ser adicto al sexo?

Ryan intentó contener la risa.

—Soy un buen tipo —le dijo algo sorprendido por su pulla.

Consciente de que todos los estaban observando desde lejos, intentó mantener las distancias para seguir aparentando que era un hombre inocente e… inofensivo.

—No lo dudo. Y… no me importaría que fueran adicto al sexo y solo quisieras un revolcón sin compromiso.

—Joder… —Tragó saliva, eso le dejó sin respiración—. Vaya… ¿En serio?

¿Qué más podía decir ante semejante confesión?

—Claro, es normal que los hombres con más polla que cerebro quieran llevarse a las rubias tontas al huerto sin ninguna clase de compromiso.

Eso lo dejó con la boca abierta.

«Mmm… No me lo esperaba». Desde luego, la mujer que tenía frente a él, no solo era despampanante, sino que tenía la lengua más afilada que hubiera conocido, después de Jud, claro.

Tenía unas curvas de infarto, pero una cintura estrecha y un cuello largo. Su cabellera rubia estaba recogida en una coleta dándole un toque desenfadado y su flequillo abierto por el centro le enmarcaba la cara donde destacaban unos impresionantes ojos azules.

—Veo que no solo eres una cara bonita.

Gaby forzó una sonrisa.

—Como bien te ha dicho Jud, no tengo un pelo de tonta y… dudo que puedas ofrecerme algo que me interese.

Ryan no reaccionó con suficiente velocidad. Gaby pasó por su lado con el bol de nachos entre las manos y volvió a salir fuera para reunirse con Claire.

Él se quedó plantado por primera vez en su vida, sin saber que decir. Le quedó claro que esa mujer no era como todas las demás. Y por eso sería más difícil que cayera en sus brazos. Pero no imposible. Sonrió observándola comer nachos y bebiendo cerveza.

Se le escapó una risa gutural y profunda, de puro deleite. Pero seguía sin saber dónde la había visto antes, eso lo hizo dejar de sonreír.

Tormenta de fuego

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