Читать книгу Tormenta de fuego - Rowyn Oliver - Страница 6

Capítulo 1

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Dos meses después

Jud estaba de puta madre.

¡Por fin verano!

El viento había dejado paso a una suave brisa que le acariciaba el cuerpo semidesnudo. Sobre la cubierta del barco de Ryan, uno de sus mejores amigos, estaba en toples, simplemente porque en su adolescencia, cuando salía de marcha, sus hermanas solían burlarse de las horribles marcas que dejaban expuestos sus tops. Y, por qué no decirlo, tenía unos pechos espléndidos. Un hecho que le servía más bien de poco si tenía claro que su vida sexual en los últimos meses era prácticamente inexistente. Era adicta al trabajo y esa adicción era nefasta para su vida amorosa o sexual.

Suspiró audiblemente casi sin ser consciente de ello. Tumbada en la cubierta de ese estupendo barco que aún se encontraba amarrado en el muelle, Jud permanecía con los ojos cerrados, estos escondidos detrás de sus opacas gafas de sol. A dos metros de ella, Trevor charlaba animadamente con Claire mientras se hacían arrumacos de enamorados y bebían de sus respectivos botellines de cerveza. ¡Qué asco…! ¡Y qué envidia! ¿A quién pretendía engañar?

Claire Roberts era la novia de su amigo e inspector de homicidios Trevor Donovan.

Le caía muy bien Claire, había pasado por mucho ese último año. Después de que dos hombres entraran en su casa y la tiraran por la ventana, se habían sucedido un sinfín de hechos, a cual más descabellado, que culminó con su secuestro y un par de asesinatos. Por fortuna, los buenos habían vencido y Claire podía respirar en paz. Quizás en su afán de protegerla y ver que todo estaba bien, se había acercado mucho a ella y sin proponérselo se habían hecho grandes amigas en lo que dura un parpadeo.

La parejita feliz había sido la última en llegar.

Sonrió divertida, cuando a sus oídos llegaban sonoros besos y risas de los dos tortolitos.

—¿Y para mí no hay? —preguntó Ryan divertido haciéndolos reír a todos.

—Tened compasión por estos dos solteros empedernidos —secundó Jud sin abrir los ojos.

—¿Quieres que te consigamos una cita?

Jud se encogió de hombros ante las palabras de Claire.

—Por supuesto, si conoces a algún tipo inteligente, de buena conversación y que no le de miedo que sea poli.

—Mmm… claro, creo que Max está libre.

Detrás de las gafas de sol, Jud abrió los ojos para después ponerlos en blanco y resoplar mientras sus amigos se reían de ella.

Dispuesta a pasar de la pulla, ya que todos eran muy conscientes de que ella y el capitán Max Castillo no se soportaban, les metió prisa por soltar amarres.

—¿Todavía no nos vamos? —preguntó algo aletargada mientras escuchaba los pasos de Ryan ir y venir preparándolo todo para la pequeña excursión.

—¡Todavía no!

El ambiente era relajado y ciertamente ellos lo estaban, por primera vez en mucho tiempo.

La primavera que ya habían dejado atrás, había sido un calvario para todos. Claire se había visto envuelta en un intento de asesinato y un secuestro. Y a Trevor le habían disparado, salvándose de un disparo al corazón por pocos centímetros. Después de que la pesadilla llegara a su fin, bien se merecían un descanso.

Aquel sábado en pleno mes de julio, habían decidido cambiar un fin de semana de acampada por un espléndido paseo en el barco de Ryan por el lago Sammamish.

Estaba en la gloria. Y eso que el principio del verano había sido horrible. Su jefe y capitán, Max Castillo, la había torturado de nuevo con una montaña de informes y papeleo, dejándola fuera de la acción más de lo estrictamente necesario. Le gustaba hacer saber a los chicos quién mandaba. Se lo había ganado por haber desobedecido una orden directa del joven, musculoso, buenorro, capitán.

—Joder —gimió. Ya estaba otra vez su cerebro colapsándose cada vez que pensaba en su jefe.

Era ciertamente una jodida suerte que a Jud le cayera tan mal que pudiera mitigar sus ansias de empotrarlo contra una pared y no precisamente para darle una paliza. Le daría otra cosa, sin duda… y repetidas veces.

Por suerte, el capitán Max Castillo también parecía odiarla. No era poco usual que al alzar la vista del informe que estaba elaborando se lo encontrara mirándola con el entrecejo fruncido a través de la ventana de su despacho. Claro que ella le devolvía la mirada del mismo modo. «Quién sabe, Jud, quizás deberías ser un poco más sumisa…». Le dijo su voz interior, y antes de tan siquiera procesar esas palabras empezó a reírse a carcajadas solo pensarlo.

Captó sin proponérselo la atención de todos, pero carraspeó como si no fuera nada. ¿Ella sumisa? Antes el infierno se congelaría. Pero rara vez consentía que un tío la intimidara, y Max Castillo estaba cualificado para hacerlo, y eso la enfurecía más de lo que quisiera admitir.

—Te lo estás pasando muy bien sola, ¿no?

—Ajá —respondió al comentario de Trevor.

Respiró hondo mientras se dejaba mecer por el balanceo del agua. Intentaba no preocuparse demasiado por la actitud del capitán, al fin y al cabo, si ella estuviera en su lugar, quizás hubiera hecho lo mismo. Un mes de papeleo intensivo, no era nada comparado a la sanción que pudiera haberle caído después de, no solo desobedecerle, sino por esa actitud que ningún hombre hubiese soportado de un subordinado, y menos si este era una mujer. «Bravo, Jud, defiende a tu enemigo».

Los chicos también se habían llevado lo suyo en los meses que Max llevaba de jefe. Los chicos en los que pensaba Jud, no eran otros que el inspector jefe Trevor Donovan (alias el tortolito desde que estaba con Claire) y el agente Ryan. Pero ellos siempre lo habían visto con buenos ojos. Era muy habitual ver a Ryan y a Trevor bromear con él. El tipo les caía bien, y quizás por eso se sentía algo traicionada por ese par que consideraba hermanos.

Si fuera una mujer algo más sensible hubiera hecho un puchero.

La habían abandonado por el tejano.

Mierda, no quería sentirse así, pero en realidad era como si sus chicos se hubieran pasado al lado oscuro. Como si ella siguiera fiel a los Seahawks y ellos se hubieran largado de cena y copas con los jugadores del New England Patriots después de que les derrotaran en la Super Bowl. ¿En qué coño estaban pensando? Ella era una auténtica Seahawks, era de allí, de su querida Seattle, no de una calurosa y polvorienta Texas de mierda.

—¡¿Nos vamos o no?! —gritó sin importarle parecer malhumorada.

Se estaba empezando a temer por qué tardaban tanto en zarpar.

Quizás por esa diferencia de opiniones sobre Max Castillo, Jud evitaba hablar del capitán con Trevor y Ryan. Era habitual que se mantuviera alejada, o que no quisiera intervenir cuando hablaban de invitar a Max para salir de copas o bien repetir acampadas. ¡Dios! Cada vez que se acordaba de la última acampada con ese hombre se echaba a temblar. No pensaba volver a repetir aquello. No obstante, cuando salían de copas, simplemente fingía que era un encanto de mujer y que no tenía ningún prejuicio contra él. Pero no engañaba a nadie y mucho menos a Castillo.

Imposible avanzar en esa relación hacia una amistad, y mucho menos cuando ambos no soportaban estar en la misma habitación. Ella le sentía un intruso, y pensaba que Max la veía como a una agente sobrevalorada en su trabajo. A regañadientes admitiría que no podía culparle, pues en apariencia cuando estaba en la presencia del tejano, simplemente parecía idiota. Se ponía nerviosa, se le hinchaba la vena del cuello, sus mejillas adquirían un tono rubicundo y sus mandíbulas se apretaban como las de un perro rabioso sobre el cuello de su presa. ¡Joder! Y no era que el jodido vaquero no le pareciera competente, es que no soportaba su prepotencia. ¡Machito de Texas tenía que ser!

En primer lugar, el puesto de jefe le tocaba a Trevor. Se lo había ganado, era listo y tenía olfato para ello. Y en segundo lugar, porque era injusto que su superior la tratara como una muñequita de porcelana. El primer día hasta se atrevió a pedirle un café. ¡Tratarla como a una camarera! Ya se encargó de dejarle claro que como le pidiera otro le iba la salud.

Jud suspiró y, a pesar de tener los ojos entreabiertos bajo las oscuras gafas de sol, puso los ojos en blanco. Le había dado su merecido en alguna que otra ocasión, pero eran victorias superficiales.

Respiró hondo y sus pechos desnudos expuestos al sol se elevaron.

—¿Quieres un poco de crema bronceadora? —Hasta ella llegó la voz risueña de Claire, a quien pudo notar enseguida a su lado.

Le sonrió y Jud alargó el brazo para coger el bronceador, de escasa protección solar, que le ofrecía su amiga.

Vio cómo Claire se desató las tiras elásticas de su biquini que llevaba anudadas al cuello, para volverlas a atar a su espalda y dejar la parte superior como si fuera un top al estilo palabra de honor. Ese día, la pobre había decidido no hacer toples, aunque no era poco habitual que lo hiciera a pesar de las miradas de Trevor, primero asesinas y después lastimeras, que acababan por convencerla de que se tapara. Un hombre siempre sería un hombre, y aunque adoraba a sus compañeros como si fueran sus hermanos, Trevor y Ryan no dejaban de ser precisamente eso: hombres. Dios debería crear un hombre con la materia prima del oro y el diamante para que ella se doblegara e hiciera algo que un espécimen de, lo que se creía equivocadamente el sexo fuerte, le hiciera cambiar de opinión y cubrirse los pechos.

—Buenos días.

¡Me cago en la puta!

Sus piernas se elevaron y por instinto se incorporó cubriéndose los pechos con el brazo. No miró a su espalda, de donde había procedido la voz del capitán Max Castillo, simplemente respiró hondo y apretó los puños.

Trevor vio el gesto y puso una cara burlona que le sentó como un dardo envenenado.

—En fin, ya estamos todos —dijo Ryan—. ¡Qué bien que has podido venir! Al final Max ha aceptado nuestra invitación de ir a navegar.

—¿En serio? —dijo ella aún con los dientes apretados—. Yupiii.

Max pasó por alto su sarcástico comentario con una risa burlona.

Jud levantó la vista y miró a Max sobre su hombro, que, con los brazos cruzados y una sonrisa descarada pintada en la cara, la miraba con un humor que no le había visto en la oficina.

Ella se incorporó del todo y la sonrisa del jefe se ensanchó.

—¿No es genial, chicos?

«Claroooo, como cien aguijones de avispa en los cojones», se dijo Jud.

—Qué bien, primero de acampada y después de excursión por el lago. Es maravilloso —soltó Jud con todo el sarcasmo que fue capaz.

—No he podido resistirme. —La voz modulada de Max la irritó sobremanera, pero estaba dispuesta a fingir para que no se le notara.

Trevor y Ryan se lanzaron una miradita entre ellos que no les pasó desapercibida a ninguno de los dos. Intentaban no partirse de risa, pero estaba claro lo bien que se lo iban a pasar a su costa.

Intentando disimular que nada le afectaba, Jud lo miró disimuladamente detrás de sus gafas de sol y volvió a echarse sobre uno de los asientos que se encontraban en el lateral de la barca. Qué le iba a importar que el buenorro de su jefe la estuviera observando con las tetas al aire. Porque seguro que eso hacía, escondido detrás de aquellas Ray-Ban Aviator de malo de película barata, mirarla. Quizás tanto como ella lo miraba a él.

—Bueno, chicos —dijo Ryan—, esta preciosidad nos va a llevar a dar una vuelta.

* * *

Poco después de que el barco se pusiera en marcha la brisa la refrescó y Jud dejó de sentir cómo su piel se calentaba al sol. Buscó la camiseta de tirantes que había traído y se la puso sin hacer ningún comentario, pero Max aprovechó para picarla:

—¿No tendrás calor?

Se pudo cortar la tensión de los chicos mientras esperaban la respuesta que no se hizo de rogar.

—Lo dice un cowboy que ha venido a navegar con vaqueros y camisa a cuadros.

Vio cómo él fruncía el ceño.

—¿Qué tiene de malo mi camisa a cuadros?

—Nada, si vas a amontonar paja en el granero.

Trevor y Ryan se rieron por lo bajo. Claire fue menos sutil y soltó una carcajada que acabó en una risita ahogada mientras pedía disculpas a Max.

—Estáis de muy buen humor —dijo el capitán.

Todos parecieron ignorar el comentario, pero sabían que el espectáculo no había hecho nada más que comenzar.

—He traído un bañador, así que no te preocupes —le dijo Max poniéndose las manos en las caderas que estaban enfundadas en unos vaqueros estrechos que le sentaban de muerte. —En cambio tú parece que te habías dejado una pieza —anunció señalando sus pechos que ya estaban cubiertos.

Jud apretó la mandíbula deteniendo el movimiento que hacía con las manos para colocarse la camiseta. Respiró hondo para no lanzarse a la yugular mientras se repetía mentalmente que no lo hacía por él.

—¿Te molesta que haga toples?

Él levantó las manos en señal de rendición.

—¡Por Dios! Jamás se me ocurriría protestar porque se me ofrezca semejante vista.

—No te la estaba ofreciendo capu…

—¡Bueno! Creo que podemos echar el ancla por aquí y darnos un chapuzón. ¿No os animáis? —Ryan alzó las manos reclamando la atención de todos con su entusiasmo. No iba a permitir que Jud insultara al capitán a los diez minutos de haber llegado.

No dejó de vigilar el timón mientras reducía la velocidad hasta detener el barco.

Aunque Ryan había salvado la situación, todos eran conscientes de que Jud había estado a punto de insultar a su jefe, aunque Max no parecía estar molesto, más bien al contrario. Su amplia sonrisa eclipsaba.

Sonreía, y empezó a hablar con Ryan sobre béisbol y fútbol mientras se metía los pulgares bajo la correa de cuero del cinturón.

Involuntariamente, los ojos de Jud volaron a esa zona. Suspiró imperceptiblemente mientras poco después se limitó a refunfuñar un par de palabras incoherentes al ver hacia donde la llevaban sus pensamientos.

—Voy a quitarme ropa.

Las palabras de Max la molestaron.

«De puta madre. Lo que le faltaba, tener al jefe macizorro medio desnudo a escasos dos metros de mí». A Jud le entraron ganas de arrancarse los ojos con las uñas.

Intentó relajarse cuando Max desapareció en el interior de la embarcación, supuso que para cambiarse esos vaqueros condenadamente sexys por un bañador mucho más apropiado. Quizás unos pequeñitos y ajustados…

«¡Juuuuud! Estás fatal». Gimió al imaginarse ese cuerpo con unos slips negros. No estuvo más tranquila cuando volvió a salir ataviado solo con un corto bañador color azul marino y nada que cubriera aquel impresionante torso desnudo.

Jud casi jadea.

«¡Hora de tirarse por la borda!».

Un calor sofocante le prendió el rostro y se apresuró a ponerse de pie y darle la espalda. Sería mejor que se metiera en el agua cuando antes.

Como sabía que las gafas de sol la protegían de delatar dónde tenía los ojos puestos, se atrevió a darle un buen repaso cuando le miró por encima del hombro.

Trevor y Ryan tenían un aspecto formidable y, aunque jamás se había sentido atraída por ellos de aquella manera, tenía que admitir que eran dos hombres de una belleza portentosa. Trevor tenía unos brazos y unas espaldas anchas, con una estrecha cintura que lo hacía increíblemente atractivo. Los bíceps de Ryan no tenían rival y su carita de niño contrastaba con ese cuerpo esculpido de acero con sus sexis cuadritos en los abdominales. Era una ricura y una alegría para la vista. Pero Max… ¡Joder con Max! El capitán era una fuerza de la naturaleza. Tenía un espeso vello sobre los pectorales, pero este iba menguando, recorriendo sus abdominales marcados hasta desaparecer en una fina línea negra bajo la cinturilla del pantalón. Sus hombros… Jud no pudo reprimir un suspiro y al darse cuenta forzó una tos que no consiguió engañar a Claire, que volvió a reír sin poder controlarse.

—Sin duda es un día espectacular. Ideal para contemplar una bella vista.

Las palabras de Claire le hicieron ganarse una mirada asesina de Jud, una que notó a pesar de las gafas de sol.

Volvió la cabeza y encontró a Ryan con una sonrisa de oreja a oreja.

—Unas buenas vistas, ¿eh?

«¡Cállate, bastardo traidor!».

Jud se puso del color de su biquini, que era granate.

Se quitó de nuevo la camiseta y la echó a un lado. Se quedó con su sexy culote ajustado dispuesta a lanzarse al agua al mismo tiempo que Ryan echaba el ancla. Sin embargo, Max fue más rápido, paso frente a ella y se lanzó de cabeza.

Cerró la boca y la notó seca a causa de la imagen que acababa de contemplar. Esa impresionante espalda desnuda, ese cu… Suspiró y arrojó las gafas de sol sobre los cojines donde se había sentado instantes antes.

Intentó generar saliva a marchas forzadas mientras el capitán salió a la superficie y se acarició su espeso cabello.

«No es nada del otro mundo, un hombre del montón. Tú puedes…». En ese preciso instante, Max agarró la escalerilla y subió de nuevo a bordo. Ver ese cuerpo esculpido en mármol bronceado era más de lo que una persona podía soportar.

—Me cago en mi puta vida.

Ryan estalló en carcajadas cuando Jud, cabreada, se lanzó de cabeza al lago y se alejó con vigorosas brazadas del barco y de Max.

Tormenta de fuego

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