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ОглавлениеCapítulo I
Práctica y teoría en los distintos modos de producción
En los modos de producción primitivos, los que preceden al esclavista, no se conoce la separación entre teoría y práctica, como acontece con los modos de producción más desarrollados. En aquellos el polo de la conciencia adhiere todavía estrechamente al de la práctica, de tal manera que forman una unidad compacta. La consecuencia que de esto se desprende es que son culturas fuertemente monistas. Sólo con la diferenciación en las prácticas sociales –dominantes y dominadas– comenzará a manifestarse la separación entre conciencia y práctica, dando origen a la concepción dualista que ya hemos analizado.
Las culturas primitivas poseen una orientación totalmente intramundana, sin conocimiento de la orientación trascendente, en el sentido de algo que esté fuera o más allá de este mundo. “La acción cuya motivación es religiosa o mágica aparece en su existencia primitiva orientada a este mundo. Las acciones religiosas o mágicas deben realizarse para que «te vaya bien y vivas largos años sobre la tierra». Incluso aquellos ritos extraordinarios, sobre todo para gentes de ciudad, como los sacrificios humanos, fueron realizados, por ejemplo, en las ciudades marítimas fenicias, sin ninguna idea de ultratumba.”[54]
Ello es fácilmente detectable todavía hoy, en aquellos estratos populares que no han entrado de lleno en la cultura capitalista, sino que aún permanecen anclados en modos de producción primitivos. Ellos son materialistas. Lo observaba Gramsci con su habitual agudeza: “La religión popular es crasamente materialista, aunque la religión oficial de los intelectuales busque impedir que se formen dos religiones distintas, dos estratos separados, para no alejarse de las masas, para no convertirse, también oficialmente, como lo es en la realidad, en una ideología de grupos reducidos”.[55]
Las culturas primitivas no conocen las formas discursivas, los sistemas conceptuales elaborados. Ello es consecuencia del hecho de que todavía el polo de la conciencia permanece fuertemente adherido a la práctica. Es decir, el significado todavía no se ha separado del significante. Significa ello que el sentido se encuentra inmerso totalmente en la materialidad de las prácticas. Los mensajes se transmiten a través de prácticas simbólicas, cuyo sentido es necesario interpretar mediante el acto de la decodificación.
Se trata de una verdadera cultura de gestos. “Es una cultura de gestos, caminatas, miradas, de determinadas «expresiones corpóreas». En la caminata, en la procesión, en la romería, en el gesto, en el beso a la imagen del santo, en el contemplar vuelto hacia la pared de la casa, en los cánticos tradicionales heredados de los tiempos de las santas misiones, los pobres expresan su modo de estar en el mundo, de participar de la sociedad.”[56]
Esta adhesión del significado al significante, del significado a la práctica, de la conciencia a la práctica, se manifiesta también con mucha claridad en los productos de ésta: en la casa, el templo, la ciudad. El espacio está organizado de una manera claramente significativa. El lugar que ocupa el templo en la ciudad, la orientación de ésta hacia determinado punto cardinal, el lugar ocupado por las aberturas de la casa no responden ni a la casualidad ni a meros fines “positivos” como podría ser resguardar a sus habitantes de los fuertes vientos, o del sol, sino que significan sobre todo la manera como sus habitantes están en el mundo, esto es, la manera como están situados en él; en otras palabras, su cosmovisión.
Nosotros no expresamos nuestra cosmovisión preferentemente mediante prácticas o por medio de los productos de nuestra práctica, sino mediante la elaboración conceptual que conocemos con el nombre de filosofía. Es cierto que también se expresa a través de determinados productos como las obras de arte, sea en la pintura, la escultura, o la arquitectura. Sin embargo, ésta es la excepción y además es producida no por la comunidad, sino por algunos profesionales. Por otra parte, los miembros de la comunidad, para captar el sentido de tales productos, generalmente necesitan explicación. Las ideas, los conceptos, deben venir en ayuda, porque ya para la cultura general el sentido dejó de adherir a las prácticas y sus productos.
No queremos decir que no haya en absoluto prácticas significativas. Ello no es posible. La práctica del saludo con la mano, del beso, del abrazo, de la sonrisa, del llanto, de por sí son significativas, y no necesitan explicación alguna. Pero sobre ese nivel cotidiano de nuestra cultura, se ha edificado el nivel cultural de los conceptos. Allí están los libros, las bibliotecas, las librerías, las universidades, para atestiguarlo.
Como ya lo hemos indicado, la dualización de la práctica social está dialécticamente conectada con la dualización cultural. Pueden verse gérmenes de la misma más o menos desarrollados en sociedades pertenecientes al modo de producción asiático, pero el lugar clásico donde este proceso llegó a su maduración y adquirió carta de ciudadanía es Grecia. Allí, en esa sociedad esclavista, en la cual un sector social–no reconocido como tal, sino como mero instrumento–, el de los esclavos, era relegado al ámbito de la materia, lo despreciable, y otro sector, el de los amos u hombres libres, se ocupaba del ámbito espiritual, madura la separación entre ámbito y conciencia, significante y significado.
Esta separación se encuentra espléndidamente expresada por Parménides en la división entre el mundo del ser y el mundo de la apariencia; por Heráclito con su distinción entre mundo de los despiertos y mundo de los dormidos; por los pitagóricos con su división de la realidad en mundo ideal de los números y mundo de los entes sensibles; por Platón con su división entre mundo inteligible o de las ideas y mundo sensible, y por Aristóteles con su división entre mundo supralunar y mundo sublunar.
El primer término de todas las parejas citadas expresa el mundo espiritual, el verdadero, y el otro, el material, el de las apariencias, sin significación propia.
Con la incorporación que realizarán los teólogos –en primer término, los Padres de la Iglesia, y luego los escolásticos– de las categorías griegas al mensaje profético-evangélico, el polo espiritual se transformará en el mundo sobrenatural o de la gracia, frente al natural o del pecado; el mundo de la fe frente al de la ciencia; el mundo de la mística frente al de la política; el de la contemplación frente al de la práctica.
Sin embargo, a pesar de que la separación entre práctica y conciencia ha alcanzado un alto nivel, no se ha consumado. Tanto es así que no son los filósofos más idealistas –como Platón– los que expresan de manera acabada la cosmovisión griega, sino un filósofo que, a pesar de connotaciones idealistas evidentes, sin embargo conservó rasgos materialistas en forma notable.
En efecto, creemos que no caben dudas en cuanto que Aristóteles representa la máxima síntesis filosófica del modo de producción esclavista correspondiente a la formación griega.[57] Ahora bien, Aristóteles, frente al idealismo de Platón, expresa una clara orientación materialista.[58] En efecto, critica acaloradamente el mundo platónico de las ideas como la duplicación innecesaria del mundo real, sensible. A las ideas que Platón imaginaba en el “lugar sobreceleste”, Aristóteles las hace descender a la tierra. Pasan a ser las formas. La división entre un mundo superior, las ideas, y otro inferior, los entes sensibles, ahora es un solo mundo, el que vemos y palpamos, pero que tiene la división en su interior, la materia y la forma.
Consecuentemente con esta concepción ontológica –la composición de los entes de materia y forma– Aristóteles sostiene que el conocimiento no se produce mediante una iluminación directa sobre el nous por parte de las ideas –teoría de la reminiscencia platónica– sino que a través de los sentidos se encarga de despojar de su envoltura sensible, es decir, de su materia, para que el nous pueda captar la forma o esencia.
Esto mismo puede decirse con respecto al modo de producción feudal. No fueron los teólogos más idealistas, los marcados por la influencia platónica como San Anselmo, o los de la corriente agustiniana, quienes realizaron la máxima síntesis teológica del mismo, sino Santo Tomás, marcado por la influencia aristotélica, y en consecuencia, con orientaciones materialistas. Ello se hizo evidente para los contemporáneos del santo, que lo cuestionaron por poner en peligro el dogma de la inmortalidad del alma, al sostener, siguiendo a Aristóteles, la unidad sustancial del alma y el cuerpo en el hombre. En la orientación agustiniana, más idealista, la inmortalidad no corría peligro, porque la unidad se consideraba como accidental.
Esto es así porque los productos de la práctica del hombre aún no se han separado completamente de sus productores, no han pasado a dominar a éstos. Los distintos productos del trabajo, dice Marx, refiriéndose a la industria patriarcal, “se hacen presentes enfrentándose a la familia en cuanto productos varios de su trabajo familiar pero no enfrentándose recíprocamente como mercancías. Los diversos trabajos son funciones sociales”. “Pero aquí el gasto de fuerzas individuales de trabajo, medido por la duración, se pone de manifiesto desde un primer momento como determinación social de los trabajos mismos, puesto que las fuerzas individuales de trabajo sólo actúan, desde su origen, como órganos de la fuerza de trabajo colectiva de la familia.”[59]
En síntesis, tanto en el modo de producción esclavista como en el feudal la cosmovisión expresada por la filosofía y la teología respectivamente presenta rasgos idealistas que se conectan dialécticamente, por una parte, con la dualización de la práctica social que ya hemos considerado, y, por la otra, con insuficiente dominio de la naturaleza, que hace que sea necesario crear un mundo superior que proporcione las explicaciones y las ayudas que no se pueden obtener en el mundo cotidiano.
Pero todavía no se ha producido la plena separación del producto con relación a la práctica y la inversión, es decir, el dominio del producto sobre el agente, del objeto sobre el sujeto, que tendrá lugar a partir de la revolución burguesa, en la sociedad capitalista.