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Capítulo II

Jesús histórico y Jesús de la fe o Cristo

La fuente primera de nuestros conocimientos sobre el proyecto y la práctica de Jesús la constituyen los escritos que conforman el Nuevo Testamento, en especial los Evangelios. Se hace necesario, por lo tanto, tener presente la naturaleza de ellos con relación a Jesús.

En primer lugar, es necesario tener en cuenta que los Evangelios no constituyen biografías de Jesús como nosotros entendemos que debe ser una biografía. Para nosotros, tener una biografía de Jesús constituye una especie de necesidad, lo cual estaba fuera del horizonte de las preocupaciones de los antiguos cristianos.

Cada evangelio es la expresión escrita de la reflexión que comunidades cristianas primitivas, todavía cercanas al Jesús histórico, realizan sobre su propia práctica de fe. Ello implica la necesidad de distinguir entre un Jesús de la fe o Cristo –el Jesús de esa práctica y reflexión– y un Jesús histórico, el que realmente existió y actuó.

Las primitivas comunidades cristianas evidentemente pretendían vivir de acuerdo con el mensaje que Jesús había aportado, y en ese sentido reflexionaban a menudo, sobre todo en la fracción del pan, sobre su sentido. En estas reflexiones Jesús con su práctica y su mensaje estaba siempre presente, pero en la medida en que debía ser el norte de la práctica de las comunidades. Es decir, el objeto primario de la reflexión era la propia práctica, y el metro que tenían para medirla era la práctica de Jesús.

No ponemos en duda la existencia histórica de Jesús. Ello no constituye un problema de fe, sino de documentación histórica. Los Evangelios son más que suficientes para probar su existencia histórica.

Pero los Evangelios –éste es el punto importante– no nos ofrecen un relato historiográfico de lo que Jesús hizo y dijo, pues ésa no es su finalidad. No pretenden narrarnos puntualmente la vida de Jesús, sino mostrar cómo la práctica de las primeras comunidades debe corresponder a la de Jesús. En la reflexión de estas comunidades –los Evangelios– hay siempre un primer plano que está constituido por la práctica de ellas mismas, y un segundo plano correspondiente a la práctica del Jesús real o histórico.

Pero lo que es necesario entender es que el Jesús histórico, por estar en el segundo plano, es visto a través del primero, es decir, de la propia práctica, que hace que se vea un determinado Jesús, al que llamamos Jesús de la fe, por ser el que corresponde a la fe de la comunidad. Este Jesús puede ser muy semejante al histórico, o mantener con él determinado tipo de diferencias. Incluso es fácil que en el mismo texto de un evangelio, o confrontando evangelios distintos, se encuentren expresiones de prácticas contradictorias como pertenecientes a Jesús.

Veamos algunos ejemplos: en el evangelio de Lucas (6, 20-26) se presenta a Jesús contraponiendo “los pobres” a “los ricos”, con bendiciones para los primeros y maldiciones para los segundos. Del contexto resulta con claridad que Jesús se refiere a los pobres reales, los de las comunidades campesinas. En el evangelio de Mateo, en cambio, el mismo texto –se trata de las llamadas bienaventuranzas– es referido a “los que tienen espíritu de pobres” (Mt. 5,3) y desaparece el contraste con los ricos. Da la impresión de que aquí se ha producido ya el proceso de “espiritualización”, y la pobreza real contrapuesta a la riqueza también real cedió paso a la pobreza espiritual que puede darse tanto entre los ricos reales como entre los pobres reales.

En la conocida escena del joven rico que se presenta a Jesús para preguntarle sobre lo que debe hacer para conseguir la vida eterna, después de que el joven ha afirmado a Jesús que la observancia de los mandamientos para él es una práctica que realiza desde la juventud, según el evangelio de Marcos, Jesús agrega: “Una cosa te falta, anda, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y así tendrás un tesoro en el cielo. Después ven y sígueme” (Mc. 10, 21). Según el evangelio de Mateo, en cambio, Jesús le dice: “Si quieres ser perfecto anda a vender todo lo que poseas y dáselo a los pobres. Así tendrás un tesoro en el cielo, y luego vuelves y me sigues” (Mt. 19, 21). En el primer caso se trata de un requisito esencial para participar del proyecto de construcción del Reino que propone Jesús, mientras que en el segundo parece tratarse de un consejo.

Pero en el mismo evangelio de Mateo, luego del consejo dado por Jesús al rico de vender todo si quiere ascender un tramo más en el camino de la perfección, Jesús habla de la dificultad que tienen los ricos para entrar en el “Reino de los Cielos”, de tal manera que “es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar al Reino de los Cielos” (Mt. 20, 24).

¿En qué quedamos? ¿No se trataba de un simple consejo para ser perfecto? ¿Es posible que un simple consejo no aceptado pueda ocasionar esos amargos reproches por parte de Jesús, e incluso la aseveración de la virtual imposibilidad de participar en el proyecto del Reino? Es evidente que la condición puesta por Jesús no era un simple consejo, sino una verdadera conditio sine qua non para participar de su proyecto, pero al parecer en la práctica de determinadas comunidades cristianas ya había sido interpretada como un simple consejo que seguían los cristianos más avanzados, los de primera categoría.[5]

En el evangelio de Marcos podemos seleccionar textos (8, 31; 9, 11; 9, 30...) según los cuales Jesús sabe el momento y la hora de su muerte que no se compaginan con otros, como la parábola según la cual la semilla “crece sin que él se dé cuenta” (Mc. 4, 29), con su práctica clandestina, con el hecho de que fue necesario que sus enemigos consiguiesen que alguien –Judas– los condujese hasta su escondite. Es evidente que los últimos textos pertenecen a un momento anterior, cuando todavía el proceso de “espiritualización” no se había dado.[6]

En el evangelio de Mateo (5, 38-48) Jesús aparece afirmando: “No resistan al mal. Sino al que te abofetee en la mejilla derecha preséntale la otra... Amen a sus enemigos y recen por sus perseguidores”. Pero más adelante (Mt. 23, 13, 39) Jesús lanza contra los fariseos y escribas maldiciones de una violencia inaudita: “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, porque son semejantes a sepulcros blanqueados que por fuera ciertamente aparecen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda clase de inmundicia!”, “¡Serpientes, hijos de víboras! ¿Cómo lograrán escapar de la condenación del infierno?”.

Mientras los textos citados en primer lugar podrían ser suscritos por los seguidores de Buda o de Lao Tse que invitan a no enfrentar al mundo, es decir, a los poderosos que oprimen a los débiles, y a refugiarse en la contemplación, sea del Nirvana o del Tao, los otros denotan una violencia extrema, una indignación sin límites frente a los sectores sociales que se oponen al proyecto del Reino del que Jesús es portador.

Por otra parte, si Jesús realmente recomendó presentar la otra mejilla como figura en el evangelio de Mateo, lo menos que podemos decir es que él no fue un buen modelo de dicha práctica, pues, según lo relata San Juan, cuando fue abofeteado por uno de los guardias en presencia del sumo sacerdote, en lugar de ofrecer la otra mejilla, pidió explicaciones: “Si he hablado mal, muéstrame en qué, pero si he hablado bien ¿por qué me pegas?” (Jn. 18, 23).

Sócrates, yendo voluntariamente a la muerte, con alegría, con serenidad, consolando a sus afligidos amigos, sería un ejemplo mucho más luminoso que Jesús debatiéndose en contra de la muerte, protestando por el abandono de sus amigos y del Padre. Si el verdadero Jesús es el de “no resistir al mal” es mejor dejar de lado los Evangelios y leer el Tao-The-Ching, el Dhammapada o el Fedón.

Podríamos seguir adelante destacando textos en los que resalta la contraposición de prácticas que no debemos tratar de hacer concordar. ¿Significa ello que estamos completamente inermes para conocer cuál ha sido el verdadero proyecto y el sentido de su práctica? ¿Podemos sin más seleccionar los pasajes de los Evangelios que nos favorecen y dejar los otros? De ninguna manera.

La exégesis ha elaborado una serie de criterios mediante los cuales es posible seleccionar en los Evangelios una serie de hechos y dichos pertenecientes al Jesús histórico:[7]

1. CRITERIO DE DISCONTINUIDAD O DESEMEJANZA

Según este criterio se consideran históricos los dichos y hechos de Jesús que se encuentran en contradicción con las concepciones de las comunidades primitivas o del judaísmo. Esas comunidades creían en el Cristo glorioso. En consecuencia, todo hecho o dicho que empañe esa figura gloriosa debe considerarse como histórico, pues las comunidades no habrían inventado algo que obstaculizase su predicación.

Por ello, Jesús recibiendo el bautismo de conversión que otorgaba Juan el Bautista (Mc. 1,9) debe considerarse como histórico. En cambio, la descripción del cielo que se abre, el Espíritu Santo que desciende como paloma y una voz que habla desde el cielo (Mc. 1,10-11), pertenece a la visión de fe del Cristo glorioso. Lo mismo dígase de la muerte cruel y violenta de Jesús, que no se compagina con el Cristo glorioso.

2. CRITERIO DE COHERENCIA CON EL MENSAJE ESENCIAL

Dado que predicaba como inminente la venida del Reino, las parábolas del Reino deben ser consideradas como históricas, es decir, pertenecientes al Jesús histórico.

3. CRITERIO DE TESTIMONIO MÚLTIPLE

Se consideran como históricos los dichos y hechos de Jesús que se encuentran en todas o casi todas las fuentes, es decir, en los distintos Evangelios y en la fuente Q, especialmente si se encuentran en contextos diferentes. Por ejemplo, la comida de Jesús con los pecadores se halla en los tres Evangelios sinópticos en contextos diferentes.

4. CRITERIO DE AFIRMACIONES REFRACTARIAS

Se consideran históricos los dichos y hechos de Jesús que contradicen la tesis del evangelista que los cita. Por ejemplo Lucas narra que Jesús rechaza a su madre y a sus hermanos (Lc. 8, 19-21). Ello va contra la tesis del autor que propone a María como modelo de creyente y conocedora de su misión (Lc. 1,2).

5. CRITERIO DE EXPLICACIÓN NECESARIA

Se consideran históricos dichos y hechos de Jesús que son necesarios para explicar un conjunto de sucesos que, de lo contrario, serían inexplicables. Por ejemplo, la conflictividad de Jesús, que desarrollaremos en el capítulo IV de la segunda parte, explica las persecuciones que sufrió y finalmente su muerte en la cruz.

Con esto podemos estar seguros de que una serie de dichos y hechos de Jesús son históricos. Podemos estar también seguros de que otra serie de dichos y hechos narrados en los Evangelios pertenecen a la visión de fe o a la cristología de las primeras comunidades. Finalmente, quedarán otros hechos y dichos de los que habrá que dudar.

Por otra parte, tenemos un criterio decisivo para interpretar la orientación general de la práctica y el mensaje de Jesús. Es su opción por el proyecto profético.

Como lo que nos interesa particularmente es descubrir al Jesús histórico, dirigimos las miradas primordialmente al evangelio de Marcos. El evangelio de Juan –que nos ofrece una teología que denota una temprana maduración conceptual de determinadas comunidades cristianas– presenta dificultades especiales para captar al Jesús histórico, por cuanto el Jesús de la fe que denota la teología del Verbo se halla bastante alejado del Jesús histórico que proclamó que Dios es un «Dios de vivos y no de muertos».

No significa esto que se trate de una distorsión, sino que el Jesús de la fe que inmediatamente salta a la vista en el evangelio de Juan no es el camino más directo para captar al Jesús histórico, sino el más indirecto que nos presentan los Evangelios, por ser el que se halla cronológicamente más alejado de la vida histórica de Jesús de Nazareth y comportar una elaboración teológica que la aleja del ambiente en el que se desarrolló la práctica de Jesús.

Como es sabido, “investigaciones precisas han permitido llegar a un primer resultado importante que es admitido hoy, con razón, por la mayoría de los críticos: la llamada teoría de las dos fuentes. Según esta teoría: a) el evangelio de Marcos es el más antiguo que ha sido incorporado en la redacción de los otros dos, aunque de manera diferente; b) además de Marcos (representado desde entonces como M) Mateo y Lucas han utilizado otra fuente común llamada, por su contenido, sobre todo en los medios críticos germánicos, la fuente de los discursos, de los logia o de las sentencias; se ha tomado la costumbre de indicarla con la letra Q”.[8]

El evangelio de Marcos con toda probabilidad fue escrito en el 71, después de la destrucción del Templo; el de Lucas alrededor del 75, y el de Mateo en el 80. La fuente común primera de Lucas y Mateos es Marcos. De allí la semejanza entre ellos, lo que hizo que se los denominara “sinópticos”. Los matices que los distinguen son debidos a las prácticas diferenciales de las distintas comunidades cristianas a las que expresan, y de otros materiales que les son propios, como parábolas, relatos de la infancia, etc.[9] El evangelio de Juan, por su parte, habría sido escrito alrededor del año 100.

En consecuencia, el evangelio de Marcos debe ser privilegiado si queremos llegar con la máxima fidelidad posible al Jesús histórico. Ello es así no meramente por ser el evangelio más antiguo, y en consecuencia el más cercano a la vida histórica de Jesús, sino por ser también el más rústico, el menos elaborado teológicamente y que utilizó documentos que probablemente provenían de comunidades cristianas de Galilea.

Por ello, en nuestra indagación seguiremos los lineamientos de este Evangelio, pero haciendo uso también de los otros, pues todos tienen como trasfondo de su narración el proyecto y la práctica del Jesús histórico y muchas veces agregan elementos de gran valor que no están presentes en Marcos.

Preferir el evangelio de Marcos no significa creer que en él se nos entrega directamente al Jesús histórico. De ninguna manera. El Jesús que aparece en primer plano es también allí un determinado Jesús de la fe, el de la comunidad de Roma en la época de las persecuciones y de comunidades cristianas de Galilea. Pero el proceso de elaboración teológica está apenas en sus inicios, de modo que la tarea de descubrir al Jesús histórico se encuentra facilitada.

La utopía de Jesús

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