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2.3. Consigo mismo

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Al mismo tiempo que el hombre está abierto al mundo y a los otros, también lo está respecto de sí mismo. Guarda una relación consigo mismo que puede estar signada, y este es uno de los temas fundamentales de las filosofías de la existencia, por la autenticidad o la inautenticidad.

Es un tema fecundo que en realidad, como acontece con todos los temas fundamentales, siempre ha atraído la atención de los filósofos. Está presente también, y de una manera muy viva, en la temática religiosa del pecado y la santidad, que tanto llamó la atención de los teólogos cristianos. El marxismo en general ha dado poca consideración a este problema, en parte acuciado por la necesidad de dedicarle mayor atención a los problemas colectivos, pero en parte también debido al dogmatismo que lo afectó durante la época estalinista.

De cualquier manera, el hombre no puede eludir la apertura con relación a sí mismo, y esto le plantea múltiples problemas, los célebres problemas individuales, que pueden dar origen a movimientos reaccionarios si se los enfoca de una manera aislada.

Precisamente el defecto capital de la manera como enfrentan el problema los filósofos de la existencia consiste en hacer un planteo individualista de la autenticidad. El punto de partida lo constituye la “masificación” a la que está sometido el hombre en las sociedades capitalistas con tecnología avanzada. Frente a dicha masificación, en la que se involucra a la sociedad en su conjunto, especialmente a los sectores trabajadores, proponen la autenticidad como una solución individual.

Heidegger en Ser y tiempo describe la masificación como el mundo del “se”. Allí nadie asume responsabilidad alguna. Todo se descarga en las espaldas del “se” anónimo: “se dice”, “se hace”. Es el mundo de la inautenticidad, de la caída. El paso hacia la autenticidad está cruzado por la angustia. Quien es capaz de una verdadera angustia detenta un privilegio reservado para algunos pocos, pues no se trata de una simple angustia psicológica, sino que debe llegar al ámbito metafísico, alcanzar la autenticidad, “su más auténtico poder ser mismo”.

Creemos que el análisis de Heidegger tiene aspectos sumamente valiosos. La angustia como paso de la inautenticidad a la autenticidad nos parece correcto. Todo hombre que decide “afrontar” lo que piensa como su misión pasa por momentos semejantes a los que describe el filósofo alemán. Eso les pasó a los santos, los místicos, los grandes pensadores y los revolucionarios. El camino hacia la autenticidad, que es también hacia la plenitud, es “un camino estrecho”, como relatan los mitos, de acuerdo con una experiencia antiquísima de la humanidad.

Los aspectos más débiles del análisis heideggeriano están en la propuesta individualista y evasiva de la autenticidad. El hombre emerge solo en el terreno de la autenticidad, empuñando su existencia, olvidándose de todos los entes que están a su alrededor y que lo invitaban a perderse en ellos. Incluso en obras posteriores, la autenticidad coincide con la “apertura del Ser”. Se logra en la intimidad, fuera “del mundanal ruido”.

Podríamos insistir tomando ahora a otro filósofo de la existencia, Marcel. En la sociedad masificada ve al “se” como individuo en estado parcelario. El “individuo”, esa parcela del todo social, debe llegar a ser “persona”, es decir, el ser que tenga el coraje necesario para afrontar sus propios actos. Que se siente responsable de sus propios actos, sin refugiarse en el “se”.

¡Correcto! Pero la propuesta de Marcel es individualista. Es una invitación a distinguirse de los individuos que conforman la masa. Distinguiéndose, desde afuera, se podrá influir en ella. Esa será, por ejemplo, la tarea del filósofo, pero sin mezclarse en la lucha política.5

Marx indicó la manera correcta de enfocar el problema al afirmar: “El hombre es, en el sentido más literal, un animal político, no solamente un animal social, sino un animal que solo puede individualizarse en la sociedad”. Los problemas individuales no deben ser negados, sino, por el contrario, afirmados y encarados resueltamente, pero sin perder de vista el horizonte social y político en el que el individuo siempre está inserto por constitución esencial.

Pero Marx no avanzó en este terreno porque sus preocupaciones tenían otros horizontes. Lamentablemente esto hizo que en general los marxistas relegasen dichos problemas bajo el definitivo apelativo de “problemas burgueses”, con lo que se les ponía una lápida ilevantable.

Ethos, ética y sociedad

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