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CAPÍTULO 2
Necesidad de un criterio para distinguir los ethos en la historia

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La distinción señalada entre los dos niveles, ethos y ética, no ofrece mayores problemas. Ya ha ingresado al campo de las investigaciones éticas y tiene desarrollos nada despreciables. Una cosa distinta es cuando pasamos al tema del o los criterios según los cuales distinguimos los distintos ethos en la historia. ¿Existe un ethos distinto para cada pueblo? Ello se da a entender cuando se habla, siguiendo a Hegel, del “espíritu de un pueblo”, o de su manera de ser, de su estilo de vida, de su idiosincrasia, de lo nacional.

Múltiples problemas surgen de la admisión lisa y llana de semejante criterio. ¿Qué es lo que constituye a un pueblo? ¿Qué es lo nacional? ¿No esconde esto por lo menos un racismo larvado? Decimos “por lo menos”, porque en algunos casos el racismo ha sido muy explícito, y se ha hecho sentir de una manera demasiado dolorosa sobre otros pueblos. Parece que algunos pueblos tienen un espíritu, es decir un ethos, una manera de ser, de habitar el mundo, que los hace prepotentes y dominadores, mientras que otros tienen, por el contrario, un ethos sumiso, obediente a la voz del amo.

Es evidente cómo de esa manera se han abierto las puertas para todo tipo de dominación. El nazismo no ha sido más que la alétheia en sentido griego, o sea la develación –no la única posible–, por cierto brutal, de un modo de ser, es decir de un ethos, propiamente del ethos que se generó en la Europa moderna, y que llamaremos el ethos burgués en la época imperialista.

Pruebas evidentes de lo que decimos las dieron todas las naciones colonialistas, y las siguen dando hoy Estados Unidos y sus aliados. ¿Será que, de acuerdo con su espíritu, Estados Unidos debe dominar el mundo? ¿Qué diferencia hay entre lo que hicieron los nazis con los pueblos sojuzgados y lo que realizaron los norteamericanos en Vietnam?

Se ha insistido y se insiste mucho, y con razón, en las brutalidades del nazismo. Es lógico que tengamos la necesidad de abominar de un régimen que ha practicado el genocidio y ha sido capaz de las atrocidades de los campos de concentración. Pero lo que a primera vista no vemos bien claro es por qué ha habido tanta unanimidad en condenar al nazismo, mientras que las atrocidades del colonialismo practicadas en tres continentes enteros, América, Asia y África, solo tardíamente reciben alguna condenación no tan convincente.

El panorama se nos aclara al examinar el ethos de la burguesía. En efecto, uno de sus rasgos es la dominación de un grupo sobre otro. Toda dominación está asentada sobre la fuerza, la violencia. Cuando la resistencia del dominado ha sido quebrada, parece que tal violencia no existe, a no ser en la cabeza de algunos ideólogos que buscan sembrar el caos. Pero cuando la dominación es cuestionada, o cuando se encuentra en dura competencia con la que practican otros sectores, se devela con toda su brutalidad.

El nazismo, con toda su militarización y empuje guerrero, con su culto a la raza pura, a la gran nación, expresa la necesidad a la que se vio forzada la burguesía alemana en la etapa imperialista, si quería competir con alguna posibilidad frente a las burguesías que se le habían adelantado.

En efecto, recién en 1870 logra realizar la unidad de la nación alemana y lanzar la industrialización, ambas indispensables para el poder al que aspira toda burguesía. Para esa época otras burguesías como la inglesa y la francesa estaban culminando su expansión mundial. Solo con un fuerte proteccionismo que requería la potenciación del aparato del Estado y una política agresiva que exigía un ejército poderoso y bien entrenado, la burguesía alemana podía aspirar a tener éxito en la lucha por el mercado mundial para colocar los productos de su industria. Por otra parte, únicamente mediante el uso de la fuerza lograría que las burguesías dominantes reconociesen sus pretendidos derechos a participar en el imperio colonial, pues ya todo el mundo estaba repartido entre las burguesías de las grandes potencias.

No negamos la importancia de los estudios sobre la psicología de Hitler y de los sectores sociales sobre los cuales se apoyó para obtener sus propósitos, así como del llamado “espíritu guerrero” del pueblo alemán. Pero ello no explica el nazismo. Los alemanes no fueron a la guerra porque tenían un líder, el Führer, que era un loco, o porque les gustase pelear. En realidad el verdadero motivo es el mismo que impulsó a la burguesía inglesa a masacrar a las tribus indígenas, a las poblaciones negras y a los hindúes que se atrevieron a oponerse a su proyecto dominador.

El racismo que aplicó contra dichos pobladores no era esencialmente distinto del que sustentaba Hitler. La diferencia radica en que, mientras la burguesía inglesa lo aplicó contra poblaciones que de hecho son consideradas como inferiores por los dueños de la cultura mundial, la burguesía alemana, liderada por Hitler, lo hizo contra los sectores de la misma burguesía. Los indígenas o los negros no tenían a su disposición los medios de comunicación masivos para hacer conocer al mundo las atrocidades de que eran víctimas. No confundir el fascismo con gobiernos fuertes.

Por otro lado, aparentemente algunos pueblos tienen un ethos revolucionario que los empuja hacia el socialismo, y en cambio otros poseen un ethos conservador, que les hace preferir un capitalismo atemperado. Así, por ejemplo, parece que a nuestro ethos le repugna todo lo que huele a socialismo. Parece que el socialismo es contrario a nuestro ser nacional, que por lo tanto es capitalista.1 Es decir, tendríamos por esencia, tal vez no desde toda la eternidad pero por lo menos desde el 25 de mayo de 1810, y desde entonces para siempre, un ser capitalista.2 Quien atente contra él, expresado esencialmente en la propiedad privada de los grandes latifundios y de las empresas, es reo de lesa patria.

Además, hay pueblos que parecen tener un ethos activo, emprendedor, mientras el de otros es pasivo, perezoso. La razón fundamental por la que Juan Bautista Alberdi quería que viniesen inmigrantes anglosajones era porque pensaba que los criollos eran holgazanes, incapaces del espíritu de empresa que debe ser la característica del hombre moderno. Los anglosajones, por el contrario, poseían todas las virtudes al respecto.

Por las objeciones que hemos expuesto, es demasiado evidente que el criterio para determinar los distintos ethos no se encuentra lisa y llanamente en los pueblos. Sin embargo, debemos apresurarnos a decir que en esta posición, es decir la que sostiene que el criterio para distinguir los ethos en la historia está en el pueblo o la nación, hay algo de verdad que debe ser rescatado.

Si bien un ethos no se distingue de otro simplemente por pertenecer a pueblos o grupos distintos, es cierto que tiene características propias en los distintos pueblos. Así, por ejemplo, si bien el nazismo como política que se dio la burguesía alemana después de la Primera Guerra Mundial interimperialista no se explica por las pretendidas características del pueblo alemán, ni por el presunto estado patológico de Hitler, sino por la situación económica y política en que se encontraba dicha burguesía, el racismo como se aplicó en Alemania era impensable en Italia, cuya burguesía tenía las mismas necesidades que la alemana.

El nazismo alemán asumió características específicas que tenían su origen en la historia y cultura alemanas, mientras que el fascismo italiano y el falangismo español tomaron cada uno características que devenían de la historia de sus respectivos pueblos.

Kant dio un criterio para distinguir las éticas en la historia, consistente en determinar si se basan en el contenido o en la pura forma carente de contenido. Pero dicho criterio fue pensado puramente en el nivel de la ética, y por lo tanto mal puede servir para diferenciar los distintos ethos. De hecho, en la formulación de la ética que hace Kant, como en la de todos sus antecesores y en la mayoría de sus sucesores, el ethos del que se parte queda oculto.

Por el mismo motivo, en consecuencia, descartamos las divisiones de la ética que conocemos en la historia de la filosofía, y no nos queda más que lanzarnos a la búsqueda de un criterio que sea válido, para lo cual nos será necesario establecer ciertas premisas.

1. No faltará quien nos diga que nuestro ethos no es ni capitalista ni socialista, sino justicialista, es decir el de una tercera posición, equidistante de los dos anteriores. Pues bien, adelantamos desde ya que dicha alternativa es falsa en el nivel de la ideología y, en consecuencia, del ethos. Entre socialismo y capitalismo como modos de producción y organización del “todo estructurado” que es la sociedad, no hay alternativas intermedias, si bien hay pasos, gradaciones que nos lleven de uno a otro. En el nivel político, en cambio, sí es posible no solo una tercera alternativa, sino varias. Considero necesario separar la definición estrictamente filosófica de ethos del análisis histórico posterior, deslindar conceptos puramente teóricos de la parte histórica.

2. Debe explicitarse que se hace referencia a la Argentina, en su ethos y en ejemplos históricos.

Ethos, ética y sociedad

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