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4. LA ESTRUCTURACIÓN

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Marx ha analizado la estructuración de la totalidad social de una manera precisa. A él debemos recurrir. Toda sociedad puede compararse a un gran edificio en el cual es necesario distinguir la base o infraestructura,7 diríamos los cimientos, sobre los que se levanta el edificio o superestructura.

La base o infraestructura está constituida por lo que conocemos con el nombre de realidad económico-social, sobre cuya naturaleza abundan los equívocos, siendo en consecuencia imprescindible su aclaración. Comprende dos instancias: las fuerzas productivas y las relaciones de producción.

Las fuerzas productivas, como su nombre lo indica, son aquellas que producen los bienes que constituyen la riqueza de la sociedad. Se incluyen en este rubro desde los músculos del hombre, pasando por los elementos que nos brinda la naturaleza como el agua, el fuego, el aire y la tierra, hasta los instrumentos que el hombre ha ido creando a lo largo de la historia para facilitar y multiplicar la producción de bienes.

Los instrumentos como las fábricas, las usinas generadoras de electricidad, los medios de transporte colectivos, los campos, etc., más la materia que se emplea para el trabajo, como el carbón, el petróleo, la madera, etc., constituyen los medios de producción. Son los medios con los cuales las fuerzas productivas producen los bienes que constituyen la riqueza de la sociedad. Es fácil ver la importancia que revisten en toda comunidad, pues de ellos depende su vida. Una sociedad sin medios de producción o con medios de producción insuficientes, en la actual etapa de las superpotencias mundiales, está condenada a la dependencia.

Hay medios de producción que aseguran a quienes los detentan un poder casi absoluto sobre los demás. Tales son los medios de producción estratégicos conocidos en general bajo la denominación “industria pesada”. Dependientes de ellos están los que pertenecen a la “industria liviana” y, debajo de todos, la “materia prima”, constituida por los elementos como cereales, carne, hierro y petróleo con los que se fabrican los artículos que constituyen los dos estratos citados de la industria.

Las burguesías instaladas en los centros de poder acaparan el monopolio de los medios de producción estratégicos, con lo cual tienen asegurada su dominación como clase. De acuerdo con el desarrollo del propio capitalismo, se permitirá y facilitará o impondrá en los países dependientes el uso de determinados medios de producción. Así en la etapa del capitalismo industrial, cuando los centros de poder situados en Inglaterra, Holanda y Francia necesitaban materia prima barata, de la que ellos carecían, los países dependientes fueron forzados a producirla. De esa manera nació el fenómeno del monocultivo. Desde los centros de poder se determinaba qué región del universo los abastecería de café, algodón o caña de azúcar.

Es el momento en que nosotros nos transformamos en el “granero del mundo”; nuestra pampa húmeda había sido destinada a producir “carne y cereales”. La oligarquía nativa era un apéndice de los centros de poder. Dentro de nuestro territorio, a Tucumán se le asignó la caña de azúcar y al Chaco, el algodón. A la zona teórica de la ideología le correspondería la misión, como veremos, de hacer que nosotros nos sintiéramos orgullosos de ser el granero del mundo, los tucumanos de tener la caña de azúcar y los chaqueños de hacer brotar en sus tierras el “oro blanco”.

En la primera etapa, la burguesía industrial de los centros de poder había acumulado una gran cantidad de capitales que necesitaba invertir, y en condiciones de óptimos rendimientos. Un capitalista nunca invierte para perder o por fines humanitarios. Siempre lo hace para ganar, y para ganar bien. Es el momento de invertir en los países dependientes, donde la mano de obra es más barata por cuanto la clase obrera no está organizada o lo está en forma deficiente. Se invierte entonces en trabajos de infraestructura como caminos y puentes, y en la industria liviana.

Es el momento en que nosotros ya no funcionamos solo como granero del mundo. Comienza a desarrollarse la industria textil, la del cemento, incluso del hierro en escala reducida. Este desarrollo industrial no rompe los lazos de la dependencia. Por el contrario, contribuye a soldarlos más por cuanto solo constituye un apéndice de la industria pesada de los centros de poder.8

Los medios de producción son creados por los hombres para satisfacer sus necesidades que se van transformando a lo largo del devenir histórico.9 En dicho proceso los hombres se van colocando de distinta manera con relación a dichos medios, de tal suerte que algunos son quienes los detentan, mientras que otros son excluidos.

Con los bienes se produce el circuito económico que va desde su producción, pasando por la comercialización y distribución, hasta terminar en el consumo de ellos.10 Quienes son excluidos de la propiedad se van ubicando en distintas zonas del circuito, sea en la comercialización, como los comerciantes, o puramente en la producción, sin injerencia alguna en la posesión de los bienes de producción como es el caso de los obreros, siempre dentro del sistema capitalista.

Nos encontramos así con las relaciones de producción o clases sociales, que no son otra cosa que la ubicación de los hombres en sectores, de acuerdo con el lugar que ocupan en el circuito de la producción. Este no es un descubrimiento ni una invención de Marx. Como él mismo lo afirma, antes que él ya diversos autores burgueses habían hablado no solo de las clases sociales, sino también de la lucha de clases. La división de la sociedad en clases sociales es un hecho tan evidente que basta una simple observación desprejuiciada para constatarla. Otra cosa distinta es descubrir su mecanismo interno, su naturaleza, las finalidades de cada clase, para lo cual se requiere un análisis científico, que es lo que ha hecho Marx.

Decíamos que el hombre produce bienes para satisfacer sus necesidades, que van variando en el devenir del proceso histórico. Esto es evidente. Las necesidades que experimentaban los habitantes del Buenos Aires de la colonia no son las mismas que las experimentadas por los porteños de hoy. ¿Son reales, inherentes al ser humano, o ficticias? ¿Su satisfacción es realizadora del hombre o distorsionadora? Mucho depende de los propietarios de los medios de producción, pues dicha propiedad concede tal poder sobre la estructura social que incluso puede influir sobre el mismo ser del hombre, sobre su ethos, de manera de hacerle aparecer nuevas necesidades, nuevas maneras de habitar el mundo, que sean favorables para los detentores de los medios de producción, que son los verdaderos amos de la sociedad.11

En este sentido aceptamos plenamente que el hombre no es, sino que se hace. Es decir, no es algo ya hecho, una sustancia en sentido aristotélico, como algo completo en sí mismo, sino que se va haciendo. Sus sentidos se van conformando, van apareciendo nuevos sentidos, nuevas maneras de ser en el mundo, de abrirse a los demás. Apenas nos podemos imaginar cómo será el hombre del futuro, señala acertadamente Teilhard de Chardin.12

Pero en este hacerse, el hombre puede ser sometido a distorsiones brutales entrevistas por numerosos pensadores, novelistas, pintores y realizadores cinematográficos. El hombre reducido al solo sentido del tener está en el centro de numerosos análisis de los pensadores de la existencia. Les falta señalar que son los detentores de los medios de producción quienes provocan dicha distorsión.

Sobre esta base se levanta el edificio o superestructura, formada a su vez por dos instancias, la jurídico-política y la ideológica, que ocupa la cúspide, o sea la parte más alejada de la base.

La instancia jurídico-política comprende la Constitución y el conjunto de leyes que rigen la sociedad, y el aparato del Estado, con todos sus elementos y medios de defensa (Parlamento, policía, ejército, etcétera).

Los sectores sociales que en un momento determinado acceden al poder –lo que implica, como hemos visto, que son dueños de los medios de producción– estructuran esa totalidad dinámica que es la sociedad, de acuerdo con sus intereses. Dicha estructuración cristaliza, por una parte, en la Constitución y el cuerpo de leyes que el proceso va requiriendo, y, por otra, en la organización del aparato estatal, cuyo control se aseguran.

Citemos un ejemplo que los argentinos podemos conocer con solo abrir los ojos a ciertas páginas de nuestra historia. En 1853 (batalla de Caseros), o más precisamente en 1862 (batalla de Pavón), la burguesía portuaria, intermediaria del imperialismo inglés, y la oligarquía terrateniente asumen el poder y estructuran el Estado de acuerdo con sus intereses. A salvaguardarlos responden la Constitución, las leyes, la policía; en suma, toda la configuración del Estado liberal, del cual pasaría luego a hablarse como si respondiese a nuestra manera de ser, es decir a nuestro ethos, el cual, por otra parte, es considerado de una manera estática, y muchas veces no se sabe qué significa.

La instancia ideológica comprende todo lo que designamos con el nombre de cultura en su más amplia acepción. Por lo tanto abarca el arte, las ciencias, el cine, la prensa, las costumbres, la propaganda, los mitos, el folclore, la religión, etc. Debemos detenernos en esta instancia pues constituye el espacio en el que están situados el ethos y la ética, y porque es la menos conocida en cuanto a la ubicación y función que cumple en la totalidad estructurada. O se la suele considerar fuera de la totalidad, como si tuviese vida propia o incluso rigiese a la totalidad, o se la hace depender de esta, restándole importancia. Por ello le dedicamos un capítulo aparte.

Para que se tenga una idea clara, presentamos el siguiente diagrama de la estructuración social:


Ethos, ética y sociedad

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