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CAPÍTULO 3
Premisas para establecer el criterio 1. EL HOMBRE ES APERTURA

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El hombre considerado individualmente es una abstracción, sin lugar a dudas válida e incluso necesaria para determinados fines, pero no deja de ser una abstracción, una “robinsonada”, como acertadamente la denomina Marx. Ello quiere decir que en la realidad no existe el hombre solo. Siempre está en un conjunto, en una familia, en una tribu, en una nación. Desde un principio es “multitud”, según señala Pierre Teilhard de Chardin.1

Como lo han establecido de una manera fehaciente y definitiva algunas filosofías de la existencia, si bien desde posiciones que no abandonan el terreno del idealismo –a pesar de su actitud antiidealista–,2 el hombre es existencia, es decir, apertura. Como lo dice con acierto Martin Heidegger, “su esencia es su existencia”, lo cual significa que el estado de apertura constituye al hombre.

“Existencia” aquí no significa “el acto de existir” como opuesto a la esencia o pura posibilidad, sino “estado de apertura”, “estar abierto a…”. No puede pensarse en el hombre como en una sustancia completa en sí misma, que además está abierta a la comunicación con los otros o con la naturaleza, pues la apertura le es esencialmente constitutiva. Un hombre que de alguna manera no está abierto a otro no es un hombre.

En realidad no se trata de una verdad descubierta a partir de cero por las filosofías de la existencia, pues ya estaba presente en la afirmación aristotélica, bien conocida y sostenida por Santo Tomás, de que “el hombre es un animal político”. Esta expresión en el pensamiento de Aristóteles significa que el hombre es inconcebible fuera de la polis tal cual la conocían los griegos. En ese sentido la afirmación es hija de su tiempo, y su verdad ha muerto con él, pero queda siempre la verdad más profunda que, por ser considerado el hombre como esencialmente político, es pensado como esencialmente abierto a los demás, que es lo que aquí nos interesa.

Pero las categorías con las que se manejaba el pensamiento de Aristóteles –sustancia, accidente– le impedían comprender cabalmente lo que es la apertura o comunicación humana. En efecto, para el Estagirita todo ser o es sustancia o es accidente. Es lo primero si tiene realidad en sí mismo. Su esencia consiste en estar-en-sí. Por ejemplo, un árbol, una piedra, un hombre. En cambio, si su esencia consiste en ser-en-otro, como los colores que solo pueden estar en algo que sea coloreado, el tamaño, etc., entonces es un accidente. En este universo dividido en sustancias y accidentes, no hay lugar para un ser cuya esencia consiste en estar-abierto.

La apertura para Aristóteles se reduce a un simple accidente: la relación. Sin embargo, él vio que no podía prescindir de dicha relación, lo que en último término es una imperfección, pues el ser más perfecto, Dios, es una sustancia incomunicada, que solo se piensa a sí mismo.

Al hombre le es tan esencial la apertura como a la puerta. Esta puede cerrarse, pero sin apertura no hay puerta. Lo mismo pasa con el hombre. Puede cerrarse, pero sin apertura no puede hablarse de hombre. Aun cuando hay otros seres, como los animales, que en cierta manera también tienen un estado de apertura, este es cualitativamente inferior al del hombre, lo que nos parece demasiado obvio para insistir en ello.

Ethos, ética y sociedad

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