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OBJETIVO: COOPTAR EL SENTIDO COMÚN Y COLONIZAR LA SUBJETIVIDAD ¡NO ES LA IDEOLOGÍA, ES EL SENTIDO COMÚN!
ОглавлениеLo que luego llegaría a ser el “macrismo” entendió bien temprano, en los inicios del milenio, aun antes de pensarse como una estructura partidaria, “que meterse en política”, con las reglas de juego de un sistema democrático, implicaba operar sobre el sentido común de las personas. Que ese marco dado debía entenderse como un sistema de “oportunidades”. Es decir, se trataba de utilizar sus formalidades y vericuetos y hacer de la esencia de la democracia apenas una parte de los argumentos persuasivos. Que más allá de operar sobre fuerzas y movimientos constituidos, personas influyentes y punteros en los territorios, así como sobre la ideología de los individuos, es decir, específicamente sobre sus posiciones generales y coyunturales respecto de la organización social y política en la que viven, se trataba de operar sobre el sentido cotidiano de la vida de las personas –entendidas como el mercado de la política−, sobre sus concepciones culturales, sobre sus cosmovisiones. Y que eso significaba organizarse para ello, lo que entrañaba constituir “equipos” generadores de estrategias culturales integrales y particulares y de acciones operativas, además de instrumentar canales mucho más orgánicos con los medios disciplinadores: con las corporaciones de la información y sus periodistas, primero, y más tarde, con los principales estamentos del Poder Judicial y con las fuerzas de seguridad.
No ha sido, por supuesto, un fenómeno eminentemente local. El gran éxito del neoliberalismo a nivel global es haber logrado instalar, en gran medida ya a partir de finales de los años 80, su sistema de valores como parte del sentido común. Es decir, ha logrado que un amplio catálogo de ideas, argumentaciones y eslóganes, que forman en conjunto un sólido sistema de creencias, regulen en forma masiva las conversaciones, las actitudes y las conductas sociales, y se tornen hegemónicas.
Esto ha sucedido y sucede en un contexto sociocultural de un control importante de los medios de comunicación por parte de grandes grupos económicos, vinculados al desarrollo de corrientes culturales en las que el individualismo predomina, y de desarrollos tecnológicos que han puesto a la cultura digital en el centro de un nuevo paradigma comunicacional. El crecimiento exponencial de las redes sociales y el individualismo extremo de la cultura de consumo “móvil” conllevan un paradójico aislamiento del entorno en el contexto de una matriz de hipercomunicación que, en realidad, se presenta también ultrasegmentada, a la medida de las necesidades del marketing publicitario y político, y con el peligro cierto de que un puñado de megacorporaciones hagan uso y abuso de la información sensible –perfiles, preferencias, datos de todo tipo− que los usuarios vuelcan allí voluntariamente1.
En este contexto, el trabajo sobre el sentido común ha tenido en el neoliberalismo macrista, por primera vez, un carácter que, desde su misma concepción política, buscó ser planificado, extensivo, intensivo y sistemático. Ese trabajo implicaba la asunción del neoliberalismo como una cosmovisión consistente y necesaria, orientada a capturar la esencia de la organización política y social del mundo en orden de perpetuar su hegemonía económico-financiera, para lo cual lo que hay que capturar es la subjetividad de las personas, delinear los parámetros en los que deberá desenvolverse su vida cotidiana. Una cosmovisión, entonces, no meramente una ideología en el sentido estrecho, más allá de la forma en que se la enuncie. La subjetividad se convirtió así en el gran objetivo de la acción política.
Y la forma en que esta cosmovisión se instala como parte de la vida de las personas es el sentido común. Ha generado el neoliberalismo la hegemonía de una cosmovisión que, por su propio carácter omnicomprensivo, invade los discursos cotidianos a nivel periodístico, publicitario, técnico, de gestión social, de relaciones interpersonales, etc. De esa manera ha conseguido instaurar fenómenos de corrientes de opinión que llevan a amplias capas de la población a actuar de modo inesperado para algunas interpretaciones políticas, contrario a sus “intereses”, entendidos éstos, fundamentalmente, como aquellos de carácter económico.
Se ha reflexionado sobre el sentido común desde distintas perspectivas teóricas, que van de la ciencia política a la antropología. Pero casi siempre viendo en ese concepto un modo de entender el valor de la cultura en la definición de procesos políticos y sociales de organización, yendo más allá de lo que se entiende corrientemente por “ideología”. Más conocidas son las ideas de Antonio Gramsci, quien definió la actividad política revolucionaria como un modo de desplazar el sentido común presente, generando, a partir del desarrollo de núcleos del “buen sentido” que se hallan en ese sentido común y que contienen lucidez, comprensión y reflexión sobre la realidad, modificándolo, transformándolo en una base cultural necesaria para el cambio político y social. Sus pensamientos sobre el sentido común permitieron llevar a cabo una lucha eficaz contra el economicismo y el mecanicismo en el marco del marxismo, permitiendo entender el valor de lo ideológico y aún más de lo cultural en el análisis político.
La cultura como campo del sentido común | Ideología | Cultura |
Tradición disciplinaria | Filosofía. Ciencia política.Sociología | Antropología. Antropología social. Estéticas concretas |
El núcleo teórico básico | La ideología como construcción de ideas sobre la posición de una clase, estamento social, respecto de una realidad social y/o política. | La cultura como sistema de valores, expresados en una cosmovisión, actitudes y conductas respecto de un espacio local y un espacio global. |
Términos básicos | Clase social. Ideas sobre el rol social de un grupo estructural de raíz económico-social.Distorsión. Poder | Estamentos y subestamentos que constituyen comunidades en base a preguntas y problemas generales y específicos. |
Punto de referencia | Situación y misión que se desprende de una posición en una estructura económico-social. | Situaciones límite: naturaleza, la comunidad, los otros, políticas de género, las generaciones, etc. |
Construcciones discursivas | Ideas sobre la sociedad. La política, el progreso y el cambio social. Los medios de comunicación y la democracia. | Mitos, rituales. Estructura/Antiestructura. Dramas sociales. |
Problemáticas | Toma de conciencia. “Falsa conciencia”. Función de los intelectuales. Intelectuales orgánicos. El poder. | Repetición y cambio. Ritos de pasaje. Estado liminal y estéticas de performance. |
Autores | Marx. Althousser. Gramsci. Michel Pecheux. Slavoj Žižek. Lukács. | Gramsci. Escuela inglesa. Turner. Schechner. |
Desde la perspectiva antropológica, ya Evans-Pritchard señalaba que el concepto de sentido común refiere a aquellas ideas, razonamientos y argumentaciones que, al tener un carácter esencial, no necesitan ser explicadas: un archivo de conocimientos sobre el cual no es necesario ofrecer evidencias. Por su parte, el prestigioso investigador norteamericano Clifford Geertz muestra en sus estudios sobre distintas comunidades primitivas cómo el sentido común no solo es un reflejo de las experiencias prácticas en la vida cotidiana sino parte de una concepción que implica una valorización de esas prácticas, que varía en cada comunidad. Es decir, el sentido común como sistema cultural2, parte de la elaboración de una cosmovisión que permite organizar la vida cotidiana.
El concepto de sentido común refiere a aquellas ideas, razonamientos y argumentaciones que tienen, además, ciertas características. Son:
Extendidos: Una parte importante de la población, más allá de su pertenencia a clases y segmentos sociales diferentes, y de sus intereses económicos objetivos contrapuestos, comparten esas ideas, razonamientos y argumentaciones que rigen sus vidas cotidianas al nivel de sus opiniones e influyen en su toma de decisiones. Esta característica explica por qué ciertos razonamientos e ideas tienen facilidad para atravesar fronteras que separan “intereses” diversos.
Simples: Estas ideas, razonamientos y argumentaciones son sencillos. Marcan una causalidad transparente, con responsables claramente identificables, con consecuencias supuestamente indubitables, con remedios conocidos, etc. Las personas se incorporan a esas modalidades de pensamiento de manera irreflexiva, porque no ven nada sobre lo cual reflexionar.
Heredados: Justamente, la reflexión se vuelve improcedente puesto que sus fundamentos se basan en la experiencia cultural de una comunidad y se trata, por tanto, de ideas “probadas” por una realidad “razonada” en las vivencias cotidianas a lo largo del tiempo. Estas argumentaciones atraviesan generaciones. Cuando se intenta desplazar un sentido común por otro, se percibe que esa herencia que se intenta cambiar no es muchas veces más que un proceso que implica, en realidad, la reafirmación de una herencia ideal que habría quedado subsumida, por la desidia, por el abandono temporario, y que ese desplazamiento viene a significar la reafirmación de su propia esencia “verdadera”.
Naturales: Si hay algo sobresaliente en el sentido común, ya lo dijimos, es la evidencia de esas ideas, razonamientos y argumentaciones que lo componen. Son de “esa” manera y no podrían ser de otra. Generan una complicidad propositiva entre las personas que inhibe toda discusión y coloca a quienes lo discuten en el lugar de la falta, en un supuesto y evidente fanatismo que no entiende razones y no acepta hechos de la realidad compartida.
Familiares: La negación sobre lo que afirma el sentido común supone, precisamente, correrse de la pertenencia a una supuesta comunidad lógica. Es esa relación cotidiana y frecuente con esas lógicas la que las vuelve cercanas e irrefutables. Desafiar esa familiaridad en tiempos de desconfianza o de convulsión puede llegar a ser un camino de reafirmación con otra familiaridad progresiva que de alguna manera había quedado latente.
Eficaces: Sirven para explicar y sustentar acciones de manera potente. Fundamentadas en creencias muy acendradas, esas ideas, razonamientos y argumentaciones se transforman en mecanismos persuasivos fuertes. El sentido común es aquello en lo que se piensa como razonable en términos de experiencia condensada, prejuicios que funcionan sobre mitos, rutinas, temores defensivos que se expresan en dichos, metáforas y frases hechas conocidas. Los rituales son parte de lo que puede parecer “inútil”, repetitivo para un espíritu crítico, pero necesario al sentido común, puesto que resultan dadores de certezas y seguridad.
SENTIDO COMÚN
Regulan los vínculos de personas y grupos entre sí en la vida cotidiana y también condicionan la toma de decisiones de todo tipo, entre ellas las decisiones políticas.
En el sentido común se desarrolla, entonces, la lucha política como generación de consensos y hegemonía. Con todo, se trata de una lucha que tiene en la cultura su espacio de combate, y ya no en la ideología, concepto más relacionado con el debate político en sentido estricto, con los modos de ver y actuar que se corresponden con el ejercicio y el sostenimiento del poder. Lo cultural se inscribe en las formas y estilos de vida, se articula con los rituales, con lo emocional, con lo afectivo que propone un vínculo con la realidad total, con “tu” vida. Lo ideológico coincide con lo cultural en que ambos son sistemas de ideas en los que personas y grupos toman conciencia del mundo que los rodea. Sin embargo, la ideología en sí se vuelve inespecífica a la hora de asumir la tarea de dar cuenta de la vida cotidiana de la gente. El campo ideológico es más bien el de la política y el poder, el de su conquista. Su interpelación tiene en las consignas su forma de condensación. Por el contrario, el sentido común, en el despliegue de discursos y comunicaciones, la activación de ideas y emociones, de persuasión, es de una mayor complejidad semiótica, cuyos significantes interpelan las creencias y los sentimientos más profundos.
Asimismo, esas diferentes narraciones que propone lo ideológico-político frente a lo cosmogónico se alimentan de otro tipo de monitoreos e investigaciones, puesto que la información requerida para construir las interpelaciones tiene, como dijimos, características y complejidades diferentes. El acercamiento a la “gente” que operó el macrismo estuvo inspirado en un saber que procedía no solo del mundo de la gestión empresarial, de donde provenían sus equipos, sino de una concepción y un saber técnico que, trascendiendo y alimentando las concepciones del marketing, puso en juego competencias filosóficas, semióticas, antropológicas, psicológicas, estéticas, digitales, aportadas por profesionales que pasaron a formar parte axial de esos equipos, ocupando lugares claves, y cuyo objeto de estudio no es otro que el sentido común.
Tras asumir la presidencia, Macri insistió reiteradamente en que lo que se necesitaba era un cambio cultural, imprescindible para convertir a la Argentina en un país “en serio”. No pedía simplemente un cambio en la formas de pensar, sino un cambio en el sistema cultural que servía de soporte a las actitudes y conductas cotidianas de los distintos sectores de la población, conforme al lugar que cada uno debía ocupar en la sociedad, identificando cuáles serían las formas de progreso individual consideradas legítimas y valorables y aquellas que no lo serían.
El examen de algunas de las frases-ideas que se desarrollaron antes y después para conquistar y luego extender la hegemonía del modelo neoliberal sobre el sentido común revela el fundamento familiar que tienen, esa suerte de información “autoexplicativa” de la experiencia personal y colectiva, y una expresión hiperbólica y general que en última instancia otorga legitimidad a todas esas ideas y argumentaciones, al tiempo que justifica y acrecienta ese sentimiento de odio condenatorio que el sentido común necesita.
La potencia movilizadora y apelativa de una “movida” en el sentido común es el resultado de una articulación entre el fundamento, el objeto y el interpretante de la construcción de que se trate. Es decir, su semiosis social es similar al funcionamiento de un signo. Una propuesta generada para afectar el sentido común tiene a) un fundamento, que es aquello que lo sostiene en su capacidad de representación y apelación. Se trata de sentimientos y emociones básicos, ancestrales como el odio, el miedo, el ansia de poder, la envidia, la búsqueda de seguridad, etc.; también creencias, ideas básicas, que contienen valores que sustentan códigos de identidad de una comunidad, que tienen alcance universal para ella: aquello que es ético y aquello que no lo es, lo que corresponde a una situación y lo que no, etc.; b) un objeto, que son los temas, sintagmas o significados que propone la embestida en el campo del sentido común, que se apoyan en el fundamento que le sirve de sustento y c) el interpretante, que es aquella disponibilidad de evaluación interpretativa que para una cultura dada, un sector determinado de una sociedad, puede tener una propuesta que se quiere imponer en el sentido común.
Las frases e ideas que traemos más abajo adquirieron una fuerte impronta en el campo del sentido común justamente porque lograron una fuerte articulación entre el fundamento, el objeto y el interpretante.
De alguna manera, esta aproximación permite poner el acento en la participación que la gente tiene en el establecimiento del sentido común, en un entramado complejo de sentimientos, captaciones e intercambios.
“Se robaron todo”: Acaso la más eficaz de estas ideas-frases, se apoya en el axioma de que los políticos –los de “la vieja política”− roban. La “información” es, en consecuencia, que el gobierno anterior robó, lo cual constituye una evidencia per se, que es obvia por lo que se “ve”, por lo que “sabemos”. Lo expresivo, lo emocional, opera en el orden cuantitativo del despojo, puesto que se apoderaron de “todo”, con lo que la argumentación se erige como explicación integral de la causa de todos los males de la sociedad.
“La pesada herencia”: Las consecuencias de ese robo son, obviamente, “pesadas”, y el cepo cambiario, los impuestos y retenciones, todo aquello que implica el cercenamiento de una “libertad”, significan que han querido apoderarse de lo que es de “uno”, obligando a que el producto del esfuerzo personal sea cedido, malamente, a una construcción colectiva cuya quintaesencia es la corrupción.
“Hay que pagar la fiesta”: El concepto a naturalizar es que se vivió por encima de las posibilidades del país y de la economía. Que lo vivido y gozado fue una “fiesta” irresponsable, en contraposición a lo que una fiesta debe ser, es decir, un hecho excepcional, que no se corresponde con la cotidianeidad. El máximo exégeta de esa idea-frase fue un funcionario (el presidente del Banco Nación, Javier González Fraga), quien aseguró que “le hicieron creer a un empleado medio que su sueldo servía para comprar celulares, plasmas, autos, motos e irse al exterior”. “Eso era una ilusión, eso no era normal”, agregó. Un axioma instrumentado para fijar a los sectores medios y bajos en su realidad histórica, que había sido trastocada como parte de una ilusión, una anomalía.
“Las tarifas estaban regaladas”: Una idea-frase que representa en su aceptación colectiva −bastante generalizada, por lo menos hasta fines de 2018− uno de los ejemplos asombrosamente exitosos en el trabajo del sentido común que instrumentó el macrismo, y que derivó en una aceptación relativamente pasiva en contra de los propios intereses, en forma permanente y gravosa, por parte de los propios afectados, que vieron como lógica la argumentación. La magnitud del tarifazo en los servicios públicos multiplicó su costo por veinte y hasta treinta veces en tres años. Es, quizás, el caso testigo de este proceso de razonamiento simple basado en una supuesta “evidencia” que logra instalar una creencia que, además, apela a la culpa y a la propia responsabilidad de los usuarios, escondiendo que las tarifas subsidiadas eran, precisamente, parte de las políticas públicas de redistribución del ingreso, no siempre bien ejecutadas.
“La grieta”: El discurso de la derecha neoliberal y de los medios concentrados consagró su existencia, dividiendo a los argentinos, y producida y profundizada, desde luego, por el kirchnerismo, que atizó supuestamente el enfrentamiento entre amigos, entre familiares, entre todos los argentinos. El debate político quedó desvirtuado; las divergencias basadas en la defensa de intereses contrapuestos, desacreditadas como fenómeno de crispación o intolerancia. La grieta fue instituida como una fisura anormal que hiende una unidad necesaria. Los responsables de engendrar semejante cosa, los que empujaron a los argentinos a esa disputa estéril, insana, debían ser sancionados.
“Íbamos camino a ser Venezuela”: La integración regional, un valioso capital conquistado por los gobiernos populares que durante más de una década rigieron los destinos de varios países sudamericanos, fue estigmatizada con ese vaticinio –al cabo autocumplido, sobre todo en términos inflacionarios−, instalado como verdad incontrastable y destino final que el triunfo macrista habría venido a impedir.
“Los empresarios no necesitan robar y son buenos administradores”: Otra argumentación pueril pero, a fuerza de reiteraciones, instalada en amplias capas de la sociedad y destinada a contraponer la corrupción de los políticos a la prosperidad meritocrática de los hombres de negocios, cuyo éxito en el ámbito privado los habilitaría para administrar la cosa pública con eficacia y, lo más importante, sin meter “la mano en la lata”. En acuerdo con esa lógica inexorable, las cuentas no declaradas de los exempresarios en el extranjero o los “aportes” para quedarse con licitaciones de obra pública forman parte de la dinámica propia de los negocios; la única modalidad del robo condenable es la del funcionario que recibe la dádiva.
“Panelista de 6, 7, 8”: Epítome de la descalificación, sinónimo de arbitrariedad, encarnación de la propaganda política, fue una de las caracterizaciones predilectas del discurso macrista, al punto que el presidente la utilizó en el debate previo para desacreditar al candidato rival. El ataque virulento y gratuito que desarma, rompiendo las reglas de la argumentación política, es un instrumento clave de la comunicación de Cambiemos y de las invectivas de sus funcionarios. Esta frase refiere al programa insignia de la televisión pública durante el gobierno anterior –que, si bien exhibía un fuerte sesgo oficialista, lo que realmente molestaba era la denuncia mediante archivos del pasado y del presente, contradicciones flagrantes y dichos altamente criticables de políticos, periodistas, etc. Logró el macrismo instalar la idea de que era simplemente propaganda política gubernamental “pagada por todos”. Lo que el sentido común absorbió fue que la crítica periodística era aceptable siempre que dominase una retórica “independiente” que se vestía de “crítica objetiva”−, pero ilustra el modo pautado y sistemático de sustraerse al debate concreto de ideas y políticas que practican los dirigentes macristas, a través de la diatriba gratuita, y cómo esa pobre elocuencia se traslada a la opinión pública.
“La Argentina estaba aislada del mundo”: En paralelo a la desintegración de los lazos latinoamericanos, el capítulo local del neoliberalismo global se aprestó a consolidar su alineamiento con los Estados Unidos y los organismos multinacionales de crédito. La idea de aislamiento se logró instalar cuando lo que se hizo visualizar como tal era una política que había elegido confrontar con ciertos poderes mundiales muy poderosos.
“Un país de mierda”: Una frase contundente, bien analizada, como vimos, por el documento del Grupo Fragata, intercambiable con formulaciones más complejas, como que la Argentina “es un país en el que es imposible que las cosas funcionen bien, porque la gente no hace lo que tiene que hacer”. Es una concepción extendida, autoflagelante, que al cabo tiende a justificar los perjuicios de las políticas que ejecuta el gobierno, en un cuadro que conlleva la sumisión a las consecuencias que ellas arrastran y, más aún, la asunción fatalista de futuras políticas todavía más gravosas. Una idea que volvió a instalarse en los períodos críticos del macrismo, llegando a su tercer año de gestión, y que apela a la repetición de procesos históricos frustrantes que, en definitiva, busca endilgarle a la ciudadanía la responsabilidad por la crisis, porque al fin y al cabo “los argentinos somos así”.
Estas y otras piezas discursivas han ido rediseñando una nueva hegemonía en el sentido común, pero acaso la concepción que sobrevuela toda esta construcción comunicacional es la de que la condición de los individuos es el resultado de su propio hacer, que lo natural es que cada uno debe ser responsable de su vida, de su “destino”. La pretensión de torcer situaciones dadas, transformándolas a través de acciones colectivas, es una imposición de la política, desnaturalizante del orden de la vida. Cuando se extiende socialmente el concepto del mérito individual como instrumento exclusivo del progreso social, cuando el Estado se desentiende de las políticas de empleo y cunde el elogio del emprendedorismo, es que el neoliberalismo ha logrado apoderarse de buena parte del sentido común.
Desde el comienzo, entonces, el macrismo tuvo claro que su campo de acción era el sentido común, no el más estrecho campo de una batalla ideológico-política, como fundamento de las interpelaciones que debían ponerse en juego. Para la campaña presidencial de 2015, esa visión estaba totalmente consolidada y desarrollada. El kirchnerismo no logró entender totalmente en ese momento cuán peligrosa y potente era esa estrategia, que venía por el alma de muchos sectores que habían adherido a la gestión anterior. El sentimiento pesadillesco que inundó los discursos reactivos del kirchnerismo con posterioridad inmediata a la asunción de Macri denunciaba la percepción ralentizada de lo que había ocurrido y que no se había valorado, seguramente, en la medida necesaria.
La batalla es por el difícil espacio del sentido común. Un espacio en el que los “fierros” comunicacionales del neoliberalismo han logrado instalar con fuerza una idea de orden lógico cuya esencia son los individuos y no el colectivo social, orden en el que cada uno tiene asignado un lugar determinado y una función, en el que debe reinar una disciplina que dé seguridad a todos, un orden y una idea de progreso y cambio social cuya esencia es la “modernización”, la concepción de la responsabilidad personal casi exclusiva sobre los procesos sociales y las condiciones de vida de cada uno, y una noción de democracia que tiene que ver exclusivamente con las elecciones y no con el ejercicio de derechos. Y, por sobre todo, la idea de que una sociedad es un conjunto de “equipos” formados por individuos en acción, no un pueblo, en donde el “hacer” es la esencia, y no el conflicto alrededor del ejercicio de los poderes fácticos, y que eso se hace “juntos”, colaborando y no discutiendo ni tratando de imponer “ideologías”. Es en el espacio del sentido común que se ha ido forjando lo que hoy resulta “incomprensible”, un espacio que lentamente se va llenando de significantes más precisos y ominosos: el miedo y el odio.
1 Conviene visitar, entre otros, Natalia Zuazo, Los dueños de Internet, Debate, 2018.
2 Clifford Geertz, “El sentido común como sistema cultural”, en Conocimiento local. Ensayos sobre la interpretación de las culturas, Paidós, 1999.