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LA REFORMULACIÓN DEL SENTIDO COMÚN, EJE DE LA POLÍTICA COMUNICACIONAL MACRISTA

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El macrismo y una supuesta aporía

Pocas veces en la Argentina fueron tan previsibles las funestas consecuencias de un modelo económico. Pocas veces, también, una coyuntura como la que vive el país no desembocó, para sorpresa de muchos, en un conflicto social capaz de condicionar al poder político, como ocurrió en 2001. Los tempranos diagnósticos sobre el rumbo económico de Cambiemos se encapsularon de inmediato en expresiones del tipo “esto yo ya lo viví”, en referencia explícita a los años 90, sin excluir otros momentos de auge neoliberal como el iniciado en 1976 o el del comienzo del milenio. Pero para explicar las razones últimas de la “no explosión”, los motivos del inesperado apoyo inicial al macrismo, revalidado en las elecciones de medio término, la oposición solo atinó a expresar una perpleja constatación: que las personas pueden, en ciertos contextos, actuar “en contra de sus propios intereses”, axioma que se evidencia en la conducta de sectores medios, medios bajos y bajos que se habían beneficiado durante las administraciones kirchneristas y que se verían perjudicados por las políticas neoliberales, pero aun así apoyaron y apoyan al macrismo. Paradojalmente, el kirchnerismo le dejó tendida al macrismo una red de políticas públicas de inclusión social (Asignación Universal por Hijo, extensión masiva de las jubilaciones, etc.) que todavía actúan como un amortiguador frente al deterioro de la situación económica general de los sectores de menores recursos. También hubo, es cierto, ingentes esfuerzos por contener o no liderar climas potencialmente explosivos. Pero esto explica solo en parte la “paz social” en la que ha venido sustentándose el gobierno.

Esta aparente contradicción –entre el manifiesto agravamiento de la situación económica y la falta de una reacción consecuente y en la medida esperable– tiene poco que ver con una aporía, con una supuesta paradoja sin resolución, sino más bien con fenómenos socioculturales y políticos que no son exclusivos de la Argentina. Se trata de una nueva forma de funcionamiento del modelo neoliberal, que no es solo económico sino también, y especialmente en esta etapa, político y cultural. El neoliberalismo se despliega hoy en el marco de una revolución tecnológica inédita en el campo de las telecomunicaciones, que conlleva transformaciones de carácter civilizatorio, cambios en la cultura profundamente asociados a estos dispositivos de innovación tecnológica-comunicacional que están propiciando el desarrollo de un individualismo exacerbado, afectando el comportamiento de las personas, que ya no es unilineal ni descifrable en los términos tradicionales del análisis de la conducta.

Y todo esto se da en el marco de un proceso de disciplinamiento social complejo que trasciende lo represivo, en el que los medios de comunicación y el poder judicial están cooptados en sectores estratégicos. Este sistema de gestión del poder y su imprescindible aparato discursivo es lo que, en conjunto, denominaremos “cinicracia”.

Volveremos más adelante y en detalle sobre este concepto, que consideramos central en el sistema de gestión político-comunicacional del macrismo. Es más, sostendremos que la dimensión comunicacional es parte fundante y esencial de esta “cinicracia”. Y si le otorgamos tal relevancia al concepto es porque, en la actual etapa neoliberal, caracterizada por la presencia omnímoda de las comunicaciones en multiplicidad de medios y plataformas, tiene en el sentido común su objeto de acción fundamental.

Es quizás este resorte comunicacional, eje de la “cinicracia”, la parte más organizada, estable y eficiente del macrismo, la que consolidó su poder y hoy obra como soporte básico ante el evidente resquebrajamiento de su gestión.

Desde luego, si llamamos a este sistema “cinicracia” es porque su lógica de gestión está fundamentada en principios de organización filosófica, discursiva y de acción que tienen en el “cinismo” su base, el puntal expresivo sobre el que se posicionan sus actores y que operan en tanto “cínicos”, más allá de sus características personales.

Ya desarrollaremos extensamente este concepto, pero volvamos por un momento a la supuesta aporía del macrismo. Bien avanzado el gobierno de Cambiemos y ya en plena crisis, en julio de 2018, el “staff report” del Fondo Monetario Internacional sobre la Argentina dejaba constancia de que “la oposición social al programa (económico) ha sido más tenue que la esperada”. Algo más tarde, a mediados de noviembre, cuando ya era ostensible el plan de ajuste que iba a aplicarse –además del ejecutado hasta ese momento–, el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, se ufanaba, provocativamente, de que “nunca se hizo un ajuste de esta magnitud sin que caiga el gobierno”. Ambas acotaciones insinuaban que se había logrado algo inédito, extraño a la realidad sociohistórica argentina.

El macrismo, como tercera experiencia neoliberal neta en la escena local y a pesar de ser en muchos sentidos una continuidad de sus predecesoras, no es enteramente comparable con aquellas, no es algo “ya vivido”, a pesar de ciertos paralelismos que pudieran trazarse, fundamentalmente en el campo económico. La cosmovisión neoliberal que baja a tierra el macrismo resulta diferente a esos experimentos previos desde su concepción, desde su sistematicidad tanto en términos de lógica cultural como discursiva, y también desde sus estrategias de aplicación. Por lo pronto, se despliega en un contexto distinto a los regímenes neoliberales anteriores: lo hace en el marco de un mundo totalmente globalizado, dominado por corporaciones económicas y financieras que subyugan a los estados nacionales, bajo la égida del poder de los medios de comunicación concentrados y la impronta de la tecnología en la vida cotidiana y en las modalidades cognitivas y culturales de los individuos, que instauran un dominio hegemónico de la posverdad neoliberal en el mundo entero, y lo hace en la era del “lawfare”, lo jurídico utilizado arteramente como arma de guerra política, en un planeta fascinado por las opciones de derecha y las políticas de exclusión.

Esa pretendida “sorpresa” frente a la victoria de Cambiemos en 2015, y el apenas menguado favor que tuvo en las urnas dos años después, no oculta que el macrismo, lejos de ser un conglomerado de improvisados como se los quiso hacer aparecer en un comienzo –más allá de sus evidentes limitaciones de gestión–, se conformó como fuerza política al cabo de un proceso de largo aliento que comenzó allá por el año 20001 y se planteó desde un comienzo ser un proyecto hegemónico no solo en términos económicos, sino políticos y culturales. Desde sus cimientos, el PRO buscó comprender cabalmente los valores de la época, las formas en que se construye el sentido común en el deseo de las personas, asociándolo a una serie de mensajes políticos insertos en el diseño de un plan estratégico global que, en vista de sus resultados electorales, supo disimular todas sus debilidades.

Ya en el poder, la incierta disputa entre los partidarios del gradualismo y la política de shock, que el macrismo aseguró haber zanjado a favor de los primeros, no fue otra cosa que la incorporación de la opinión pública y de los sectores más resistentes al despojo a un debate en cierto modo ficticio, cuyo móvil es el celoso monitoreo del desarrollo de un nuevo sentido común, que requiere ser administrado con cuidado para evitar recurrir a mecanismos de represión indiscriminada y abierta. No se trató de ir un paso más lento en la imposición de las reformas económicas funcionales al modelo neoliberal, sino de manejar a voluntad las variables de un proyecto económico, social y cultural complejo. Eso fue, en realidad, el “gradualismo”, la generación de un marco de democracia precarizada, con un plan de disciplinamiento planificado y regulado. Sin dudas, el macrismo parece haber ganado, al menos en sus primeros tres años de gestión a nivel nacional, esa batalla cultural.

Ha sido un duro golpe, especialmente para el kirchnerismo, confinado en el laberinto de una minusvaloración del macrismo que le impidió organizarse frente al poder real que, efectivamente, vino por todo. Y sin embargo, “la calle”, ese territorio de imaginarios en permanente disputa, donde los colectivos se reúnen, intercambian, se manifiestan y reaccionan, ese lugar tan temido por el poder, produce, de pronto, vientos que desafían las premisas centrales del orden conservador.

Es un hecho que todo el edificio ideológico comunicacional al que haremos referencia en este trabajo, erigido con inteligencia y con rigurosa sistematicidad, constituye una diferencia cualitativa respecto del que pusieron en juego las experiencias neoliberales anteriores, pero no es menos cierto que, por más sólido que parezca, no puede sino resentirse en medio de una crisis económica de tal magnitud y de un proceso de transferencia de riquezas del conjunto de la población hacia un puñado de grupos concentrados tan rápido y tan significativo.

¿Cuánto y cómo percibe el poder esas fisuras? En marzo de 2018, en la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso, meses antes de la brutal devaluación y la recesión que sobrevendrían, el presidente Macri acuñó su concepto de “crecimiento invisible”. Una invisibilidad que se hizo patente a su salida del Parlamento, con saludos a la nada, a una plaza vacía, en una puesta en escena estudiada, marca registrada de Cambiemos. La gente ya se había vuelto invisible para el gobierno nacional. Después vinieron las corridas cambiarias y el pedido de auxilio al FMI, pero el cruento deterioro de lo real es, para el esquema cultural del macrismo, apenas un desafío comunicacional: modificar parámetros, afinar targets, encontrar una nueva sintonía con ese público que deliberadamente invisibiliza.

El contexto global

“Hoy la Argentina se integra al mundo y es parte de la agenda global del siglo XXI”, dijo Mauricio Macri frente a la Asamblea General de la ONU, en septiembre de 2016.

En tanto capítulo argentino del neoliberalismo, es necesario analizar la construcción de sentido de Cambiemos en el contexto internacional. El marco analítico que describe este libro funciona como macroparadigma de expectativas, que hoy son internalizadas por públicos de distintas culturas y que están funcionando como ejes de ordenamiento del nuevo sentido común para poblaciones muy diversas en todo el orbe.

No hacemos hincapié en la complejidad global por una cuestión mecánica de prolijidad metodológica. Lo hacemos porque los individuos, hoy invadidos por dispositivos de hiperinformación que los interpelan en tiempo real, incorporan los acontecimientos mundiales como referencias cognitivas y actitudinales, hechos cercanos a lo que sucede en los muchos epicentros de un planeta hiperconectado, y evalúan, desde ese punto de vista extendido, lo que es posible, lo que es normal, etc., y a partir de allí diseñan sus modos de asimilar los procesos locales, en un contexto global. También a partir de esa experiencia general es que activan (o neutralizan) los modos de resistencia que consideran posibles, convenientes, etc.

Posiblemente esto explique en parte esa supuesta aporía a la que hacíamos referencia al comienzo: la inexplicable aceptación de las duras condiciones de existencia que se imponen como “forma normal de vida” para una importante porción de la población. (De todos modos, las situaciones son muy fluidas y lejos de permanecer uniformes. Prueba de ello es el fenómeno masivo y sostenido de los “chalecos amarillos” en Francia, que obligó al presidente Macron a retroceder momentáneamente en sus medidas.)

El mundo vive convulsionado. No se trata de un estado de crisis, es decir, de una interrupción momentánea, de duración variable, de las reglas que gobiernan un sistema hasta tanto el sistema vuelva a estabilizarse en un ordenamiento y un equilibrio distintos. Se trata de la percepción de que estamos no frente a un mero proceso de cambios sino frente a una circunstancia sin término, que evoluciona hacia algún lugar incierto, una amenaza que sabemos constante aunque no podamos definir sus alcances ni comprender claramente en qué consiste. La incertidumbre domina, de una u otra manera y con gravedad diversa, el panorama político, económico, social y cultural de la mayoría de las sociedades.

Se llame Trump, Brexit, crisis de los refugiados, “terrorismo fundamentalista”, conflictos bélicos de todo tipo, sociedades dominadas por una exclusión creciente o avance de los llamados “populismos” de derecha, la sensación es que vivimos sorprendiéndonos. Lo “normal” es lo sorpresivo y, paradójicamente, a lo que nos acostumbra es al límite, a la frontera vulnerada. Y en esta situación de lo sorpresivo como normalidad que desordena, está el origen de la angustia de la que se nutre el neoliberalismo, responsable, a su vez, de su creación2.

La incertidumbre pasó a ser un valor estratégico, reivindicada como factor de libertad. En septiembre de 2016, el entonces ministro de Educación Esteban Bullrich sintetizaría el nuevo credo durante su participación en el panel “La construcción del capital humano para el futuro”, ante los inversores del Mini Davos: “Debemos crear argentinos capaces de vivir en la incertidumbre y disfrutarla”.

Acaso la manifestación más amarga de esta situación convulsiva es la que se da al nivel del lenguaje. Hoy nos resulta innombrable, difícil de precisar, lo que estamos viviendo. Hablamos de posverdad, posdemocracia, pospolítica, para señalar que aludimos a algo que viene después de aquello que conocíamos y entendíamos, pero que carecemos de palabras adecuadas para denominar estos nuevos fenómenos, puesto que, parece, todavía no dominamos todas sus lógicas e implicancias y nos negamos a abandonar el espacio de la Ilustración que les dio sentido3. Simplemente podemos decir “pos”: lo que vino después y ha sido des-naturalizado nos deja, literalmente, sin palabras.

La gravedad de esta convulsión, ligada a la dinámica de desarrollo del capitalismo actual, se expresa en mucha literatura de distintas disciplinas que describen esta época no como una crisis social o económica, como dijimos, sino como una crisis civilizatoria. Bajo el expresivo título Living in the End Times, Slavoj Žižek escribe:

“La premisa básica de este libro es bastante simple: el sistema capitalista global está aproximándose a un apocalíptico punto cero. Sus ‘cuatro jinetes’ están formados por la crisis ecológica, las consecuencias de la revolución biogenética, los desequilibrios dentro del propio sistema (los problemas de la propiedad intelectual; las luchas que se avecinan sobre las materias primas, los alimentos y el agua) y el explosivo crecimiento de las divisiones y exclusiones sociales”4.

Esta idea de crisis civilizatoria es fuerte en los países centrales en los que se ve resquebrajarse el “estado de bienestar” inaugurado tras la Segunda Guerra Mundial. En otras partes del mundo esta visión está matizada por sus propias particularidades, como en Latinoamérica. Aquí el acento está puesto en el fenómeno de la exclusión social, en un contexto de contrarreforma neoliberal que se da en el marco de una caída pronunciada de los precios internacionales de las materias primas y a través de la ofensiva de una alianza entre los grandes intereses económicos financieros con los medios masivos de comunicación altamente concentrados y muchas veces en alianza con el poder judicial. Lo que aparece en primer plano es la destrucción del importante desarrollo socioeconómico concretado con los gobiernos “populistas” progresistas, cuya consecuencia fue la inclusión social de grandes masas de la población.

Žižek y Fredric Jameson apuntan que es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo5. El neoliberalismo parece haber alcanzado tal hegemonía para establecer las reglas de funcionamiento del mundo y de la vida cotidiana de las personas que hizo realidad en el imaginario social la famosa frase de la primera ministra británica Margaret Thatcher de que “no hay alternativa”.

En la Argentina, Mauricio Macri pretende reafirmar ese principio cuando, en medio de una crisis económica fenomenal, dice que “no hay plan B”. Lo hace, además, afirmando que “esta vez (el cambio) es en serio” y que hay que decirse “la verdad mirándose a los ojos”. El disciplinamiento y la consiguiente precarización de la democracia son presentados como el único camino posible.

El capitalismo siempre tuvo una relación difícil con la democracia, a pesar de que en su nacimiento fue esta una premisa de funcionamiento del sistema. Desde luego, la lucha entre el capital y el trabajo y el continuo ciclo de crisis que hace a su desarrollo siempre supuso límites para una libertad amplia y sin restricciones. Solo con el estado de bienestar a partir de la década del 60, capitalismo y democracia mantuvieron un vínculo más consistente alrededor de la expansión de derechos. En los 80, con el desarrollo del neoliberalismo y la concepción hayekiana6, creció el descreimiento en el sistema democrático, paradójicamente en los sectores que supuestamente más se veían beneficiados por él. Como señala Wolfgang Streeck, en “la marcha hacia el neoliberalismo, como una rebelión del capital contra el keynesianismo, con el objetivo de entronizar en su lugar el modelo hayekiano (…) La democracia dejó de ser funcional para el crecimiento económico y, de hecho, se convirtió en una amenaza para la rentabilidad del nuevo modelo; por eso tenía que disociarse de la economía política. Así fue como nació la ‘posdemocracia’. En este contexto toma fuerza el ‘there is no alternative’”7.

Mark Fisher habla de “realismo capitalista”, con un guiño irónico al “realismo socialista”, como algo “que no puede limitarse al arte o al modo casi propagandístico en que funciona la publicidad. Es algo más parecido a una atmósfera general que condiciona no solo la producción de cultura, sino también la regulación del trabajo y la educación, y que actúa como una barrera invisible que impide el pensamiento y la acción genuinos”8.

Ahora bien, este libro se ocupará específicamente de un aspecto central en este ambiente convulsivo: el de la comunicación como constructor ideológico-cultural del sentido común, pilar y sostén de la actual hegemonía neoliberal en la Argentina, a través del macrismo.

El neoliberalismo, lejos de ser, especialmente en esta época, una visión y una práctica económicas, es una cosmovisión, es decir, una forma de ver el mundo en sus diversos aspectos. Lo comunicacional no es, en el neoliberalismo, un elemento más. Es aquello que permite darle coherencia ideológico-cultural, generando fuertes consensos que atraviesan diversos grupos sociales, inclusive aquellos que, como se dice, “actúan contra sus propios intereses”, en una época de intromisión tecnológica en que lo comunicacionalmente conformado aparece como la realidad misma. En este reino de la posverdad, lo que campea es el “realismo cínico” de vastos sectores de la sociedad que aceptan las penurias y asimetrías como datos de una realidad dada, inmutable, que fatalmente hay que asumir.

Las formas tradicionales de oposición y resistencia, las grandes concentraciones, las protestas localizadas, los núcleos duros del disenso, están rodeadas hoy por un minucioso trabajo de invisibilización que los medios hegemónicos realizan en forma sistemática y planificada, mientras operan equipos de disciplinamiento complejos y articulados, que incluyen en el plano comunicacional la generación de pseudoacontecimientos que buscan contrarrestar las “malas noticias”, la construcción de una agenda que desvíe la atención de los temas que afectan a la vida cotidiana, y el accionar furtivo de trolls y usinas de “fake news” en las redes sociales.

La experiencia neoliberal argentina y las razones para hacer foco en ella

El centro de nuestro análisis será la construcción de la cosmovisión de la experiencia neoliberal argentina, poniendo el acento en el trabajo comunicacional del macrismo, en su intento de producción de subjetividad. ¿Cuál es aquella verdad que siente una importante parte de la población que hizo y hace que la alianza Cambiemos haya logrado constituirse como una alternativa buena y necesaria para el país y para sus vidas?

Hemos hablado del contexto global convulsivo en el que transcurren las experiencias particulares. Pero nos queremos ocupar del capítulo argentino de esta realidad neoliberal global. ¿Cuáles son, a nuestro juicio, los elementos característicos de la política y la sociedad argentinas que expresan la singularidad de esta experiencia, y los que en ese contexto distinguen per se a la gestión comunicacional del macrismo?

Primero: Lo que no se pudo ver. Un muy organizado, disciplinado y agresivo proceso de construcción de hegemonía, planificada tanto en el plano político como en el comunicacional, que es el que a nosotros nos ocupa específicamente en este libro.

El proyecto neoliberal que lidera Mauricio Macri se propuso desde muy temprano, entrado el milenio, trabajar en forma ordenada y sistemática en el rediseño de la sociedad argentina en muchos niveles, entre ellos el que llamaron “el cambio cultural”. Este incluyó, conscientemente, una profunda redefinición del sentido común. Es decir, se profundizó en el rol de los valores y las emociones que rigen los procesos personales con relación a la política y el sentido de la vida misma en relación a lo social, con el propósito de intervenir en lo que suele denominarse la “producción de subjetividad”.

Esa reflexión temprana de las campañas del PRO adquirió nuevo ímpetu y sufrió un punto de inflexión con la incorporación del consultor de imagen ecuatoriano Jaime Durán Barba como asesor político allá por 2004; con el aporte de Alejandro Rozitchner, filósofo, en cuanto asesor personal de Macri; y más tarde con la coordinación de Marcos Peña, actual jefe de Gabinete de Ministros. Estos vinieron a sumarse a equipos que ya venían trabajando en la misma dirección. Entre ellos, la Fundación Pensar, presidida por el exministro de Producción Francisco Cabrera y dirigida por el académico Iván Petrella.

La actividad de estas y otras usinas del pensamiento neoliberal –como el Grupo Sophia, creado por el jefe de Gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta, o Creer y Crecer, una ONG que apuntaló el propio Macri− permite ver una evolución que se inicia con el siglo y que ya en 2007, en ocasión de la presentación de Macri como candidato a alcalde de la ciudad de Buenos Aires, exhibe la estratégica estructura de un modelo operativo de cosmovisión, que trabaja con sistematicidad en la generación de canales de significación persuasivos, conceptos y terminologías que fueron usados con éxito en esa campaña.

Desdeñado en sus formas y en sus contenidos por sus rivales políticos, el macrismo ya mostraba los núcleos básicos de lo que luego se manifestaría como la escrupulosa planificación de un proyecto político, cuyo potencial comunicacional y de gestión era monitoreado continuamente, con el objetivo final de construir los consensos públicos que le permitieran, al cabo, expandir su hegemonía a escala nacional. Ese rediseño social, esa nueva subjetividad que pacientemente acuñaron los “think tanks” del PRO, no aparecía en la superficie, y no se vio.

En nuestro análisis procuraremos hacer foco en la construcción de ese modelo de producción de subjetividad, al que preferimos referirnos como los dispositivos de “cincelamiento y trabajo del alma” del proyecto neoliberal argentino.

Hoy el macrismo lleva más de doce años abocado al armado de un sistema planificado, sistemático y articulado de comunicación y propaganda con equipos de profesionales comandados por un pensamiento estratégico consciente y altamente organizado. Tiene un organigrama que cubre todo el espectro de las tareas comunicacionales, siendo una de sus cabezas estratégicas más conocidas, aunque no necesariamente la única ni la máxima, Jaime Durán Barba, el asesor que alcanzó tal poder y conocimiento público que convirtió su nombre en verbo, para señalar algunas características, ciertamente exitosas, de la acción política y los modos de comunicarla: “duranbarbizar”, es la expresión en boga.

Como ya se dijo, estos equipos empezaron a “producir sentido” aun antes de que Macri obtuviera la Jefatura de Gobierno porteña, en 2007. El análisis de su trabajo para las campañas en las distintas contiendas electorales y de otras producciones comunicacionales provee material para formular hipótesis centrales sobre el modo de construcción del consenso que hoy distingue al neoliberalismo que gobierna la Argentina. Hemos trabajado sobre un corpus de un centenar de comunicaciones publicitarias de campaña y de gestión del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y, a partir de 2015, de Presidencia de la Nación, declaraciones y apariciones públicas de sus diferentes funcionarios y apoyaturas en los medios tradicionales y en las redes a lo que sumamos una profusa bibliografía que, creemos, enriquece los alcances de nuestro aporte analítico.

Segundo: El proceso de fragmentación política, objetivo central estratégico del macrismo desde sus inicios. La estructura de partidos y representaciones políticas en la Argentina experimenta un momento de redefinición, con un movimiento popular original y poderoso, el peronismo, que se muestra fragmentado y todavía en crisis.

La Argentina cuenta con una importante historia de luchas populares que superaron varias experiencias neoliberales. El movimiento peronista, un fenómeno “populista” particular, único, contradictorio, oscilante, compuesto por muchas organizaciones, con tendencias enfrentadas, que van de la derecha a la izquierda en su interior, sigue siendo para muchos un fenómeno político difícil de explicar, pero ha sido, en cualquier caso, la columna vertebral de la resistencia en épocas aciagas de la historia argentina: “el hecho maldito del país burgués”, en la célebre definición de John William Cooke.

A pesar de sus fuertes contradicciones internas, de transitar hoy un proceso que parece disolvente, producto de esta época de reordenamiento ideológico y político generalizado, el peronismo es un movimiento que persiste, pero no parece amenazar desde su organización y composición actual, por sí mismo, la consolidación de un proceso neoliberal. Por el contrario, muchos de sus representantes han sido absorbidos por la oleada neoliberal y directamente se han unido formal o subrepticiamente al macrismo. Puede vislumbrarse entonces, como insinuamos, un fenómeno de cierta descomposición del peronismo, funcional al objetivo estratégico del macrismo, que se ha propuesto borrarlo del mapa en cuanto representación de mayorías cuestionadoras, como parte de la radical transformación social que se ha propuesto. Cuenta para ello con un contexto político-cultural en el que para los jóvenes, un sector de peso creciente en la concepción de toda realidad, el peronismo muchas veces aparece más como una referencia histórica que como una realidad significativa y actual internalizada en sus vidas. No es casual que el presidente, que quiere polarizar con el peronismo, ponga énfasis en aducir que su gestión ha venido a terminar con los fracasos de un modelo político económico que se remonta, casualmente, 70 años atrás. O sea, a las décadas de los 40 y 50, la época fundacional del peronismo.

En un contexto global de transformación y disolución de los viejos partidos y en esta “nueva época” de rediseño de consensos bajo la hegemonía neoliberal, el peronismo resiste bajo su perfil heterodoxo kirchnerista, y es en esa dirección que el cálculo de la comunicación macrista, objeto de nuestro análisis, elige confrontar.

Tercero: Un país con una tradición de resistencia consolidada. Subsiste en la Argentina una extendida red de organizaciones intermedias con arraigadas prácticas de intervención en los asuntos públicos.

La movilización es la praxis común de un enorme número de organizaciones de la vida política argentina, que reconoce su origen en los sindicatos pero se extiende a estudiantes, mujeres, jubilados, militantes por los derechos humanos, por la diversidad de género, piqueteros, artistas e intelectuales, y a un amplio abanico de organizaciones de la sociedad civil y colectivos de todo tipo dispuestos a actuar en el espacio público para visibilizar sus demandas: profesionales, consumidores, feministas, empresarios de la pequeña y mediana industria, socios de clubes barriales, enfermeros o pacientes. Este entramado organizacional es único en Latinoamérica, nuclea a sectores de todas las clases sociales e implica una disposición potencial a movilizarse para reclamar el acceso a derechos o defender los ya adquiridos. Es este, entonces, un país con una tradición de resistencia consolidada, cuyos actores, en general dispersos, repiten y exageran la fragmentación del arco político opositor.

Sin embargo, el desafío comunicacional del poder real no es interpelar a ese público que sale a gritar su discrepancia, sino ocultarlo, estrechar los espacios de visibilización de esas manifestaciones. Las transformaciones tecnológicas en los modos de consumo de información han generado una situación inédita: para los dispositivos comunicacionales de la alianza Cambiemos y sus medios afines, el número de los descontentos, el tamaño de la movilización, no importan, siempre que puedan ser escamoteados de la cobertura periodística. En esa tensión –entre la dimensión pública del descontento y la capacidad de esconderla o, eventualmente, reprimirla− se juega buena parte de la suerte de un gobierno cuyos recursos propagandísticos, veremos, funcionan más eficazmente en el ámbito de lo privado.

Cuarto: La poderosa pero fallida experiencia populista del kirchnerismo a la hora de consolidar poder, que merece ser considerada en su política comunicacional.

La experiencia de doce años de gobierno kirchnerista produjo transformaciones fundamentales en el plano social y generó ciertas alianzas políticas nuevas, pero no ha logrado introducir cambios importantes en la matriz del sistema de poder ni en la estructura básica de la economía. La coalición denominada Frente para la Victoria fue derrotada en las elecciones presidenciales de 2015 por escaso margen (49 % a 51 % en la segunda vuelta) en las elecciones presidenciales, permitiendo el ascenso, diríase inesperado, del neoliberalismo al poder.

El kirchnerismo ha hecho en forma explícita del neoliberalismo y sus políticas, en distintos frentes, su enemigo, conservando evidentemente un considerable poder de fuego, al punto que la entente financiera-judicial-mediática no ha ahorrado medios para desprestigiarlo y tratar de destruirlo. El “populismo” antineoliberal todavía es fuerte en la Argentina, pero no tuvo éxito en doblarle el brazo al consenso obtenido por el macrismo, sorpresivamente, en amplias capas de sectores medios y bajos. Analizada en el contexto de la disputa comunicacional, está claro que la irrupción de Cambiemos hizo su agosto no solo en base a estrategias publicitarias que al cabo se demostraron exitosas, sino también debido a la persistente y por momentos incompresible minusvaloración que hizo el kirchnerismo de las herramientas del marketing político.

Quinto: El macrismo como deseo de alineación explícita con el neoliberalismo global.

Macri quiere insertar a la Argentina en el mundo, lo repite en forma insistente, y considera que lo ha logrado. No habla de cualquier mundo. Habla del mundo neoliberal, liderado, fundamentalmente, por los Estados Unidos. Busca integrar a la Argentina a la economía y a la estructura de valores del siglo XXI, que en lo sustancial impone modos de vida degradados a porciones crecientes de la población.

Pero hay un imaginario dominante sobre la “excepcionalidad argentina” que el presidente parece querer retomar y ser parte de él. Ya en 2007, llamaba a votar al PRO expresando la idea de cambio en la arenga publicitaria de que “Argentina tiene que volver a ser campeón”, pivoteando sobre el narcisismo argentino y la mitología de una supuesta excepcionalidad de origen. Esa fantasía preexistente de un lugar reservado por derecho propio a la Argentina en el mundo está ciertamente en crisis terminal, pero vuelve a sobrevolar mágicamente en el imaginario del poder cuando pretende verse reflejado en fastos como los del último G20, organizado en una Buenos Aires militarizada y desierta.

En cualquier caso, para ejemplificar y “demostrar” esa singularidad de lo argentino, que por tanto debería ser retribuida, están los héroes-íconos de alcance mundial, retomados por la cultura global bajo distintos formatos de representación estética: Evita y el Che, Maradona y Messi, y aun el papa Francisco. ¿Por qué no tomar en serio, entonces, ese evidente producto de la megalomanía nacional, postulando al propio macrismo como poseedor de una misión trascendental, particularmente en una región hasta no hace mucho “asolada” por los populismos, para que el mundo entero lo reconozca? En esa lógica se inscribe la representación a ultranza de las posiciones de EE. UU. en el continente y, en particular, el ataque reiterado al gobierno de Venezuela en todos los foros internacionales.

Mientras la economía se desbarranca y crece la pobreza, los elogios a las políticas neoliberales emprendidas en el país se multiplicaron en boca del presidente estadounidense Donald Trump, de la titular del FMI Christine Lagarde, y del coro de mandatarios globales reunidos por el G20. En la búsqueda explícita de convertirse en líder de la contraofensiva neoliberal en Latinoamérica, ese “regreso” al mundo es el eje de la política económica de endeudamiento externo y de alineamiento ideológico del macrismo, en un revival de las “relaciones carnales” mantenidas con el país del norte durante el neoliberalismo modelo 90, con Carlos Menem como presidente. Es en tal sentido que podemos llamar a la experiencia macrista el “capítulo neoliberal argentino”, como parte de las tendencias macroculturales globales que condicionan su propia evolución en la tarea de producir subjetividad.

Sexto: La destrucción de la política de derechos humanos, un ejemplo paradigmático del cinismo como modo de gestión política y comunicacional del macrismo.

Si en algún terreno la Argentina ha construido un paradigma propio, ese es el campo de los derechos humanos, con el ejemplo de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, el movimiento de Memoria, Verdad y Justicia, los juicios y condenas a los represores y la lucha incesante por recuperar la identidad de los hijos de desaparecidos, apropiados durante la última dictadura cívico-militar, y eso la convirtió para el neoliberalismo global en un muy mal ejemplo que sería deseable eliminar. Es lo que se propuso de modo casi inocultable el gobierno de Mauricio Macri. Y si bien sus repetidos intentos se han topado con importantes resistencias, insiste, pues está en el ADN de su representación política. ¿Cómo podría reivindicar si no la historia neoliberal, proteger a viejos aliados del campo empresarial y los modelos económicos de exclusión que hoy se repiten, sin borrar la política de derechos humanos? Esa tarea pasó a formar parte de un engranaje comunicacional ideológico prioritario del macrismo, un núcleo de la estrategia publicitaria a contramano de valores de época, pero que siempre encuentra en la intolerancia un campo fértil para propagarse.

Un diccionario terminológico del “cambio cultural”

El presente trabajo busca hacer foco en el análisis de cuestiones que pueden parecer secundarias frente al evidente empeoramiento no solo de las condiciones económicas y sociales, sino ante otros cambios en el funcionamiento de lo político e inclusive ante situaciones que suponen un recorte en el Estado de derecho. Se trata del examen pormenorizado de aquello que ha ocupado un espacio menor en los análisis críticos que estudian los objetivos estratégicos económicos, sociales y políticos de la experiencia neoliberal que gobierna el país. Es este trabajo una suerte de reconstrucción del diccionario terminológico de la ideología cultural del macrismo, de las consecuencias que persigue su “cambio cultural” y de las expresiones cotidianas de parte del electorado que acompañó estas políticas.

Nuestro propósito es mostrar que esas expresiones comunicacionales que forman parte del vocabulario cotidiano de los medios y de una vasta porción de los ciudadanos son el ariete del entramado persuasivo del neoliberalismo macrista. Que son parte y clave de una estrategia compleja, cuya relevancia se ve muchas veces minimizada en el diario fluir discursivo, en las conversaciones de todos los días, pero que se inscriben en la matriz profunda de un sistema de ideas que busca de un modo incesante imponer su hegemonía.

Este libro tiene como objetivo internarse en esa supuesta aporía que todavía muestra un importante apoyo al gobierno de Mauricio Macri de sectores sociales que “naturalmente” no deberían facilitárselo. Y ofrece una mirada sobre la meticulosa tarea cultural y comunicacional que, operando sobre el sentido común, se asocia a la producción de subjetividad del macrismo y permite explicar, al menos en parte, ese inesperado sostén.

No decimos que sea este el principal cimiento que sostiene todo el proyecto de Cambiemos ni pretendemos subordinar la política a la reflexión y a la acción comunicacional. Sí postulamos que la mirada comunicacional, entendida en su complejidad de construcción y análisis vincular, simbólico e imaginario, y el examen de los dispositivos de los que dispone permiten explicar el proceso de constitución de un nuevo sentido común en el que el macrismo está embarcado, y con ello la conformación de una nueva hegemonía. Y que esta mirada abre un marco para pensar los alcances y los límites de esa hegemonía, especialmente en un contexto democrático que consiste en ganar voluntades y ayudar a generar políticas persuasivas que contrarresten los aparatos de dominación ideológica.


El esquema supone una estructura de superficie y otra profunda, teniendo en cuenta los niveles de conciencia diferencial que tienen los actores sobre los procesos. Los aspectos más condicionantes y dinamizadores son las distintas biósferas contextuales. El esquema permite ensayar análisis y proyectos poniendo en contacto dinámico los distintos espacios.

No es este un texto que se proponga desarrollar teorías ni establecer nuevas categorías de análisis del mensaje político. Nos movemos en el espacio del lenguaje cotidiano, que actúa como cincel en el trabajo del alma, que es el espacio del sentido común. Por eso partimos de palabras, frases y dichos que se usan comúnmente para describir lo que supuestamente pasa, lo que habría que hacer, lo que la gente desea que suceda. A través de esa terminología de uso ordinario y, por lo mismo, omnipresente en el imaginario de los ciudadanos, intentamos diseccionar esos instrumentos, pensarlos en sí mismos, en los modos de su utilización. Desde esos códigos de lo cotidiano, lo que −supuestamente− todos sabemos, “lo bien conocido en general” como diría Hegel, es posible encarar la comprensión del interior de ese pensamiento persuadido y esa sensibilidad capturada por el macrismo.

Quiere ser este libro una suerte de glosario razonado de esos cinceles del alma. Y el deseo es que pueda servir, como cualquier diccionario, no solo para entender el sentido de lo que se define, sino, por sobre todo, que las definiciones y conclusiones que surjan de él y la conexión entre ellas puedan habilitar reflexiones e ideas, elaborar instrumentos para otros usos, para la construcción de otras subjetividades. No “almas blancas”, que como todos sabemos son muy peligrosas, por engañosas, sino almas emocionalmente construidas para operar en la dificultad, aceptando que se viven tiempos difíciles, en los que la contradicción es un elemento constitutivo de lo real; almas, en fin, que puedan afrontar la búsqueda de caminos personales en un marco colectivo solidario.

Si bien el libro está organizado en su progresión con una lógica determinada, los capítulos están redactados de manera de poder funcionar autónomamente. Es en función de ello que en algunas oportunidades se reiteran ciertas ideas y conceptos que permitan ese funcionamiento autónomo.

Este libro lo comencé a escribir a mediados de 2017 y los capítulos nacieron motivados en diversas instancias a medida que la situación, con un alto dinamismo, evolucionaba. De todos modos, decidí no eliminar las huellas de ese dinamismo, aunque fuera en pocos casos evidente, en un libro muy marcado por la coyuntura, privilegiando la impronta de la realidad en la que fue escrito.

Marzo 2019

1 Gabriel Vommaro, Sergio Morresi y Alejandro Bellotti, Mundo PRO. Anatomía de un partido fabricado para ganar, Planeta, 2015.

2 Renata Salecl, Angustia, Ediciones Godot, Buenos Aires, 2018.

3 Desde una posición antagónica, el libro de Steven Pinker, En defensa de la Ilustración (Paidós, 2018), se ha puesto de moda en algunos círculos para “demostrar” que, a diferencia de lo que se sostiene, las cosas están mucho mejor de lo que se piensa.

4 Slavoj Žižek, Viviendo en el final de los tiempos, Akal, 2015. Otra consideración en este mismo sentido ofrece la filósofa española Marina Garcés en un artículo publicado con el significativo título de “Condición póstuma”: “Nuestro tiempo es un tiempo en que todo se acaba. Vimos acabar la modernidad, la historia, las ideologías y las revoluciones. Hemos ido viendo cómo se acababa el progreso: el futuro como tiempo de la promesa, del desarrollo y del crecimiento. Ahora vemos cómo se terminan los recursos, el agua, el petróleo y el aire limpio y cómo se extinguen los ecosistemas y su diversidad. En definitiva, nuestro tiempo es aquel en que todo se acaba, incluso el tiempo mismo. No estamos en regresión. Dicen, algunos, que estamos en proceso de agotamiento o de extinción. Quizá no llegue a ser así como especie, pero sí como civilización basada en el desarrollo, el progreso y la expansión” (Obra colectiva, El gran retroceso, Seix Barral, 2017, pág. 109).

5 Slavoj Žižek y Fredric Jameson, Estudios culturales. Reflexiones sobre el multiculturalismo, Paidós, 1998.

6 Por Friedrich August von Hayek (1889-1992), el economista austríaco que señaló las contradicciones entre la economía planificada y las libertades individuales.

7 Wolfgang Streeck, ¿Cómo terminará el capitalismo?, Traficantes de Sueños, Madrid, 2017, pp. 36-41: “Disociación de la Democracia y la Economía Política”.

8 Mark Fisher, Realismo capitalista. ¿No hay alternativa?, Caja Negra, 2018, pág. 41.

La conquista del sentido común

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