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EDYON

CALIA, CALIDOR

—Éstos son los procedimientos para el día de tu investidura —el príncipe Thelonius le entregó un pergamino a Edyon—. Todo está organizado. Habrá celebraciones en todo Calidor. No podría sentirme más feliz. Tú eres el futuro de este reino.

Edyon ya había sido reconocido como el hijo de Thelonius, pero la investidura era un procedimiento formal para confirmar sus funciones y títulos: ahora era un príncipe, el príncipe de Abasca, y lo más importante, el heredero al trono de Calidor. Edyon echó un vistazo a los eventos enumerados en el pergamino, pero considerando que él era el futuro del reino, su nombre no se mencionaba muchas veces.

—Gracias, padre. Me aseguraré de seguirlo al pie de la letra. Pero, hablando de letras, ¿puedo plantearle un problema? Cuando vine de Pitoria traje conmigo un mensaje importante del rey Tzsayn y la reina Catherine. Eso fue hace una semana. La carta era una solicitud urgente de ayuda de su parte. Siento que debemos responder, y pronto.

Edyon requirió de toda su fuerza de voluntad para no gritar “¡Ahora!”, pero pensó que era poco probable que su padre, a quien había visto por primera vez la semana anterior, se tomara a bien algo así. No obstante, era ahora que se necesitaba la ayuda. Cuando Edyon salió de Pitoria, se habían enterado de que Aloysius estaba concentrando humo de demonio. Una vez que obtuviera el suficiente para vigorizar su ejército de jovencitos, no habría forma de frenarlo. No había tiempo que perder. Thelonius había derrotado a su hermano Aloysius en la última guerra y todos contaban con él para hacerlo de nuevo.

—Tienes razón, Edyon. Y he decidido que enviaremos una delegación a Pitoria para asegurarnos de que estamos plenamente enterados de la situación ahí.

¡Una delegación! No parecía gran cosa. Edyon había imaginado que su padre enviaría a todo el ejército una vez que entendiera la dimensión de la amenaza. Pero una delegación era mejor que nada, y ya era un primer paso. Quizás entonces los dos reinos podrían trabajar juntos compartiendo información, hombres, suministros…

El canciller, lord Bruntwood, dio un paso adelante y se dirigió a Thelonius:

—Su Alteza, siento que es mi deber recordarle los viejos problemas relativos a los tratos con tierras extranjeras, y también ponerlo al tanto sobre otro pequeño problema.

El rostro del canciller nunca parecía demostrar ninguna emoción verdadera; su sonrisa era aduladora, el ceño distante, la tristeza rutinaria. Y a Edyon siempre le daba la impresión de que ese hombre necesitara desesperadamente soltar una flatulencia y estuviera haciendo un gran esfuerzo por retenerla.

Quizás ése sea su pequeño problema.

—¿Qué problema? —Thelonius frunció el ceño.

—Habladurías, Su Alteza. Rumores. Chismes. Relacionados con Edyon —el canciller hizo una mueca como si la flatulencia le estuviera provocando muchas molestias internas.

—Espero que no haya más objeciones a que Edyon sea legitimado —la frase venía de lord Regan, el amigo más querido de Thelonius, el hombre que se había encargado de localizar a su hijo y entregarlo a salvo en Calidor. Aunque, por supuesto, no había resultado según el plan, debido a Marcio…

Pero ahora Edyon no pensaba en Marcio.

El canciller se giró hacia Regan y lo corrigió.

—En realidad, no hubo objeciones a la legitimación, sólo preocupaciones sobre un precedente que se está sentando.

Regan asintió.

—Por supuesto, así es, preocupaciones, no objeciones.

—Y ya las hemos resuelto. No hemos sentado ningún precedente —lo interrumpió Thelonius.

—Muy bien, Su Alteza —aceptó el canciller.

El primer obstáculo para la legitimación de Edyon era que Thelonius no se había casado con la madre de Edyon. Un buen número de nobles estaban preocupados por el hecho de que al colocar a Edyon en línea al trono, se permitiría que todos los hijos ilegítimos se presentaran a reclamar tierras nobles. Nadie tendría seguridad. El sistema se desmoronaría. Reinaría el caos donde ahora había orden.

Edyon se había preguntado cómo lidiaría su padre con esta difícil situación y asumió que llevaría semanas o meses considerar y analizar los puntos legales, pero el rey había ignorado el tema con facilidad. Thelonius había afirmado que él se había casado con la madre de Edyon en una ceremonia en Pitoria. Que se habían casado y se habían divorciado rápidamente. Los papeles se habían extraviado, pero Thelonius tenía un diario de los acontecimientos. Lord Regan, quien había viajado con él a Pitoria dieciocho años atrás, había sido llamado para confirmar todo. Y así, con tal facilidad y velocidad, la mentira se había convertido en verdad.

A Edyon, no obstante, le resultaba menos fácil confirmarlo. Estaba sorprendido de descubrir que, aunque podía mentir sobre la mayoría de las cosas, no podía mentir sobre su madre o su propio nacimiento. Él era el hijo ilegítimo de Thelonius. Sus padres no habían estado casados y toda su vida había sido moldeada por ese hecho. Ese hecho lo había convertido en la persona que era ahora y siempre había estado decidido a no avergonzarse de ello. Cuando el canciller lo presionó para confirmar la mentira de Thelonius, Edyon descubrió que lo máximo que podía hacer era no negarlo. Había argumentado:

—Yo no estaba allí. Estaba en el vientre de mi madre. Y ella nunca me habló de aquello —Edyon sintió que sólo podía decir eso, ya que no era una mentira completa, pero tampoco era toda la verdad.

Thelonius no tenía tales reparos e incluso una noche embelleció la mentira, aunque es cierto que lo hizo después de unas copas de vino, hablando de la boda como si hubiera sucedido:

—Una relación sencilla, unas promesas intercambiadas, una playa, el mar, jóvenes amantes, pero estábamos casados —había mirado a los ojos de Edyon con una sonrisa—. Y todos están de acuerdo en que eres mi viva imagen. Tu cara, tu estatura: eres igual a como era yo hace veinte años. Es obvio que eres mi hijo —y eso era verdad. Al menos no había argumentos, preocupaciones u objeciones sobre eso.

—Aunque todavía hay aprensiones entre los nobles —la voz del canciller interrumpió los pensamientos de Edyon.

—Ah, entonces ahora son aprensiones —murmuró Regan.

—Los nobles siempre tienen motivos de aprensión —Thelonius suspiró, miró a Edyon y agregó—: Acerca del dinero, del poder, del futuro.

Y ahora aprensiones respecto a mí.

—Y siempre debemos tener cuidado de calmar sus preo­cupaciones —continuó el canciller—. La carta que Edyon trajo de Pitoria, la solicitud de unir fuerzas con Pitoria, despierta una vez más el temor de que Calidor pueda perder su independencia ante un vecino más fuerte. Es un viejo temor, pero no menos convincente por lo antiguo, Su Alteza. Existe la preocupación de que cualquier asociación con Pitoria sea desigual, puesto que Pitoria, un reino mucho más grande y más poblado que Calidor, pasaría a dominar. Lo que puede comenzar como ayuda, podría terminar con nosotros siendo infiltrados y dominados.

—Una conversación que tuvimos muchas veces durante la última guerra—dijo Thelonius.

—Cuando luchamos solos, nos defendimos solos y salimos victoriosos solos —agregó lord Regan.

—Y estas preocupaciones han regresado, más fuertes que nunca. Los nobles necesitan asegurarse de que Calidor seguirá siendo independiente. Ellos necesitan saber que su futuro está en buenas manos —el canciller miró a Edyon y puso una cara extraña; su cólico parecía haber regresado—. Se habla de que el heredero fue enviado por el rey Tzsayn de Pitoria, hay preocupaciones de que su cercanía con ese reino pueda influir en la lealtad del príncipe.

—¿Dices que mi hijo es un traidor? ¿Un espía? —Thelonius parecía horrorizado.

—Nadie iría tan lejos, Su Alteza —replicó el canciller—. Pero debemos proceder con cautela. Necesitamos que los Señores de Calidor apoyen a Edyon. Por fortuna, creo que unos pocos y sencillos acuerdos garantizarán que así suceda.

—¿Y cuáles son estos sencillos acuerdos, lord Bruntwood? —preguntó Thelonius.

—Una declaración explícita en la investidura de Edyon que permita asegurar que Calidor conservará su independencia.

Thelonius asintió.

—No tengo problema con eso. Parece razonable y una solución impecable. Por favor, organícelo, lord Bruntwood.

—Con todo gusto, Su Alteza.

—¿Eso es todo?

La flatulencia del canciller parecía empeorar.

—Qué pena. Yo también creo que además de una declaración, debemos asegurarnos de no aparentar lazos demasiado estrechos con Pitoria. Si bien su idea de enviar una delegación, una pequeña delegación, resulta comprensible, no se debe disponer de tropas, armas, hombres y ningún tipo de equipo.

—Pero ¿qué pasa con el humo de demonio? —preguntó Edyon—. ¿El ejército de jovencitos? —el canciller no parecía estar tomando el asunto con seriedad.

—Con el debido respeto, Su Alteza, el hecho de que nosotros aceptemos enviar una delegación, aun cuando sea pequeña, parece una reacción muy exagerada frente a un grupo de infantes sin entrenamiento que se autodenominan “ejército”.

—Pero el humo funciona —insistió Edyon. Necesitaba convencerles de la gravedad de la amenaza, la necesidad apremiante de la acción—. Traje una muestra de Pitoria. ¿Me permitirían demostrar su poder? Quizá si los Señores de Calidor vieran sus efectos, entenderían mejor a qué nos enfrentamos.

Thelonius asintió.

—Una buena sugerencia, Edyon. Estoy de acuerdo que una demostración sería útil. Lord Regan ayudará a ponerlo en práctica.

Regan no parecía contento con esta tarea, pero asintió para confirmar que lo haría.

—Todo esto me parece innecesario —dijo el canciller—. Están atacando a Pitoria. No a nosotros.

—Todavía no —dijo Edyon—. Pero Brigant es nuestro enemigo. ¡Con seguridad los Señores de Calidor concuerdan en ello!

—Sin duda así es, Su Alteza —replicó el canciller—. Pero el enemigo de nuestro enemigo no es necesariamente nuestro amigo.

—¡Tampoco es necesariamente nuestro enemigo! —respondió Edyon—. Tzsayn es un buen hombre; no nos traicionaría, nos infiltraría o nos dominaría. No es como Aloysius. Y ha pedido ayuda. Nos ha ofrecido ayuda a cambio. Juntos podemos luchar contra Aloysius y vencerlo.

Thelonius apoyó una mano sobre el brazo de Edyon.

—Debo equilibrar tu perspectiva con las opiniones de los nobles, Edyon. Debemos ser vistos actuando de forma cuidadosa y autónoma con Tzsayn.

—Exacto —coincidió el canciller—. Deben vernos actuar exclusivamente por el bien de Calidor. Tropas de Pitoria en tierras de Calidor, por ejemplo, serían vistas como una amenaza. Los nobles saben lo que sucedió cuando sólo a cuarenta o cincuenta soldados de Brigant se les permitió entrar en Tornia: muchos nobles fueron asesinados.

—Ésos eran soldados de Brigant, no de Pitoria. Tzsayn no quiere eliminar a nuestros nobles. ¡Esto no tiene sentido! —exclamó Edyon.

—Tzsayn se ha casado con la hija de Aloysius. Un matrimonio arreglado por el propio rey de Brigant —intervino Regan—. No confiaría en ella ni un… bueno, no confiaría más de lo que se puede confiar en cualquier mujer. Es una marioneta, por cierto. Y hemos recibido noticias de que Tzsayn fue liberado por Aloysius. Seguramente Tzsayn le ofreció a Aloysius algo más que oro a cambio de su liberación. Quizá también prometió traicionarnos.

—No —Edyon sacudió la cabeza—. No. Tzsayn no es así. Y Catherine odia a su padre.

—Catherine es inmoral —dijo Regan con tono despectivo—. También hay rumores de que mató a su hermano, el príncipe Boris.

—Entonces, es difícil pensar que sólo sea una marioneta de Aloysius, ¿correcto? —respondió Edyon.

—Bueno, no estoy seguro de si debo creer o no en ese rumor, pero si es cierto, no me hace confiar más en ella —comentó Thelonius.

—Es tan despiadada como su padre —agregó Regan con una sonrisa burlona.

—¿No harán nada, entonces? —Edyon paseó la mirada de su padre al canciller y luego a Regan—. Dejarán que Pitoria luche y muera, y permitirán que Aloysius siga acumulando humo de demonios hasta que no haya ejército en esta tierra que pueda vencerlo, y ustedes se sentarán y esperarán a que nos ataque. ¿Así es como quieren que se desarrolle el futuro, así es como defenderán a su reino?

Thelonius se giró hacia Edyon, con rostro de piedra.

—No me acuses de fallar en mi deber, Edyon. Peleé con mis compatriotas contra Aloysius en la última guerra. Muchos hombres perecieron entonces. No me arriesgaré a perder nuestro reino en manos de Aloysius, pero tampoco por nadie más.

La cara de Edyon se enrojeció y bajó la mirada. No era ésta la manera en que había imaginado que transcurriría una de sus primeras reuniones políticas con su padre.

Thelonius se apartó de Edyon y se dirigió al canciller, con el tono de su voz tenso a causa de la ira.

—Aceptaremos una pequeña delegación de hombres no combatientes de Pitoria, y enviaremos nuestra pequeña delegación. Compartiremos información. Tienes razón cuando dices que debemos estar seguros de nuestros amigos. Nunca debemos ser demasiado confiados. Esperaba que ésa fuera una lección que mi hijo hubiese aprendido recientemente, pero parece que ya la olvidó.

Edyon sabía que su padre se refería a Marcio. Marcio, quien había estado involucrado en el intento de asesinato de lord Regan. Marcio, quien habría vendido a Edyon a Brigant. Marcio, quien ahora estaba desterrado. Edyon había amado, confiado y respetado a Marcio, sólo para descubrir que él le había estado mintiendo todo el tiempo.

—No padre, no lo he olvidado. Ni lo haré nunca —respondió con sinceridad.

Thelonius se volvió hacia Edyon.

—Entonces, confía en mí y en el apoyo de los Señores de tu reino —añadió en tono más bajo para que sólo Edyon pudiera escuchar—: Nuestros nobles son más importantes para ti que Tzsayn o Catherine o cualquier otra potencia extranjera. Debes ser visto como leal a Calidor por encima de cualquier cosa.

Edyon asintió e inclinó la cabeza.

—Por supuesto, padre.

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