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CATHERINE

NORTE DE PITORIA

En la guerra, el dinero es tan vital como las espadas.

Guerra: el arte de vencer, M. Tatcher

Las entradas laterales de la tienda de Catherine habían sido retiradas para que la reina pudiera aprovechar el sol del amanecer mientras se sentaba ante su escritorio. También podía dar un vistazo al campamento, que había sido trasladado a una verde pradera en una colina arriba de donde quedaba el antiguo. Estaba ubicado entre dos arroyos, los cuales proporcionaban agua limpia, pero sin riesgo de desbordamiento. Davyon había seleccionado la ubicación y organizado el traslado, asegurándose de que el príncipe fuera molestado lo menos posible y manteniendo a Catherine informada del progreso. Al menos eso había salido bien.

Catherine apartó la mirada de aquella panorámica y la dirigió a su escritorio, que estaba cubierto de papeles. Levantó el primero y le dio un vistazo: una factura de provisiones. Y debajo… otra factura, más provisiones. Y otra debajo de ésa. Una guerra no se trataba sólo de combates y tácticas militares; había que proveer víveres que aseguraran que los hombres estuvieran bien alimentados, y esto dependía del dinero.

Y luego estaba el problema sanitario en el campamento: hasta el momento, el ejército de Pitoria había perdido más hombres a causa de enfermedades que de enfrentamientos. La fiebre roja se había extendido con rapidez y ya había matado a varios cientos. Pero el movimiento había sido la decisión correcta. El nuevo campamento estaba más limpio y mejor organizado, con animales domésticos y letrinas alejadas de los dormitorios. Cada día eran reportados menos casos nuevos de fiebre. Pero en cuanto se resolvía el problema, ya Catherine debía encargarse del siguiente y luego del siguiente…

Éste era ahora su trabajo: asumir cada problema, enfrentarlo tan bien como pudiera, y luego pasar al siguiente. Lógicamente sabía que, de poder continuar, entonces, paso a paso, lo solucionaría. Pero los pendientes parecían interminables y los problemas necesitaban resolverse, dos o tres o veinte, a la vez. La mente de Catherine estaba sobrecargada. Necesitaba ayuda para pensar con claridad. Miró a su doncella.

—Te daré un nuevo título laboral, Tanya.

—¿Lady Tanya de Tornia? —replicó ella, al tiempo que ejecutaba una elaborada reverencia.

Catherine sonrió y rectificó:

—No. Dije título laboral.

—¿Directora de la pesebrera? ¿Pesebrera en jefe?

—Eres la doncella mayor. De hecho, eres mucho, mucho más que una simple doncella y definitivamente no una moza. Quiero que hagas lo que siempre has hecho por mí, sólo que bajo un título diferente.

—Entonces, ¿qué título recibiré?

—Ayuda de cámara.

—¿Ayudante de peluquería? Un papel vital en un reino tan obsesionado con el cabello como éste.

Catherine sonrió de nuevo.

—No, Tanya, tu nuevo título no es ayudante de peluquería. Dije ayuda de cámara. El mismo título que el general Davyon.

—Oh, ya veo. Gracias —Tanya asintió con gesto reflexivo, luego agregó—: Parece que obtendré un aumento de sueldo.

—¿Por qué todo tiene que girar en torno al dinero? —es­petó Catherine—. ¿Tú también quieres llevarte mi último kopek? —sintió que lágrimas de frustración llenaban sus ojos. Habría querido destrozar todo el montón de papeles y simplemente salir de allí.

Tanya se acercó.

—Me disculpo, Su Alteza.

—No, yo me disculpo. Estoy cansada. Pero no debería desquitarme contigo —había estado sentada a un lado del rey la mayor parte de la noche, pero Tanya tampoco había dormido bien.

—Me siento honrada de que haya pensado en mí —continuó Tanya—. Y me siento honrada de tener un nuevo título. Y ayuda de cámara es un buen cargo. Si soy considerada para ocupar un papel siquiera un poco comparable al de Davyon, me siento muy honrada.

—El punto es que ya pienso en ti ocupando un cargo tan alto como el de él, y quiero que todos hagan lo mismo. Hemos pasado por muchas cosas juntas, Tanya. Quiero que el mundo sepa lo mucho que te valoro.

—Entonces, ¿soy su consejera?

—Ciertamente.

—¿Sobre algo en particular?

Catherine suspiró y acomodó los hombros. ¿Por dónde empezar?

—Guerra… dinero… matrimonio… amor.

—Las cosas pequeñas.

Catherine rio y besó a Tanya en la mejilla.

—Sí. Pero primero la guerra. Ven. Me esperan en el consejo.

Catherine había estado ausente de las reuniones diarias desde hacía varias mañanas, puesto que había estado al lado de la cama de Tzsayn, pero la joven reina estaba decidida a no perderse otra.

Ffyn, Davyon y Hanov, el general de mayor antigüedad de Tzsayn, lideraban el consejo de guerra. Cuando Catherine llegó, el general Ffyn, recién promovido para reemplazar a lord Farrow como líder del ejército de Pitoria, le sonrió del otro lado de la mesa del mapa.

—Buenas noticias, Su Alteza. Esta mañana llegó una delegación de Calidor. Se unirán a nosotros en breve.

—¡Por fin!

Había pasado un mes desde que Edyon zarpase hacia Calidor con la advertencia de Catherine sobre la amenaza que representaba el ejército de infantes y de su petición de formar una alianza contra su padre, y el silencio había sido tan ensordecedor que ella había comenzado a temer que el mensajero no hubiera alcanzado su destino.

—¿Quizá pueda actualizarme sobre la situación general mientras esperamos a que lleguen?

—Sin cambios, Su Alteza. Los soldados de Brigant defienden sus posiciones alrededor de Rossarb y en la Meseta Norte.

Señaló las ubicaciones en el mapa, casi asumiendo que Catherine lo ignorara.

—Pero allí es donde está la mayor parte de la acción —dijo Tanya, gesticulando hacia la Meseta Norte—. En el mundo de los demonios, quiero decir.

Ffyn miró a Tanya y luego a Catherine con las cejas en alto. Tanya no pertenecía oficialmente al consejo de guerra.

Con toda la naturalidad que le fue posible, Catherine lo clarificó:

—He ascendido a Tanya al cargo de ayuda de cámara. Agradezco sus opiniones sobre todos los asuntos.

El general se aclaró la garganta.

—Por supuesto. Lo que Su Alteza considere que sea lo mejor.

—Y Tanya tiene razón —continuó Catherine—. Mi padre está consolidando su posición en la meseta y está ocupado reuniendo el humo de demonio. Tiene justo lo que quiere: un suministro seguro de humo y tiempo para entrenar a su nuevo ejército. Cuando todo esté listo, no tendremos oportunidad.

—Quisiera creer que hemos ofrecido un poco más de resistencia de lo que parece esperar, Su Alteza —respondió con rigidez el general Ffyn.

—Ha visto los efectos del humo, general. Todos sabemos que un ejército vigorizado por éste es invencible, aun cuando se trate de un grupo poco entrenado de chiquillos. No hay vergüenza en admitirlo. La vergüenza estaría en no tener un plan para lidiar con ello.

Ffyn sacudió la cabeza.

—Nuestros números pueden haber bajado debido a esta maldita fiebre, pero ya hemos superado el asunto. Tenemos una buena posición en terreno alto. Creo que podemos mantener esta posición si el ejército regular de Brigant ataca.

—Empero, uno de mis hombres regresó de Brigant anoche —el general Hanov, que controlaba la red de espías, intervino—. Nos informa que se han avistado brigadas armadas de jovencitos.

—¿El ejército de chicos?

—No exactamente, Su Alteza. Las brigadas son pequeñas unidades: hay al menos diez, con cien chicos en cada una. Estos jóvenes son brutales, fuertes y rápidos… y día a día mejoran sus habilidades para el combate.

—¿Y dónde están estas brigadas?

—Al menos tres con Aloysius, cerca de Rossarb.

—¿Y el resto?

—Creemos que en la frontera con Calidor.

Catherine levantó la vista del mapa.

—¿Calidor? ¿Cree usted que se estén preparando para invadir?

Hanov lo negó.

—Son apenas unos cientos de niños. Las mejores tropas de Aloysius todavía permanecen en Rossarb. No hay señales de que se dirijan al sur.

—Incluso si este nuevo ejército fuera la avanzada, Aloysius no podría invadir Calidor sin el apoyo de su tropa regular, Su Alteza —explicó Ffyn—. Necesita desplegar soldados en el terreno para ocupar el reino una vez que el combate haya terminado. Todavía no veo algo que indique un ataque inminente contra nosotros o Calidor.

—Estoy de acuerdo con Ffyn —dijo Davyon—. Excepto que tenemos el problema del mar de Pitoria.

—¿El mar? —preguntó Catherine.

—Los soldados de Brigant pueden no estar enfrentándonos a nosotros ni a Calidor en tierra, pero ya han comenzado a asediar nuestras naves —respondió—. Hemos tenido que atraer a puerto la mayor parte de nuestra flota. Las naves de Brigant son más grandes y rápidas que las nuestras, y ahora mantienen un control casi total de las aguas entre Pitoria y Calidor.

Catherine maldijo en su interior las reuniones que se había perdido. Había estado ocupada con Tzsayn y las finanzas, pero su padre nunca se quedaba quieto. ¿Cuál era su gran plan? Miró de nuevo el mapa.

—¡Si los soldados de Brigant son libres de moverse en cualquier lugar alrededor del mar de Pitoria, podrían invadir en cualquier punto de nuestra costa! Debemos recuperar el dominio marítimo.

Ffyn parecía irritado.

—¿Cómo? No podemos tomar el control del mar sin armada.

—Entonces debemos conseguir mejores navíos —dijo Catherine, pero incluso mientras hablaba, sentía que su alma se hacía pedazos. Ella podría gritar todo lo que quisiera a sus generales al respecto, pero ellos ¿de dónde sacarían los barcos? ¿Cuánto tiempo tomaría construirlos? ¿Cuánto dinero?

—Calidor tiene una flota poderosa —dijo Hanov pensativamente—. La construyeron tras la última guerra para defenderse de Aloysius.

—Entonces, debemos pedir a la delegación de Calidor que nos presten su fuerza para proteger nuestra costa y patrullar el mar de Pitoria. Es una solución que nos beneficiará a ambos.

¿Podría ser realmente algo tan simple?

—Tiene razón, Su Alteza —dijo Davyon—.

Debemos proteger nuestra costa. Pero el humo es la clave de esta guerra. Esto es lo que Aloysius necesita para su victoria. Ésa es la razón por la que sus fuerzas se concentran en el norte, que es su mayor fortaleza, pero también su mayor debilidad.

Catherine sonrió.

—¡Una debilidad! Me estás dando una esperanza, Davyon. Explícate.

—Es una cuestión de logística, Su Alteza. El ejército de Aloysius está muy lejos de su hogar. Algunos de sus suministros pueden venir a lo largo de la costa norte entre Brigant y Pitoria, pero el ejército es demasiado grande para ser abastecido sólo por tierra, por lo que la mayoría viene por mar. Eso funciona en verano, pero será diferente cuando comiencen las tormentas de invierno.

—Pero el invierno está a meses de llegar —objetó Ffyn—. Y mientras tanto, Brigant tiene la superioridad en el agua y se fortalece en la ruta terrestre todo el tiempo.

Catherine asintió.

—Pero con el apoyo naval de Calidor tendríamos la oportunidad de interrumpir su envío marítimo e incluso atacar la ruta de la costa norte, cortando sus líneas de suministro terrestres.

—Lo que dejaría a Aloysius atrapado en Rossarb, muriendo de hambre —remató Davyon.

Catherine sonrió.

—Elaboren los planes.

Davyon se inclinó.

—Su Alteza.

—Mientras tanto —continuó Catherine—, ¿cómo podemos detener el recaudo del humo? Tienes razón, Davyon, que el humo es la clave de todo. Siento que ya tenemos algún conocimiento del mundo demoniaco, pero no lo estamos utilizando.

—Tengo una sugerencia, Su Alteza —dijo Davyon pausadamente—. Podríamos enviar una unidad especial detrás de las líneas enemigas para interrumpir el tránsito. Un pequeño grupo de hombres seleccionados que puedan viajar con rapidez y atacar con precisión. Sería una misión peligrosa, pero causaría algunos dolores de cabeza a los soldados de Brigant.

Catherine asintió, mientras sus pensamientos se dirigían a Ambrose. Él sería el líder perfecto para tal misión y enviarlo lejos tendría la ventaja adicional de aplastar los rumores que aún zumbaban por todo el campamento sobre la naturaleza de la relación entre la reina y su guardaespaldas. Pero, debido a esos rumores, Catherine ni siquiera se atrevía a sugerir su nombre al ayudante más cercano de Tzsayn.

—Encuentra la forma de hacerlo, Davyon. Sin el humo, el ejército juvenil es apenas una banda de niños.

Un soldado entró en la tienda con una reverencia formal.

—Su Alteza, ¿me permite presentar a la delegación de Calidor?

Catherine salió de detrás de la mesa del mapa y alisó sus faldas. Éste era un momento histórico: el comienzo de una alianza entre Pitoria y Calidor. Tenía que dar la apariencia de una reina.

—Lord Darby y maese Albert Aves.

El soldado se apartó y dos hombres mayores entraron e hicieron una reverencia. Catherine asintió con gesto refinado, a la espera de que el peón anunciara al resto de la delegación.

El silencio se extendió por el lugar.

Finalmente, después de lo que pareció un siglo, Catherine comprendió que era todo: lord Darby, un hombre viejo y frágil, de cabello blanco como una nube, y su asistente, que no era mucho más joven. Difícilmente era una delegación que pudiera impresionar.

—Lord Darby —comenzó Catherine a toda prisa—. Bienvenido a Pitoria.

—Nos sentimos honrados de conocerla, Su Alteza —lord Darby volvió a inclinarse en un gesto rígido—. Pero esperaba tener una audiencia con el rey Tzsayn.

La mandíbula de Catherine se tensó. Por supuesto que lo esperaba.

—Es una pena, el rey se encuentra indispuesto hoy, pero cualquier mensaje que tenga para mi marido, me lo puede decir y tenga plena seguridad de que lo compartiré con él.

Lord Darby parecía un poco inseguro.

—¿Es posible que el rey se encuentre disponible mañana?

—Me temo que no. Pero ahora estoy disponible yo, lord Darby. Como reina de Pitoria tengo el mismo estatus que mi esposo.

El ayudante de lord Darby murmuró al oído de su amo. Darby asintió y una sonrisa cruzó su rostro.

—Mis disculpas. Tengo instrucciones de presentar mi mensaje al rey, pero por supuesto si eso no es posible… —tomó un pergamino de un bolsillo interior y se lo tendió a Catherine—. Un mensaje para Sus Altezas, del príncipe Thelonius de Calidor.

Catherine aceptó el pesado pergamino con una sonrisa. Violó cuidadosamente el sello de cera verde, consciente de que todos los ojos estaban puestos en ella. Este pergamino contendría la oferta de Thelonius para unir fuerzas con Pitoria en contra de Brigant y cambiar el rumbo de la guerra. Era un momento significativo y leyó en voz alta para que todos los presentes pudieran escuchar:

—“Su Alteza Real Príncipe Thelonius de Calidor envía sus saludos y agradecimientos al rey Tzsayn y a la reina Catherine de Pitoria por el generoso apoyo a su hijo Edyon, príncipe de Abasca. El heredero real será investido formalmente en Calia como sucesor al trono de Calidor, y el rey Tzsayn y la reina Catherine están cordialmente invitados a asistir como espectadores de honor a la ceremonia y a las celebraciones que a continuación se llevarán a cabo.”

¿Hemos solicitado una alianza militar y nos están invitando a una fiesta? Catherine respiró hondo. Seguramente ahondará más adelante sobre la guerra. Thelonius apenas comienza con su agradecimiento.

—“El príncipe Edyon nos ha demostrado el poder del humo púrpura de demonio y agradecemos a nuestros amigos de Pitoria por proporcionarnos un ejemplo de cómo actúa esta extraña sustancia.”

Bien. Más agradecimientos…

—“También agradecemos su advertencia sobre la inminente amenaza de las fuerzas del rey Aloysius de Brigant. En Calidor estamos conscientes de nuestro vecino del norte y la amenaza que plantea a nuestra libertad y seguridad. Hemos preparado bien nuestras defensas y continuaremos resistiendo con firmeza en caso de que Aloysius ataque nuestras fronteras. Lord Darby tiene muchos años de experiencia luchando contra Brigant y lo hemos enviado como nuestro emisario especial, para brindarle asesoramiento sobre la forma de lidiar con nuestro enemigo común. Nuevamente, ofrezco mi más sincero agradecimiento. Príncipe Thelonius de Calidor.”

¿Emisario especial? ¿Asesorar? Gracias y más gracias, Pero para qué sirven tantas gracias! ¿Esto es lo único que ofrece?

Catherine permitió que el pergamino se enrollara mientras volvía su atención a los hombres frente a ella.

—¿Cuántos hombres ha traído con usted, lord Darby?

Darby pareció confundido.

—Sólo a Albert, aquí presente. Él se ocupa de todas mis necesidades, y al príncipe Thelonius le pareció que viajaríamos más rápido sin una escolta militar completa.

Catherine se tragó un repentino estallido de ira. Esto era el esfuerzo de Calidor —dos ancianos y una carta de agradecimientos vacíos—, cuando lo que necesitaba eran hombres, barcos y una oferta de alianza. ¿A qué estaba jugando Thelonius? Edyon había demostrado el poder del humo, o eso decía la carta. ¿Cómo era posible que Thelonius no viera la amenaza? Esta respuesta era una locura o un insulto.

—Bueno, si los enviaron para dar consejos, tal vez podría aconsejarnos sobre la cuestión de los barcos. Tenemos una necesidad urgente de apoyo naval y…

Lord Darby se aclaró la garganta suavemente.

—Perdóneme, Su Alteza, pero ha sido un viaje muy largo y no soy tan joven como sus gallardos generales. ¿Podríamos considerar este tema mañana?

—La guerra no esperará hasta mañana, lord Darby.

—No, por supuesto que no, Su Alteza. Pero quizá para entonces estaré en mejores condiciones de asistirla.

Catherine estaba en grave peligro de decir algo poco diplomático. Con un esfuerzo supremo, se obligó a sonreír una vez más.

—Sin lugar a dudas. Alguien le mostrará sus habitaciones.

Darby hizo una reverencia al salir de la tienda, mientras Catherine se preguntaba si recibiría o no algún tipo de ayuda.

Los reinos en llamas

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