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EDYON

CALIA, CALIDOR

Edyon estaba parado al borde del campo bajo el ardiente sol de la tarde, con un recipiente de humo de demonio en sus manos. Junto a él estaban dos jóvenes nobles, llamados Byron y Ellis. Serían sus ayudantes para la demostración. Byron tenía la edad de Edyon, era apuesto, con una larga trenza de cabello negro que caía sobre sus hombros, y Ellis era de hombros anchos, rubio, un par de años más joven.

Al otro lado del campo, algunos de los hombres de lord Regan reían a carcajadas por alguna broma, mientras que otro hombre se estiraba y bostezaba. A la derecha de Edyon, a la sombra de una carpa larga y abierta, mozos en brillantes camisas blancas estaban prestos a servir.

Edyon miró hacia el castillo por enésima vez, con la esperanza de ver llegar a la audiencia para su demostración. Después de interrogarlo sobre lo que tenía planeado hacer, lord Regan le había dicho que reuniría a los otros nobles Señores de Calidor. “Puedes hacer la demostración en el campo de práctica de los caballeros. Me encargaré de la organización y el montaje”, le había dicho. Pero a Edyon le parecía que había estado horas aguardando bajo aquel ardiente sol, y ninguno de los nobles había llegado.

Edyon caminó de un lado a otro hasta que por fin Regan apareció a la vista, caminando al lado del príncipe Thelonius y liderando una multitud de hombres bien vestidos. Se pasearon y lentamente se congregaron bajo la sombra de la carpa, donde tomaron algunas bebidas frías mientras hablaban entre ellos dos, ignorando a Edyon. Éste estaba a punto de llamar su atención cuando Regan se volvió hacia él y gritó:

—¿Ya está listo, Su Alteza?

¡Como si al que hubieran estado esperando la mitad de la tarde fuera a mí!

Edyon sonrió y dijo:

—Espero que todos estemos listos, Su Alteza y mis señores —se acercó a su audiencia—. Gracias, padre, por permitir esta demostración. Y gracias a ustedes, mis señores, por dedicarme su atención en esta gloriosa tarde.

”Abandoné Pitoria hace sólo un par de semanas para venir a Calidor, y me fue encomendada la responsabilidad de traer dos cosas conmigo. Ambas me fueron entregadas por la reina Catherine en persona. El primer elemento era una carta de advertencia. Una advertencia sobre cómo el rey Aloysius de Brigant está agrupando un nuevo ejército, con el que pretende conquistar el mundo. Pero primero tiene la intención de aplastarnos a nosotros, sus vecinos: Calidor y Pitoria.

Edyon debía tener cuidado de no mencionar que Pitoria había solicitado unir sus fuerzas con las de Calidor, pero sintió que debía explicar que ellos habían advertido a Thelonius de la amenaza. Y eso parecía estar marchando bien hasta ahora. Edyon continuó:

—Este nuevo ejército de Brigant es poderoso, aterrador, pero también inusual, ya que no está compuesto de hombres, sino de niños.

Entre los Señores de Calidor se escucharon carcajadas y aparecieron algunas sonrisas ante este comentario.

—¿Cuántos años tienen estos soldados? —pre­guntó uno—. Supongo que ya van solos al baño.

Edyon comenzaba a preguntarse si había alcohol en las bebidas que se estaban repartiendo. Intentó sofocar sus burlas.

—Reconozco que no suena ni poderoso ni aterrador. Suena absurdo. Pero puedo demostrar que es bastante real. Y eso me lleva al otro elemento que traje conmigo de Pitoria: humo púrpura de demonio.

Edyon levantó el frasco de humo para que su audiencia lo viera. Pero, a causa del calor, el sudor había resbalado por el brazo y cuando levantó la mano —quizá con un poco más de entusiasmo del necesario—, el recipiente se desplazó hacia arriba, fuera del alcance de sus dedos resbaladizos. Salió dando vueltas por el aire, y empezó a caer en dirección al suelo. Edyon observó con horror. No podía dejar que se rompiera, así que se lanzó tras el frasco, tropezando y trastabillando en el proceso; en el intento de atraparlo, lo que hizo fue derribarlo.

Thelonius frunció el ceño, algunos de los nobles rieron y lord Regan puso los ojos en blanco. Sin embargo, Byron, el mayor de los dos jóvenes que participarían en aquella demostración, avanzó con agilidad y atrapó el recipiente.

Edyon dio las gracias por lo bajo a Byron y con cautela tomó de nuevo la botella y la sostuvo en alto.

—Este extraño humo escapó de un demonio mientras moría.

—Casi se le escapa a usted también, Su Alteza —señaló alguien, provocando renovadas risas.

—De hecho, así fue, aunque cuando el humo deja a un demonio, no resbala de sus manos, sino que sale de la boca en una larga exhalación —Edyon intentó parecer serio—. Este humo púrpura proviene de jóvenes demonios. Ustedes quizá sepan que los demonios más viejos liberan un humo rojo que algunos usan en Pitoria como una droga de placer impúdico; sin embargo, estoy seguro de que nadie aquí la habrá probado.

Este comentario también fue recibido con carcajadas, aunque Edyon se sintió aliviado de que ahora éstas parecían celebrarlo en lugar de bufonearlo.

—Este humo púrpura tiene usos mucho más siniestros. Si es inhalado por jóvenes, de sexo masculino o femenino, puede otorgarles enorme fuerza y velocidad. También tiene el poder de sanar heridas con rapidez, casi de forma milagrosa. Suena como una maravillosa droga. Pero en las manos equivocadas, en las de Aloysius, podría ser utilizado para la guerra.

”Lo mejor será demostrar el poder del humo y entonces las implicaciones serán claras. Sir Byron y sir Ellis se han ofrecido a ayudarme inhalando una pequeña cantidad de humo y luego les harán una demostración de cómo su fuerza y velocidad se ven aumentadas.

Edyon estaba satisfecho de ver que su audiencia ahora miraba con atención. Byron extrajo el corcho de la botella sólo por un momento, de tal forma que una voluta de humo púrpura pudiera salir. Algunos de los Señores de Calidor se acercaron para ver cómo Byron y Ellis inhalaban el humo.

—Pensé que se pondrían púrpuras —gritó alguien.

—El humo no afecta la apariencia, señor mío, sólo la habilidad: y ya está haciendo efecto en Byron y Ellis, como ahora lo demostrarán. En primer lugar, Ellis les demostrará su velo­cidad en una carrera. Él perseguirá a Byron, quien montará a caballo.

En la práctica, ambos jóvenes habían manejado bien la droga, sin marearse o aturdirse: el mismo efecto que había tenido el humo en Edyon, por lo que confiaba en que esta simple demostración saldría sin problemas. Byron montó y partió al galope. Edyon gritó:

—¡Atrápalo, Ellis! —y Ellis salió corriendo.

No obstante, Ellis daba ahora la impresión de estar un poco distraído por la presencia de los nobles gobernantes. Primero pasó corriendo delante de ellos, como demostrando su velocidad, antes de dar la vuelta y perseguir a Byron, quien ya estaba en la mitad del campo. Pronto ambos desaparecieron a lo lejos.

—¿Van a ir a Brigant a combatir? —gritó lord Hunt.

Parecía que así fuera, pero Edyon respondió:

—Ellis está ahora atrapando a Byron.

Por fortuna, Ellis pareció encontrar un paso todavía más rápido, se colocó a la par del caballo de Byron y dio un gran salto para luego aferrarse a la espalda de Byron. Sin embargo, en este momento, estaban en el otro extremo del campo.

—Pareciera que Byron desaceleró el paso —co­mentó alguien—. Aunque es difícil saberlo desde aquí.

—No logro ver nada —se quejó otro de los nobles.

—Redujo la velocidad del caballo —dijo otro—. Pero, aun así, es más rápido de lo que yo podría correr.

—Mis señores, no se preocupen. Repetiremos la demostración en esta dirección —Edyon intentó que su voz sonara como si todo hubiera sido planeado de esta forma—. Tendrán una vista perfecta —y Edyon corrió por el campo, agitando sus brazos hacia Byron, quien por fortuna se acercó a él antes de que Edyon llegara muy lejos y rápidamente entendió el problema.

—La próxima vez lo haremos justo en frente de ellos. Hazme una señal cuando estés listo —dijo Byron.

Edyon volvió corriendo a su posición.

—¿Está todo bien, príncipe Edyon? —preguntó lord Regan.

—Sí, bien, gracias, lord Regan.

Pero Edyon esperó. Y esperó. Y nada pasó.

Mierda, la señal.

Edyon agitó su brazo y Byron partió galopando hacia el grupo. Ellis esperó un momento antes de salir corriendo a un paso dramático. Caballo, jinete y corredor llegaron precipitadamente hacia el grupo de nobles. Algunos ya se estaban apartando cuando Ellis saltó sobre la grupa del caballo y sujetó a Byron, para enseguida derribarlo al suelo. Ambos jóvenes aterrizaron mientras el caballo corría por la carpa, golpeaba una mesa con bebidas y hacía correr a nobles y sirvientes.

—Bueno, no podemos decir que esta vez no lo vimos —co­mentó lord Hunt.

—Exactamente —respondió Edyon, aunque tenía ganas de gritar. ¿Por qué las cosas siempre le salían mal?

El padre de Edyon, no obstante, vino al rescate con una pregunta seria.

—Es impresionante la velocidad que desarrolla este joven. ¿Cuánto tiempo transcurre antes que el efecto desaparezca?

Edyon se sintió aliviado de responder de manera igualmente seria.

—Ellis podría correr a esa velocidad toda la tarde. Podría repetir lo que acaba de hacer cien veces más. Ni siquiera se quedó sin aire. Y Byron está ileso de su caída, ya que el humo cura al instante cualquier corte o contusión. Un ejército de jovencitos a toda marcha podría ser más veloz que la caballería.

—Muy bien, Edyon —Thelonius asintió y aplaudió. Muchos de los Señores de Calidor lo imitaron, aunque Edyon notó que ni lord Hunt ni otros cerca de él se unían.

—A continuación, haremos una demostración con la lanza —dijo Edyon.

—¿Necesitaremos protección? —preguntó lord Hunt.

—Retrocedan, todos —bromeó lord Birtwistle.

Edyon sonrió y los ignoró.

—Elegí la lanza para demostrar cómo el humo confiere fuerza sin reducir precisión. Como pueden ver, hay blancos pintados en esas puertas. No creo que ni el mejor lancero del ejército de Calidor pudiera lograr que su lanza volara a esa distancia, pero Byron y Ellis acertarán la diana.

Byron y Ellis recogieron sus armas y arrojaron sus lanzas mientras Edyon murmuraba: “Por favor, no fallen. Por favor, no maten a nadie”.

Pero las lanzas volaron con perfecta precisión y aterrizaron tan fuerte que por poco partieron la madera donde estaban los blancos.

Algunos de los nobles silbaron con admiración, entre comentarios asombrados por lo que acababan de presenciar.

—¡Una última vez!—dijo Edyon—. Ellis y Byron podrían hacer esto con la misma fuerza y precisión cien veces, pero nuestras puertas no lo resistirían.

Acto seguido se repitieron los lanzamientos con los mismos resultados.

Thelonius volvió a aplaudir, y ahora la mayoría de los Señores de Calidor lo imitaron.

—¿Y cómo se desempeñan con la espada? —preguntó lord Hunt.

—Es lo que haremos a continuación —respondió Edyon—. Ellis y Byron se enfrentarán en duelo para ustedes, a fin de demostrar su velocidad y agilidad.

—Sería más relevante ver cómo les iría enfrentando a un soldado regular —dijo lord Hunt.

Edyon sacudió la cabeza.

—Me temo que eso sería demasiado peligroso.

—Bueno, me gusta pensar que no soy un soldado tan regular, pero voy a arriesgarme a uno o dos moretones —Regan dio un paso adelante y desenvainó su espada—. Quiero sentir la fuerza de los chicos. Byron, atácame. Sólo evita matarme, y yo te brindaré la misma cortesía. Acabo de recuperarme de un apuñalamiento.

Regan no mencionó que el apuñalamiento lo había sufrido de manos de Marcio y su compatriota, Holywell. No necesitaba hacerlo.

—Me encanta que se entregue al espíritu de la demostración, lord Regan —Edyon miró a Byron y asintió—. Lord Regan quiere sentir tu fuerza, Byron. Adelante.

No te contengas. Pero, por favor, no lo mates.

Byron sonrió.

—Solamente lo desarmaré, lord Regan. No deseo…

Regan lo atacó con su espada, esperando atraparlo desprevenido, pero Byron esquivó el ataque y contratacó con un contundente golpe de muñeca a la espada en alto de Regan, con lo que la derribó de sus manos. De alguna manera, Byron se acomodó enseguida y puso la daga en la garganta de Regan, simulando un corte sobre ella. Byron se mantuvo en esa posición antes de retroceder con gracia e inclinarse ante Regan. Lamentablemente todo se desarrolló muy rápido, aunque de forma muy hermosa.

Dios mío, Byron es alguien a quien tener en cuenta.

Regan se frotó las manos, a todas luces un poco incómodo, aunque intentaba ocultarlo. Los nobles Señores aplaudían y reían.

—La fuerza de Byron es impresionante, y su velocidad asombrosa —sentenció Thelonius—. Por lo general, no lograría siquiera acercarse a usted, Regan.

Edyon estaba maravillado.

—¿Y cómo es el asunto de la sanación? —preguntó lord Hunt—. ¿Vamos a ver eso también?

No lo habían ensayado, pero era importante.

—Las lesiones sanan más rápido cuando has inhalado el humo, pero la forma más rápida de sanar es aplicar el humo directo sobre la piel. Tal vez si me hago un corte, Ellis pueda curarlo —explicó Edyon, aunque no quería cortarse, en realidad.

Sin embargo, Byron ya tenía una daga preparada y dio un paso al frente. Hizo un corte con la daga en la palma de su mano y dijo:

—Permítame, Su Alteza.

Byron es bastante heroico. Y sí, ciertamente lo permitiré.

Byron ahora extendía su mano, chorreando sangre, para mostrarla a la audiencia. Ellis inhaló el humo e inclinó la cabeza hacia la mano de Byron, mientras Edyon comentaba:

—Parece un poco extraño, pero Ellis sostiene el humo en la boca y pone la boca sobre la herida. El humo está en contacto con la piel desgarrada de Byron. Y Ellis mantendrá su posición allí todo el tiempo que pueda y luego, cuando se separe… —en ese momento, Ellis levantó la cabeza, con sangre en los labios y las mejillas, y Byron extendió la mano. Había sangre alrededor de la herida, pero el corte ya había cicatrizado.

Los Señores de Calidor murmuraron entre sí y se pasaron la botella de humo de demonio. Todos querían sentir su extraño calor y peso.

—¿Cuánto de esto tienen en Brigant? —preguntó alguien.

—No lo sé con exactitud —respondió Edyon—. Pero ése es el humo de sólo un demonio y, como pueden ver, es suficiente para muchas inhalaciones. Hay innumerables demonios en el mundo de los demonios. Si Aloysius logra capturarlos y matarlos a todos, tendría suficiente humo para vigorizar de inmediato a un enorme ejército. Tendrían la fuerza suficiente para conquistar el mundo.

—Y si conozco bien a mi hermano, va a intentarlo —dijo Thelonius—. Es una amenaza para nosotros y para Pitoria.

Edyon estaba tan animado por esta respuesta a la demostración que fue un paso más allá y agregó:

—Por eso el rey Tzsayn pidió que Calidor se uniera a Pitoria para trabajar como uno solo. Juntos tenemos mejores opciones de enfrentar a Brigant.

—¿Juntos? —preguntó lord Hunt—. ¿Con Pitoria? —dio un vistazo a su alrededor, a los otros grandes Señores de Calidor que estaban con una exagerada expresión de enfado en el rostro.

—Sí, juntos —enfatizó Edyon—. Trabajar con otros que son amenazados por Aloysius.

—No necesitamos trabajar con ellos. Podemos defendernos solos.

—No contra un ejército vigorizado por el humo —respondió Edyon.

Thelonius dio un paso junto a Edyon.

—Me temo que mi hijo tiene razón. Contra un ejército convencional, incluso el de Brigant, creo que podríamos defendernos. Lo hemos hecho antes. Pero este humo de demonio cambia las cosas.

—Pero, Su Alteza, hemos pasado la última década reforzando nuestras defensas —Hunt giró hacia Edyon—. El humo de demonio da fuerza y velocidad, pero ¿los protege contra el fuego?

—Mmm… No lo creo. En realidad, no he intentado eso.

—Necesitamos verlo. Ésa es una parte clave de nuestra estrategia defensiva en la muralla.

—Y eso es lo que ahora demostraré —dijo Regan, dando un paso adelante.

—Pero esto no lo habíamos acordado, lord Regan —dijo Edyon.

Regan lo ignoró y se dirigió a Thelonius y a los nobles.

—Está muy bien ver a Ellis y Byron correr detrás de los caballos, pero he preparado un ejemplo de lo que los invasores tendrán que enfrentar en nuestra muralla. Ésta será una prueba más contundente del poder del humo.

Regan condujo al grupo hacia sus soldados, que se encontraban parados junto a dos murallas de piedra divididas por un amplio foso. El foso estaba lleno de astillas de madera que estaban siendo encendidas, y debía haber brea o aceite mezclada con la madera, porque en un instante las llamas se elevaron con fuerza. Edyon había escuchado mucho sobre la enorme muralla de defensa que había sido construida desde la última guerra a lo largo de la frontera norte de Calidor. Ésta parecía tener el mismo diseño y aunque no era tan grande, seguía luciendo formidable. Claramente, Regan había empleado un tiempo considerable construyéndola, y era evidente que había evitado mencionarle a Edyon cualquier cosa al respecto.

—Lo único que Byron y Ellis tienen que hacer es cruzar desde ese lado, Brigant, a éste, Calidor —dijo Regan.

—No —respondió Edyon, mirando las llamas—. Es muy peligroso y no deberíamos pedirles que lo intentaran.

—Las murallas aquí son mucho más bajas que las de la frontera y el foso no es tan ancho o profundo, y ¿ya estás diciendo que esto es demasiado? —se burló Regan —. De pronto este humo todopoderoso resultó no ser tan poderoso.

Ellis, no obstante, miraba fijamente las llamas.

—Puedo hacerlo.

—No, no puedes —dijo Edyon, moviéndose para bloquear el camino de Ellis—. El humo te hace sentir invencible, pero no lo eres.

Regan sonrió.

—Interesante. Ahora estamos aprendiendo algo útil.

—¡Puedo hacerlo! —dijo Ellis, y corrió ágilmente alrededor de Edyon y se precipitó hacia la muralla.

—¡No! Ellis ¡Detente! Te lo ordeno —gritó Edyon. Pero ya era muy tarde.

Ellis ya estaba brincando de la primera muralla, desde la cual dio un gran salto hacia arriba, por encima de las llamas. Edyon contuvo el aliento mientras Ellis volaba por el aire. Por un instante, pareció que fuera a cruzar así todo ese trecho. Llegó muy cerca de la muralla del fondo, pero no lo suficiente, y cayó al foso en medio de un estruendo de madera astillada.

Las llamas se elevaron alrededor de Ellis. Estaba metido hasta los muslos en tablones ardientes y, no obstante, de alguna manera, gracias al poder del humo de demonio, trepó hasta salir del foso con la ropa quemada y el cabello en llamas. Byron corrió hacia Ellis, lo sacudió y lo ayudó a rodar por el suelo para apagar el fuego.

—Se curará, supongo —dijo Regan, mirándolo.

—Sí, pero le quedarán cicatrices —murmuró Edyon. Y a Ellis le dijo en voz baja—: Lo siento.

Ellis se recostó, las heridas apenas comenzaban a sanar cuando respondió:

—No, lo siento yo, Su Alteza. No escuché su orden. Yo ni siquiera pude hacer el salto.

—¡Me gustaría ver a Aloysius enviando a su nuevo ejército a través de nuestra muralla! —lord Hunt gritó por encima de sus voces, ignorando la difícil situación de Ellis—. Me gustaría verlos a todos arder.

Algunos otros nobles gritaron en señal de aprobación.

Lord Regan se dirigió a la audiencia:

—Príncipe Thelonius, señores míos, estoy seguro de que todos estamos agradecidos por esta demostración informativa sobre el humo de demonio realizada por el príncipe Edyon. Está claro que el humo otorga fuerza y velocidad, pero no protege del fuego, y que además perjudica el juicio y la disciplina. No necesitamos unir fuerzas con Pitoria. Necesitamos asegurarnos de que nuestras defensas permanezcan fuertes.

—Ciertamente, lord Regan —lord Hunt manifestó su acuer­do—. Podemos resistir —comenzó a aplaudir—. Bien hecho, príncipe Edyon, por su esclarecedora demostración.

Pero no era eso lo que intentaba probar con la demostración. En lo absoluto.

Los reinos en llamas

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