Читать книгу Los reinos en llamas - Sally Green - Страница 9
ОглавлениеAMBROSE
CAMPAMENTO REAL,
NORTE DE PITORIA
La enfermería se sentía fresca a la luz de la mañana. El coro de la madrugada, compuesto de gemidos, toses y ronquidos había dado paso a conversaciones tranquilas salpicadas con maldiciones y débiles gritos de ayuda. Ambrose yacía de costado en su desvencijado catre mirando hacia la puerta, deseando que la próxima persona que entrara fuera Catherine. Ella le sonreiría mientras se acercaba, caminando rápidamente y dejando a sus doncellas muy atrás, como solía hacerlo cuando lo veía en el patio del establo del castillo de Brigant. Ella tomaría su mano y él se inclinaría para besar la de ella. Él rozaría con los labios la piel de Catherine, respirando sobre su mano, inhalando su olor.
El hombre detrás de Ambrose tosió ruidosamente, luego escupió.
Ambrose llevaba ahí una semana. Al principio había estado seguro de que Catherine lo visitaría, pero cada vez menos ahora. Había pensado en ella todos los días, recordando los días que había pasado a su lado, desde aquellos primeros en Brigant, cuando cabalgaba junto a la joven por la playa, hasta aquellos gloriosos días en Donnafon, cuando la había sostenido en sus brazos, acariciado su suave piel, besado sus manos, sus dedos, sus labios.
El bramido de dolor de un hombre llegó desde el otro extremo del recinto.
¿Pero en qué estaba pensando? Catherine no debía venir aquí. El lugar estaba lleno de miseria y enfermedad. Él tenía que salir y buscarla. Pero para hacer eso, tendría que caminar. Había sido herido en el hombro y la pierna en la batalla de Campo de Halcones. Algunos soldados sanaban de peores heridas que las suyas, mientras que otros hombres se daban por vencidos y morían de heridas menos graves. Hubo un momento, después de la batalla, cuando pensó que no podría continuar, pero esa desesperación lo había abandonado y ahora sabía que nunca se rendiría. Lucharía por Catherine y por él.
Ambrose se sentó en su cama y comenzó sus ejercicios, doblando y estirando lentamente el brazo derecho como el médico le había indicado. Pasó al siguiente ejercicio: hacer círculos con el hombro vendado. Esto era más doloroso y tenía que hacerlo muy despacio.
La batalla de Campo de Halcones había sido ganada, pero la guerra estaba lejos de acabar. Y en cuanto a la participación de Ambrose en combate… bueno, él había intentado salvar a Catherine, pero sólo había logrado dar muerte a Lang. Habría querido enfrentarse a Boris, pero un grupo de soldados de Brigant había dominado a Ambrose, y había sido Catherine, vigorizada por el humo de demonio, quien había arrojado una lanza directo al pecho de Boris. Ella había salvado a Ambrose y dado muerte a su propio hermano. ¿Cómo se sentiría? ¿Matar a tu propio hermano? Para Ambrose era algo imposible de imaginar; su propio hermano, Tarquin, era todo lo contrario a Boris. Aunque ahora ambos estaban muertos. Y Ambrose no tenía la menor idea de qué pensaba Catherine de todo aquello. ¿Por qué no había venido? ¿Estaría también enferma? Tantas preguntas y ninguna respuesta.
—¡Diantres! —gritó con dolor agudo al balancear el brazo demasiado rápido.
Tenía que salir de esta cama. ¡Tenía que salir de esta enfermería! El lugar era lúgubre. Cada catre tenía un hombre, pero pocos eran heridos de guerra; la mayoría había enfermado en el campamento. La fiebre roja, la llamaban, por el color que adquiría tu rostro cuando tosías como si estuvieras vaciando las entrañas. Un buen número de hombres había muerto la noche anterior y ahora sus catres estaban vacíos, pero Ambrose sabía que pasaría poco tiempo antes de que otro cuerpo tembloroso yaciera en medio de esas sábanas sucias. Era un milagro que no aún no se hubiera contagiado.
Ambrose giró hasta que ambos pies se plantaron con firmeza en el suelo. Con la ayuda de una silla logró ponerse en pie con dificultad, haciendo una mueca y temblando levemente mientras concentraba más peso sobre su pierna izquierda. Estaba débil, pero el dolor era soportable; podría salir caminando de allí si lo intentaba. Los médicos le habían extraído la flecha de la pantorrilla y le habían cosido con esmero la herida. La mayoría de los médicos habría amputado ante una lesión así, pero los del campamento lo habían operado con cuidado, y le habían dado tratamientos a base de hierbas, licores y compresas.
Ambrose contaba con los mejores médicos: enviados por Tzsayn.
La mejor medicina: enviada por Tzsayn.
La mejor comida: enviada por Tzsayn.
Las mejores prendas y la ropa de cama y… todo.
Todo excepto una sola palabra de o sobre Catherine. ¿Estaba Tzsayn manteniéndola alejada de él? Ésa debía ser la explicación.
—Tiene buen aspecto, sir Ambrose.
Ambrose estaba tan inmerso en sus pensamientos que se perdió el momento en que Tanya entraba en la habitación. Miró hacia la puerta a la espera de que Catherine apareciera.
—Uno de los médicos me pidió que le diera esto. Para la fuerza o algo así —Tanya extendió un plato de avena y notó la dirección de la mirada del joven—. Es lo único que traigo. No hay nadie más conmigo.
Ambrose asintió, tratando de ocultar su decepción.
—Es bueno verte, Tanya —extendió la mano para tomar el cuenco, pero perdió el equilibrio y tuvo que aferrarse del respaldo de la silla para mantenerse erguido; el movimiento le causó tal molestia en el brazo que soltó un gruñido por el sorpresivo dolor. Se bajó a un lado del camastro con tanta naturalidad como pudo.
Tanya reprimió una risa.
Ambrose la fulminó con la mirada.
—¿Siempre te burlas de los heridos?
Tanya sacudió la cabeza.
—No siempre, sólo cuando su cabello es de un extraño color verde.
—Ah, es eso. Intentamos infiltrarnos entre los hombres de Farrow —comenzó a explicar, mientras tocaba su cabello inusualmente corto, pero Tanya siguió sonriendo—. Como sea, no se desteñirá con una lavada.
—Tendrá que teñirlo de un color diferente; ésa es la única manera —se sentó a su lado en la cama y se inclinó hacia él, bajando el volumen de la voz—. Pero ¿cuál elegirá? ¿Blanco por la reina? ¿O azul por el rey?
—¿Azul? El anciano rey usaba el púrpura como su color. ¿No tendría que cambiar Tzsayn toda su condenada ropa y pintura corporal ahora que su padre ha muerto?
—No, los colores reales se alternan según el rey. Así que el color de Tzsayn seguirá siendo azul. Cuando él tenga un hijo, ese hijo usará el púrpura como su color, tal como el padre de Tzsayn. De todos modos, espero que usted use el blanco. ¿O no se lo pintará de ningún color?
—¿Podemos conversar sobre algo diferente al cabello?
—No estaba conversando sobre el cabello, sir Ambrose.
Ambrose miró a Tanya de cerca.
—¿Te envió ella? ¿Por qué no vino personalmente?
—La reina sabe que si ella fuera vista con usted sería… desventajoso para su posición. Pero consulta su estado con los médicos todos los días.
—¿Fue ella la que envió los médicos? ¿No fue Tzsayn?
—Ella envía médicos a muchos de sus hombres, los cabezas blancas.
—Suenas como un político.
—Qué bien. Por aquí hay que ser como ellos.
—¿Y mi dama también es uno?
Tanya frunció los labios.
—Lo es. Pero la política por sí sola no ganará esta guerra. Ella necesita hombres que puedan mostrar lealtad y oponerse a Brigant… por más que hayan perdido mucho y puedan perder aún más. Necesita su apoyo, sir Ambrose.
—Siempre lo tendrá, Tanya. Lo sabes bien.
Tanya asintió, pero no respondió.
—¿Puedes contarme más? —preguntó Ambrose—. ¿Se encuentra bien? La última vez que la vi estaba encadenada a una carreta. De hecho, la última vez que la vi me estaba arrojando una lanza… Bueno, no a mí, a Boris. Así que déjame reformular la pregunta: ¿se encuentra bien la reina? La última vez que la vi estaba por matar a su hermano.
Tanya desvió la mirada un momento.
—Ya se recuperó de las heridas que recibió por estar encadenada a la carreta. Agradezco su preocupación al respecto. Su hermano era un monstruo. No creo que esté exagerando al decirlo. Y su muerte no es una carga que pese mucho en el corazón de mi señora.
Al pensar en el corazón de Catherine, Ambrose quiso saber más y se le escapó otra pregunta:
—¿Y Tzsayn? ¿Cómo está él?
—Recuperándose de sus heridas.
Ambrose arqueó una ceja.
—¿Sus heridas?
La joven parecía un tanto nerviosa cuando respondió:
—Heridas menores producto de su encarcelamiento. Pero no lo veo mucho; es un hombre ocupado. Ser rey es… un trabajo de tiempo completo.
¿Entonces Catherine se veía con Tzsayn? ¿Con qué frecuencia? ¿A diario?
Tanya parecía haber recuperado el aplomo cuando dijo:
—Seguimos en guerra, sir Ambrose. El rey tiene muchas responsabilidades, al igual que la reina. La posición de Catherine depende de muchas cosas, incluyéndolo a usted. Necesita su ayuda. Necesita personas a su alrededor que puedan combatir, liderar e inspirar.
—Entonces, ¿se me permite estar cerca de Catherine? ¿Puedo reunirme con ella?
Tanya sacudió la cabeza.
—No puede ser vista con usted, Ambrose, y mi señor sabe bien por qué. Si intenta verla, corre el riesgo de arruinar la reputación de la reina: de arruinarla a ella. Si en verdad la aprecia, y sé que así es, ella necesita su apoyo como combatiente, no como amante.
—Antes, cuando estábamos cruzando la Meseta Norte, ella quería que yo fuera ambas cosas —Ambrose habló en voz baja, dudando si debería haber mencionado esto, aunque su interlocutora fuese Tanya.
—Sí, ella me lo dijo. Y en Donnafon ambos aprovecharon cualquier momento para pasar tiempo juntos. Y por esa razón, la reina casi pierde la vida. Pero lo que ahora está en juego es mucho más grande, Ambrose. No es sólo la vida de Catherine la que pende de una balanza, también todas nuestras vidas. Ella es nuestra reina. Su honor tiene que estar por encima de todo reproche y su lealtad a Pitoria debe ser incuestionable.
—¿Y yo soy cuestionable?
—Mi señor es un buen hombre y un buen soldado, Ambrose. Y necesita demostrarlo.
—¿No lo he hecho ya?
Tanya sonrió.
—Todos debemos probarlo una y otra vez. Ahora disfute de la comida antes de que se enfríe.