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Prólogo de Gilmer Román, pastor

La única vida que merece ser vivida, es aquella que sigue viviendo aún después de ella.

Conocí al misionero Carlos Olsson en el año 1975. Llegó junto con su familia a nuestro pueblo con la misión de hablarnos de Cristo y, en medio de tanta adversidad y dificultades propias de la misión, logró desarrollar un trabajo que ha resultado en muchas vidas transformadas, pueblos evangelizados y casi un centenar de iglesias plantadas en ciudades y naciones. Constituye un legado digno de ser entregado como ofrenda de olor fragante al Señor de la misión.

Su amor por Dios, su sencillez de presentar el mensaje de salvación, su pasión por las almas perdidas, su visión de predicar el evangelio allí donde Cristo no había sido predicado estaba impregnado como un tatuaje en su vida toda.

En él calza muy bien aquella frase: «predica y cuando no puedas habla» pues su predicación y enseñanzas eran de ejemplo, aprovechando cada oportunidad para dar testimonio del amor de Dios. Aquello nos sirvió de inspiración y desafío en la tarea de evangelización.

Carlos, su esposa Anita y su pequeña hija Anky fueron aquella semilla divina que sembraron sus vidas entre nosotros. Esperaron con paciencia que el fruto aparezca, lucharon contra toda oposición y lo hicieron en las fuerzas del Espíritu de Dios. En su casa, todos los días muy de mañana se leía la Biblia y nos enseñaron a los nuevos convertidos a venir al templo cada día para orar juntos a las 6.00 a.m. Sus vidas consagradas y su profundo amor por Dios transmitían una espiritualidad y fortaleza que constituyó el fundamento clave en el trabajo de su misión.

Conocí al Señor Jesús gracias a la predicación del pastor Carlos Olsson, pero más profundamente por su vida como siervo de Dios. Agradezco a Dios por ser él un instrumento de bendición, por su influencia extraordinaria como mi padre espiritual. Si es que logré enderezar mi camino y ser hoy un siervo de Dios, es gracias a lo que Dios hizo por medio de él. Fue el padre que necesitaba, el pastor que me formó, el amigo que me valoraba. Él creó el espacio y la oportunidad para que yo pueda servir a Dios y luego convertirme en su consiervo. Así iniciamos una maravillosa experiencia de trabajar tantos años juntos en la misión del Maestro.

En las páginas de este libro encontrarás la historia de las vivencias de un siervo de Dios que fue fiel al llamado divino, que tomó la decisión y asumió el costo de realizar un trabajo apostólico entre los más necesitados.

Dios, el Alfarero, hizo de él un vaso de honra y multiplicó el fruto de su ministerio, sólo para su gloria.

Con profunda gratitud,

Gilmer Román

Pastor de Assemblée de Dieu de la Cerdagne

Osséja, Francia, 1 de junio de 2020

En las manos del alfarero

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