Читать книгу Comentario de los salmos - Samuel Pagán - Страница 25
TEOLOGÍA EN LOS SALMOS
ОглавлениеComo el libro de los Salmos presenta en sus poemas la vida misma en sus diversas manifestaciones –y como también ponen en evidencia sus complejidades sociales, económicas, religiosas, sicológicas, políticas y espirituales–, la teología que articula no es sistemática ni especulativa50 . La teología y el conocimiento de Dios en el libro de los Salmos emergen de las vivencias cotidianas del pueblo, y surgen en medio de las relaciones diarias de la comunidad, en las cuales puede verse manifestada la acción divina. Ese tipo de teología –que muy bien puede catalogarse como «inductiva», «popular» o «contextual», en el mejor sentido de esas palabras e ideas– toma seriamente en consideración el panorama complejo y amplio de la vida, y pone de relieve los temas y asuntos que tienen gran importancia existencial para el pueblo de Israel y para sus líderes religiosos51 .
Y como uno de los asuntos de más importancia en la vida es la felicidad, los dos primeros salmos presentan y exploran ese fundamental tema de forma destacada, e identifican y subrayan el tono teológico y el propósito pedagógico de la obra: «Es bienaventurada la gente que...» (Sal 1.1)52 . La persona feliz, dichosa, alegre y bienaventurada es la que confía en el Señor y no presta atención a los malos consejos. Esas personas son las que descansan y meditan en la «Ley del Señor» –que en el idioma hebreo, más que reglas inflexibles y reglamentos áridos, significa «instrucciones» o «enseñanzas»53.
El segundo salmo continúa ese tema de la felicidad verdadera, y añade el elemento del «refugio» (Sal 2.12), que pone en evidencia clara los temas de la confianza y la seguridad en la presencia divina. Los hombres y las mujeres felices son los que incorporan las enseñanzas divinas al estilo de vida, y las que se refugian en el Señor en el momento de la dificultad.
Desde el comienzo mismo del libro, los Salmos revelan asuntos teológicos, existenciales y religiosos de importancia capital. Y uno de ellos es que la felicidad plena en la vida se relaciona con las alabanzas a Dios y con el reconocimiento y la aplicación de sus enseñanzas. En el Salterio se afirma continuamente que la alabanza y las oraciones generan dinámicas de esperanza, salud, bienestar y liberación en los creyentes. Y esas manifestaciones divinas, que producen en las personas sentido de futuro, seguridad y porvenir, se fundamentan en la naturaleza de Dios, que se pone en clara evidencia en su nombre54 .
La importancia del nombre personal de Dios en el libro de los Salmos no puede ignorarse ni subestimarse55 . En efecto, el nombre divino revela un extraordinario sentido de identidad, pertinencia y pertenencia (véase Sal 8; 66; 68; 69; 92; 113; 145), pues son sus intervenciones históricas en medio de las vivencias del pueblo las que hacen que la comunidad le adore y le sirva. El Dios del Salterio es Yahvé56 –Jehová, en las traducciones Reina Valera–, que también es el Dios de Abraham y Sara, de Moisés y María, y de David y Rt; además, es el Dios de los profetas, y el Señor que intervino en la historia de su pueblo en Egipto, el desierto, el exilio y el período de la restauración. En los salmos, Dios nunca es visto o entendido como una divinidad menor, sino como el Señor «rey de Sión, su santo monte» (Sal 2.4-6). En efecto, el nombre del Señor comunica lo fundamental del misterio y de la maravilla de la revelación divina, pues transmite las ideas teológicas básicas de vida, identidad, presencia y permanencia.
La importancia del nombre de Dios en el Salterio salta a la vista al descubrir las repetidas veces que se utiliza57 . ¡En ningún otro libro de la Biblia el nombre divino es utilizado con tanta frecuencia! En 691 ocasiones se usa la grafía hebrea larga de Yahvé –o Jehová, en Reina-Valera–; en 40 instancias se emplea la manera abreviada de Yah; y en otras 437 veces se alude a las diversas formas de El, Elohim o Eloah. A esas importantes referencias debemos añadir los numerosos epítetos divinos, que destacan algún componente fundamental de su extraordinaria naturaleza: p.ej., Señor, Padre, Madre, Roca, Refugio, Pastor, Omnipotente, Altísimo, Justo y Rey.
Las diversas metáforas que utilizan los poetas bíblicos para referirse a Dios se relacionan íntimamente con el desarrollo social, religioso, político, espiritual y económico del pueblo a través de los años58 . De acuerdo con los estudiosos y eruditos de la simbología religiosa, las percepciones de las divinidades antiguas se asocian directamente con las transformaciones comunitarias; es decir, que los autores antiguos imaginaban sus dioses de acuerdo con sus experiencias de vida. La cotidianidad jugaba un papel protagónico en el desarrollo de la imaginación y la creatividad literaria.
En primer lugar, hay imágenes que se relacionan con la vida agraria y nómada del pueblo, y asocian a las divinidades con los aspectos físicos e incontrolables de la naturaleza –p.ej., rocas, astros, agua, tormentas, fuego– y los describen como fuertes e impredecibles. Posteriormente, cuando los grupos nómadas se hacen sedentarios y desarrollan ciudades-estados, las ideas en torno a las divinidades se relacionan con las imágenes de reyes, guerreros, soberanos, o con los conceptos de poder, autoridad, firmeza, violencia. Finalmente, las sociedades, cuando se desarrollan aun más, con el paso del tiempo, enfatizan los algunos componentes fundamentales relacionados con la vida familiar e íntima, y representan sus divinidades de formas más cercanas, personales y familiares –p.ej., como padre, madre, hermano, amigo, vecino, ayuda–.
De particular importancia en torno a las imágenes de Dios en el Salterio es su afirmación continua y relación insistente con las ideas de poder, autoridad, señorío y realeza. Para los salmistas, en efecto, Dios es rey. Y aunque con el tiempo, particularmente luego de la crisis del destierro y el exilio en Babilonia, la institución de la monarquía en Israel perdió su eficacia y poder real en el pueblo, las imágenes de Dios como rey supremo, soberano absoluto y Señor poderoso no decayeron; al contrario, esas imágenes tomaron dimensión nueva en las teologías mesiánicas, escatológicas y apocalípticas.
Las afirmaciones de Dios como rey tienen en el libro de los Salmos gran importancia literaria y teológica. La metáfora del reinado del Señor está ubicada en el centro mismo de la teología del Salterio, pues revela las percepciones que el pueblo y los salmistas tenían de Dios, a la luz de las comprensiones y realidades políticas, sociales y religiosas de esa época monárquica. Esa metáfora se amplía aún más con el uso de verbos y adjetivos que revelan una red extraordinaria de relaciones sociales, formulaciones filosóficas y afirmaciones teológicas. Y la base de esa teología real se manifiesta claramente en el importante clamor litúrgico: «¡El Señor reina!».
Uno de los vectores que le brinda sentido de dirección literaria, cohesión teológica y profundidad espiritual al Salterio es ese fundamental tema del reinado universal de Dios. Los Salmos, en torno a ese particular y destacado asunto, desarrollan una serie de enseñanzas que constituyen su contexto teológico básico y su fundamento religioso principal. Junto al nombre del Dios que reina sobre el universo y sobre las naciones, se congregan sus súbitos para orar, clamar, interceder y adorar, y también para reconocer su autoridad, misericordia, virtud, amor y poder (véase Sal 24; 29; 47; 93; 96; 97; 98; 99). Los Salmos son las alabanzas y las proclamaciones de la gente que celebra y afirma que el Dios bíblico es rey y soberano. Sus plegarias están llenas de referencias directas e indirectas de esa indispensable y fundamental comprensión teológica. En efecto, el Dios de los Salmos es rey59, y la manifestación extraordinaria de su soberanía es una característica fundamental de su esencia.
El Dios que es rey tiene sus escuadrones y milicias, imágenes que se ponen claramente de manifiesto en la construcción lingüística «Yahvé Tsebaot», que ha sido tradicionalmente entendida y traducida como «Señor –o Jehová– de los ejércitos». Esta construcción del nombre divino puede ser una referencia a las legiones celestiales y terrenales (Sal 103.21; 148.2) o a los ejércitos de los astros (Is 34.4; 40.26; 45.12; Jer 33.22), y también puede ser una alusión a la totalidad de la creación, tanto en los cielos como en la tierra, que responden a las directrices divinas con obediencia y respeto militar (Gn 2.1; Sal 33.6). La expresión también puede ser un adjetivo que describe el poder divino de forma superlativa; es decir, que nombrar al «Señor de los ejércitos» equivale a aludir a su poder extraordinario y a su virtud sin igual60 .
La enseñanza que afirma que Dios es rey también pone en evidencia dos valores de gran importancia bíblica y teológica: El rey divino es creador y salvador. Ese concepto de Dios como rey incluye la idea del triunfo contra las fuerzas del mal, que se manifiestan en la creación del universo (Sal 29; 93; 104). El rey divino estableció el orden y superó las dinámicas del caos que tratan de destruir la creación de Dios. Las fuerzas hostiles que se organizan contra el orden y la paz son únicamente superadas por la intervención maravillosa del rey creador, que tiene la capacidad y la voluntad de superar esas dinámicas de desorden y desintegración (Gn 1.1-3).
En el fragor de esa gran batalla cósmica se manifiestan la santidad, la justicia y el poder de Dios, y el reinado divino se reconoce, celebra y aprecia. Dios salva a la humanidad y la creación del caos, y propicia un ambiente adecuado de justicia y paz. Los cielos y la tierra existen por la voluntad divina, y por su amor y misericordia se mantienen. El Dios que es rey en medio de su pueblo es también quien mantiene el orden que estableció desde el principio. Su soberanía y extraordinario poder no solo se manifiestan en los relatos de creación (Gn 1–3) sino que su voluntad de justicia y paz se revela en sus continuas intervenciones históricas para mantener el orden y superar el caos en medio de su pueblo y de la humanidad.
El pueblo de Dios está inmerso en los procesos históricos en los cuales se manifiesta la injusticia y el dolor. Los Salmos son plegarias y clamores que sirven para responder a esos grandes conflictos de la vida. El Dios que es rey está al lado de su pueblo para ayudarle en el momento oportuno, y las oraciones del Salterio son demostraciones claras de esa relación íntima entre el rey y su pueblo. Las voces de los salmistas se levantan para presentar la teología del reinado de Dios en medio de sociedades injustas y hostiles. La declaración «Dios reina» es una certera afirmación teológica de fe y esperanza, que revela claramente la confianza que los adoradores tienen en su creador. La afirmación revela el poder divino al establecer la tierra y su capacidad de gobernar con justicia y equidad.
Junto a la teología del reinado divino se incluyen otros conceptos de gran importancia: p.ej., el Señor es guerrero y poderoso en la batalla (Sal 24.7-10); y, además, es juez (Sal 9.7), pues su intervención militar le prepara para establecer su trono con justicia (Sal 105.7). La manifestación de la justicia –que es a la vez punitiva y salvadora– es una forma de intervención divina que mantiene el poderío y la autoridad del Señor sobre la tierra. Y en la afirmación y administración de su reino, el Señor es juez de las naciones (Sal 9–10; 96), de los dioses paganos (Sal 82), del pueblo de Dios (Sal 50) y de los individuos (Sal 94).
La afirmación «el Señor reina» incluye también una serie importante de atributos que contribuyen significativamente al desarrollo de la teología del Salterio. Como Dios es el gran rey sobre toda la tierra (Sal 145), su señorío se manifiesta en todas las generaciones, se grandeza es extraordinaria, su majestad es maravillosa, y su santidad y poder son irresistibles.
En ese contexto de los atributos divinos relacionados con el reinado de Dios, se destacan dos temas de importancia capital: su justicia y su amor61. El significado pleno de ambos conceptos hebreos sobrepasan los límites de la comprensión, interpretación y traducción castellana. La justicia divina se relaciona con su rectitud y su capacidad de implantar el orden, para superar las dificultades que traen desesperanza y desorientación a la humanidad. El concepto revela la preocupación divina por lo recto, y guía sus acciones para vindicar y restituir a la gente agraviada y necesitada, y para perdonar a las personas que imploran su misericordia.
El amor, por su parte, se relaciona con la misericordia y la fidelidad, y es el fundamento que afecta e informa el resto de las acciones divinas. El amor de Dios –en hebreo, hesed– se relaciona con el deseo y compromiso divino de responder adecuadamente a las necesidades humanas en el momento oportuno62 . Ese amor es eterno, que es una manera de destacar y afirmar su naturaleza extraordinaria y peculiar.
Otras ideas y valores teológicos fundamentales63 , que se desprenden del estudio de los Salmos, se relacionan con el pueblo de Dios, con la ciudad de Dios –Jerusalén, llamada también Sión–, con el rey mesiánico, con la Ley del Señor, con la respuesta humana a la revelación divina, y con los conflictos y las dificultades de la vida. Junto al tema del reinado del Señor se manifiestan otras preocupaciones existenciales de los salmistas, que revelan las percepciones teológicas de sus autores y de la comunidad.
La comunidad a la que se alude en el Salterio con regularidad se identifica con imágenes pastoriles –p.e. «referencias directas a los pastores y a las ovejas» (Sal 23)–, que ponen en clara evidencia las percepciones rurales y nómadas que tenían algunos escritores de esa literatura64. Las oraciones revelan el deseo humano por entender la existencia en términos de su relación con el Dios que es a la vez rey y pastor. Esas plegarias ponen de relieve la comprensión que el pueblo y los adoradores tenían de las intervenciones históricas de Dios con su pueblo; particularmente muestran la liberación de Egipto y la conquista de Canaán. La intervención redentora de Dios en medio de la sociedad ubica al pueblo como parte de la herencia divina (Sal 74.2).
La ciudad del gran rey es Jerusalén, a la que se alude continuamente como Sión. El Señor mismo escogió esa ciudad para que fuera morada de su nombre, que es una manera poética de afirmar su presencia en medio del pueblo. El Monte de Sión, de esta forma, se convirtió en la morada terrenal de Dios, en contraposición a su estancia eterna en los cielos. Jerusalén, por ser ciudad real, pasó a ocupar un lugar prominente en la teología del Salterio y en la reflexión bíblica; y su importancia se destaca continuamente al llegar a esa región geográfica de Palestina y «subir» a la gran ciudad (Sal 46; 48; 84; 42–43; 120–134; 137).
El regente terrenal de Sión, la ciudad del gran rey, es el monarca davídico, que ha sido designado con el importante título de «ungido» o «mesías», fundamentado en la alianza con al famoso rey de Israel (Sal 89; 132). En su reinado humano se representan los valores y principios del Rey eterno; y en sus formas de implantación de la justicia se revelan los pilares legales y morales que sostienen su administración. Al monarca de Israel se le concede la potestad de representar al Señor ante el pueblo y ante las naciones (Sal 2; 18; 20; 21; 45; 72; 110). El ordenamiento social y las disposiciones jurídicas necesarias para la administración efectiva del gobierno se fundamentan en la Ley de Moisés, que es una especie de constitución que contiene decretos, mandamientos y estatutos divinos.
Para el pueblo de Dios la Ley de Moisés es el distintivo (Sal 105.45; 147.19-20) y la norma que revelan su fidelidad y lealtad (Sal 25.10; 50.16; 103.17-18; 112.1). El monarca israelita, que es el rey ungido del Señor, conoce sus deberes y lleva a efecto su misión administrativa, política, social y religiosa al estudiar cuidadosamente la Ley y evaluar los mandamientos y las ordenanzas con rigurosidad (Sal 18.21-22; 89.30-33; 99.7). Esa Ley, inclusive, se puede convertir en instrumento de gran importancia para la salvación (Sal 94.12-15; 119), pues se entiende que su fundamento y autoridad emanan de la misma creación del mundo (Sal 33.4-7; 93.5; 111.7; 148.6). Los salmos que afirman la Ley de Moisés en el Salterio tienen una gran intensión educativa, pues ponen de manifiesto las virtudes de los mandamientos divinos, que responden a las diversas necesidades religiosas, sociológicas, políticas y sociales del pueblo.
El estudio de la teología en los Salmos revela también las respuestas humanas al reinado de Dios. Del análisis del Salterio se desprenden las diversas formas en que los adoradores se relacionan con Dios. Esas reacciones pueden ser de gozo y lágrimas, de triunfo y frustración, de alegría y tristeza, de alabanza y desesperanza, de perdón y odio, de amor y rencor, de gratitud y dependencia, y de humildad y orgullo. En los salmos se ponen de relieve las más diversas de las experiencias humanas, con sus integraciones y contradicciones, que se nutren y manifiestan en la vida misma.
El conflicto es una de esas manifestaciones humanas que se descubren en los Salmos. En efecto, el reinado del Señor incluye diversos niveles de conflicto, pues el Salterio no solo revela la victoria final y definitiva del Señor sobre las fuerzas cósmicas del mal, del caos y de la historia, sino que pone de relieve las luchas internacionales y nacionales, y los conflictos interpersonales y personales que se libran en los muchos frentes de batalla de la vida. Como el reino del Señor irrumpe en la historia a través de un regente humano, y enfrenta vicisitudes, problemas y desafíos propios de las instituciones sociales, políticas y religiosas de la época, la oposición y los conflictos son parte integral de la vida. Se oponen al reino divino las naciones paganas, la gente infiel y los dioses falsos, a los que se alude sistemáticamente en los salmos (Sal 9–10).
Ese mundo natural de conflictos continuos y contradicciones inesperadas presenta a los adoradores en sus realidades cotidianas y en sus vivencias inmediatas. Los seres humanos en el libro de los Salmos son figuras que deben enfrentar la existencia humana con sentido de fragilidad, finitud, mortalidad y vulnerabilidad. Los personajes del Salterio deben enfrentar las dificultades humanas y reaccionar a las complejidades de la vida con las herramientas que las personas mortales tienen para responder a los desafíos ordinarios y extraordinarios que les presenta la existencia. La teología de los Salmos no presupone gente con poderes extraordinarios que no están sujetos a las crisis personales, familiares, comunales, nacionales e internacionales. La gente que adora en el Salterio –y también la que se ve representada en sus poemas– es la que en la vida debe enfrentar las vicisitudes formidables, que reclaman lo mejor de su intelectualidad y moralidad.
El Dios que es también rey tiene una serie de atributos extraordinarios, entre los cuales se destacan los siguientes:
• Es creador de cuanto existe, pues todo lo hizo mediante el poder de su palabra (Sal 33.6-9).
• Es dueño de todo, pues como creador afirma su autoridad y señorío sobre toda la creación (Sal 103.19);
• Es providente, pues se acuerda de su creación para darle protección y para darle apoyo a las personas, los pueblos, los animales, las cosas y el mundo entero (Sal 145.15-16).
• Es el Dios de Israel, pues escogió a esa nación para que le representara entre los pueblos y fuera agente de su voluntad a la humanidad (Sal 135.4).
• Es bueno y bondadoso, pues derrama constantemente su amor sobre sus criaturas (Sal 100.5).
• Es legislador, pues reveló su ley a la humanidad y gobierna a los pueblos a través de esa legislación de gran contenido ético, espiritual y moral (Sal 19.9).
• Es misericordioso, pues manifiesta su amor extraordinario para perdonar a su pueblo (Sal 51.1-2).
• Es juez justo, que analiza el comportamiento de la humanidad y evalúa con rectitud sus decisiones (Sal 58.12).
• Y es santo, pues su particular naturaleza divina sobrepasa los límites de comprensión humana (Sal 139.6).
Con la afirmación elocuente «mi Dios y mi rey» llegamos al corazón de la teología del Salterio. Esa declaración de fe extraordinaria no solo es teológica y espiritual sino política, económica y social. Se relaciona con el reconocimiento de Dios como rey, y con la seguridad política y social que la presencia divina le brinda a la persona que adora. La frase supera las comprensiones tradicionales de la divinidad y pone de manifiesto el fundamento de la teología de los Salmos: Dios se relaciona con su pueblo no solo como su divinidad lejana y remota sino como su monarca cercano e íntimo, y esa relación histórica y espiritual revela la base misma de la confianza y las esperanzas de las oraciones individuales y colectivas.
Dios, que es rey supremo y eterno, tiene el deseo, la capacidad, el valor, la dedicación y el compromiso de responder a los clamores más íntimos de sus adoradores. Y esa afirmación teológica es fuente de esperanza y seguridad. Por esa razón espiritual, los pobres claman al Señor, y aún el alma sedienta del adorador se allega con humildad ante su presencia, para recibir la respuesta propicia y certera del Dios vivo que es, en efecto, rey (Sal 42–43; 62; 63; 130; 139).
La lectura cuidadosa del Salterio pone en evidencia que el factor básico que une los diversos tipos y géneros de salmos es Dios: Los himnos exaltan su grandeza y poder; las súplicas imploran su ayuda y misericordia; las acciones de gracias reconocen sus favores y su amor; los salmos reales dan testimonio del plan redentor de Dios hacia Israel y la humanidad; y los poemas educativos y sapienciales afirman y destacan los valores morales, éticos y espirituales que se desprenden de su revelación extraordinaria.
Esta comprensión teológica del Salterio nos lleva al tema de la escatología, que contiene afirmaciones religiosas de gran importancia histórica y que también goza de gran popularidad en algunos círculos eclesiásticos contemporáneos. De antemano, es importante indicar lo que entendemos en este estudio por «escatología», que tradicionalmente se define como el discurso sobre «las cosas últimas». En nuestro contexto, nos referimos a los momentos postreros de la vida de las personas y su futuro en la ultratumba; se trata, más bien, del destino que le aguarda a los seres humanos al final de sus días, y luego de la muerte. El Dios del Salterio, que ciertamente es rey de la tierra, el cosmos y la humanidad, tiene la capacidad de intervenir y decidir la suerte de los fieles y consumar el destino final de Israel, de todo el mundo y del cosmos.
La gran mayoría de los salmos, en la tradición del Antiguo Testamento, se hacen eco de las creencias tradicionales del pueblo respecto a lo que sucede más allá de la vida. Después de la muerte, las personas llegan al sheol –lugar que, en el pensamiento antiguo, se suponía estaba ubicado debajo de la tierra–; y allí permanecen en un estado en el cual no pueden alabar a Dios, que es una referencia poética a la infelicidad que se vivía (Sal 88.11-13; 6.6; 115.17; 141.7). Esa creencia hace que la teología de la retribución divina tenga gran importancia, pues afirma que las personas deben recibir en la vida el resultado de sus actos buenos y malos. Y aunque es motivo de preocupación la prosperidad de la gente malvada, el salmista confía que Dios intervendrá en el momento oportuno para hacerle justicia.
La comprensión adecuada y la aplicación sabia de la teología del Salterio que pone de manifiesto el tema del reinado divino, debe tomar en consideración la ideología que presuponen estas enseñanzas. Los salmos de la realeza del Señor, junto a los que presentan las imágenes de la figura del rey, incluyen las ideologías imperantes en esa época, que en ocasiones propiciaban la dominación y el imperialismo. Esas ideologías deben ser identificadas, analizadas y explicadas con criticidad, cautela y sobriedad.
Los salmistas, utilizando las herramientas literarias, teológicas, ideológicas y filosóficas que poseían en su época, presentaban al Dios que ejercía su voluntad por medio de los ejércitos y las armas. Y aunque el objetivo misionero del pueblo y sus líderes era anunciar y presentar las virtudes del único Dios verdadero, y también recordar y afirmar las promesas hechas a los antiguos patriarcas y Mtriarcas de Israel, lo hacían por medio de las guerras de conquistas que a veces tenían propósitos imperialistas. El presupuesto teológico parece ser que mientras mayor era el número de conquistas y triunfos, mayor era también la manifestación de la gloria divina.
Una lectura cristiana de los salmos, particularmente de los poemas del reino de Dios, le añade una nueva dimensión teológica y transforma la perspectiva antigua del Salterio. En Jesús, la importante convicción, afirmación y declaración de la realeza divina y el ejercicio del poder se llevan a efecto de forma diferente. Jesús es el rey universal, pero su ascensión no fue a los tronos humanos llenos de esplendor y pompas, sino a la cruz, que es símbolo de justicia, rectitud y esperanza. El objetivo de su ascensión no fue la demostración del poder para ofender, herir, cautivar y controlar, sino su deseo de dar vida y vida en abundancia a la humanidad (Jn 10.10).
Desde la cruz, el Señor, llama a la humanidad a seguir sus enseñanzas y atrae a los pueblos a sus mensajes, que se basan en la misericordia, el amor, la solidaridad y el perdón. El Cristo de la cruz no lleva a efecto un programa de conquistas imperialistas sino presenta que los mensajes de paz y justicia, las enseñanzas de amor y misericordia, los valores del perdón y el arrepentimiento, y las virtudes de la fe y la esperanza.
Los cuatro evangelios están de acuerdo en afirmar que Jesús es rey, y esas enseñanzas se manifiestan especialmente en las narraciones de la pasión. Sin embargo, la teología cristiana afirma, fundamentada en los discursos de su líder y Maestro, que los medios para adelantar el reinado del Señor en el mundo no es la violencia, ni la opresión, ni la conquista militar, sino las demostraciones concretas de amor, y el disfrute de la justicia, que es el resultado pleno y adecuado de la implantación de la paz.