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SIERVOS, ENEMIGOS, POBRES Y ENFERMOS
ОглавлениеEn el entorno del reinado de Dios –y también en medio de los conflictos humanos continuos–, el Salterio identifica a la gente que adora y ora como «los siervos» del Señor, y a las personas que se contraponen a la voluntad divina, como «enemigos». La palabra «siervo» en el Antiguo Testamento tiene una carga teológica particular65 . Identifica a las personas cuya vida, identidad, conducta y pensamientos se fundamentan en sus relaciones con Dios (Sal 16.2; 116.16), pues el Señor se deleita en el bienestar de sus siervos (Sal 35.27). Ese bienestar amplio en la vida, que en hebreo se identifica con la palabra shalom, alude a la felicidad plena y al disfrute absoluto de la paz, que emana de la creación de Dios y que se restaura mediante la salvación y redención divina66 .
El bienestar de los siervos y las siervas del Señor tiene serias repercusiones teológicas, espirituales, políticas, sociales, económicas y emocionales. Ese shalom divino produce en la gente que es sierva del Señor un sentido grato de paz, felicidad, bondad, salud, esperanza, integridad y seguridad, pues se fundamenta en la relación armónica y fiel entre la persona que adora y Dios. Quienes se oponen a esa relación íntima y afectan el shalom divino, ofenden no solo a la persona aludida sino a Dios mismo. Cuando se altera la paz y el bienestar humano se hiere la voluntad de Dios, que está seriamente comprometida con esos importantes conceptos.
Los llamados «enemigos» que se incluyen en el Salterio, son los que han afectado el shalom o la paz y armonía de la gente de bien o de la sociedad. Sus actitudes ingratas y acciones injustas van en contraposición a la voluntad divina. Esos enemigos individuales o nacionales que se presentan en el Salterio, no solo hieren y afectan a las personas, y desafían y retan la seguridad de las naciones, sino que se oponen a Dios y a su reinado de paz y justicia en el mundo. La hostilidad y adversidad de los enemigos no es vista en el libro de los Salmos únicamente como un esfuerzo humano para contrarrestar algunas iniciativas personales o colectivas, sino como una acción hostil que va en contra de la revelación del Señor a la humanidad.
Los siervos del Señor y los enemigos se identifican en el Salterio como los justos y los malvados, para relacionarlos con sus comportamientos, acciones y conductas. La persona justa es la que vive de acuerdo con los principios de justicia que se revelan en la Escritura y que se afirman en los Salmos. Por su parte, las personas malvadas son las que no aceptan los valores divinos como guías para sus decisiones y acciones. La gente justa, que teme al Señor y es fiel (Sal 85.5,9; 86.2; 116.15; 135.20), también se conoce por su rectitud y lealtad, pues el carácter y la dignidad de esas personas emanan de un sentido de confianza plena y seguridad en el Señor.
Los hombres y las mujeres que sirven al Señor piensan, actúan y viven de acuerdo al shalom divino. El bienestar de los individuos y de la humanidad no es el tema de la especulación hipotética sino el propósito fundamental de sus vidas. La gente malvada, por el contrario, vive de espaldas a la voluntad de Dios e ignora las necesidades humanas. La conducta que presenta este sector adverso y hostil de la sociedad revela arrogancia, prepotencia, violencia e injusticia (vea, particularmente, el Salmo 10). Y su prosperidad y triunfo temporero es motivo de preocupación y dolor para la gente justa, que puede superar esos sentimientos de frustración y preocupación únicamente confiando en las promesas de Dios (Sal 34; 37; 49; 73).
En las contradicciones humanas del reinado del Señor se incluyen dos términos de gran importancia teológica y espiritual: los pobres y los fuertes. Esas palabras describen nuevos niveles de sentido de los justos y los malvados. La persona pobre que clama al Señor en el Salterio (Sal 35.10) es también descrita como justa, leal, necesitada, humilde, menesterosa, débil y afligida. Es la gente que con sus fuerzas, voluntades, trabajos o esfuerzos no pueden prosperar, crecer, desarrollarse y superarse en la vida. ¡Dependen únicamente de la intervención divina! ¡Confían solo en la gracia de Dios! ¡Esperan la misericordia del Señor! Esos pobres, a la vez, son débiles y fuertes. Débiles en su condición humana, por la precarizad de sus realidades personales, y también fuertes por la esperanza que tienen, por la confianza que expresan.
La pobreza es primordialmente en las Escrituras hebreas una condición socio económica real y concreta; en efecto, es una situación que revela privación y necesidad, dolor y angustia, injusticia y desamparo. Es un mal político y social grave, y se convierte en escándalo teológico pues revela que los ideales del reino de Dios, tan importantes para la implantación de la justicia, todavía no se manifiestan plenamente en la humanidad. La pobreza en el mundo indica que las desgracias todavía azotan a la sociedad, pues hay personas que sufren graves injusticias económicas, con sus nefastas manifestaciones socio sicológicas, personales y familiares.
Los profetas anunciaron el día de la eliminación de la pobreza, a la llegada e implantación del futuro reino de Dios (Is 40.9; 41.27; 52.7). Y las bienaventuranzas de Jesús, de acuerdo con el Evangelio de Lucas, revelan esa misma perspectiva teológica (Lc 6.20-23). De acuerdo con el ideal bíblico, llegará el momento cuando se superarán las dinámicas humanas que generan pobreza y desesperanza en la humanidad.
El concepto de pobre en el Salterio no solo incluye ese importante componente económico tradicional, sino que incorpora nuevos niveles de sentido, en el cual se incorporan dimensiones físicas, emocionales, espirituales y sociales. La categoría de pobreza en los Salmos sobrepasa las percepciones económicas e incursiona con fuerza en niveles noveles humanos más íntimos y profundos. La pobreza del Salterio no está confinada a la realidad fiscal, pues describe un estado humano de impotencia que necesita la acción divina para ser superada. Es considerada, en ocasiones, como una actitud espiritual de entrega al Señor, pues la gente pobre reconoce su necesidad e impotencia. Ese tipo de personas, que reconocen con sinceridad su impotencia ante los grandes desafíos económicos de la vida, constituyen la gente bienaventurada, según el mensaje de Jesús en el Sermón del Monte (Mt 5).
El Salterio enfatiza la espiritualidad y las virtudes que se caracterizan por esa actitud de pobreza, que pudiéramos identificar como «evangélica», por su relación con el discurso de las bienaventuranzas de Jesús (Mt 5). Varios salmos compuestos luego del destierro en Babilonia (p.ej., Sal 121-125) idealizan la vida que llevan esas personas pobres: Son gente sencilla y humilde, aldeanos y aldeanas que viven en armonía con la naturaleza, personas que disfrutan la amistad, hombres y mujeres que celebran la paz. Y aunque no pueden articular discursos filosóficos elocuentes, sus expresiones ponen claramente de manifiesto la profundidad de sus experiencias religiosas y la extensión e intensión de sus convicciones espirituales.
Los pobres de Salterio son personas peregrinas, no solo en el sentido literal del término, sino en un nivel semántico más profundo. Sus vidas revelan un movimiento continuo de las realidades cotidianas a la presencia de Dios, simbolizada por las visitas al Templo de Jerusalén, que era prototipo de la morada ideal del Señor. Estas personas pobres se veían a sí mismas como parte del peregrinar del pueblo de Dios, que marchaba nuevamente en un éxodo novel desde Babilonia a la Tierra Prometida. Ese peregrinar continuará hasta que Israel y todos los pueblos se encuentren unidos por las mismas convicciones espirituales ante la presencia misma del Dios creador y salvador de la humanidad.
En términos humanos, corresponde al rey davídico responder al clamor de esa persona pobre, que requiere ayuda, apoyo y seguridad (Sal 74). Y quienes se presenten como pobres ante enemigos poderosos, pueden reclamar la intervención de Dios, que les escucha y responde en el momento oportuno (Sal 12; 14; 68; 69; 82; 102; 140).
Lamentablemente, los siervos y las siervas del Señor fallan, y sus pensamientos, motivaciones, decisiones y acciones no llegan al nivel de excelencia y pulcritud que se requiere en el reinado divino. Viven vidas que no son guiadas por los principios y criterios que sostienen el reino de Dios. Y aunque son pobres y se humillan ante la presencia del Señor, sus acciones han motivado la ira y el juicio divino. En el Salterio se indica claramente que aunque Dios les ama intensamente (Sal 78; 106), no tolera el pecado ni las acciones injustas (Sal 90). Sin embargo, aunque rechaza las actitudes adversas y desleales de los individuos y la comunidad, no actúa con ellos conforme a sus pecados (Sal 103; 130), sino que responde al clamor individual y colectivo con misericordia y amor (Sal 25; 32; 36; 39).
Una de las peculiaridades teológicas que se pone de manifiesto al leer los salmos es la relación íntima que hacen los poetas y salmistas entre las enfermedades y el pecado. Inclusive en ocasiones se indica que las enfermedades son producto de la ira divina, que se manifiesta en el cuerpo de las personas que han transgredido la Ley. Esa comprensión de las enfermedades como parámetros del juicio divino debe ser entendida de forma adecuada, a la luz de la teología cristiana. Una aplicación de esa comprensión teológica puede ser causa de crisis seria en personas que, aunque padecen enfermedades físicas, han decidido ser fieles a Dios.
En primer lugar, debemos entender la naturaleza del lenguaje poético y las imágenes del sufrimiento físico descrito en algunos salmos. Esa característica simbólica e imaginativa de la poesía del Salterio hace muy difícil asegurar que las expresiones de enfermedad en los salmos son literales o figuradas. Posiblemente, algunos salmos utilizan esas imágenes para enfatizar la naturaleza de la crisis y la importancia de la oración (p.ej., Sal 6; 32; 39; 41; 88; 103; 107).
Además, la comprensión y aplicación de las imágenes de enfermedad en los salmos debe tomar en consideración lo siguiente67:
• La singular relación entre las enfermedades y el pecado se manifiesta en oraciones específicas de personas particulares en ocasiones determinadas. Por esa razón, de esas afirmaciones religiosas no deben sacarse conclusiones universales que relacionen todas las enfermedades con el pecado de las personas.
• La fe que manifiestan los salmos no destaca la naturaleza y extensión de las enfermedades ni su origen biológico, sino enfatizan el poder divino como el que puede liberar a las personas de las calamidades físicas o emocionales. Para los salmistas, la vida entera y sus complejidades estaban a la merced de la intervención misericordiosa de Dios.
• Aunque la creencia de que el pecado humano podía producir enfermedades en las personas era común en la antigüedad, los salmos destacan que únicamente Dios tiene el poder y la capacidad de responder a las oraciones de los fieles para restaurar su salud y traer sanidad.
• Un tema que se destaca en esas oraciones, cuando se comparan con el resto de la Escritura, es la importancia de la confesión de los pecados, que revela un sentimiento de humildad y reconocimiento del poder divino en las personas. El ser humano que se allega a Dios con humildad y reconocimiento de su condición pecaminosa se expone a la gracia y al perdón del Señor.
• En el libro de Job se pone claramente de manifiesto que no todas las calamidades físicas y enfermedades son producto del pecado ni del juicio divino. Esa afirmación teológica es fundamental para comprender adecuadamente la relación entre el pecado y las enfermedades que puede manifestarse en algunos poemas del Salterio. El origen de las enfermedades es complejo y variado, y ubicar todas las enfermedades en relación al pecado humano es no hacer justicia al resto de la teología bíblica, particularmente la que se revela en el libro de Job.
• Las sanidades y liberaciones que Jesús de Nazaret llevó a efecto durante su ministerio en Palestina son signos extraordinarios del poder de Dios sobre Satán y los poderes de la muerte. De particular importancia es la relación que hace Jesús entre la sanidad y el perdón, que revela su firme deseo de responder a las necesidades humanas de forma integral. El propósito divino, de acuerdo con el ministerio de Jesús relatado en los Evangelios, es que los enfermos sean sanados y sus pecados sean perdonados.
• Finalmente, los salmos que relacionan la enfermedad con los pecados y el juicio divino no deben usarse para aumentar la ansiedad y la angustia a personas enfermas y agobiadas. El punto culminante de esos salmos es el reconocimiento del poder divino que tiene la capacidad de perdonar y sanar a los seres humanos. El Dios de los salmos sana a las personas fundamentado en su misericordia y amor.