Читать книгу Desplazados - Sara Téllez - Страница 13

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El niño Iniciación

El pequeño no demandaba nada, parecía colmado y el traqueteo de los pasos sucesivos lo acunaba. Para ella representaba una beneficiosa complicación aunque tuviera que llevarlo encima durante mucho tiempo, tanto en los viajes de ida como en los de regreso, y también a lo largo de las jornadas a cumplir en la empresa. Sería una responsabilidad ventajosa, aun en momentos de buena o mala expresión, sano o decaído, tumbado, sentado o erguido durante miles de pasos arriba y los mismos miles hacia abajo, en los movimientos rutinarios y en su puesto de trabajo.

Empezaba de nuevo la jornada ordinaria y ella iba bajando por la larga vía labrada por cientos de recorridos, dejando atrás un badén en curva para continuar por un irregular camino de descenso, en cuyo final se distinguía la masa oscura formada por los cuerpos de quienes habían llegado previamente a la parada del transporte, concentrados todos en apretadas filas serpenteantes para acoplarse al terreno de alrededor, bien cercanos unos a otros, opacando el entorno con sus siluetas muchas veces sobrepuestas.

Algunos estancieros todavía descendían hacia la dársena del sector, al igual que Harya, que no iba sobrada de tiempo porque su cobijo estaba en lo alto de la estancia, y se desplazaba relativamente despacio para equilibrar el fardo en el que iba el niño, aunque había agilizado su salida cuanto pudo. Lo importante era llegar al vehículo a tiempo, porque allí disponía de un sitio reservado, pero necesitaría alcanzarlo a empujones dentro del transporte repleto, abriéndose paso hasta llegar al asiento. En cuanto al pequeño, cuando ya pudiera desplazarse con firmeza por sí mismo, pasado el tiempo necesario, la descargaría de su peso y facilitaría sus movimientos con una rutina consistente.

Confiaba en no encontrarse nunca enfrentada a un conflicto con el transporte y que sus jornadas siguieran sin sobresaltos después de ese primer descenso juntos, rodeados por otra gente, todos silenciosos, concentrados, pacientes. Seguramente entretenían sus tiempos privados de algún modo durante la caminata y la espera en la dársena, hasta la llegada de su medio de desplazamiento, en el que viajarían con las apreturas que implicaba todo el trayecto.

Ya parada junto a los demás, esperando al vehículo colectivo, la campana de la estancia volvió a sonar a lo lejos una tercera vez y, obedientes a la agenda rutinaria, siempre idéntica, todos se removieron con impaciencia, silenciosos y expectantes al inicio de su viaje ordinario. Eran muchos, pero, de una u otra manera, todos cabían en el vehículo por llegar, porque las plazas estaban tasadas y el cupo herméticamente listado al completo.

Un desplazado nunca se plantearía una duda referente a la movilidad. Al final del viaje estaba su objetivo, su tarea, su puesto, su encaje con el sistema en toda su amplitud. Y en su exacto momento, con el ruido estruendoso de los frenos, el transporte llegaba.


Qué es el mundo: una conjunción aleatoria del tiempo y el espacio, salpimentada por escoria. Para qué está el mundo: para que la química se mixture y haga diabluras a ver qué ocurre. Para qué estamos en el mundo: para catalizar las mezclas. Y, por preguntar, ¿qué nos conforma en mayor medida, el tiempo o el espacio? Pues con el tiempo aparecemos y desaparecemos, pero en el espacio también aparecemos y desaparecemos. Al espacio no es que le importemos, dada su indiferente enormidad, ya esté compuesto por materia negra o blanca, pero el tiempo es inmaterial por sí mismo y debe de necesitarnos para considerarse activo, para reconocerse como elemento, y lo consigue al disponer de unos o de otros seres, naturales o virtuales, en cada momento sucesivo, encadenado o simultáneo, lo que da lugar a la aparición implacable —tanto como la existencia— de los torbellinos que se desarrollan dentro del espacio y a lo largo del tiempo. De modo que lo que nos conforma o no, nos conformemos o no, carece de importancia a todos los efectos del universo redundante.

Desplazados

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