Читать книгу Desplazados - Sara Téllez - Страница 19

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La empresa Todo va bien


En la empresa de Harya se iban repartiendo grupos de gente por distintos pasillos, cuyos muros estaban marcados con referencias desvaídas, solo comprensibles por la costumbre, en dirección a sus lugares de destino dentro de distintas salas. Inevitable y afortunadamente, también la encaminaban a ella, que se resentía ya del peso añadido y de acunar al niño para que no alborotase. Debía de sentirse incómodo, seguramente había desaparecido ya el efecto de los tranquilizantes y acondicionadores que le administraron en la caseta de asistencia y por eso mostraba su necesidad de atención, o tal vez anhelaba que la balsa que lo desplazaba se detuviera en dique seco.

Llegó a su planta y se encaminó hacia la columna de control, donde tenía que fichar, y que reflejaba el momento de llegada a su puesto de actividad. Allí estaba, a la espera, una pantalla rectangular titilando con ráfagas en verde neutro, así que introdujo la ficha en el artefacto, la fluorescencia se intensificó durante un momento y su destello mudó a un color más denso, indicativo de que todo estaba preparado, mientras que una tranquila rutina susurraba en las tripas de la máquina dispuesta para el inicio de las operaciones. Descargó el fardo, manteniendo al pequeño con ella en la cuna de viaje, pulsó el timbre encastrado en un lateral del instrumento, una, dos, tres veces. Y esperó mientras que el neutro se convertía en rojo, parpadeando, hasta que le respondió el responsable de la planta, convocado por la llamada.

—Diga por qué llama y la razón de su no asistencia en la jornada anterior.

—Tuve la criatura esperada y era la jornada de adaptación. Nos incorporamos ahora y debo presentarme en el área social.

—Proceda identificándose en toda entrada o salida.

La pantalla retornó de nuevo a su desvaído verde neutro, correspondiente a la situación de espera. Necesitaba salir de allí cuanto antes, ya que se detectaría que no estaba trabajando en la máquina sin haber llegado aún al cuarto social. Así que, sin más descanso, situó la ficha en posición de salida, a efectos del sector de control, recogió otra vez el fardo, reacomodó al niño y salió de nuevo al corredor. Al poco de deambular por allí, la detuvo un guarda.

—Dirección y motivo.

—Voy autorizada a sociales.

—El pase.

Harya le alargó la ficha que llevaba siempre dispuesta desde que entraba en la empresa. El vigilante la pasó por su pantalla portátil oficial, tecleó, se oyó repicar, apretó una tecla, miró atentamente hasta que la máquina expulsó la tarjeta y se la devolvió.

—Siga.

Continuó adelante, como si fuera una máquina de transporte programado, fardo caminante, ruta de obligaciones ordinarias, titular de todo aunque poseedora de poco, puente en la inanidad, fuente de rutina, y recorrió el tramo final hasta el cuarto social con el niño dentro de la bolsa que formaba la cuna a un lado y con el fardo al otro. No sabía la validez temporal de los quimios de difusión lenta que le habían dispensado al pequeño en la caseta sanitaria para evitarle complicaciones, contagios o secuelas que eran previsibles si no se conseguía la prevención en una primera asistencia. Había llegado el momento en el que debía obligatoriamente presentarlo en la empresa, y suponía que procederían a reponer lo que el niño precisara, además de otorgar las ventajas establecidas para el caso.

Muy diferente había sido la época que transcurrió para ella en compañía de su Madre mayor, donde los problemas de salud eran muy comunes cuando gente aferrada a tradiciones, que hubieran tenido que perderse definitivamente en la noche de los tiempos, se sustraían de la tutela institucional. No se les forzaba, quedaban relegados a sus propios recursos y arriesgaban complicaciones físicas importantes. Pero aquella osada permisividad de los tiempos pasados ya había desaparecido por su propia precariedad y, aunque ella todavía pudo percibir residuos de oposición individual contra las estructuras durante su lejana minoría, ya en su mayoría todo se había estabilizado en un lógico camino hacia la seguridad, al menos en mucha mayor medida que en la anterior época de Madre mayor, donde hubo tendencias trasnochadas y peligrosas.

Se detuvo ante la puerta social al distinguir sobre ella una roja luz que impedía del paso. Fichó en la máquina encastrada en el muro para justificar su llegada y cursar el aviso. Suspiró y decidió que mejor así, más tiempo tendría libre antes de volver a su puesto ordinario. Los inconvenientes, aunque existan en alguna medida, podían ofrecer ventajas… No es que rechazase su tarea, que era su principal ocupación, pero toda novedad resultaba estimulante durante un tiempo, aportaba variedad y era lógico darle alguna relevancia.

Dejó el fardo en el suelo y revisó al niño, mientras notaba el cuerpo dolorido de tanto desplazamiento. Dudó, ningún mal habría en concederse algún descanso, así que buscó un apoyo y se fue deslizando contra el muro y hacia el suelo, con el crío encima, mientras se iba sintiendo embargada de algo que podía ser tranquilidad, y esperó sin preocuparse.

No duró mucho la espera, la puerta se abrió y la luz cambió a azul mientras alguien, a quien apenas miró, salía. Empezó a retorcerse tratando de incorporarse antes de que, quien fuera, se enredase con ella y se produjera un accidente. Se puso en pie con cierta dificultad por la falta de espacio para moverse y, con la vista puesta en el niño, asió el fardo y traspasó el umbral, enfrentándose a lo que hubiera al otro lado. Y lo que había eran dos figuras cuyo uniforme expresaba su condición de pupilaje fijo en la empresa. Eran importantes, estaban especializados, la gente uniformada formaba parte de las unidades gestoras de todos los asuntos posibles.

—¿Quién es? —preguntó uno de ellos.

Ruido, movilidad y atención expresando movimiento, visión, átomos colisionando, cualquiera sabe qué. El mundo ¿es tal vez precisamente como parece ser y nos fuerza en una sola dirección? ¿O somos tal vez como no debemos de ser y nos inclinamos tozudamente hacia el objetivo, ignorando que somos dirigidos hacia el mismo por una fuerza externa a nosotros? Tal vez solo se trata de visión desenfocada, movimiento descontrolado, ruido exterior que nos oculta si estamos aquí, o pasa por alto que tal vez no estamos. Creemos que el sistema suena, aunque tal vez inventamos el concepto mismo del sonido. Puede que solo percibamos el esbozo de lo inmediato con visión reducida, movimiento parcial, ruido interior, y en lo más básico asumimos nuestra existencia inconscientemente, o nos hacen creer que la asumimos. Pero, bah, el valor de la búsqueda y la evaluación será cero, pues tales cualidades se basan en hechos y cosas, pero ¿y si todo resulta ser un fiasco imaginado, un montaje elaborado, un artificio de bambalinas en medio de ruido, movilidad, aturdimiento? Para concluir tal vez que aquí estamos porque aquí venimos y que, cuando aparecemos, aquí estamos. Para el caso tanto da, imaginado por real o real porque está imaginado, somos sus sujetos y, por muy pasivos que lo aceptemos, somos activos en nuestra propia creencia privada y mutua, luego no importa si efectivamente existimos, porque lo aceptamos.

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