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Al llegar Rutina y movimiento

Harya percibió, por reiterada costumbre, que se acercaba el final del desplazamiento habitual, que era, de hecho, el principio de su jornada efectiva. Después de discurrir por la recta vía de acceso a Ciudad Mayor —todavía oscurecida y aclarada a ráfagas por un progresivo gris inicial— el vehículo había estabilizado su movimiento y velocidad entre las montañas de destruido mortero y torcidos hierros que señalizaban por ambos lados el contorno del camino de aproximación. Entre las construcciones —derrumbadas o herrumbrosas— iban apareciendo a lo lejos algunos sectores en producción, que mostraban el hormigueo de las gentes procedentes de la parada de otros transportes.

El niño se removió con un murmullo de protesta y mostró un cierto esfuerzo. Harya lo acunó con rapidez y se calmó, lo que demostró otra vez su fácil manejo. Faltaba solo un poco más para llegar a la parada de destino, salir del artefacto y dirigirse hacia las puertas del edificio para iniciar la jornada, una vez hubiera recorrido los trescientos pasos desde la dársena final del transporte hasta el acceso a la empresa. Pero, antes de llegar a su objetivo, el vehículo traqueteó al atravesar por un sector viario local y por tanto antiguo e irregularmente conservado, donde había otra vez profundos hoyos rellenados con guijarros saltarines y murmuradores, que chirriaban y rebotaban en los bajos con un golpeteo metálico. Mientras tanto, la luz temprana se expandía ya a través de sombras lineales o quebradas, aumentando en intensidad por momentos. Entonces el motor aminoró y el nivel de ruido se elevó y bramó, a la vez que los sistemas de frenado rechinaron casi hasta lo imposible, soportable solo por habitual.

La gente se abalanzó, empujando y presionando al abrirse las puertas. Ella se incorporó a la multitud y se hundió en el río de ropas y cuerpos buscando salir con la mayor rapidez posible al exterior, a la luz libre. Haciendo escudo con el fardo situado ante el niño y a trompicones consiguió bajar la escala y apartarse un poco de la masa que la rodeaba y adelantaba. Aspiró el leve halo neblinoso con sensación de alivio, pero el pequeño no pareció opinar lo mismo, pues empezó a murmurar y removerse. Como necesitaba llegar pronto a los locales de la empresa, se puso en marcha con premura, con la bolsa en la que iba el niño colgando por delante de ella, ligeramente hacia un lado, y con el fardo sostenido en el aire con la otra extremidad.

Con un suspiro tranquilizador, Harya y su carga llegaron a la entrada del edificio. Abiertos de par en par los enormes portones, en cuyos bajos algunos sectores presentaban grietas oxidadas, iba moviéndose hacia el interior una multitud de la que ella formaba parte sin recibir mirada alguna, puesto que su nueva situación, acompañada por el pequeño, solo les importaba a ella y a la empresa.

Atravesó las puertas interiores de resguardo y entró, en ese momento el niño empezó a rebullir, incluso con urgencia, como si hubiera percibido un cambio de presión, quejándose. Se preocupó, pues aún le faltaba por recorrer parte de su camino e ignoraba si la criatura requería una atención inmediata, que en modo alguno podía otorgársele en esa parte del recorrido. Ni siquiera podía descansar durante un momento antes de llegar a su lugar de trabajo, donde dejaría el fardo para situarse en su puesto y dispondría de algunos instantes antes de comenzar. No obstante, consiguió tranquilizarlo mientras se incorporaba a una fila ralentizada, formada por gente que se encaminaba a una pantalla de verificación de identidad donde validaban sus pases.

También a ella le llegó el momento, situó su tarjeta mientras trataba de mantener calmado al niño a la vez que, elevando la mano con la que debía fichar, intentaba evitar que su fardo terminara en el suelo: si se caía y tenía que pararse a recuperarlo, con las dificultades añadidas de llevar encima al pequeño, detendría el discurrir normal de la fila y los retrasos que los demás sufrieran le serían impuestos a ella misma y a su costa. Su expediente temblaría con tantos puntos negativos. No obstante, consiguió mantenerlo todo bajo un difícil control y, unos momentos después y con agitación, recorrió el trayecto final hacia su puesto.

¿Alguna vez se le ha consultado a alguien, imparcialmente, para conocer su valoración fundada sobre el curso conocido de la existencia? Puede que sí o puede que no. Pero, dada la duda que seguramente se produciría en la mente consultada respecto a esa evaluación personalizada, resultaría que tal opinión, una vez multiplicada por los millones de individualidades correspondientes, ¿sería de utilidad para resolver situaciones, impulsar mejoras, reconocer deficiencias, aceptar imposibilidades, expandir soluciones? Las estadísticas igual pueden servir para apuntalar el progreso que para justificar el receso. Ya sabes, consisten en esa anticipación teórica y artificial que realizan las máquinas que se basan en hechos aislados que se elevan a globalidad, y del resultado sacan conclusiones y de ellas las decisiones sobre información o desinformación general. Algo parecido a trasponer como posibles las catástrofes filmadas, en el área de la creación audiovisual, cuando se detecta el meteoro que viene a reventar la mitad del mundo y degradar hasta mínimos la otra mitad, pero que, para evitar algaradas de pánico, previsiblemente agresivo, no se avisa con anterioridad a la población, esparcida en miles de millones por un planeta amenazado, porque las élites dirigentes deciden mantenerlo en secreto, supuestamente para que no se dediquen al saqueo. ¿Y saqueo para qué, si la electricidad va a desaparecer, las redes reventarán y los esquemas sociales, si es que alguno se mantiene, serán caóticos? Como unos lo harán por taimados, creyendo preservar sus existencias, otros por ignorantes de las consecuencias, los terceros por timoratos inactivos, lo que la estructura global preestablecida pretenderá conseguir con la desinformación es garantizar la pervivencia de los sectores que controlan los medios, las informaciones, las complicidades, las previsiones o las soluciones, pero siempre tratando de ser los menos afectados por los trastornos, las catástrofes o las complicaciones. En resumen, para que no se les culpe del desastre o se les exija su responsabilidad, intentan ser molestados lo menos posible por la multitud, cualquiera que sea la situación sobrevenida… mientras que van organizando su salvación personal, en la permisividad de un caos en el que los indefinidos e ignorados «otros» se quedan a su eventual suerte, tal vez bien merecida. Pues lo mismo…

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