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V. Posesividad y generosidad

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Tu amor, y con ello tu ser, está en cada melodía de la creación, en cada soplo de viento, en cada rosa y en cada rayo de luz. Tu amor, y, por ende, tu ser, está presente en todo lo que es. Pues aquello que hace que todo sea es lo que hace que tú seas.

Hemos repetido en reiteradas oportunidades que esta obra va dirigida a la sanación de la memoria. De la memoria divina que vive en ti. Recordar la verdad es de lo que se trata todo esto, que hemos venido a regalaros por amor y se compila en estas palabras llamadas "La morada de la luz". Compartiendo la verdad con vosotros es como la retenemos en nuestras mentes y corazones. Compartiéndola es como hacemos que no nos olvidemos de su belleza, magnificencia y resplandor. Esta es la razón por la que siempre os estaremos agradecidos al permitirnos compartir, con vuestras mentes y vuestros corazones, la sabiduría de Dios, en cuya verdad eterna todo lo que es santo resplandece en una luz cuyo fulgor es más resplandeciente que el sol.

Amada de las alturas, lo que estamos recordando es que no necesitas poseer nada, pues todo lo que es verdad te pertenece, ya que eres la totalidad. Dicho llanamente, la creación no es otra cosa que el espejo en donde puedes ver reflejada tu belleza, vastedad y santidad pues para eso existe, para que te conozcas en Dios. Cuando mires la creación recuerda que estás viendo al Padre y con ello a ti misma, pues solo en Dios puedes verte a ti, ya que Dios y tú son uno y lo mismo.

La compulsión de poseer es lo contrario a la generosidad. Este deseo compulsivo de poseer surgió como respuesta ante la nada del ser que percibías ser. Al negar el ser, es decir, al negar el amor, consideraste que eras poco y casi nada. Y de alguna manera, utilizando tu memoria celestial, que te permitía conocer perfectamente que ser y tener son lo mismo, intentaste ser más por medio de poseer más. Siempre más, para ser eternamente más ser. Poseer para ser más es la base de los mecanismos mentales egoicos. Y como todo lo que era del ego, no funcionó. Recuerda que el ego nunca logra, ni logró su cometido. El ego prometía pero no cumplía. No porque fuera pecaminoso sino porque no podía.

El ego, y con ello la compulsión de poseer, fue un experimento fallido. Sí, eso fue. ¿Acaso la vida no es ineficiente y desordenada en cierta medida? ¿Por qué crees que los procesos creativos de Dios no pueden ser simplemente eso, procesos que vienen y van, los cuales no siempre tienen por qué ser eficaces? En fin, todo esto ya lo sabes bien. También sabes que ya no estamos en la era del ego. El ego se ha ido para siempre. O, mejor dicho, lo has abandonado. Ahora estamos desarticulando los patrones mentales que quedaron asidos como costumbres del pasado, como si fueran cadenas que cuelgan alrededor del cuello que, aunque no están atadas a la pared y, por ende, podríamos movernos libremente, nos dificultan el andar por causa de su peso y molestia. Esas cadenas son las que nos estamos sacando de encima serenamente. Se salen tan solo dejándolas a un lado. Todas se resumen en el deseo de poseer.

Elige solo el amor: Déjate amar

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