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El desposorio espiritual

Un mensaje de la santísima virgen María

I. Preludio

Amadísimos hijos de la madre de Dios. Hoy comienza un nuevo año en vuestro calendario humano. Una convención de la que el universo no se hace eco, pero vuestras mentes humanas sí. De tal modo que, desde ese lugar de vuestra humanidad, que es el aspecto práctico de vuestras mentes, podemos movernos hacia la verdad que no tiene límites y que, por ende, es pura abstracción. Hoy, siempre hoy, y en todo tiempo, es un tiempo perfecto para comenzar de nuevo dejando atrás todo lo vivido y renacer a la verdad increada que es siempre eterna novedad. Tal como vosotros hacéis en vuestro mundo, que celebráis la despedida del viejo año y abrazáis de algún modo el nuevo que llega. Haced eso todos los días de vuestras vidas en el mundo, mientras estéis en él. Hacedlo incluso a cada instante de vuestra existencia en el plano físico. Renaced a la gracia cada día. Renaced al amor a cada instante. No os olvidéis nunca de vuestra maternidad divinizada. Se os ha dicho que sois madres.

Hoy, en este tiempo de creación de lo nuevo, o mejor dicho de su enraizamiento en el reino de la forma, hemos venido en la esencia de la maternidad de Dios que mora en vuestro ser. Potencialidad creativa sin límites que procede de la pura potencialidad del amor que sois en verdad.

Soy vuestra madre del cielo. Soy María. Este es mi tiempo. Tiempo de gloria y plenitud. Tiempo de ternura y de expresión perfecta de la dulzura del amor que Dios es. Tiempo del triunfo. He venido una vez más, rodeada de un coro de incontables seres celestiales que alaban perpetuamente al Dios-amor que Cristo es. Un coro que es alabanza perfecta, tal como vosotros estáis llamados a ser. Sentid el gozo de la alabanza de los ángeles de Dios, que junto a mi inmaculado corazón de madre del amor se escucha en la creación y se hace eco en las almas que han tomado la opción del amor. Entre ellas estás tú, amadísima mano amiga, alma que el Padre de todo ser verdadero llama escriba del cielo, alma bien amada. Alma mansa y humilde de corazón. Y también tú, quien recibes en este momento estas palabras. Sí, también tú. Pues estas palabras resuenan en todos los corazones al unísono, tal como ya se os ha dicho en varias oportunidades. Recordad, hijas e hijos de la madre de Dios que no existe el tiempo, salvo en la ilusión del mundo. Por ende, todo ocurre al unísono en la creación.

Conforme estas palabras son escritas o escuchadas, a medida que la voz del amor que procede de la fuente de la creación se hace palabra humana y toma forma en los símbolos que aquí se expresan, toda la creación es afectada por medio de una luminiscencia que hace crecer cada vez más la aureola de luz de santidad que envuelve a las almas. Hoy no podéis ver esto, pero os aseguro en espíritu y verdad que lo veréis a su debido tiempo, pues veréis lo que es eternamente verdad. Cada tiempo de unión deliberada que pasáis con el Cristo viviente que vive en vosotros, hacéis caer una lluvia de bendiciones que riega la tierra con vuestro amor. Hacéis soplar el viento del Espíritu Santo, refrescando los corazones agobiados. Y el amor de Dios se extiende, por vuestro intermedio, hasta los confines del universo, como si fuera en lenguas de fuego que dan calidez y no queman.

II. Amor, unidad e igualdad

Es cierto, en alguna medida, que habéis perdido en parte la capacidad de ser conscientes del poder de vuestras almas y, muy específicamente, del de vuestros deseos y vuestros pensamientos. Sin embargo, vais recordando cada vez más, os vais haciendo cada vez más conscientes, no solo acerca del poder que reside en vosotros como expresión perfecta de Dios que sois, sino también de la unidad que sois con todo.

Hijas e hijos del amor, lo que es conforme Dios lo estableció, no dejó de ser tal como eternamente es y será. De modo tal que os invito a recordar que sois canales de Dios. Todo lo que pensáis y deseáis en amor se extiende a toda la creación sin límites que el Padre creó. No podéis evitar eso. La extensión del amor no requiere de la consciencia particular. La vida no necesita de aquello que le permite ser percibida para ser la que es. Tampoco la verdad. Tampoco vuestra santidad. Con estas palabras intento deciros que cada vez que leéis esta obra o escucháis lo que aquí se expresa, cada vez que os unís con el pensamiento, con la palabra o con vuestros sentimientos al amor divino, la luz de Cristo que sois se extiende a todo vuestro ser y a todo el mundo.

Cada instante que pasáis leyendo estas palabras y toda palabra que toma forma, bajo la expresión de aquella alma que se hace llamar por lo que es, "un alma enamorada". Cada vez que elegís deliberadamente pasar un tiempo a solas con vuestro Dios, bajo esta forma particular de expresión del amor divino (sin importar que la recibas en su totalidad o en parte, con tal que la acojáis con amor y apertura de corazón y mente) estáis estirando el manto del firmamento con vuestras manos y lo extendéis hasta cubrir cada vez más la tierra.

Hijos míos, una vez más os digo con amor, vosotros sois el cielo y la tierra. En vosotros, solo en vosotros, es donde se reunirá lo que estaba disperso. En vuestras almas es donde lo divino y lo humano se hacen uno. En vuestro interior es donde nace el nuevo mundo. En vuestros corazones es donde el nuevo Adán se hace Jesucristo y la nueva Eva se hace María Cristo. No os detengáis en las palabras, id más allá de los símbolos, a la verdad que buscan representar. Y entended lo que se os está diciendo. Tenéis en vuestras almas la semilla de todo lo que puede ser creado dentro de la pura potencialidad del ser. De tal modo que aquí y ahora podéis traer el amor al mundo. Aquí y ahora podéis ser el nuevo cielo y la nueva tierra. Aquí y ahora podéis ser el reino de los cielos manifestado en la forma.

Escuchad, hijas de la verdad que sois. Escuchad con atención a vuestra madre celestial que ha venido a daros un poderoso mensaje en este día de renovación y renacimiento a lo nuevo. Escuchad con alegría. Tened en cuenta que este es un diálogo directo entre el alma enamorada y su madre, la madre del amor. Es el diálogo perfecto entre tú y yo. Diálogo de amor. Diálogo de verdad. He venido con amor a deciros que a partir de este momento abandonéis para siempre la imagen que tenéis de mí como madre, maestra y co-redentora, para que paséis a abrazar la verdad acerca de mi igualdad con vosotros, tal como lo habéis hecho con mi divino hijo Jesús. Hija mía, soy tu madre y tú eres mi hija. Alma amada, eres una conmigo como siempre lo es toda madre con su hija. Te pido de todo corazón que comiences a ver la perfecta igualdad que existe entre tu ser y el mío.

III. Esposa de Cristo

Hijas e hijos míos, ya no soy la madre del niño lactante. Ya no soy la educadora del hijo pequeño que va creciendo en gracia y sabiduría. Ya no soy la madre que guía. Ni la madre de la fortaleza que acompaña a su hijo a la cruz. Ya todo eso ha sido completado en perfecta compleción. Todo eso quedó atrás. Ahora damos un paso más. Maduramos en nuestra fe. Ahora somos madres las dos. Vuestras almas y mi ser. Del mismo modo en que los cachorritos pasan a ser padres y madres a su debido tiempo y los retoños engendran hijas e hijos. Del mismo modo ocurre con vuestras almas. Ese día en que vuestra maternidad fecunda es hecha realidad en vuestros espíritus ha llegado. Ese día es hoy.

Te estoy pidiendo, como madre del nuevo ser que eres, que comiences a meditar profundamente y con alegría la verdad que te estoy revelando con amor. Ha llegado el tiempo en el camino de tu alma en el que debes aceptar que ya no eres una niña, ni una joven infructuosa, sino una doncella fecunda, tal como yo lo he sido y lo soy por siempre. He sido llamada acertadamente "la doncella de Israel". Si se entiende bien esta expresión, se refiere a la condición de la esencia del alma pura. El estado virginal de fecundidad maternal del ser creado por Dios.

Amados míos. Así como el cuerpo nace estéril, pues no puede engendrar mientras es pequeño, pero va creciendo hasta llegar a tener la capacidad activa de ser fecundo (cosa que antes tenía solo como capacidad potencial), del mismo modo ocurre con vuestro ser. Vuestro ser es uno que puede ser fecundado por el espíritu tal como lo ha sido y es el mío eternamente. Vosotros sois fecundos. Ya estáis preparados para engendrar tal como yo engendro. Esto es lo que se quiso decir cuando se os dijo que mi maternidad es vuestra, pues no existe nada en mí que no sea de mis hijos.

El espíritu engendra lo espiritual, del mismo modo que la carne engendra lo que es carne. Este es un llamado a que comiences a ser madre fecunda en el espíritu. De la misma manera en que mi fíat reemplazó a la negación del amor que llevó a la pérdida del paraíso terrenal, hoy te digo a ti, en el cielo de tu mente santa y desde mi corazón inmaculado: henchid la tierra. En este nuevo grito de fecundidad resignificamos juntas el primer grito dado a Adán y Eva. Ahora comenzamos a hacernos conscientes de que somos madres espirituales, pues para eso fuimos creadas. Para engendrar vida y vida en abundancia. ¿Y qué otra cosa puede significar engendrar vida sino engendrar vida eterna, ya que solo la vida eterna es vida verdadera? ¿Y qué significa engendrar vida eterna, sino engendrar a Cristo, que es la vida eterna?

Amada mía. Hoy finaliza la vía unitiva y comenzamos el camino del desposorio espiritual. Camino que comenzó con tu fíat y no finalizará jamás, pues has sido creada para ser eternamente la esposa de Cristo. ¿Puedes comprender, bendita doncella de Dios, alma purísima, lo que se te está diciendo? ¿Puedes comprender lo que significa el único propósito verdadero de tu creación, ser la esposa santa del hijo de Dios? Sí, sí que lo entiendes, porque eres un alma pura y has sido destinada desde toda la eternidad a ser la esposa perfecta del hijo de Dios. Y en tu creación se te dio también el entendimiento perfecto de este don inefable del Cielo. Don que sobrepasa toda medida humana. Amada del creador, hoy, precisamente hoy. Aquí y ahora. No antes ni después. Aquí y ahora, se te está pidiendo que aceptes el desposorio fecundo con tu verdadero ser. Se te está invitando conscientemente a ser la esposa de Cristo y vivir desde este mismo instante como tal. ¿Acaso te habías olvidado de que habías sido creada para ser la esposa del hijo de Dios?

Ahora cierra los ojos. Quédate en silencio junto a tu madre celestial. Siente el abrazo del amor y escucha a los ángeles del cielo llamarte por tu verdadero nombre: esposa de Cristo, la amada de Dios.

Elige solo el amor: Déjate amar

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