Читать книгу Épsilon - Sergi Llauger - Страница 8

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La sala de control del CENT se encontraba en el ala sur de la misma planta. Liberados ya de sus trajes, se dirigieron hacia allí. Jacob se preguntó cuál sería el motivo de que hubieran construido un complejo subterráneo con pasillos tan largos y con tantos cruces. A ambos lados de las paredes había varios laboratorios a oscuras con interiores de siluetas extrañas; a saber qué clase de experimentos se llevaban a cabo en ellos. Cuando entraron en la sala de control encontraron a otro vigilante armado haciendo la guardia. Permanecía sentado frente a un panel de mandos central con múltiples monitores, terminando de comerse un muslo de carne de apariencia inclasificable que rezumaba grasa por todas partes. Al verles alzó la vista, se chupó los dedos índice y pulgar y eructó.

—Rob, necesito que nos dejes la sala y hagas ruta en los pasillos —le pidió Orlando.

—¿Por qué? —lo desafió este, que dio otro mordisco a su desayuno, sin prisa alguna—. ¿Y quién es el tipo duro?

Orlando miró al mercenario, que reflejaba la viva imagen de la calma antes de la tormenta.

—No puedo decírtelo. Es confidencial.

—Pues a mí nadie me ha informado de nada —al hablar expulsó pedacitos minúsculos de comida—. Así que me quedo aquí.

Jacob acostumbraba a perder la paciencia muy rápido en ese tipo de situaciones. Taladró con la mirada a Rob.

—Ahora lo entiendo… —comentó.

—¿Entiendes el qué? —soltó Rob con una mueca apática, sin dejar de masticar.

—Con holgazanes como tú vigilando no me extraña que os hayan robado… —dijo.

Rob, ofendido, dejó con un movimiento pausado el muslo de pollo sobre la mesa y se levantó sacando pecho.

—¿Cómo has dicho? —pronunció con chulería.

Jacob no permitió que la cosa fuera a más y le mostró su pase de máximo nivel.

—¿Ves esto? —masculló serio—. Pone: Largo.

Rob lo leyó, tragó saliva y apretó la mandíbula. Miró a Orlando, tal vez en busca de ayuda o de un simple gesto cómplice, pero su compañero permaneció impasible, aprobando por completo la actitud del mercenario.

Jacob se reafirmó con un breve gesto de cabeza señalando la puerta.

—De acuerdo… —terminó aceptando Rob con un ademán de calma con las manos—. De acuerdo. Ya me voy.

Recogió sus cosas en silencio y los dejó a solas en la estancia.

—Pensé que iba a dispararle si seguía negándose —bromeó Orlando cuando su compañero se hubo marchado.

Jacob se colocó frente al cuadro de monitores y estudió las quince pantallas enumeradas que emitían imágenes oscilantes de distintas partes del CENT.

—Probablemente lo habría hecho —musitó indiferente, y luego dijo—. ¿Cómo accedo a las grabaciones de ayer durante los minutos en los que se produjo el robo?

Orlando respiró hondo. Parecía deseoso de terminar con todo eso.

—Las tengo aquí —sacó del bolsillo de su pecho un holodisco que introdujo en una rendija superior del panel de control—. Solo recopilé las grabaciones. No las he visto. Me ordenaron que fuera usted el primero en echarles un vistazo. Si lo prefiere puedo marcharme y dejarlo a solas.

—No… —desestimó— No, quédate. Soy un verdadero desastre con este tipo de aparatos.

—Como quiera —aceptó mientras se cargaban los datos—. En este holodisco se encuentran las grabaciones de todos los lugares vigilados del complejo durante los diez minutos anteriores y posteriores a que la cámara móvil de la sala donde se ubicaba la antimateria enfocara su módulo vacío.

Jacob no dijo nada. Tan solo esperó concentrado, con una mano tocándose el mentón, a que las reproducciones empezaran.

Las imágenes en alta definición fueron apareciendo una a una; de la entrada exterior del complejo, del elevador con el dron vigilando, de los pasillos, de algunos laboratorios, de la zona del reactor con los operarios trabajando, y también de la habitación aislada donde se guardaba la antimateria. En un principio no se apreciaba nada anormal. Todo seguía su curso, salvo una cosa.

—No veo imágenes de la sala de ventilación térmica.

—No tenemos cámaras allí, se chamuscarían en cuestión de minutos.

El mercenario le dedicó una mirada de incredulidad. No podía creer lo que acababa de oír.

—¿Fuisteis capaces de construir un conducto que comunicara con el centro de la Tierra y no pudisteis diseñar un sistema de vigilancia resistente al calor? ¿Me tomas el pelo?

Orlando se encogió de hombros.

—Esa sala está llena de sensores de tungsteno que nos indican todo lo que necesitamos saber. Nunca consideramos necesario instalar una cámara tan especial allí.

Jacob negó con la cabeza.

—Sin duda, un craso error —dictaminó. Luego se fijó en la imagen móvil de la sala del artefacto, tenía el número nueve en una esquina. Su recorrido iba desde la puerta del habitáculo hasta el módulo con el brillante artefacto de antimateria dentro, en la otra punta. Se detenía un tiempo en cada lado—. ¿Cuánto tarda en hacer el circuito entero la cámara nueve? —señaló.

—Unos cincuenta segundos.

Únicamente cincuenta segundos… Jacob frunció el ceño. ¿Quién sería capaz de entrar en esa sala, sortear con precisión el ángulo de la filmación, extraer de forma segura el artefacto de su módulo y volver a las sombras en tan solo cincuenta segundos? Como mínimo, daba respeto pensar en alguien con ese grado de habilidad.

Los minutos pasaron sin cambios, pero la expectación de ambos incrementó. Hasta que, de pronto, y como por arte de magia, la cámara nueve regresó de su recorrido y enfocó el módulo del artefacto vacío.

—¡Ahí! —señaló Jacob.

Orlando también acercó el rostro a la pantalla. La antimateria había desaparecido sin más.

—Sí… —se asombró el joven—. ¿Cómo lo hizo?

—Se lo preguntaré al responsable cuando lo coja... Las doce y seis minutos —mencionó a continuación—: media hora más tarde de la explosión en el Capitolio. El momento exacto del robo. Es necesario saber cuál fue el primer subconducto en detenerse después de ese intervalo de tiempo.

—Sí, Señor.

A Jacob le pareció entonces apreciar una sombra que se movía en una de las cámaras de los pasillos, al otro lado del panel. Puso en seguida su atención en ella, pero ya se había esfumado.

—¡Espera! —saltó— La cámara catorce. Retrocédela.

—¿Cuánto tiempo?

—Diez segundos.

El soldado hizo lo que le pedía a través de los comandos. Por fin se le veía ansioso por ayudar.

—¡Congela la imagen! —Jacob le dio la instrucción en el instante preciso en que se vio brevemente a una persona correr delante de la cámara. El mercenario ladeó la cabeza para tratar de reconocerle, pero el ladrón, de complexión fuerte, llevaba puesta una capucha oscura y no se le veía bien el rostro—. ¿Puedes aumentar el plano de su cara y añadirle definición? Sube también el brillo y ajusta el contraste.

Orlando asintió y maniobró los controles a toda velocidad. A medida que la imagen se agrandaba y se hacía más nítida, el fulgor en los ojos de Jacob fue en aumento.

Pronto serás mío… pensó, mordiéndose el labio hasta el punto de notar un ligero dolor. Siempre experimentaba esa clase de excitación en el verdadero momento en que daba inicio la caza, cuando estaba a punto de conocer la identidad de su futura presa.

La cara del ladrón terminó de cobrar nitidez. Lo que sucedió a continuación fue algo tan extraño que durante unos segundos, ninguno de los dos supo cómo reaccionar.

El soldado giró la cabeza, pálido, y lo miró como si no entendiera nada.

—¿Señor? —pronunció casi con miedo. Necesitaba una respuesta.

—Pero qué cojones… —Jacob contrajo la expresión, enfatizando su sensación de absoluto desconcierto. El rostro del hombre que corría por ese pasillo con el artefacto en las manos era, sin lugar a dudas, el suyo.

Épsilon

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