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Orlando retrocedió un paso de manera instintiva al tiempo que desenfundaba su pistola y apuntaba a Jacob.

—¡Deja tu arma en el suelo y pon las manos sobre la cabeza, mercenario! —masticó esa última palabra. El respeto ya no era necesario.

—Oye… —Jacob solicitó calma con una mano—. No sé qué ha pasado aquí, pero está claro que tiene que haber una explicación. Ese de la imagen no soy yo.

—¡Y una mierda! —gritó. El pulso le temblaba—. ¡Yo lo he visto bastante claro! Haz lo que te digo o tendré que disparar. Que-quedas arrestado por un delito de alta traición… —tartamudeó.

Jacob apretó la mandíbula, dio un paso al frente, lo que provocó que el soldado retrocediera otro.

—Te sugiero que no hagas nada de lo que te vayas a arrepentir. Dime, ¿quién más ha tenido acceso a esas grabaciones…? —pronunció serio. No sabía qué clase de farsa era esa, ni quién andaba detrás, pero pensaba averiguarlo.

—¡Cállate! —Orlando sudaba, hecho un amasijo de nervios—. ¡Pon las manos por encima de la cabeza! ¡No lo repetiré!

—Deja de apuntarme, muchacho…

—¡He dicho que te calles, traidor! —quitó el seguro del arma, pero no le dio tiempo a hacer nada más.

Con un movimiento estudiado, Jacob apartó la pistola de un manotazo, que se disparó sin querer y la bala se incrustó en una pared. Empezó un severo forcejeó de agarres en el que el soldado intentó propinar varios puñetazos al estómago de Jacob, pero este los encajó bien y en cuanto tuvo oportunidad lo separó un poco y le dio un cabezazo en plena frente. Orlando sangró y se tambaleó, se palpó la herida y quiso arremeter de nuevo contra él.

—Valiente necio… —masculló Jacob, que no tuvo más remedio que usar su destreza para bloquearlo, agarrarle por el brazo y torcérselo con brusquedad. El joven soldado lanzó un alarido de dolor cuando un fuerte crujido indicó rotura, y acto seguido fue reducido al suelo. Jacob le extrajo una bota y un calcetín y le taponó la boca con él. Sacó una brida para esposar que siempre llevaba en su cinturón y le ató la otra mano al tobillo. Gruñó y maldijo por dentro cuando se apartó y lo dejó retorciéndose en el suelo, más por lo que soldado le había obligado a hacer que por haber visto de forma inexplicable su propio rostro en la pantalla.

Se quitó un segundo el sombrero y se pasó una mano nerviosa por el pelo. Necesitaba pensar. Apoyó ambos puños sobre el panel de control y observó de nuevo la imagen de aquel farsante, tratando de encontrar una explicación. Pero no la había. Y él debía moverse. Extrajo de la ranura del cuadro de mandos el holodisco que contenía las grabaciones. Se lo guardó en el bolsillo y acercó la boca a la oreja del dolorido Orlando, que tenía los ojos inyectados en sangre—. Sé que piensas que te van a llevar en la última Arca si haces bien tu trabajo, pero créeme, no lo harán. No les debes nada… —se calló un instante y dijo—. Soy inocente…

Se alejó de él y salió por la puerta.

De vuelta a los pasillos trató de hacer memoria del recorrido. Le iba a resultar difícil porque en esos momentos no era capaz de razonar con claridad. Todo él se encontraba en un estado cercano al shock. No terminaba de creerse lo que había visto allí adentro. Mientras nadie descubriera al joven soldado contrayéndose sobre el suelo de la sala de control tendría una oportunidad de salir de una pieza del complejo. Torció por varias esquinas al azar hasta que reconoció un laboratorio oscuro por el que habían pasado antes. Iba por buen camino. Siguió recto, a paso rápido, pero tuvo que aminorar cuando vio una linterna y escuchó unas pisadas acercándose en la oscuridad. Era Rob, que hacía su ruta a desgana por los pasillos. Al verle solo, el vigilante se extrañó.

—¿Y Orlando? —le preguntó.

Jacob intentó aparentar que todo iba bien.

—Se ha ofrecido a acompañarme hasta la salida, pero le ha entrado una llamada urgente a su busca y le han ordenado que mirara unos informes. Le he dicho que no hacía falta que viniera conmigo —chasqueó los dedos, como si de pronto se acordara de algo—. Y otra cosa… Me ha comentado que si te veía te pidiera que fueras a echar un vistazo a la zona del reactor. Hemos estado repasando las imágenes de las cámaras y parece ser que un operario no está en su puesto de trabajo.

A Rob no acabó de cuadrarle todo aquello.

—Vengo de allí. Todo está orden —dudó.

Jacob hizo una mueca de circunstancias y se le acercó para hablarle más flojo.

—Eh… —le susurró—. Yo te cuento lo que hemos visto, tú haz lo que quieras. Lo mío tan solo fue un papel, pero Orlando se molestó mucho contigo antes. Dice que va a dar parte de tu comportamiento a vuestros supervisores.

—¿Eso ha dicho? —aquello pareció preocuparle.

—Me temo que sí —asintió, fingiendo empatía—.Yo de ti no le provocaría más. Es mejor que vuelvas ahí abajo, eches un vistazo para asegurarte de que todo está bien y luego regreses y le informes.

Rob achinó los ojos. No terminaba de fiarse.

—¿Cómo sé que no me mientes? Orlando y yo no nos llevamos mal. Dudo que hiciera nada que pudiera perjudicarme. Tampoco es lógico que no te haya acompañado hasta la salida.

Jacob respiró hondo, paciente.

—Mira, allá tú si prefieres jugártela. Has visto mi pase. Ahora mismo represento la ley, ¿por qué te iba a mentir? Ni que le hubiera dado una paliza y lo hubiera amordazado en el suelo, hombre.

Rob lanzó una sonrisilla nerviosa solo de imaginarse lo absurdo de la escena, que terminó en una pequeña carcajada de ambos. Una más fingida que otra.

—Está bien —aceptó—. Volveré al reactor y echaré otro vistazo.

—Eso es —le guiñó un ojo, le dio una palmada en el hombro y se alejó de él—. Que tengas un gran día.

—Eh, lo mismo le digo —respondió agradecido mientras el mercenario se iba.

En la siguiente esquina, la falsa sonrisa se le esfumó de la cara y Jacob volvió a acelerar el paso. Como no encontrara ese ascensor rápido iba a tener que utilizar algo más afilado que su ingenio para salir de allí. Le resultó difícil quitarse de la cabeza la imagen de su rostro en la pantalla número catorce, aunque se obligó a hacerlo. Pensó que ya tendría tiempo para sacar conclusiones una vez escapara del CENT, llamara a Fergus y le contara lo ocurrido. El profeta le creería y le ayudaría a demostrar que todo aquello solo se trataba de una farsa muy bien elaborada. Jacob se encontraba en su apartamento cuando tuvo lugar el robo. Fergus podría dar fe de ello. A partir de ahí, daría con el impostor, o con los verdaderos responsables, y todo se solucionaría.

El tiempo que tardó en encontrar el elevador se le hizo eterno. Y como no podía ser de otra manera, sobre la espaciosa plataforma de ascenso aguardaba el dron, eterno vigilante del acceso al complejo.

—Iniciando protocolo de análisis. Deténgase, por favor —el robot se despertó de golpe a su llegada.

Jacob soltó un exabrupto en voz baja, pero no tuvo más remedio que acceder y colocarse en posición.

Todo pareció suceder con una terrible lentitud a su alrededor. Aquel condenado escáner que brillaba de lado a lado estaba tardando demasiado en finalizar. ¿Cuánto tiempo faltaría para que Rob se diera cuenta del engaño, volviera corriendo a la sala de control, encontrara al desquiciado Orlando en el suelo y pulsara el botón de alarma? No mucho más.

El ojo artificial del dron parpadeó de color verde.

—Varón de clase mercenario, pase de seguridad de nivel alfa: acceso temporal autorizado —el chequeo terminó. Sin embargo, el TK-IV se quedó quieto y nada significativo ocurrió después. ¿Algún problema? Cuando Jacob ya empezaba a prepararse para lo peor la voz electrónica volvió a activarse—. Su respiración y ritmo cardíaco denotan un estado de desasosiego. Le sugiero que trate de bajar sus pulsaciones y se tranquilice. Que tenga un gran día.

El dron rotó la esfera de su cabeza hacia arriba ciento ochenta grados y el elevador empezó a ascender con lentitud; hombre y máquina separados por un metro. Jacob expulsó el aire por la nariz. Lo había estado conteniendo en sus pulmones; notaba las palpitaciones de sus sienes… Echó la vista arriba. Ese ruidoso chisme tardaría en llegar a la superficie, se dijo. Volvió a mirar al dron. Cualquier enfrentamiento fortuito que tuviera de ahora en adelante no haría más que complicarle las cosas de cara a su futura defensa. Y eso en el mejor de los casos…

El elevador acabó su recorrido sin complicaciones y se transformó de nuevo en el suelo del búnker, una grata sorpresa que no duró demasiado. Fue al dar un paso en dirección a la salida cuando ocurrió lo que más temía: una potente sirena de alarma retumbó por las paredes y ya no dejó de hacerlo.

—Joder… —se desesperó. Rob era rápido.

Como toda acción que conlleva una reacción, el dron, todavía de espaldas a él, activó sus fusiles. Jacob decidió anticiparse y jugársela al todo o nada: dio una voltereta al tiempo que la mortífera máquina en modo de ataque rotaba para encarársele. Pudo esquivar por los pelos la ráfaga letal de disparos que agujerearon la pared, no sin que uno le rasgara el muslo derecho y le hiciera sangrar. No obstante, al rodar por el suelo se quedó en una posición ventajosa, detrás de la esfera del robot. No tendría otra oportunidad como aquella. Desenfundó veloz su revólver, que ya estaba ajustado al máximo de su potencia, y apuntó con certeza a la placa cuadrada que se disimulaba en el extremo inferior de la cabeza. El tremendo cañonazo hizo saltar algunas piezas y crujir los circuitos del TK-IV, que pareció enojarse y comenzó a disparar sin control y a emitir sonidos ininteligibles. Jacob, sin saber bien qué demonios se hacía, se abalanzó sobre el dron y metió el brazo en la cavidad resultante, entre sacudidas y disparos aleatorios; agarró tantos cables, hierros y chips cibernéticos como le cupieron en la mano y tiró hacia afuera con todas sus fuerzas, acompañándose de un grito desgarrador. Un chorro aceitoso de color negro le salpicó en todo el rostro.

Algo crucial debió de estropearse en el interior de la máquina. Su ojo rojo empezó a parpadear y sus piernas robóticas flaquearon. Jacob se apartó de él como un cangrejo y se frotó la sustancia viscosa de los ojos para poder ver.

—Que tenga… —balbuceó el dron—. Que tenga… un gran... un gran… día —su voz electrónica se apagó al tiempo que su alma artificial moría entre chispazos y espasmos. Se desplomó sobre el suelo con un gran impacto sonoro y ya no se movió. Un objeto inútil, chatarra de desguace.

La alarma siguió sonando, pero Jacob se tomó un breve instante para recuperar el aliento. Aquello le había cabreado de verdad. Exhausto, se puso en pie, introdujo la combinación que había memorizado a su llegada y abrió la puerta que daba al exterior de un empujón. El sol le dio en la cara manchada por el líquido negro. Caminó cojeando hacia el quad.

—¿Que tenga un gran día …? —escupió al suelo los restos del aceite que aún le quedaba en la boca. La pierna le estaba empezando a doler bastante—. Será cabrón.

Se puso el casco, se montó en el vehículo y tomó rumbo a Paradise Route.

Menudo primer encargo después de un tiempo retirado. Desde ese preciso instante, se dijo, el tiempo de las formalidades y de los buenos modales acababa de irse al maldito infierno.

Épsilon

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