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Capítulo II

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Oh, when I look back now /

That summer seemed to last forever /

And if I had the choice /

Yeah, I’d always wanna be there /

Those were the best days of my life

[Oh, cuando miro hacia atrás ahora /

ese verano pareció durar para siempre /

y si tuviera la opción, /

sí, siempre querría estar ahí. /

Esos fueron los mejores días de mi vida].

BRYAN ADAMS, “Summer of the 69”.

En 1985 tenía mucha más libertad. Había terminado el colegio, tenía registro para conducir y podía hacer casi lo que quisiera. Fue un año con mucha expectativa al saber que en un futuro próximo nos íbamos de gira por Nueva Zelanda. Por lo tanto, deportivamente nos comprometimos mucho. Miguel “Negro” Iglesias y Marcelo Bertolini fueron nuestros entrenadores. Fue un gran honor que semejantes zanjeros fuesen nuestros líderes de la división. El Negro supo combinar efectivamente los aspectos técnicos con los valores del rugby. La base de jugadores se fortaleció y se afianzó. Entrenábamos mucho y estábamos muy bien físicamente. Combinábamos a la perfección la joda y salíamos todos los fines de semana sin dejar de lado la obligación deportiva.

Una vez clasificados en Zona Ganadores, la avalancha de resultados favorables no se hizo esperar. Ganamos contra equipos importantísimos como Alumni, CUBA, Newman, CASI, Belgrano Athletic, Pueyrredón y Champagnat. Veníamos muy bien, hasta que un día de lluvia y frío, en la cancha número uno del SIC, perdimos contra Pucará. Tuvimos que resignarnos a quedar segundos.

Ese año se dio el inicio de mi largo, muy largo recorrido por el terreno universitario. Empecé el Ciclo Básico Común (CBC) en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Fuimos el conejillo de Indias del CBC, instancia creada durante el gobierno radical del presidente Raúl Alfonsín para descartar los exámenes de ingreso a las universidades públicas. Decidí anotarme ahí porque no quería que mis padres me exigieran rendimiento o resultados. Elegí Administración de Empresas por descarte, no tenía una vocación bien definida. Como Jean también había seguido Ciencias Económicas, tal vez mi elección estuvo marcada por eso. Me inscribí y quedé en la sede de Coghlan. Tuve la suerte de compartir el CBC con Guillermo “Memo” Richards, amigazo del alma.

Si bien tenía todas mis necesidades económicas cubiertas, igualmente buscaba changas para ganarme unos australes —moneda argentina entre 1985 y 1991— y poder cubrir las diferentes salidas y programas. Ante mi insistencia de laburar, el viejo me ayudó a conseguir un trabajo como cadete en una financiera en el Microcentro. Fue una experiencia rara y duré poco. Un día me entregaron una valija llena de billetes para llevar al Banco de Boston. Nunca había visto tanta guita en mi vida. No me dijeron cuánto había, solo me comunicaron que me iba a acompañar Oscar, un tipo grandote que era el guardaespaldas de la financiera. Cuando se presentó, me saludó y sutilmente me mostró el arma que llevaba en el cinturón.

—Cuando termines de preparar todo, salimos.

—OK —contesté con la mirada fija en la valija.

—Salimos por Florida y caminamos derechito para el banco.

—…

—Vos caminá unos pasos adelante, yo te cuido —afirmó y volvió a palpar su campera donde tenía la cartuchera con su pistola.

—Dale, Oscar, perfecto —le dije mirando el lugar donde tenía el arma.

Me dio un cagazo terrible. Se imaginarán el miedo que me generaba ir con todo ese fangote de guita que no era mía y con un tipo armado que no conocía. Hicimos todo el recorrido sin problemas hasta llegar al banco, dejamos el dinero y volvimos con un recibo y la valija vacía. Cuando llegué a casa, se lo conté a mis padres a modo de anécdota mientras cenábamos. Después de un breve cruce de miradas entre ellos, papá me dijo que no fuera más a la financiera. Así que por un tiempo dejé las changas y decidí dedicarme por completo al rugby y a la facultad.

Explosión de vida

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