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La gira

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Al volver de las minivacaciones, mi principal prioridad y la de mis amigos de la zanja era entrenar fuerte y prepararnos para la gira. Entrenábamos muchísimo. Nos concentrábamos y hacíamos las cosas bien. Lo que se venía era grandioso y teníamos que estar a la altura. Serían veinte días en los que la única responsabilidad iba a ser jugar al rugby, lo que más me apasionaba. A decir verdad, estaba por vivir uno de esos momentos que te quedan guardados para siempre. Mucho rugby, amigos, salidas y chicas. Cuando finalmente llegó el día, subimos al Jumbo de Aerolíneas Argentinas. Pantalón gris, saco con escudo bordado, corbata especialmente confeccionada y zapatos. Todo muy formal. Éramos en total noventa personas. El plantel superior, la Menores de 21 y la Menores de 19, la mía. El vuelo era Buenos Aires – Auckland, pasando sobre la Antártida, pero con una parada obligada en Río Gallegos a cargar combustible. Al llegar a tierra maorí, no todos hacíamos el mismo recorrido. Plantel Superior y M19 por un lado y M21 por otro. Lo disfruté minuto a minuto, lo tengo grabado en mi mente y en mi corazón. Se podrán imaginar el nivel de adrenalina. De no creer. Fue el mejor viaje en grupo que hice de joven.

Nos divertimos, jugamos rugby y chupamos mucho. Los latinos tenemos una energía especial, un carisma distinto, y eso sin lugar a duda hizo la diferencia. Uno ganaba con las chicas de ese lado del planeta. Tuve experiencias muy divertidas e inolvidables, que por lo general se dieron después de los terceros tiempos. Después del primer partido en Auckland, en el bar del club había un tipo grandote jugador de la primera del SIC hablando con una rubia. Yo era un humilde jugador de M19 pero, a diferencia de él, sabía inglés. Empecé a hablarle al oído a la neozelandesa. Después de un par de risas y miradas cómplices, me retiré del lugar, ya que mi vida corría peligro. Al rato ella se me acercó y me propuso irnos a su casa. Yo no lo podía creer. Nos fuimos con otro jugador del plantel superior y una amiga de mi nueva compañera. Anduvimos como media hora hasta llegar. Quise tomar distintas referencias por si teníamos que volvernos al hotel por nuestros propios medios. No hubo caso. No supe si fuimos al norte o al sur, si estábamos lejos o cerca del mar. Cuando finalmente llegamos, empezamos con unos tragos en la cocina y después cada uno fue a lo suyo. Pude desplegar un inglés no tan fluido pero efectivo. Conversamos y, cuando nos trabábamos, el lenguaje corporal y el de señas fueron de gran ayuda. Nos reímos de las miradas y las breves palabras en el bar antes de concretar la cita. Y por suerte, nos llevaron de regreso. Antes de bajarme, nos besamos y nos prometimos volver a vernos. Eso nunca sucedió.

Pero esto no fue todo. Al parecer, el carisma latino me iba a seguir acompañando por un tiempito. En otro tercer tiempo, empecé a coquetear con otra chica. Mientras charlábamos, los besos no se hicieron esperar. Me propuso ir a su auto, cosa que acepté sin dudar. La chica me había encendido desde el primer momento. Una que vez llegamos al estacionamiento, noté que su auto era recontra chiquito. En plena acción me dio un tremendo calambre en una pierna. La blonda no paraba de reírse mientras intentaba ayudarme. Gracias a eso pudimos terminar lo empezado, no sin dejar de reírnos.

Nunca me consideré un ganador con las mujeres, más bien era tímido, no me creía un winner. No tenía alta autoestima. En Nueva Zelanda fue diferente, la interacción con las mujeres me sorprendió gratamente. En poco tiempo dos mujeres me habían dado mucha bolilla, algo que a priori era impensado. La sociedad era más avanzada. Sin prejuicios ni tabúes. Sin embargo, a medida que avanzó la gira, el tema sexual fue decreciendo.

Humanamente se había armado un equipo tremendo que además jugaba muy bien al rugby. Yo no era titular pero tuve la suerte de poder ser parte del XV inicial porque Mauro Uberti se lastimó la muñeca en el primer encuentro contra East Coast Bays. A partir de ahí jugué los partidos restantes de la gira. Fueron durísimos y muy disputados. Ganamos todos pero solo uno por amplio margen. En los demás tuvimos que desplegar nuestras mejores armas, mucha garra y corazón.

Nos alojábamos en hoteles y en casas de familia, una buena combinación. Cuando nos hospedaba alguna familia, conocíamos sus costumbres y las charlas con los locales eran muy enriquecedoras. Es algo que aún hoy me fascina. Me tocó junto con Federico Chientaroli, con quien tengo una gran amistad, una casa frente al mar y el dueño nos dejó solos porque tenía que viajar. Playa privada y una heladera llena de provisiones que cada tanto nuestros amigos disfrutaban con nosotros. Nos portamos bien y no hubo ningún descontrol. Fue un viaje insuperable, la pasé bomba. De lo que no tenía ni idea era de que con Fede viviríamos, unos pocos meses después, una situación que nos uniría más todavía.

Explosión de vida

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