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Prólogo

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Martes 17 de marzo de 2020. Hace tres días que volví de México. A mediados de febrero fui contactado para participar en el Tercer Congreso Internacional de Valores por la Paz, que tendría lugar en la Universidad Autónoma de Sinaloa, ciudad de Culiacán. ¿Qué puedo decir? Me sentí tremendamente halagado y muy curioso frente a esta invitación, la cual acepté casi sin pensar y de inmediato. Sin embargo, el nombre del Estado, Sinaloa, me hacía ruido y me remití a Google para sacarme la duda. Entre otros artículos, allí encontré esto: “El hijo del Chapo Guzmán, fugitivo”, “El asesinato del jefe del Cártel de Sinaloa”, “El emporio del Chapo Guzmán”. Ahí entendí por qué me hacía tanto ruido esa palabra.

Si bien emprendí el viaje sin miedo y con muchas ganas, como en cada actividad que llevo a cabo, todo mi entorno repetía una y otra vez que fuese prudente y tuviese mucho cuidado con todo. Entendí su preocupación, así que les aseguré que me manejaría con mucha responsabilidad y que, ante la primera situación que me llamase la atención, tomaría todos los recaudos para estar seguro y a resguardo en el hotel.

Viví cuatro días muy intensos. El 10 de marzo a la mañana tomé el vuelo AM 031 de Aeroméxico con destino a México DF. Después de casi catorce horas de viaje, llegué a Culiacán. Cansado pero muy feliz de formar parte de un congreso internacional que trataría temas relacionados con la paz en una zona mundialmente reconocida como peligrosa.

Al no haber despachado ninguna valija, fue sumamente fácil atravesar controles migratorios y responder las nuevas preguntas de rutina. Puse alcohol en gel en mis manos y crucé las puertas corredizas del aeropuerto para encontrarme con Jorge y Karla, su prometida. A Jorge lo había conocido de forma virtual. Con él traté todo lo relacionado con mi charla en la universidad. Después de los saludos y palabras de cortesía, nos subimos a su camioneta Jeep rumbo al Hotel San Marcos, donde me hospedé las cuatro noches siguientes.

A la mañana me desperté muy temprano, ni asomaba el sol. No dudé en seguir durmiendo hasta las siete sin ningún remordimiento. Después miré un rato de televisión, navegué en mi Instagram como de costumbre, me vestí y fui a tomar el desayuno. Una vez con el tanque lleno, estuve listo para ir a recorrer Culiacán. Salí del hotel hacia la avenida Obregón. El calor agobiante de la calle me resultó impactante. A pesar de esto, enfilé hacia la catedral, que quedaba a cinco cuadras del hotel. Comencé el city tour y me sorprendió que las personas usaran ropa de invierno a pesar de las altas temperaturas. Yo no entendía nada: a diferencia de ellos, solamente tenía puesta una bermuda y una remera liviana, y aun así no paraba de transpirar. La humedad y el sol radiante de esa mañana eran una combinación agobiante.

Una vez dentro de la pintoresca catedral, que data de 1842, lo primero que hice, además de refugiarme del sol, fue agradecer. Estaba a pocas horas de enfrentar el escenario, hablarle al público y dar lo mejor de mí. Fueron muchos años de mi vida laboral en grandes compañías y ahora seguía forjando mi nuevo camino en forma independiente. Cerré los ojos e hice un breve recorrido de todo lo que había hecho desde ese julio de 1986. Pensé en todas las personas que me acompañaron, aguantaron, rezaron por mí y me brindaron su amor incondicional para poder sanar. Fue inevitable recordar a los que ya no están, a los que ya no puedo llamar ni escribirles. Sonreí y les agradecí por todo lo que me habían enseñado. Les dije que estuvieran tranquilos, porque yo estaba bien.

Camino de regreso compré dos botellas de Coca Zero, necesitaba tomar algo fresco urgente. Mientras esperaba para pagar, sonó mi teléfono. Un número local, era Karla. Tenía buenas nuevas del Colegio Chapultepec. Había podido organizar una actividad para después del recreo del almuerzo. Mi charla estuvo dirigida a las chicas de sexto, séptimo y octavo grados. Jóvenes, en plena adolescencia. Busqué la mejor manera de atraer su atención durante media hora, más de ese tiempo sería aburrido para ellas. Fue una linda experiencia. Las alumnas estuvieron muy atentas y, mientras yo hablaba, un gran silencio se hizo en la sala y las miradas de ellas estaban concentradas en mi presentación. Me sorprendió la cantidad de preguntas que me hicieron, de lo más variadas y no me lo esperaba. Hubo aplausos, selfies y agradecimientos.

Al día siguiente iba a ser el gran día. Era la apertura del Congreso. Lo único que me había quedado pendiente era que no habíamos podido hacer una prueba de sonido e imagen. Sin embargo, cada vez que les preguntaba por esto, tanto Jorge como Karla me decían siempre lo mismo:

—No te preocupes, mañana a la mañana chequeamos todo.

Llegó el día tan esperado, jueves 12 de marzo. Nos buscaron temprano por el hotel. Éramos tres oradores argentinos, un costarricense, un español, un chileno, un colombiano y un mexicano. Algunos de ellos se conocían del mundo académico y, en virtud de sus profesiones, ya habían compartido algunos eventos. Ese no era mi caso, ni de cerca.

En la entrada del modernísimo edificio de la Universidad Autónoma de Sinaloa había una gran cantidad de gente que hacía fila para ingresar. Ni bien bajamos de la combi, la alta temperatura se hizo sentir. Mi vestimenta era un tanto más informal que la de los demás expositores, sin embargo mucho más formal que lo que acostumbro. Zapatos marrones con suela amarilla, jean oscuro, camisa blanca, cinturón que hacía juego con los zapatos y saco azul con un detalle rojo en los botones. No desentoné para nada. Para llegar al auditorio central tuvimos que pasar entre una gran multitud. La ubicación de todos los conferencistas era en la quinta fila cerca del escenario, pero con la distancia suficiente para poder tener perspectiva de todo.

La ceremonia empezó con la entrada de la bandera de México, llevada y escoltada por cuatro jóvenes mujeres vestidas con uniforme, que marchaban y marcaban con mucha fuerza cada paso. Luego se entonó el Himno Nacional, se presentaron las autoridades y a continuación, los discursos correspondientes. Nuestra tarea como oradores era inspirar a las personas a ser agentes de cambio. Menudo desafío.

Luego de la firma de acuerdos entre distintos organismos representados por los presentes, se dio por inaugurado el Tercer Congreso Internacional de Valores por la Paz. Tuvimos que retirarnos del auditorio central para ir a un sitio especialmente preparado para la foto oficial. Hubo corte de cinta y más de treinta y cinco grados al sol.

Había tres lugares destinados especialmente a las conferencias, además de varias pantallas gigantes ubicadas afuera para que las más de dos mil personas presentes pudiesen disfrutar de la jornada. El auditorio central albergaba a setecientas personas aproximadamente; el SUM, unas doscientas, y la sala audiovisual, un poco menos, ciento cincuenta. Un tremendo evento y un espacio armado para ello. Mi charla estaba prevista para el mediodía en el auditorio central, así que mientras se desarrollaba la conferencia anterior, pude probar el video que proyectaría. Después de varios intentos, finalmente se pudo descargar. A pesar del susto, todo estaba quedando en orden.

Antes de iniciar mi exposición vinieron periodistas de un medio televisivo de Culiacán para hacerme un breve reportaje. Luego, me presentaron a Dalia, con quien conversamos un poco para distenderme y arreglar los últimos detalles. Era casi la hora, pude espiar y notar que el auditorio estaba con muy poco espacio vacío. Sentí nervios. Dalia me presentó: “Con ustedes, Sergio Expert, licenciado en Administración de Empresas de la Universidad de Buenos Aires. Orador, conferencista y consultor independiente, actualmente lidera Explosión de Vida, dicta talleres y capacitaciones a partir de su historia de vida”.

Y aquí vamos…

Explosión de vida

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