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Jugar en equipo

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En 1984 tuve el primer encontronazo con la fatalidad. Hasta ese momento nunca había pensado que algo malo pudiera pasarme. Me sentía indestructible. Las cosas malas les pasaban a otros. Típico pensamiento adolescente. Un martes de entrenamiento, nos mandaron a correr desde el SIC, que queda en Márquez y Panamericana, hasta el puente de la avenida Uruguay y Panamericana Ramal Tigre. Éramos más de veinte jugadores que hacíamos el recorrido. Cuando estábamos pasando a la altura del puente José Ingenieros, nos topamos de frente con la persecución de dos autos. Se escucharon los chillidos de las ruedas y de pronto se desató un tiroteo. Instintivamente y a modo de supervivencia, todos nos tiramos al suelo. La sensación fue horrible, sentía que las balas nos rozaban la cabeza. Ninguno fue capaz de alzar la mirada y ver qué estaba pasando. Una vez que se disipó todo, corrimos de regreso lo más rápido que pudimos. Andrés Rolón llegó primero, una clara señal de que algo malo estaba pasando: no era de los más rápidos, pero ante la angustia y miedo corrió como un verdadero velocista. Después fuimos llegando los demás, con un cansancio enorme, mental más que físico. Nos estaba esperando el “Veco” Villegas, entrenador de la primera división y ex entrenador de Los Pumas, a quien no le importó en lo más mínimo lo que nos había ocurrido minutos antes. Estaba molesto por la tardanza, era hora de iniciar la práctica de scrum contra la menores de 21, algo que yo no disfrutaba. Formar contra ellos equivalía más o menos a formar contra rocas. Después no había manera de que alguna parte del cuerpo no te doliera.

Me tocó jugar en la división Menores de 19, donde se juntaban las camadas 1965 y 1966. El equipo A del SIC era entrenado por José Luis del Campo, mientras que el equipo B estaba dirigido por Gabriel Chientaroli y Mariano Fernández. Después de armadas las listas, quedé en el equipo B. Ahí se empezó a gestar la legendaria M19 B, que fue tan trascendental en mi vida y seguramente en la de varios de los que la formaron. Fue un equipo que se armó y sostuvo a base de garra, entrega y compañerismo. Nos focalizábamos en lo bueno que teníamos deportiva y humanamente. En la clasificación de ese campeonato, en el que participábamos el equipo B y A del SIC, nos fue perfecto. Terminamos invictos y avanzamos a la zona campeonato ganándoles a muchos equipos que, en teoría, eran superiores. Sufrieron nuestro rigor La Plata Rugby, Banco Nación, Belgrano Athletic y Curupaytí. Lo recuerdo hasta el día de hoy. De pronto fuimos furor en el club gracias a los resultados, y esto nos resultó muy motivante.

Se empezaron a sentir en el aire la emoción y la tensión del primer partido de la zona campeonato. Nos tocaba jugar nada más ni nada menos que contra la A del SIC, nuestros amigos. Esto generaba debates y discusiones generalizadas para determinar quién ganaría. Fueron dos semanas intensas las que separaron el término de la zona clasificatoria y el inicio del campeonato. La adrenalina que sentíamos era inexplicable. La usábamos para entrenar con la mayor voluntad y responsabilidad posible. Queríamos encarar ese partido de la mejor manera. La tarea no era fácil, la A era muy buena. Varios de sus jugadores estaban preseleccionados para el representativo de Menores de 19 de Buenos Aires.

Finalmente el partido empezaría a las tres y media, como todos los domingos. Para entonces, la cancha número uno del SIC estaba con muchísima gente. Nos tocaba jugar de visitantes y nos correspondía usar la gloriosa tricolor, pero en el vestuario destinado a la visita. ¡Queríamos salir a comernos la cancha! Este fue el único partido al que mis viejos me fueron a ver, ¿sería premonitorio? El juego fue disputado con lealtad pero ¡con los corazones bien calientes! Nosotros éramos más chicos de tamaño y mucho menos habilidosos que ellos. Nuestro juego era a base de muchísimo tacle y presión. Teníamos una entrega generosa, mucho compañerismo y poníamos el alma en cada pelota. Así suplíamos nuestras debilidades. Gracias a todo esto pudimos contenerlos e incluso superarlos. El glorioso partido terminó 21-12 a nuestro favor. Se imaginarán lo que fue ganarle al equipo A de nuestro propio club. Una vez que el referí pitó el final, hubo un desenfreno total. Nervios, alegría y adrenalina que terminaron en un abrazo grupal y una inmensa sensación de felicidad que atesoro y puedo recordar como si hubiese sido ayer. El “Pelado” Chientaroli fue el gran artífice de ese equipo. No teníamos palabras para expresar la emoción. Fue uno de los mejores momentos de mi vida deportiva en el SIC.

Esa tarde formamos así: F. Rubio, J. I. Claverie y S. Expert; M. Ferrando y P. García Morteo; M. Giménez Hutton, A. Aguirre y C. Schlottmann; F. Chientaroli y E. Belaustegui; H. Reguera, M. Landajo, F. Williams, A. Arce y C. Hordh. Suplentes: A. Rolón, E. Alegre, M. San Martín, S. García Hervas, J. Funes, I. Bosch, L. Palau y J. P. Kexel.

Esa racha ganadora nos duró poco. Nuestra suerte y la concentración como equipo fueron decreciendo ligeramente. Perdimos el siguiente partido contra el CASI A, nuestro eterno rival. El partido terminó 15-10 a favor de ellos. El clima desfavorable y el lodazal enorme que había en la cancha, entre otras cosas, nos jugaron en contra. En la segunda mitad del año solo pudimos ganar un partido más.

Explosión de vida

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