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Capítulo 6

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B.J. salió como un cohete a la terraza del Castle’s, y al ver a Boone echó a correr hacia él. Emily le siguió un poco vacilante. Le habría encantado poder evitarle por completo, pero aquel hombre parecía atraerla como un imán.

–¡Papá! ¿Sabes qué?, ¡soy el asesor de Emily!

Boone sonrió al verle tan entusiasmado, pero miró a Emily con expresión interrogante.

–¿Y eso?

–B.J. tiene muy buen ojo para el diseño de interiores, me da muy buenos consejos.

Boone ni siquiera intentó ocultar su escepticismo.

–Tiene ocho años, ¿qué consejos puede darte?

–Se ha dado cuenta de inmediato de que los muebles que estaba viendo en mi portátil no encajaban aquí –sonrió al añadir–: Y me lo ha dicho sin cortapisas, esa es una cualidad positiva en un asesor.

Boone no pudo evitar soltar una carcajada al oír aquello, y no pudo por menos que admitir:

–Sí, no se calla casi nada. Si se le pasa por la cabeza, lo suelta por la boca –alborotó el pelo del niño en un gesto juguetón–. No habrás estado dándole la lata a Emily, ¿verdad?

El pequeño protestó con indignación:

–¡Ya te he dicho que soy su asesor!, ¡ella quiere que la ayude!

–Ojalá pudiera servir las mesas por mí –comentó ella.

Estaba deseando alejarse de Boone, pero no le entusiasmaba demasiado tener que lidiar con la hora punta de la comida; a juzgar por el montón de gente que estaba llegando, estaba claro que, como de costumbre, Cora Jane había acertado al decidir reabrir.

–Puedo ayudar a llevar y traer cosas –se ofreció B.J. de inmediato.

–Lo siento, campeón, pero tenemos que irnos –le dijo Boone–. Tengo que volver a mi restaurante, solo he venido a ver cómo va la cuadrilla de Tommy con el tejado.

–A juzgar por los martillazos que he oído cuando estaba dentro, deben de estar avanzando bastante –comentó Emily.

–Sí, Tommy me ha dicho que la cubierta de protección va a estar colocada antes de que empiece a llover esta tarde, y también van a empezar a poner las nuevas tejas.

–Eso va a ser todo un alivio para la abuela, le preocupaba que entrara más agua y hubiera más daños; por cierto, ¿te ha dicho que el mueble de la caja registradora está hecho un desastre?

–Sí, echaré un vistazo antes de irme. Conozco a un ebanista muy bueno al que suelo recurrir, se llama Wade. Puedo pedirle que venga mañana, para hacer otro mueble a medida y cualquier otro cambio que Cora Jane quiera en el comedor.

–¿Crees que mi abuela va a querer cambiar algo? Tengo suerte de que me haya dado permiso para traer a los pintores.

–Sí, es una defensora acérrima de mantener las cosas tal y como están –la observó con ojos penetrantes antes de preguntar–: ¿Aún te molesta eso, o ya te has resignado?

–Voy a seguir dándole la lata, pero no creo que sirva de mucho.

–Bueno, voy a echarle un vistazo a ese mueble y después me voy. Vamos, B.J.

–¡Yo quiero quedarme aquí! –protestó el niño.

–Esta tarde no, todo el mundo está muy ocupado y molestarías. Cora Jane no puede vigilarte cuando tiene tanto trabajo.

–Ya le vigilo yo –se ofreció Emily, antes de tener tiempo de pensárselo dos veces–. Si a ti te parece bien, claro. Entre la abuela, Gabi, Samantha y yo, no habrá ningún problema. Puede quedarse en la cocina, a Jerry le encanta que le haga compañía; además, supongo que tendrás que hacer un montón de cosas en tu restaurante, ¿no? Me he enterado de que ha sufrido bastantes daños.

–Sí, pero…

B.J. empezó a dar saltitos, y miró suplicante a su padre.

–¡Por favor, papá!

–Lo siento, campeón. Ya está todo arreglado para que pases la tarde en casa de Alex, su madre me ha dicho que puedes quedarte a dormir allí.

–¡Yo prefiero quedarme aquí!

–Solo tendremos abierto hasta las tres –intervino Emily–. Después nos pondremos a limpiar otra vez el local, y podremos tenerle entretenido con eso; cuando acabemos, alguien puede llevártelo al restaurante o a tu casa –se preguntó si el verdadero problema era que Boone quería estar libre aquella noche porque tenía una cita. A lo mejor estaba saliendo con alguien–. Si tienes planes para esta noche, puede quedarse a dormir en casa de la abuela –le ofreció, con toda naturalidad.

–No, no tengo planes –le contestó él, con voz un poco tensa–. Por regla general, le encanta quedarse a dormir en casa de Alex, porque ellos tienen las videoconsolas que yo me niego a comprarle.

–¡Pero hoy quiero quedarme aquí a ayudar!

Boone no tuvo más remedio que claudicar al verle tan empeñado en quedarse, pero no disimuló su renuencia.

–Vale, está bien. Deja que hable con Cora Jane.

–No hace falta, ya se lo digo yo –le aseguró Emily.

–De acuerdo, ¿te va bien que pase a buscarle por vuestra casa a eso de las siete y media? Así no tendrá que esperar en mi restaurante a que yo termine si tengo que quedarme allí más tiempo del previsto.

–Perfecto. Saber que vas a ir a buscarle a casa será la excusa perfecta para conseguir que la abuela salga de aquí a una hora decente.

–Genial, todos contentos –comentó él con ironía, antes de agacharse para mirar a su hijo a los ojos–. Haz caso a lo que te digan, y no les des más trabajo ni a Emily ni a la señora Cora Jane.

–¡Te lo prometo! –el niño se fue corriendo, por si a su padre se le ocurría cambiar de opinión.

Boone miró a Emily y admitió, ceñudo:

–Esto no me hace demasiada gracia.

–Ya me he dado cuenta, ¿te importaría explicarme por qué?

–Ya te dije que me aterra que le hagas daño cuando te vayas.

Su sinceridad no la tomó por sorpresa, pero que tuviera tan poca fe en ella la hirió más de lo que esperaba.

–Es un niño fantástico. No voy a decepcionarle, te lo prometo.

Él le sostuvo la mirada al decirle con firmeza:

–Espero que lo cumplas, Em. Ese niño es lo más valioso que tengo en mi vida, ya ha sufrido bastante.

–Y tú también. Lo entiendo, Boone –le aseguró, consciente del dolor que habían sufrido padre e hijo.

Él vaciló un instante mientras seguía mirándola a los ojos, pero al final asintió y se limitó a decir:

–Nos vemos luego.

Emily tragó con dificultad al verle dar media vuelta y alejarse, y susurró:

–Hasta luego.

Se preguntó si había cometido un grave error al hacer una promesa que no iba a poder cumplir por muy buenas que fueran sus intenciones; al fin y al cabo, ella no tenía ni idea de cómo proteger el corazón de un niño.

A eso de las seis y media de la tarde, cuando Boone estaba a punto de dar por terminada la jornada y de ir a buscar a B.J. a casa de Cora Jane, su móvil empezó a sonar. No reconoció ni el prefijo ni el número que vio en la pantalla, pero contestó de todas formas.

–Boone, soy Emily.

Se puso alerta de inmediato al notar que parecía alterada y le temblaba la voz.

–¿Qué pasa?, ¿le ha pasado algo a B.J.?

–Se ha caído en el aparcamiento y se ha cortado con un clavo que sobresalía de un tablón –le explicó ella atropelladamente, como si estuviera ansiosa por soltar las palabras cuanto antes. Respiró hondo antes de añadir–: Es un corte bastante profundo, pero B.J. está bien. Te lo juro, Boone, de verdad que está bien. Se está portando como todo un valiente.

–¿Dónde estáis? –le preguntó, mientras luchaba por controlar el pánico y las ganas de descargar su ira. Había sabido de antemano que era una locura dejar a B.J. en el Castle’s aquella tarde, ¿en qué había estado pensando?

–En la clínica de Ethan Cole, en urgencias. La abuela le ha llamado para que viniera. Hay que coser la herida, y habrá que ponerle la inyección del tétano si no se la has puesto ya. Por eso te llamo, Ethan no quiere ponérsela si no hace falta.

–Déjame hablar con Ethan –necesitaba que un experto le diera su opinión y le tranquilizara.

–Ya te lo paso.

–Hola, Boone. B.J. está bien –le aseguró Ethan, con una serenidad y una firmeza que eran de agradecer en un médico de urgencias–. No ha derramado ni una lágrima; de hecho, le encanta la idea de tener una cicatriz. Estoy anestesiando la zona para poder coserle la herida, estará como nuevo en un par de semanas.

–Júrame que está bien.

–Te lo juro. Para cuando llegaron a la clínica, Emily había conseguido detener la hemorragia. Se mantuvo serena en todo momento, y eso contribuyó a calmar a B.J.

–¿Por qué demonios estaba jugando en el aparcamiento?, ¿de dónde ha salido ese tablón? Yo mismo dejé esa zona despejada.

–Estás preguntándole a la persona equivocada; si quieres mi opinión, puede que la marea lo arrastrara hasta la carretera esta noche y que alguien lo tirara al aparcamiento. ¿Qué importancia tiene eso?

Boone suspiró y admitió:

–Ninguna, supongo. Sabía que no tenía que darle permiso para quedarse hoy en el Castle’s, se suponía que Emily iba a vigilarle.

–Por lo que tengo entendido, Cora Jane y ella estaban con él cuando se ha caído. Ha sido un accidente. Estas cosas pasan, sobre todo a niños que no piensan en los peligros que pueden acechar después de una tormenta.

–¡Yo le advertí que tuviera cuidado! –exclamó Boone con frustración.

Ethan se echó a reír.

–¿Se te ha olvidado que los niños de ocho años casi nunca prestan atención a las advertencias? Ni te imaginas a cuántos pacientes he tratado esta semana por accidentes como este. ¿Está vacunado del tétano?

–Sí, tiene todas las vacunas al día.

–Perfecto, estará listo para marcharse en media hora.

–Voy para allá.

–¿Por qué no vas a buscarle a casa de Cora Jane, tal y como habíais planeado? Así tendrás tiempo para que ese geniecito tuyo se calme. Ya sé que quieres echarle las culpas a alguien, pero te aseguro que es un accidente que podría haberle pasado a cualquiera. No culpes a Emily; si lo haces, Cora Jane también se sentirá culpable, y ya se ha llevado un disgusto enorme.

–Sí, supongo que tienes razón –vaciló antes de preguntar–: ¿Cómo se te da lo de poner puntos de sutura? Mi hijo no va a quedar como si le hubiera cosido un carnicero, ¿verdad?

Ethan se echó a reír de nuevo.

–Oye, acuérdate de que no hace mucho estaba en Afganistán, cosiendo a los soldados en el campo de batalla. El ejército de los Estados Unidos confió en mi profesionalidad. Le quedará una cicatriz monísima, te lo prometo.

Aquello consiguió arrancarle una pequeña carcajada a Boone.

–Vale, vale, ya sé que estoy exagerando. Gracias, Ethan.

–Aquí estoy para lo que necesites. Ya nos veremos. Ah, tendré que quitarle los puntos a B.J. en un par de semanas. Ven en horario de oficina o, si no te va bien, llámame y pasaré por tu casa.

–De acuerdo, entonces ya saldaremos cuentas cuando le quites los puntos.

–Me conformo con que me invites la próxima vez que hagas carne asada, hace bastante que no nos vemos.

–Eso está hecho.

Lo cierto era que ya casi nunca disfrutaba de una velada entre amigos, y le vendría de maravilla tener una. Sí, sería fantástico liberarse por una noche de las complicaciones que parecían ir amontonándose en su vida últimamente.

Cuando terminó la llamada, respiró hondo y rezó una breve oración para agradecerle a Dios que B.J. no estuviera herido de gravedad. Era consciente de que los accidentes podían suceder en cualquier momento y lugar, que podían pasarle a cualquiera, pero se trataba de su niñito y lo había dejado al cuidado de Emily. No sabía si iba a ser capaz de perdonarla, aunque la lógica dictaba que no hacía falta perdón alguno.

Mientras volvían del hospital en coche con Emily al volante, rumbo a casa de Cora Jane, B.J. las miró y comentó, mohíno:

–Papá va a enfadarse un montón.

–Está preocupado, eso es todo.

Aunque dijo aquello para tranquilizar al niño, Emily había notado por teléfono que Boone estaba enfadado; con un poco de suerte, había sido una primera reacción fruto del miedo y se había calmado al hablar con Ethan, porque al niño y a Cora Jane no iba a ayudarles en nada que irrumpiera en la casa hecho una furia.

Instantes después de que enfilaran por el camino de entrada de la casa, Boone apareció tras ellos en su coche, se detuvo con un frenazo, y salió del vehículo antes de que el motor acabara de pararse. Abrió con brusquedad la puerta trasera del coche de alquiler de Emily, y su expresión no se relajó hasta que vio por sí mismo que B.J. estaba vivito y coleando.

El niño le mostró su brazo vendado y le explicó con entusiasmo:

–El doctor Cole dice que me va a quedar una cicatriz. Me han puesto puntos, pero no he llorado.

–Ha sido increíblemente valiente –confirmó Cora Jane, mientras le lanzaba a Boone una mirada de advertencia.

Él hizo un esfuerzo y chocó la mano de su hijo en un gesto de felicitación, aunque saltaba a la vista que estaba conteniendo las lágrimas.

–No vas a castigarme ni a gritarle a nadie ni a prohibirme que vaya al Castle’s, ¿verdad? –le preguntó el pequeño con preocupación.

–Puede que tengas que tomarte un par de días de descanso hasta que se te cure el brazo, pero no, no voy a castigarte.

–¿Y vas a gritarle a alguien? –le preguntó Emily en voz baja–. Supongo que te gustaría decirme un par de palabritas.

Boone la miró con ojos llenos de emoción. Dio la impresión de que estaba deseando decirle un montón de cosas, pero consiguió contenerse.

Cora Jane debió de darse cuenta de que tenían que hablar en privado, porque rodeó los hombros de B.J. con el brazo y le dijo:

–Ven, vamos a por la leche y las galletas que te he prometido. Apuesto a que Samantha ya las tiene esperándonos en la mesa.

–¡Vale! –exclamó el niño, antes de echar a correr hacia la casa.

Boone sacudió la cabeza mientras le seguía con la mirada.

–Nunca se queda quieto, seguro que por eso se ha caído en el aparcamiento.

–Sí. Lo siento mucho, Boone –se disculpó Emily.

–Desde un punto de vista racional, sé que tú no has tenido la culpa –le dijo él, antes de llevarse un puño al pecho–. Pero mi corazón hace que quiera echarle la culpa a alguien.

–Lo entiendo. Se ha caído estando bajo mi supervisión, justo después de que te asegurara que iba a estar a salvo conmigo.

–Y yo estoy aquí, pero acaba de atravesar corriendo el jardín sin prestar atención a las ramas con las que podría tropezar. Es un niño muy revoltoso.

–Da la impresión de que estás exonerándome de toda culpa.

–Estoy intentándolo –admitió él, sonriente–. Ethan me ha dado un sermón que también me ha ayudado a poner las cosas en perspectiva.

–¿Seguís siendo buenos amigos?

–Sí, aunque no me lo puso nada fácil cuando volvió de Afganistán. Estaba enrabietado y amargado, odiaba al mundo entero desde que perdió la parte inferior de una pierna.

Ella le miró atónita.

–¡No sabía que había perdido una pierna!

–A él le encantaría oírte decir eso. La verdad es que casi nadie se da cuenta. Se ha acostumbrado a llevar la prótesis, cambió radicalmente de actitud, y parece que por fin vuelve a tener su vida bien encauzada.

–Qué bien, me alegro por él.

–Sí, es un gran tipo. Cuenta con toda mi admiración.

–Estaba prometido, ¿verdad? ¿Se ha casado ya?

Boone vaciló antes de admitir:

–Su relación se rompió, y te aconsejo que no saques el tema delante de él.

–¿Se rompió por lo de la pierna?

–Sí. Ethan es un experto en el tema de los desengaños amorosos.

–Qué lástima –como él se limitó a asentir, le miró a los ojos y le preguntó–: ¿Vas a entrar a tomar leche con galletas? A lo mejor te apetece algo más fuerte, me parece que tenemos alguna cerveza.

Emily le vio vacilar y tuvo la impresión de que, de no ser por B.J., se habría marchado en ese mismo momento, así que se sorprendió cuando él le sugirió que fuera a por un par de cervezas y añadió:

–Si te apetece, podemos ir a charlar al muelle para ponernos al día.

Ella no dudó en aceptar aquel ofrecimiento de paz.

–Genial –le contestó de inmediato, antes de ir a por las cervezas.

Cuando entró en la casa, encontró a sus hermanas colmando de atenciones a B.J., dejando que les enseñara su brazo vendado y comentando admiradas lo valiente que había sido.

–¿Dónde está Boone? –le preguntó su abuela.

–Fuera. Vamos a charlar un rato y he entrado a por un par de cervezas, si te parece bien.

Sus hermanas y su abuela se miraron sonrientes, y Samantha alargó una mano y exclamó:

–¡Yo gano!

–¿El qué? –le preguntó Emily con suspicacia. Se quedó boquiabierta al ver que tanto su abuela como Gabi ponían un billete de cinco dólares en la mano extendida de Samantha, y se indignó aún más al ver la sonrisa victoriosa de esta última–. Será broma, ¿no? ¿Se puede saber cuál ha sido la apuesta?

–Cuánto tardaríais Boone y tú en hacer las paces –le contestó Gabi, sonriente.

–No hemos hecho las paces, solo vamos a tomar una cerveza y a charlar –protestó, ceñuda.

–Con eso nos vale –le aseguró Samantha.

–¿Y tú apostaste a que íbamos a tardar un par de días? ¿Qué dijiste tú, abuela?

–Que pensaba que tardaríais una semana por lo menos.

–Yo aposté a que nunca, porque los dos sois unos testarudos –admitió Gabi.

Emily sacudió la cabeza en un gesto de exasperación, agarró las cervezas, y salió sin más. Boone estaba sentado en el muelle con los vaqueros remangados y los pies metidos en las cálidas aguas del estrecho de Pamlico.

–¿Cuántas noches crees que pasamos aquí sentados, charlando hasta que Cora Jane venía a decirte que entraras ya? –le preguntó él, antes de aceptar la cerveza y tomar un trago.

Emily sonrió al recordar el empeño de su abuela en asegurarse de que se limitaran a hablar y no hicieran nada más. Lo había logrado hasta que Boone se había sacado el carné de conducir, porque, de allí en adelante, habían encontrado un montón de sitios donde disfrutar de intimidad.

–Yo tenía catorce años el verano en que nos conocimos, y a partir de ahí nos hicimos inseparables. Haz las cuentas. Aunque en aquella época bebíamos refrescos, no cerveza.

–Me parecías la chica más guapa que había visto en mi vida –admitió él.

Para variar, su voz estaba teñida de nostalgia y no de la amargura a la que Emily se había acostumbrado en los últimos días.

–Y a mí me parecías el chico más peligroso de la zona, sobre todo cuando me enteré de que te habían arrestado por intentar comprar cerveza con un carné falso –le lanzó una mirada de soslayo–. ¿De verdad creías que iba a colar que tenías veintiún años? Acababas de cumplir los quince.

–No fue uno de mis mejores momentos. Cora Jane me ha recordado ese incidente esta misma mañana; según ella, lo que pasó tendría que hacerme creer en las segundas oportunidades.

–¿No crees en ellas?

–Supongo que depende de las circunstancias, hay cosas bastante imperdonables.

–¿Por qué tengo la impresión de que lo que has hablado con mi abuela tenía algo que ver con lo que te hice?

Él se volvió a mirarla con una sonrisa en los labios.

–Porque ella cree que mi actitud hacia ti es un poquito intransigente.

–Y lo es –asintió ella, antes de esbozar una amplia sonrisa–. Aun así, lo entiendo. Sé que te hice daño, Boone. A decir verdad, yo tampoco te lo he puesto fácil.

–Según me han dicho, yo te hice daño a ti cuando me casé con Jenny.

–Sí, la verdad es que me lo tomé como algo muy personal.

–Yo creía que te sentirías aliviada.

Emily le miró con incredulidad.

–¿Por qué? Te había dicho que te amaba, daba por sentado que me esperarías.

–Cielo, deja que te diga una cosa: Si le dices a un tipo que le amas justo antes de dejarle, es difícil que te crea. Te aconsejo que lo tengas en cuenta si vuelve a surgir una ocasión parecida.

–¿Hacía falta que buscaras otra novia tan rápido?

–¿Qué quieres que te diga? Me sentía perdido sin ti, y estaba dolido y enfadado. Jenny estaba aquí, y me dejó claro que estaba enamorada de mí. Nada de juegos, ni de fingir, ni de motivos ulteriores. Ella quería casarse y fundar una familia, y me gustó esa actitud después de que tú me dijeras que no estabas preparada para nada de todo eso.

Emily hizo de tripas corazón y le preguntó abiertamente:

–¿La querías, Boone?

Él la miró con una expresión inescrutable en el rostro durante unos segundos antes de contestar:

–¿Te sentirías mejor si te dijera que no? La verdad es que sí que la quise, Emily; de no ser así, no me habría casado con ella. No me considero tan mezquino como para hacer algo así.

Ella sintió el inesperado escozor de las lágrimas en los ojos. En el fondo, había guardado la esperanza de que no hubiera existido amor entre ellos, pero eso era muy egoísta por su parte. La idea de que Boone se hubiera sentenciado a sí mismo a un matrimonio sin amor era absurda.

–Lo siento –le dijo, sin saber del todo por qué estaba disculpándose. Quizás fuera por la pérdida que él había sufrido, o por su propio deseo infantil de seguir siendo la primera en su corazón–. ¿Fuiste feliz?

Él volvió a mirarla en silencio durante un largo momento.

–Sí, sí que lo fui. Y, cuando llegó B.J., creí que todas mis aspiraciones se habían cumplido.

–Te entiendo, es un niño fantástico.

–Sí, y está claro que le has caído muy bien.

A juzgar por su tono de voz, estaba claro que aquello seguía sin gustarle demasiado, y Emily le aseguró:

–El sentimiento es mutuo. Espero que no le prohíbas venir a verme por lo que ha pasado hoy.

–Me dan ganas de hacerlo –admitió, antes de admitir con resignación–: Pero dudo que lo consiga si lo intento, casi siempre se las ingenia para salirse con la suya. Soy un blandengue, sus tácticas suelen funcionar conmigo. Jenny era mucho más dura a la hora de imponer disciplina, pero, desde que ella murió, quiero que tenga todo lo que quiera o necesite. Supongo que esa actitud acabará por salirme cara tarde o temprano.

–No creo. Si quieres mi opinión, yo veo a un niño que sabe que le quieren y que reacciona en consonancia. No creo que esté aprovechándose de la situación, es un crío muy responsable.

–Ha tenido que crecer demasiado deprisa.

–Ya sabes que se preocupa por ti. No quiere mencionar a su madre para no entristecerte.

–Sí, hoy le he oído cuando estaba contándotelo y me he quedado hecho polvo. Supongo que voy a tener que hablar con él del tema, tengo que dejarle claro que puede hablar conmigo de Jenny siempre que quiera.

–Eso es lo que le he dicho yo.

–Ya lo sé, le has tratado de maravilla.

–¿Y eso te sorprende?

–Sí, supongo que sí, al menos un poco. Nunca tuve la sensación de que te interesara demasiado tener hijos. Esa fue otra de las razones que me hicieron pensar que tú y yo no teníamos futuro.

Emily frunció el ceño al oír aquello, aunque pudo llegar a entender que él opinara así.

–Que no estuviera preparada para tener hijos hace diez años no quiere decir que nunca me lo haya planteado, lo que pasa es que tú ibas muy por delante. Me dio miedo lo preparado que estabas para todo… una esposa, una familia, echar raíces… Yo sentía que estaba empezando mi vida. Había un montón de sitios que quería ver, tenía muchas metas.

–Y pensaste que estar conmigo sería un obstáculo.

–Sí.

–El hecho de estar casado y de tener a B.J. no me impidió abrir mis restaurantes, ni expandir mis negocios a varios mercados más.

–Está claro que hacer mil cosas al mismo tiempo se te da mejor que a mí, yo pensé que tenía que centrarme en mis sueños al cien por cien.

–¿Has alcanzado todas tus metas?

–No todas, pero tengo una carrera fantástica.

–¿Y cómo te va en tu vida personal?

–Salgo de vez en cuando.

–¿Con alguien en especial?

Ella negó con la cabeza. No quería admitir que, al margen de unos cuantos clientes, nadie iba a darse cuenta de que iba a pasar una temporada fuera de Los Ángeles. Era algo que le sonaba demasiado deprimente incluso a ella misma, a pesar de que en gran medida se sentía satisfecha con la vida que llevaba. Era como si perder la relación más importante que había tenido en toda su vida le hubiera quitado las ganas de volver a intentarlo.

–Supongo que estoy demasiado ocupada para tener una relación seria –se limitó a decir al fin–. ¿Y tú qué?, ¿sales con alguien?

–He tenido un par de citas, pero aún es demasiado pronto para que entre alguien nuevo en la vida de mi hijo. Estoy demasiado ocupado como para tener que preocuparme también por una relación; además, también estoy intentando ser respetuoso y tener en cuenta los sentimientos de los Farmer, la muerte de Jenny los dejó destrozados. Me odiarían por intentar reemplazarla si tuviera una relación seria, y las cosas ya están bastante tensas entre nosotros.

–¿No te llevas bien con tus exsuegros?

–No nos llevamos mal, mientras yo no haga nada que les cabree. Salir con alguien en este momento les cabrearía, y mucho.

–Puede que tengamos motivos distintos, pero me da la impresión de que nuestros puntos de vista coinciden bastante.

Él se volvió a mirarla y le preguntó, sorprendido:

–¿Así es como lo ves?

–Sí, ¿tú no?

–Em, yo creo que nuestros puntos de vista no han coincidido desde que éramos unos adolescentes y nos sentábamos aquí en noches como esta.

El inesperado dardo dio de lleno en la diana. Emily volvió a sentir que los ojos se le inundaban de lágrimas, y solo pudo contestar con voz queda:

–Ah.

–¿Estás a punto de llorar? –le preguntó, ceñudo.

–No, claro que no –le aseguró, antes de secarse una lágrima con impaciencia–. Es que pensaba que… no sé, tenía la impresión de que las cosas iba mejorando entre nosotros, que estábamos haciendo las paces.

–¿Eso es lo que quieres?, ¿que hagamos las paces?

–Fuiste mi mejor amigo, y viceversa. ¿No te parece un buen punto de partida?

–Sí, supongo que sí –saltaba a la vista que no estaba demasiado convencido.

–¿No te parece posible?

–Todo es posible. El hombre llegó a la luna, ¿no?

–¿Estás poniendo la posibilidad de que volvamos a ser amigos en la misma categoría que un paseo por el espacio? –no supo si tomárselo a broma o sentirse insultada; al parecer, estaba convencido de que era muy improbable que pudieran retomar su amistad.

–Eso parece.

Verle tan lleno de dudas tuvo una extraña reacción en Emily; ni él mismo lo sabía, pero acababa de poner ante ella un reto irresistible. No sabía cuánto tiempo iba a pasar en Sand Castle Bay, pero de repente tenía una nueva misión: recuperar la amistad que había tenido con Boone en el pasado.

Era una amistad que, al menos para ella, había tenido un valor incalculable… y había sido tan estúpida como para echarla a perder. Daba igual lo que opinara del matrimonio de Boone con Jenny, había sido ella quien, al marcharse, había dado pie a lo que había sucedido después.

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